sábado, marzo 10, 2007

El lado romántico de Estrasburgo

José Luis Guerín, director de “Innisfree” y “En construcción”, ha rodado aquí su última película, “En la ciudad de Sylvia”. En febrero aún se movían las grúas, los actores y las cámaras por el centro histórico. Ignoro si el rodaje continúa o si terminó ya; a pesar de mis búsquedas en periódicos, foros y blogs, no he resuelto la duda. De momento, tampoco he encontrado rastro de la presencia del equipo de rodaje en sus calles. Tropecé en internet con alguna página en la que reproducían varias escenas, que un telediario francés mostró a los espectadores. En ellas pude ver las cámaras moviéndose por una de las avenidas del centro por las que pasa el tranvía, y que he recorrido al menos un par de veces. Aunque el proyecto incluye a actores no profesionales, Guerín ha contado con Pilar López de Ayala, que interpreta a la protagonista. “En la ciudad de Sylvia” es, al parecer, una historia de amor. Un joven conoce a una chica en su época de estudiante y, años después, regresa a esta ciudad para reencontrarse con ella. Por ahí, en la red, circula también un artículo de Fernando Marías sobre el rodaje. Dado que estaba escrito en inglés para una publicación extranjera, apenas tuve tiempo de traducir algunas frases aisladas.
Assia Djebar ambientó aquí la que posiblemente sea su novela más famosa: “Las noches de Estrasburgo”. Djebar es una reconocida y premiada autora argelina, y este libro es otra historia de amor: la de un francés y una argelina en la ciudad de las bicicletas y los tranvías. No es fácil hallar la novela en las grandes librerías, a pesar de estar editada por Alfaguara y ser un libro más o menos reciente. El día previo a mi salida de España di con la novela en una librería de viejo. Pero, como no conocía la ciudad, he pospuesto su compra para mi regreso. Es posible que, entonces, me atraiga más la descripción de las calles y el rumbo vital de sus personajes.
No debo olvidar que, en esta urbe, el bueno de J. W. Goethe se enamoró de una muchacha mientras cursaba sus estudios. Aunque he buscado la estatua que le dedican al autor de “Werther” por la zona universitaria, no he conseguido localizarla. Cansado de dar vueltas, al final desistí de mi empeño. Sí pude hacerle un par de fotos al gran Gutenberg, mancillado estos días por los tiovivos y tenderetes de gofres y perritos calientes que han montado alrededor de su efigie, atufando su barba descolorida con los vapores de la fritanga. ¿Por qué atrae la ciudad estas historias de amor, reales o ficticias? En primer lugar, el aire pintoresco y hermoso de la parte histórica: ciudadanos que recorren sus arterias en bicicleta, tranvías que pasan de vez en cuando y pocos coches que molestan con sus humos y sus ruidos. En segundo lugar, esas callejuelas antiguas, donde se levantan casas que parecen salidas de un cuento infantil de Andersen. Sin olvidar los canales y sus puentes. El afluente del Rin que rodea el centro de la ciudad logra que el viajero y el turista se tropiecen, cada poco, con sus aguas, por cuya superficie merodean los patos y los cisnes. En algunas plazas se ven pintores callejeros y no faltan los mercadillos que colocan puestos de fruta y verdura y las viejas casas, perfectamente conservadas, de los curtidores, la mayoría convertidas en prósperos restaurantes y casas de alojamiento. Durante las noches, si uno deambula junto a los canales, puede disfrutar de un apacible paseo, con poca gente y ningún bullicio, salvo el rumor de la corriente del agua, en aquellos rincones por donde corre brava y crea remolinos de espuma y adereza el entorno con su estruendo.