Enric González es uno de los más reputados corresponsales del diario El País. Hoy envía sus crónicas desde Roma, pero antes estuvo en Nueva York, entre otras ciudades. De su estancia allí surgió un libro espléndido y emotivo, “Historias de Nueva York”, que se publicó el año pasado y se ha convertido, por azares del buen gusto, en un best-seller. Pero no se trata de uno de esos volúmenes escritos para romper récords de ventas, sino de un librito de apenas ciento cuarenta páginas en el que González nos habla de esa ciudad y sus habitantes y sus lugares emblemáticos y nos transmite los conocimientos investigados y aprendidos. Una de sus virtudes es que puede leerse como amena guía de viaje, o como un cruce intimista de experiencia e historia neoyorquina, o como la huella que una ciudad dejó en un hombre.
Lo compré atraído por el título, la portada y la frase laudatoria de Sergi Pàmies que encabeza la faja de mi ejemplar (cuarta edición): “Podrá recorrer, a través de una mirada escéptica y melancólica, calles, tugurios, rascacielos o antecedentes penales de la historia”. Incluso antes de comenzar la lectura busqué información sobre su autor. Una de las ciudades en las que había vivido como corresponsal del mismo periódico era Londres. En su trayectoria literaria existía, pues, otro libro del mismo estilo: “Historias de Londres”. Quienes antaño lo leyeron no ahorran elogios a su contenido. Me propuse buscarlo, esta vez seducido por la ciudad, que conocí hace poco. Les adelantaré que no he conseguido el libro. De momento. Parece que está agotado o descatalogado. En mis búsquedas hablé con diversos libreros de Madrid. La sombra de “Historias de Nueva York”, que, repito, se está vendiendo muy bien, es tan alargada que incluso pensaron que me equivocaba. La fama de este libro ha eclipsado las virtudes (y la existencia) del anterior. Algo que a ningún escritor le gusta. Entré en una librería: “Hola, me gustaría saber si tienen Historias de Londres”, dije. El hombre respondió: “¿Quién es el autor?”, y yo repuse: “Enric González”. A algunos les bastaba con acudir a la memoria, a otros con comprobar el registro en la base de datos del ordenador. En todos los mostradores me respondían: “Querrá decir Historias de Nueva York”. Y yo: “No, no, quiero decir Historias de Londres. Es del mismo autor, pero el libro es más antiguo”. O: “¿Tienen Historias de Londres?”. “Sí, lo tenemos. Historias de Nueva York: se está vendiendo mucho”. “No, no, perdone. Me refiero al anterior libro de González: Historias de Londres”. Y alguno contestaba: “No, solamente tenemos las Historias de Nueva York”. Dos o tres me miraron como si estuviera loco. Luego consultaban el ordenador y veían que, en efecto, un libro con ese título y ese autor había vivido alguna vez en sus estantes. En otra librería, tras padecer el mismo diálogo y repetir varias veces el título y el apellido, me dijeron que lo pedirían. Tres días después me avisaron: el libro había llegado. Cuando fui a buscarlo, la dependienta me alcanzó un “Historias de Londres” escrito por Doris Lessing. “No”, repuse, agotado, “este no es el que pedí. Dije que era el de Enric González. Se titulan igual, pero no es éste”.
Sólo en un lugar no me han mirado como si me dedicara a inventar títulos: en la Cuesta de Moyano. Pregunté en dos casetas. Los libreros no dudaron: “Se agotó hace tiempo. Es del autor de Historias de Nueva York”. Por fin alguien sabe de qué estamos hablando. Dicen que RBA lo reeditará en primavera. Es un alivio. Y lo será para González, cuyo anterior libro ha sido eclipsado por la existencia este nuevo, y magnífico, título sobre una ciudad que algún día conoceré.