Comienza la campaña electoral en Zamora y a uno, al menos desde la perspectiva de la lejanía, le acomete cierto rubor. Es el mismo cuento, y me dirán ustedes que se repite en otras ciudades, y les diré que estoy de acuerdo, pero que esas otras ciudades no me interesan tanto como la que me vio nacer. El cuento consiste en lo de siempre: los candidatos lanzan sus promesas a los cuatro vientos, con el entusiasmo de los participantes de la Cabalgata de Reyes Magos cuando arrojan caramelos. Pero hay una diferencia: cuando los candidatos sean elegidos descubriremos que un alto porcentaje de esos caramelos estaban huecos, sin sustancia, que sólo había envoltorio con mucho colorido. Mucho ruido, pocas nueces. Basta con ver la trayectoria del último alcalde. Navega uno por la prensa local (cuando uno está lejos ya no dice: “Abro el periódico”), y se tropieza con múltiples declaraciones de los candidatos. “Voy a hacer esto”, “Voy a hacer lo otro”, “Les prometo”. Y me parece que ya estamos cansados de estas promesas. Lo que el ciudadano quiere, salvo que sea tonto y se crea el cebo de estos caramelos, son hechos, realidades. Más práctica y menos teoría. Ya sabemos que todos saben hablar y prometer. Pero, ¿cuánto harán por la ciudad, y cuánto podrán demostrar? Me temo que poca cosa, gane quien gane y caiga quien caiga. Ya que, en el fondo, cuando un partido sube al poder termina siendo igual que su precedente: se guía por la codicia del poder.
Luego están unos cuantos pelotilleros, que se dedican públicamente a dar jabón a sus candidatos favoritos, o a quienes son de su cuerda. Me pregunto si recibirán jamones en su casa. Se cuenta por ahí que luego les invitan a copiosas cenas, pero yo de esto nada sé porque vivo lejos y, en realidad, tampoco me importa. Cada día se habla de nuevos hábitos malsanos de los españoles, de tendencias insalubres, de adicciones que el gobierno insiste en corregir, de nuevas enfermedades relacionadas con la tecnología. Pero nunca se habla de una de las peores adicciones de los últimos tiempos: el ejercicio de la política. Ahora todos quieren dedicarse a la política. Y la política, al final, si uno sube al sillón de mando, es adictiva porque confiere fama, sube el ego y, sobre todo, te da poder. No sé quien dijo que el poder era el mayor de los placeres. O algo así. Los políticos que suben a la poltrona, sin embargo, olvidan lo que el tío Ben le decía a Peter Parker, alias Spider-Man: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Pero en España no se aplica. Gran responsabilidad por el pueblo, por los ciudadanos, por la gente como usted y como yo que, en los tejemanejes de los gobernantes, somos los últimos monos del circo. Una de las estrategias de varios candidatos es repetir la palabra “Zamora” en sus alocuciones. Quizá crean con eso que demuestran interés por la provincia. Error: el movimiento se demuestra andando.
Pese a lo escrito en las líneas anteriores, no crean que soy tan negativo. Lo que sucede es que uno echa un vistazo a lo que pasa en su tierra y parece que no hemos avanzado nada, que el tiempo no pasa, que allí se ha estancado y los políticos siguen contándonos lo mismo, magnificado con promesas similares. Desde luego que, en cada partido, hay gente trabajadora. Gente que lucha y se lo curra. Porque el ejercicio de la política tiene muchos inconvenientes. Para empezar, la política no es nada agradecida. El tipo que se mete en estos berenjenales sabe, de antemano, que le van a llover palos por todas partes. Haga lo que haga. Así somos.