sábado, junio 09, 2007

Los Ronaldos

Fue hace casi veinte años. Aunque parezca que ocurrió ayer. Terminaban los años ochenta, muy surtidos de mal gusto estético, y nosotros empezábamos a quemar los últimos cartuchos de la adolescencia. Nos emborrachábamos con muy poco alcohol, organizando botellones callejeros en una época en la que, en nuestra ciudad, no estaba de moda el botellón. Luego íbamos a bailar a los pubs y a las discotecas. Bailábamos mal. Peor que mal. Pero servía para empaparnos del ritmo del rock and roll. Las fiestas de los institutos se celebraban en Ramsés II, una descomunal discoteca de la Avenida Príncipe de Asturias. Pero a nosotros nos gustaban más otros lugares para menear el esqueleto y conocer chicas: la discoteca Nitons, frente al Claudio Moyano, y Pagos al Contado, en Los Herreros. Entrábamos allí sin una peseta en el bolsillo. No hacíamos gasto, no consumíamos nada. Bastaba con echarse a la pista y hacer la cabra. Lo que nos estimulaba entonces era la música de los garitos. Teníamos preferencia por la música española, que aún atravesaba una etapa de oro. Ya saben: la edad de oro del pop y del rock español. Si las canciones que ponía el pincha no nos gustaban, nos alejábamos para siempre del bar en cuestión. Lo primordial era la música, al contrario que ahora, que uno elige un local por el ambiente y la decoración.
Entre esas canciones que bailábamos mal, como si nos estuviera dando un telele adolescente, estaban, por supuesto, los temas de Los Ronaldos, aquella banda que nos llenaba de energía y rebeldía juvenil. Los temas del disco “Saca la lengua”, que años después me sigue pareciendo su mejor trabajo, repleto de canciones míticas: “El guru”, “Qué vamos a hacer”, “Por las noches”, “Siesta de alcohol”, “Saca la lengua para bailar”, “Adiós papá”. Una gozada. En el bar de mis padres había una copia del disco en vinilo y los fines de semana pinchábamos esos temas, que nunca fallaban: el personal se volvía loco con los coros y el sonido salvaje de las guitarras. Yo creo que aquellas canciones eran vistas por los adultos como desafíos gamberros.
La otra noche, en la discoteca Joy Eslava de Madrid, en el concierto de regreso de Los Ronaldos, cuando comenzaron a sonar los primeros acordes del tema “Por las noches”, se me pusieron los pelos de punta. Ese es el poder de las canciones buenas: son como magdalenas proustianas que te llevan de viaje al pasado. El pasado, por otra parte, no era mejor que ahora: ya saben que, aunque sea el tiempo de los descubrimientos, la adolescencia es casi un infierno de complejos y fracasos. Parece que por Coque Malla no transcurren los años. Sigue igual, con la frescura de sus directos, con el aire de muchacho rebelde, pero ahora cuenta con la madurez que proporciona la experiencia. Es un tipo que contagia entusiasmo, y se toma las cosas con humor. Posee, además, una vis cómica que encuentra su mejor reflejo en la comedia “Nada en la nevera”. Junto a Coque Malla estaban Luis Martín (guitarra), Luis García (bajo) y Ricardo Moreno (batería), éste último con un look en plan Robert Crumb: delgadez, calvicie, lentes, sombrero y bigote. En uno de los temas contaron con colaboraciones especiales: salieron al escenario los vocalistas de Los Piratas y de El Canto del Loco, o sea, Iván Ferreiro y Dani Martín. Hubo canciones nuevas, versiones (impagable la versión que hicieron de “La bola extra” de La Marabunta) y, por supuesto, los viejos éxitos: “Adiós papá”, “Sabor salado”, “Si os vais”, “Guárdalo”, “Sí, sí”, “Saca la lengua”, “Qué vamos a hacer”, etcétera. Tanto el público como los músicos estuvieron entregados al cien por cien. Fueron dos horas de rock y sorpresas.