jueves, marzo 08, 2007

Ambiente cultural (y 2)

He topado en la ciudad con tres multicines. Si uno se fija en la cartelera, la proporción de estrenos franceses es mayoritaria y supera a los títulos de la cinematografía de otros países. El estreno más sonado de la temporada es “La Môme”, biopic de Edith Piaf, a quien interpreta la bella Marion Cotillard, a la que hace poco pudimos ver junto a Russell Crowe en “Un buen año”. Observando las carteleras, tropiezo con dos sorpresas, dos huellas de mi país: el anuncio del próximo estreno de “AzulOscuroCasiNegro” y la proyección, un sábado por la noche, del “Cría cuervos” de Carlos Saura. La misma filmoteca que proyecta la película de Saura anuncia un ciclo con las tres obras sobre el dolor de Alejando González Iñárritu, a saber, “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”. La huella de Pedro Almodóvar se palpa en la sección de dvd de Fnac y otras tiendas que venden películas: el estreno en dvd de “Volver”, los packs especiales que contienen varios títulos del director e incluso la edición española de su libro “Patty Diphusa”.
No soy muy dado a visitar las catedrales ni las iglesias. Sin embargo, entramos a echar un vistazo a la Cathédrale de Notre Dame, maravilla que elogiaron hombres del calibre de Goethe y Victor Hugo. Notre Dame tiene una única torre, de unos ciento cuarenta y dos metros de altura y la flecha que la corona es visible desde cualquier punto de la ciudad. El interior de la catedral estaba atestado de turistas con las cámaras al hombro. Afuera, en la puerta, una vieja mendiga, ataviada de negro, me recordó que en todas las ciudades hay pobres junto a la entrada de las iglesias y vagabundos pernoctando en los parques.
Aprovechamos el domingo para meternos en un par de museos, ya que la entrada era gratuita. El Museo de Arte Moderno y Contemporáneo contiene obras de Rodín, Braque, Gauguin, Picasso, Monet y Hans Arp, y se ubica en un inmenso edificio de piedra y cristal a las orillas del Ill, afluente del Rin que atraviesa Estrasburgo y la dota de amplios y majestuosos canales y pequeños puentes, aunque el color de las aguas de su cauce varía entre el gris y el marrón. Detrás de la catedral hay un museo, L’Oeuvre de Notre Dame, que alberga los fondos para la construcción de la misma: pinturas, vidrieras, columnas, arcones, pilares, retablos, esculturas, tapices, medallones, vasijas, cubertería labrada, etcétera. Es un lugar silencioso y enigmático, ramificado en galerías, pasillos y escaleras cuyos suelos crujen cuando uno camina por ellos. Toda esta visita me produjo una especie de malestar, de mal rollo, por las continuas referencias a la Muerte: calaveras en los bodegones y en los retablos y en los ornatos, esqueletos en los cuadros, hombres torturados a punto de morir, pinturas sobre martirios, imitación de sepulcros hechos de madera, rostros grotescos o enfermos. En una de las salas había extraños bustos, como el del hombre con parálisis facial. Algunos dibujos, bustos y esculturas parecían mirarle a uno desde la amargura de su inmovilidad, y salimos de allí con la espina dorsal recorrida por los escalofríos. El cuadro más horrendo mostraba a un hombre y una mujer, ambos ancianos. El varón cubría parte de su desnudez con una túnica y se le afilaban las costillas en el pecho. La mujer, en cambio, tenía un sapo agarrado a su sexo y las tetas le colgaban como pellejos de vino vacíos. La piel de los dos se veía atravesada por serpientes, gusanos, moscas y otros insectos. Los bichos abrían agujeros por un lado de cada cuerpo y salían por otro. Ese museo fue como adentrarse en el pasado negro y torturado de la ciudad.