Ciertos días parezco un detective de libros. Uno de esos tipos que se dedican a husmear en las librerías de su ciudad, en los cajones de saldos, en la red y hasta debajo de las piedras para satisfacer las ansias de un cliente caprichoso. Sólo que el único cliente soy yo mismo y no cobro por el trabajo. El horario de las casetas de la Cuesta de Claudio Moyano varía según el humor de sus libreros y el clima de la ciudad. Aunque uno de ellos me puso al tanto de los horarios de mañana y tarde, abren cuando quieren. Suelo ceñirme a esos horarios y nunca están todas las casetas abiertas. He vuelto por allí. Esta vez no quería indagar en el muestrario de las barracas, sino en esas pilas y cajones que los libreros colocan fuera, encima de las mesas provisionales. Mi objetivo consistía en dejarme la vista leyendo los títulos de los libros que venden a un euro. Hay joyas a ese precio, de segunda mano. Créanme cuando lo digo.
Me atrajo un viejo libro de Alfaguara, publicado en los ochenta: “Tómatelo con calma” (no confundir con la novela de Elmore Leonard). Su autor: un tal Warren Miller, a quien tampoco debemos confundir con un célebre esquiador de idéntico nombre. Me sedujo el argumento, sobre las pandillas de negros de Harlem en los años cincuenta. El protagonista es un adolescente. Leí algún fragmento y me recordó a “Ciudad de Dios” y a “Los boys”. Cuando llegué a casa, introduje en Google el nombre del autor. Pero era como si el libro no hubiera existido en España. Descatalogado. Todas las noticias al respecto tuve que leerlas en inglés: Miller fue un exitoso autor, consagrado con esta novela (“The Cool World”, en el original), al que llamaban el escritor blanco de la literatura negra. Murió en el sesenta y seis, de cáncer. Poco antes, Shirley Clarke dirigió una película de culto sobre dicho libro. Las pesquisas en torno a este autor me condujeron a otro tipo que cultiva un estilo similar: Piri Thomas, un dominicano célebre por su libro autobiográfico sobre la delincuencia callejera y las temporadas a la sombra, titulado “Down These Mean Streets”. El libro fue prohibido en algunas bibliotecas y alcanzó un éxito arrollador. Incluso se han rodado un par de documentales sobre Thomas, poeta y escritor. En América Latina lo tradujeron así: “Por estas calles bravas”. A España jamás ha llegado. Es incomprensible.
Dejándome los ojos por estos cajones y ejemplares apilados, encontré otras rarezas. “Disturbio en julio”, una novela de Erskine Caldwell. Caldwell es otro de esos autores editados en los cincuenta y sesenta. En los últimos años sólo han reeditado una novela suya, la estupenda “El camino del tabaco”, que tomé prestada hace tiempo de la Biblioteca Pública de Zamora. Un libro desgarrador, en la línea de las historias rurales que escribía William Faulkner. Desde entonces, he estado buscando otros libros de Caldwell. Aquel me costó, también, un euro. Al igual que “La ciudad queda lejos”, una novela de Nelson Algren, de quien empiezo ahora a buscar y leer su obra gracias al consejo de un colega poeta. Quizá les suene Algren por el libro “Cartas a Nelson Algren”, de Simone de Beauvoir. Estuvieron liados y el volumen (lo tengo desde hace años, pero aún no lo he leído) revela esta relación y los ambientes tan distintos en los que se movían ambos. Algo más me costó el último libro. Tres euros. Aún así, una ganga: “El arrecife del escorpión”, de Charles Williams. Un autor de novela negra cuyas obras suele recomendar Hernán Migoya, responsable de un ensayo sobre este escritor. “Calma total” se inspira en uno de sus libros. En la primera página de mi edición alguien ha escrito a mano lo siguiente: “Una joya”.