Lunes: “Palíndromos”, de Todd Solondz. Filme independiente del mismo autor de “Happiness”. Fiel a su costumbre, nos ofrece una galería de tarados, pedófilos y tullidos, o sea, el lado más amargo y negro de la sociedad americana. Como Solondz es un bicho raro, en su propuesta utiliza a ocho actrices para encarnar a un mismo personaje, Aviva, nombre capicúa de una muchacha que hará lo posible para quedarse embarazada, incluso huir de casa y hacer un viaje en el que no faltan los fanáticos religiosos ni los hombres que no dudan en acostarse con menores. Todo ello para demostrar que la vida de cada ser humano es idéntica a un palíndromo: nada cambia, uno puede mudar de aspecto físico, hacerse cirugía, envejecer, adelgazar o engordar, irse o quedarse, y seguirá siendo quien era, atado a sus obsesiones y a su identidad. “Aunque tengas trece o cincuenta (años), siempre serás la misma”, le dice un personaje a Aviva. Solondz acostumbra a meterle los dedos en la boca al espectador, para ofenderlo y provocarlo, y de cada cual depende aceptar o no sus historias. Si uno se acostumbra a que, cada pocos minutos, Aviva tenga una edad distinta, una cara distinta y a veces una raza distinta, lo demás viene como la seda. Yo me acostumbré.
Martes: “Salvador (Puig Antich)”, de Manuel Huerga. Un gran reparto, en el que sobresalen Daniel Brühl y Leonardo Sbaraglia. Un sólido guión, basado en el libro de Francesc Escribano. Una dirección hábil, una banda sonora con temas de Lluís Llach y con rock de los setenta. La historia de un tipo que plantó cara al franquismo y acabó sentenciado a la pena de muerte. Cine que nos sacude, que nos transporta a un tiempo en el que algunos aún usábamos pañales, cine necesario y valiente. Una patada al escroto de los revisionistas y de los viejos fascistas, que se apresuran a decir que no, que aquello no fue así. Una película diferente dentro del cansado cine español. Las hermanas de Puig Antich han apoyado el filme, aun a sabiendas de las licencias artísticas o narrativas propias del séptimo arte: “Se han tergiversado cosas, pero lo importante, no”. La última media hora de metraje es maestra, impecable: nos hace nudos en la garganta y en el estómago, nos vapulea y nos horroriza. No tanto por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta y por la música y los actores que Huerga emplea. Esa media hora está a la misma altura de los desenlaces de “Pena de muerte” y “Bailar en la oscuridad”. No lo dudo: de las tres que he visto esta semana, la mejor.
Miércoles: “Nueve vidas”, de Rodrigo García. Construida como una novela-de-relatos, pero en película; influida por Carver, “Vidas cruzadas” y la teoría del iceberg de Hemingway. Nueve atisbos de vida, de nueve mujeres que luchan, sufren, aman y padecen: madres, hijas, enfermas, ex novias, viudas. Nueve, porque es el número de vidas de un gato en la cultura anglosajona. Juntas, conforman el retrato de la existencia de cualquier mujer y sus posibilidades: la maternidad, la ruptura sentimental, la enfermedad y los hospitales, el funeral donde resucitar las heridas, la cárcel, las relaciones paterno-filiales, el amor, la infidelidad y, de postre, el cementerio. Aparecen más de nueve mujeres, y muchos hombres: tanto los actores como las actrices dan pequeñas lecciones de interpretación. Me entusiasmaron Elpidia Carrillo, Jason Isaacs, Sissy Spacek, William Fitchner y Robin Wright, compañera y musa de Sean Penn, más guapa y mejor actriz cuantos más años cumple. García logra dar un giro maestro a la dirección: cada episodio está rodado en un único plano secuencia. Es evidente que ha heredado de su padre el talento para contar historias.