domingo, septiembre 10, 2006

Crónicas musicales (La Opinión)

Cada vez que asisto a un directo, como el que les comentaba ayer, a la mañana siguiente busco las reseñas y las críticas del mismo en los periódicos. Me guían varias razones: comprobar si al enviado especial de cada medio le gustó, asegurarme de si se me ha escapado algún detalle al estar tan lejos del escenario, enterarme del título de esa versión de un tema clásico de otro cantante. Suele ser entonces, en la mayoría de los casos, cuando compruebo la desconexión entre lo que todos los miembros del público vimos y oímos y lo que el tipo que escribe la crítica dijo ver y oír. No coincide casi nunca. A veces citan temas que la banda ni siquiera ha tocado durante su hora y media o sus dos horas de espectáculo: esto no sólo lo digo yo, basta con leerse los comentarios de la gente del público en los foros y en las bitácoras de la red. Por lo general, estos enviados especiales, que probablemente tengan asientos privilegiados, suelen tirarse el rollo vanguardista: casi siempre te cuentan que estuvieron mejor los desconocidos teloneros (a quienes luego, cuando sean famosos y vendan muchos discos y entradas, criticarán tras asistir a sus directos, alabando en cambio a sus teloneros), y que el grupo estrella en cuestión no estuvo a la altura, y se dedican a llamar a los vocalistas de todo, menos guapos, a calificarlos de anticuados, bordes, monótonos, fríos, aburridos, pasados de moda, poco innovadores, a decir que no hubo sorpresas y a inventarse que el público apenas estuvo entregado a ellos. Lo que no sé, de verdad, es de dónde salen estas patrañas. Tal vez el tipo que tiene el asiento gratuito y privilegiado ve otras cosas que los miembros del público no vemos. O eso, o se ha visto una parte del concierto y se ha ido antes de que acabe, a hacer la crónica. Y esto último no les extrañe: esas y otras servidumbres entraña el oficio periodístico.
El fallo llega no sólo cuando la gente que fue a ver la misma actuación discrepa (en las tertulias de los bares, en los foros y en las bitácoras) con lo que ha escrito el redactor, sino cuando al espectáculo sólo ha acudido un único reportero que distribuye su crónica a los medios a través de una agencia. Entonces todos los periódicos sirven las mismas palabras, los mismos errores, el mismo latazo vanguardista mediante el cual se prefiere a los desconocidos teloneros que a los célebres ídolos del rock o del pop por cuyas canciones la gente ha pagado. Es el inconveniente de tener éxito en este país: que probablemente la crítica te arroje sus dardos.
Y aún veo otro problema. Pero esto no se me ocurrió a mí, me lo dijo algún amigo: que quizá los jefes se equivocan cuando mandan a hacer la crónica de un directo de rock a un individuo que odia el rock o no tiene ni idea del tema o prefiere el flamenco o la salsa. Es como si yo asistiera a un concierto de la Pantoja o de alguna de esas folclóricas: probablemente las pondría a parir, pero el problema no sería de ellas, sino mío, por no gustarme esa música ni entenderla. Suscribo lo que dice ese amigo: tal vez han enviado a ver a los Guns N’ Roses a un chaval que prefiere a los Hombres G, o han enviado a Red Hot Chili Peppers a un tipo que hubiese preferido que lo mandasen al espectáculo de Shakira o de algún pelmazo de Operación Triunfo. Por ende, lo que obtenemos suele ser algo de desinformación. Y las frases que te dicen por ahí, de este pelo: “He leído en los periódicos que el concierto de Dylan fue una basura y que no conectó con el público”. No suele ser verdad. No se fíen nunca: mejor vayan a ver a las bandas por su cuenta, si pueden. Tampoco se fíen de mí, claro.