Parece que la ceremonia de los Premios Goya ha recuperado un poco su credibilidad, lo cual habrá disgustado a los cronistas y lacayos de la derecha. De los errores se aprende, y este festival de reparto de premios se ha llevado tantos palos durante un tiempo que ya no podía rebajar más su desprestigio. He visto algunas de las ceremonias, y cada año se volvían más patéticas: caspa, chistes rancios, tedio absoluto, etcétera. Como tampoco me fiaba de la de este año, la vi a ratos, pero no la escuché, o sólo escuché los discursos que, a priori, más me interesaban: los de Juan Diego, Penélope Cruz, Guillermo del Toro y alguno más. Me senté a leer un libro, con mis tapones de caucho bien incrustados en los oídos. De vez en cuando levantaba la vista para observar cómo iba la cosa, y para echarle el ojo al tropel de actrices guapas que desfilaron por el escenario o estaban sentadas entre el público. Cuando algo me interesaba, me quitaba los tapones para oírlo. Entre lo que vi, y lo poco que oí, y lo que he recabado en la prensa, intuyo que han mejorado. En parte gracias al presentador, José Corbacho, y a la acertada elección de los presentadores de los premios, que incluyeron a un escritor, Ray Loriga, cuya prosa admiro.
Es curioso ver uno de estos espectáculos y sólo oír lo que a uno le interesa. Sin el auxilio del sonido, en seguida se vislumbra si las imágenes y el montaje son un suplicio o si el conjunto gana en dinamismo. Por ejemplo: un espectáculo flamenco y el discurso de la presidenta de la Academia. Duraron demasiado. Se hicieron eternos. El resto estuvo bien. Aunque sigo sin comprender algunas cosas: el injusto olvido de “Ficción”, una de las mejores películas del año pasado, con una interpretación memorable de Eduard Fernández (ni siquiera lo nominaron por “Alatriste”, cuando su trabajo supera con creces al del nominado Juan Echanove). O el varapalo a “Salvador” y “Alatriste”, que se han ido casi de vacío a pesar de las numerosas nominaciones. O que inviten a uno de los peores actores de la historia (Dani Martín) y, para colmo, salga a dar un premio. O que no nominasen los cortometrajes españoles que sí han nominado a los Oscar. Me cuesta comprender, también, por qué se galardona ahora a Guillermo del Toro cuando en otra ceremonia de los Goya se pasó olímpicamente de él y de su espléndida (aunque no tan redonda como “El laberinto del fauno”) “El espinazo del diablo”, o sea, la primera parte de su trilogía que aúna guerra civil y fantástico: en aquella ocasión sólo recibió dos nominaciones, al diseño de vestuario y a los mejores efectos especiales. Sospecho que todo obedece a una razón: en los Goya se mira primero, con lupa, lo que hacen en el extranjero. Si afuera aplauden a ciertos autores, nosotros también lo haremos.
Que retransmitiesen la ceremonia en diferido ha supuesto un arma de doble filo: se ha aligerado la duración del evento, pero hemos podido comprobar el poder de Internet, que le ha ganado la partida a la tele; al parecer, mucha gente ha preferido navegar por la red para enterarse antes de los premios. Y es que los espectáculos en diferido no poseen la misma emoción. En cuanto a la gente que desfiló por el escenario, ya lo hemos dicho: se apostó, en su mayoría, por caras jóvenes y atractivas. Es una apuesta por el glamour en la que no pueden entrar los antiguos iconos de la caspa del cine español. Conviene matizarlo. Mejor ver a Verbeke, Loriga, Nimri, Etura, Noriega o Emma Suárez que a Imanol Arias, José Luis López Vázquez y Chus Lampreave, que son buenos intérpretes pero carecen de lo que llaman glamour.