Dos días en Sanabria y tengo el temperamento sombrío. No es culpa del lugar, ni de la compañía, ni de otras circunstancias. El problema ha sido el clima. El primer día, después de comer, fuimos al rincón donde solemos bañarnos. Para empezar, no pudimos situarnos en la roca donde nos gusta poner las toallas porque el sitio estaba ocupado por una mujer friéndose al sol. Para colmo, aquel era el único rincón en el que soplaba el viento. No hacía frío, pero sí fresco: no apetecía mucho bañarse. Nos mudamos de sitio. Cuando las nubes se apartaron y el sol nos alumbró leí unos minutos, tostándome encima de una piedra: el calor justo para entrar en el Lago y darme un baño breve. La superficie del agua estaba picada por una brisa fuerte. De vez en cuando las nubes obstaculizaban el sol y se me quitaban las ganas de volver al agua.
A la mañana siguiente, y aunque me había acostado bastante tarde, puse el despertador a las diez. Me pareció una buena hora para ponerse en marcha y estar en el Lago en torno a las once. Me desperecé, me quité las legañas, hice la cama y luego, al entrar en la cocina, fue cuando vi el tiempo que hacía a través de la ventana: frío y lluvia. Cielos negros y suelos mojados. Mejor me hubiese ido si me hubiera quedado en la cama. La perspectiva de no poder ir a bañarme arruinó mi estado de ánimo. No estaba el panorama para salir de la casa. En previsión de este tiempo había metido en el macuto unas cuantas películas de vídeo. En la televisión ponían una versión de “Heidi” con personajes de carne y hueso, una de Bud Spencer (sin Terence Hill, o sea, aburrida: juntos eran muy divertidos, pero por separado perdían fuelle) y el “Superman” de Richard Donner. Así que pasamos la mañana viendo “En la boca del miedo”, una película de John Carpenter que grabé hace años. Trata el tema de la línea entre la cordura y la locura y, aunque está inspirada en el mundo de monstruos y tentáculos de H. P. Lovecraft, se nota que Carpenter ha utilizado el universo literario de Stephen King, al que incluso nombran un par de veces: su fama como autor de éxito, el diseño de las portadas de sus novelas y de su nombre y apellido en cada libro. En este filme hay una imagen que supone un golpe de efecto: un viejo vestido con pantalones y chaqueta vaquera que pedalea encima de una bicicleta por la carretera, en plena noche. Lo grotesco está en que viste como un joven pero, cuando la cámara muestra su cara y su cabello blanco y alborotado, descubrimos a un tipo horrible y arrugado. Este golpe de efecto no lo es tanto en la pantalla pequeña.
Por la tarde de ese mismo día decidimos salir un rato, hartos de estar bajo techo. Primero fuimos hasta San Martín de Castañeda, a observar el paisaje, a recorrer algunas de sus calles y mirar las casas antiguas, de estructura recia y construcción hermosa, y los pequeños huertos donde han plantado lechugas, cebollas, manzanas, peras. Después se nos ocurrió ir a la terraza de El Pato, para ver el Lago mientras bebíamos una caña. Durante la primera hora me congelé: empezaba a soplar el viento entre los árboles y las aguas estaban revueltas. Luego se despejó un poco el cielo y el sol nos calentó los cogotes. Nos sentamos a la orilla de la playa, entre las rocas. Mi ánimo mejoró entonces: aunque no podía bañarme, al menos pudimos observar el paisaje lacustre y el entorno natural, que siempre fortalece y entusiasma. Por las noches hace frío, aunque haya calentado mucho el sol por el día: es algo habitual en Sanabria. Las noches, e incluso los crepúsculos, hay que afrontarlos con la chaqueta y los calcetines puestos. Mientras escribo esto, la mañana es clara y soleada y sonrío.