Pese a que uno de mis amigos estudia en una escuela de doblaje, sigo opinando que ciertas películas no deberían doblarse jamás. Ni al castellano ni a ningún otro idioma. No sólo porque nos oculten así el trabajo de entonación de los actores (y el acento que muchos de ellos se trabajan durante meses), sino porque la mitad de los guiones pierden su sentido. Es el caso particular de las producciones norteamericanas. En ellas, todos los personajes chapurrean siempre un poco de español porque lo hispano está de moda en los Estados Unidos y porque la presencia de hispanohablantes allí es cada vez más poderosa. Del mismo modo que nosotros conocemos expresiones anglosajonas y a menudo empleamos ciertas palabras en nuestra jerga diaria, los norteamericanos (al menos los que reflejan en el cine) utilizan palabras y expresiones en español. Cuando en un filme aparecen un norteamericano y un tipo de procedencia hispana hablan de esta manera: el hispano trata de hablar inglés, pero cuando no sabe traducir una frase la dice en español y el gringo le entiende. El gringo, a su vez, trata de hablar en español. De ahí surge el entendimiento.
Muy grave me ha parecido que doblen la extraordinaria “Babel”. La vi en versión original subtitulada en castellano. Los idiomas que se manejan en la película son: inglés, español, árabe, japonés, además de algunas frases sueltas en francés y en berebere, amén del lenguaje de signos que emplea la chica japonesa y sordomuda. Una de las intenciones de la película (de ahí su título) es mostrarnos cómo funciona el mundo globalizado, donde el manejo de otros idiomas es imprescindible para la supervivencia, ya que no para el entendimiento (entre los seres humanos no siempre hay comprensión, aunque hablemos el mismo idioma). Así, cuando la aya mexicana se dirige a los niños rubios y americanos suele hacerlo en español. Ellos la entienden, pero responden en inglés. Se nos demuestra, entonces, que la niñera les ha enseñado a hablar esta lengua y que los críos la comprenden, pero no renuncian a su lengua natal. A veces ella les habla en inglés. De ese modo, aprendemos la importancia de ser bilingüe en zonas tan empapadas de razas, culturas e idiomas como lo son algunas comunidades de Estados Unidos. Sigamos con “Babel”; cuando el turista norteamericano trata de pedir ayuda y hacerse entender ante el guía marroquí que le lleva hasta su aldea, ambos despliegan su dominio de las lenguas: el guía emplea el inglés y el árabe; el turista utiliza el inglés, lógicamente, y farfulla sólo alguna palabra en árabe. A mi juicio, esto es una crítica hacia los americanos, conscientes de que, allá donde van, todo el mundo debe hablar su idioma. El director y el guionista vienen a decirnos que el yanqui tiene la fea costumbre de hablar en su idioma en su casa y en la de los demás. Pero también comprendemos, en esta escena, que el guía ha aprendido inglés porque es una de sus herramientas de trabajo y subsistencia. Otro ejemplo lo tendríamos en la secuencia de la frontera entre México y Estados Unidos, cuando varios de los protagonistas quieren pasar al otro lado y el conductor maneja alternativamente el español y el inglés.
Cuando salí de ver la película lo primero que pensé fue: “¿Cómo la habrán doblado al castellano? ¿Y qué habrán doblado cuando no se debería doblar nada para que el filme no pierda sentido?” Pregunté a quienes la han visto en español y, al parecer, la han doblado al completo. Ya no hay un lío de lenguas y problemas de entendimiento. Según me cuentan, se borran de un plumazo los esfuerzos del americano para que le entiendan en la aldea. Por ejemplo.