viernes, agosto 25, 2006

Sin redención (La Opinión)

Podría pensarse que a los adoradores de los famosos y de las estrellas les encanta machacar a sus ídolos. Pero no es completamente cierto: todo es influencia de los medios de comunicación. Los medios tratan de dictarnos el camino. Lo triste es que la mayoría siguen (o seguimos) ese camino, sin detenernos a pensar que estamos siendo, de algún modo, manipulados. Esto sólo puede mostrarse con ejemplos de algunas de las estrellas cinematográficas, musicales y literarias a las que se está haciendo pedazos este verano. El problema, como trataré de demostrar, es que los mismos pecados de esas estrellas también los cometen otras celebridades que interesan menos a los medios, y por tanto no las machacan, y por tanto nosotros no las criticamos.
Tenemos a The Rolling Stones. Como decía acertadamente un lector en una carta dirigida al Abc, los medios trataron a los Stones como dioses, protagonistas de un espectáculo necesario, hasta que fallaron en Valladolid. A partir de ahí ya no eran dioses, sino demonios, protagonistas del espectáculo más bochornoso del mundo (o sea, cancelar los conciertos). Por supuesto, estuvo mal cancelar sus directos sólo unas horas antes, dejándonos a miles de seguidores en la estacada. Pero ahora acaba de hacerlo Keane (banda que, por cierto, me entusiasma), un grupo joven del panorama británico: ha suspendido su gira, que incluía Dublín, Ibiza, Edimburgo y algunas ciudades de Estados Unidos. La causa no ha sido una afonía, sino la terapia de rehabilitación de su cantante, metido hasta las cachas en las drogas. Me parece aún peor que la ronquera de los Stones. ¿Qué ocurre? Que a Keane, aunque vende muchos discos, no lo conoce todo el mundo. Su caída hacia las drogas y la cancelación de su gira no vende tanto en los medios como los Stones. Los medios han logrado que incluso gente sin pajolera idea de música y aún menos de rock hablara de ellos. Continuamente se cancelan conciertos por tonterías. Pero otros no venden periódicos; Jagger sí, lo cual supone una bendición y también una maldición. Tenemos a Mel Gibson. Volvió a caer en el alcohol y lo cazaron conduciendo beodo, soltando chorradas a la policía. Dice Roger Wolfe que los borrachos no dicen la verdad, sino sólo tonterías. Pero a Gibson hay dos cosas que no le perdonan: que "La Pasión de Cristo" arrasara y que sea un tipo que hace lo que le da la gana. Durante días los medios lo han machacado en su campaña de desprestigio. Dio igual que pidiera perdón y que solicitara ayuda. Lo hicieron añicos. Lo que la mayoría del público desconoce es que cada semana pescan a actores conduciendo borrachos, drogados, con revólveres en la guantera y una bolsa de coca bajo el asiento. Actores a los que persiguen, detienen, encarcelan: Robert Downey Jr., Haley Joel Osment, Christian Slater, Tom Sizemore, etcétera. Pero ellos no son tan conocidos. Son menos célebres, y por esa razón sus errores parecen menos perversos. Los medios no dirigen sus focos hacia ellos. Y nosotros no nos enteramos. Tenemos a Günter Grass, quemado durante años por un secreto que ahora confiesa. Cometió un error siendo un adolescente (¿y quién no?), un error brutal pero no imperdonable. Lo mismo les da que haya pedido disculpas, que se lamente y diga que merece el escarnio público.
No nos gusta que las celebridades quieran enmendarse. No aceptamos su redención. No queremos perdonarlas. No admitimos que, aunque artistas, son humanos con tendencia a repetir los errores que todos cometemos. Siempre necesitamos a alguien para hacerlo pedazos, para colgarle al hombro su cruz y obligarle a atravesar un camino de espinas. Y la orquesta, terrible y cruel, la dirigen los medios.