La semana pasada, el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, según hemos leído, lanzó la propuesta de llamar Antonio Vázquez al nuevo puente sobre el río Duero. Sí, ese puente que llevan años y años prometiendo a los zamoranos. Ese proyecto de puente que tantas veces ha brindado Vázquez, y cuya primera piedra quizá se ha convertido en su cruz. Una cruz que jura llevar y nunca carga al hombro, salvo en forma de humo, de truco de mago y de castillo en el aire. Herrera, pues, propuso que al puente, si llegamos a verlo, se le llamara Puente Antonio Vázquez. Un proyecto que ha sido varias veces aplazado y al que quieren bautizar con el nombre del alcalde, quien además no verá su construcción en este último mandato. Lo cierto es que, al leer dicha propuesta, se le sonrojan a uno hasta los huesos. Da un poco de vergüenza ajena. Mientras tanto, según denuncia Izquierda Unida, la calle dedicada a Claudio Rodríguez no ha entrado en los proyectos de reparación de Santa Clara ni en los de San Torcuato. Continúa siendo una calle estrecha y sin remozar. Los versos de Claudio Rodríguez siempre vienen muy bien a los políticos para demostrarnos que han leído poesía y que son pro-zamoranos. Otra cosa es que cumplan con nosotros.
Dicen de Herrera, quienes le conocen, que se trata de un hombre cabal. Su propuesta, por tanto, sólo habría que achacarla a un desliz. Tal vez le dio un vahído y se le fue la pinza, o le influyó la ingesta de algún chato de vino, o fue un arrebato de entusiasmo, propiciado por la loa de las multitudes; o tuvo un mal día, como lo tenemos todos. De esa propuesta nadie ha dicho nada hasta ahora, con lo cual entendemos que a los habitantes de la ciudad les da igual o que están de acuerdo. Hay demasiados personajes olvidados en la historia de Zamora como para elegir el nombre del alcalde, quien además nos ha dejado convertida la ciudad en un Parque Temático para Ancianos, con todos mis respetos para los ancianos. Lo peor, a estas alturas, no es cómo llamemos al puente de marras, sino si lo veremos algún día. A los políticos, con las alcachofas delante y los programas electorales en la cabeza, suele calentárseles la boca: entonces prometen el oro y el moro. ¿Queréis un puente? Pues os pondré dos o tres. Y, hasta hoy, estamos sin ninguno. Si un día aciago se cayera el agotado puente de Piedra, tras soportar tanto peso y traqueteo, probablemente se buscarían culpables y responsables. Típico de este país, cuyos mandatarios sólo se acuerdan de los problemas cuando se producen las tragedias. Incluso en el editorial de este periódico, en su edición del domingo, se pedía que no hubiese más retrasos para el puente.
Los zamoranos soportamos ya demasiados trucos de magia. Quienes gobiernan (sí, también ocurre en el Gobierno central: no seré yo quien lo niegue) acostumbran a hacer sus trucos de cartas, varita y chistera. Igual que hacen los prestidigitadores, desvían nuestra atención con un señuelo. Ante nuestros despistados ojos, nos cuelan el truco de magia. Sin embargo, no me parecen bonitos trucos de magia las últimas obras, repletas de errores, retrasos y realidades horteras: las obras de La Horta, el crimen cometido con el suelo de Santa Clara y con las plazas próximas a esa calle, etcétera. La paciencia, parece ser, es un rasgo propio del zamorano: nos hace fuertes, pero al mismo tiempo perdedores. Somos burlados en casi todas partes y continuamos aguantando mecha. Soportamos paletadas y carros y carretas de mierda, y seguimos callados, capeando el temporal. Y así nos va, amigos.