Uno de mis directores de cine predilectos es, sin duda, Stanley Kubrick. En la niñez ya me fascinaban sus películas, que veía sin entenderlas pero hechizado por sus imágenes arrebatadoras. Sus obras, a mi juicio, rozan la genialidad, pero no son fruto de un genio, sino de un hombre que trabajaba mucho, que se tomaba su tiempo en cada proyecto, en cada elección, en cada línea de diálogo, en cada reparto y hasta en cada plano de una secuencia. El genio resuelve las obras en poco tiempo, o eso creo, y Kubrick tardaba demasiado, por culpa de su perfeccionismo y de sus obsesiones por el detalle y por su búsqueda de la comercialidad para lograr grandes recaudaciones. Una frase suya es: “¿Cómo puedo hacer una película que recaude tanto como “La guerra de las galaxias” y me permita conservar mi reputación de cineasta con responsabilidad social?” Es la pregunta que le hizo a Brian Aldiss cuando ambos preparaban la “Inteligencia Artificial” que, a su muerte, dirigió Steven Spielberg con buen pulso (salvo ese final tan relamido y optimista). La base de Kubrick siempre fue literaria, casi todas sus películas parten de un libro. Adaptó a Lionel White, Humphrey Cobb, Howard Fast, Vladimir Nabokov, Peter George, Arthur C. Clarke, Anthony Burgess, W. M. Thackeray, Stephen King, Gustav Hasford y Arthur Schnitzler, y en el tintero quedaron otros muchos proyectos sin realizar, casi todos inspirados en un texto literario. Y no olvidemos sus colaboraciones con escritores de la talla de Jim Thompson, Dalton Trumbo, Terry Southern, Michael Herr y Frederic Raphael o los ya citados Nabokov y Clarke.
Se ha escrito demasiado de Kubrick, tanto por parte de sus biógrafos como de sus enemigos y de sus admiradores. Pero sólo me interesa la visión de dos literatos, dos hombres que trabajaron con él en sus dos últimas películas, y que aportaron sus respectivos retratos. Me he leído, casi de dos sentadas, los libros “Aquí Kubrick”, de Frederic Raphael, contratado para escribir el guión de “Eyes Wide Shut”, y “Kubrick”, de Michael Herr, contratado para escribir el guión de “La chaqueta metálica”. Ambos tendrían ya suficientes credenciales con esos dos libretos, pero es que, además, admiro a Herr por la escritura de ese compendio de crónicas sobre Vietnam, “Despachos de guerra”, y a Raphael por la escritura de ese gran guión que es “Dos en la carretera”, culpable junto a la labor de sus actores y de Stanley Donen de lograr una de las películas más emotivas y bellas de la historia del cine.
Dicen que la verdad está en el punto medio. Si unimos la visión algo vengativa y condescendiente de Raphael a la visión algo aduladora y justiciera de Herr es posible que encontremos la verdadera naturaleza de ese maestro, Kubrick. En esta ocasión no valen medias tintas: si a uno le interesa el creador de “Senderos de gloria”, entonces debe leerse los dos libros. Es interesante porque Herr y Raphael divergen en algunos puntos y convergen en otros. Para el primero, Kubrick no era tan pérfido, misántropo y negrero como se le ha pintado. Para el segundo, Kubrick era un torturador, un tipo maniático y dominante que le daba mil vueltas a las cosas. Ambos coinciden en que el director no sabía lo que quería cuando se traía un proyecto entre manos, pero sí sabía lo que no quería para el proyecto. El punto de vista nos diferencia, y distingue el modo subjetivo en que vemos la realidad. Raphael ha escrito una especie de venganza, pero no hubiera renunciado a trabajar con él. Herr ha querido hacer justicia, iluminando las sombras creadas por terceros. Los dos saben que fue un artista único.