La Residencia de Estudiantes de Madrid es un lugar mítico, pero nunca había estado allí. Ni siquiera me había acercado un poco. Entramos en el recinto a las nueve en punto. El vigilante nos indicó dónde estaba situado el edificio en el que la poeta Tess Gallagher, viuda del maestro Raymond Carver, llegada ese mismo día a España, iba a ofrecer un recital poético. Para llegar al pabellón central, en el que se ubica el salón de actos, es necesario sortear los pabellones gemelos, edificios donde se alojan los estudiantes. El camino hasta allí es corto y atractivo. Los exuberantes jardines que bordean el paseo de la llamada Colina de los Chopos expiden un penetrante aroma a lilas, pámpanos y romero. Unos metros antes de la entrada se nos había cruzado un gato callejero, lo cual para mí constituye indicio de buena suerte. Recorrimos el tramo desde la entrada hasta el pabellón central con prisa, creyendo que la sala estaría llena, o que acaso sólo habría sitio junto a la puerta, de pie, sin ver el estrado.
Pero el salón de actos no se había llenado. Para nuestra sorpresa, apenas estaban ocupadas la mitad de las sillas. Encima de cada asiento habían puesto un cuadernillo rojo, impreso para la ocasión, con el título “12 poemas de Tess Gallagher”. Edición bilingüe, extraída del original que publicó Bartleby Editores con traducción de Eduardo Moga: “El puente que cruza la luna”, bello poemario de la autora, el único suyo traducido en España. Poco después de sentarnos aparecieron ella y el poeta Luis Muñoz, encargado de la introducción y de presentarla al público. Ambos leían junto a un atril, de pie, con el oficio de quienes están acostumbrados a los recitales. Tess Gallagher es una dama dulce y agradable, de ojos que han visto el sufrimiento y lo han asumido y derrotado; una mujer menuda, reflexiva y sencilla, a la que debemos este poemario y el rescate de varios manuscritos inéditos de Carver, el genio de las letras norteamericanas. Lleva el pelo muy corto, gris, y anillos en los dedos.
Frente al atril, se colocó unas gafas de lectura que le colgaban del cuello y, antes de leer, comentaba cada poema, revelaba la historia que hay detrás, aludía a sus orígenes irlandeses, hablaba de su marido, decía el nombre de su traductor, Eduardo Moga. Aunque el público tenía el cuadernillo con los poemas en inglés y en español, al fondo de la sala colocaron dos pantallas donde pudimos seguir los versos en español. Comenzó con la lectura de tres poemas de Carver, incluidos en el imprescindible volumen “Todos nosotros”: los titulados “Felicidad”, “El regalo” y “Último fragmento”. Copio aquí el tercero, muy breve y maravilloso, que Tess recitó de memoria: “¿Y conseguiste lo que / querías en esta vida? / Lo conseguí. / ¿Y qué querías? / Considerarme amado, sentirme / amado sobre la tierra”. Luego leyó no doce poemas suyos, sino trece. Uno de ellos no aparecía en el cuadernillo e hizo una broma al respecto, sobre el número trece. Recitó con elegancia, modulando la voz, cambiando de registro según la intensidad del poema y las emociones que cobijaba cada verso. Fue una delicia. Aunque hablaba en inglés, entendí casi todo. Sus palabras y sus versos, sin embargo, soportaron el perjuicio de las frecuentes interrupciones de quienes llegaron tarde a la sala o se fueron antes del final. Es la mala educación española, y la impuntualidad madrileña. Ella, paciente, no se incomodó. Al terminar, le alcancé mi ejemplar de su libro, que había llevado para que lo firmara. La autora conversaba con cada persona que se le acercaba. Le dije que me llamaba Ángel, y comentó: “Oh, it’s a beautiful name”. Simplemente Tess. Una dulzura y una leyenda.