martes, agosto 08, 2006

Cambiar de aires (La Opinión)

El fin de semana pasado unos cuantos zamoranos residentes en Madrid nos propusimos salir de la ciudad. Escapar de la capital, pues durante los meses de julio y agosto es difícil no agobiarse por culpa de la mezcla de calor y polución. Y queríamos playa, pero se conoce que es lo mismo que buscaba toda España. Nuestra primera intención era pasar el fin de semana en Gijón, que hacía años que no visitábamos (antaño, cuando vivíamos en Zamora, nos acostumbramos a ir todos los veranos). Mis amigos intentaron reservar un par de cabañas en el Camping Deva. Fue imposible. Estaba todo reservado hasta el próximo mes. Llamaron a pensiones, hostales, casas rurales y campings con cabañas, y no sólo de Gijón: también de Santander, de San Sebastián y, en general, de casi todo el norte de España. Y no había manera.
A esas alturas, cuando se espera salir de la ciudad y no se encuentra sitio en ninguna parte del norte, uno empieza a desesperarse, empieza a sentir la comezón de la impotencia y cierta claustrofobia urbana. Tampoco quería adelantar los planes del resto de agosto: pasar unos días en Zamora y otros en Sanabria. Nos planteamos incluso ir a alguna casa rural de Guadalajara o de cualquier otro sitio cercano y sin playa. Pero en pleno agosto, y con el tiempo que hace, resulta imposible reservar alojamiento con apenas unos días de antelación. En Asturias, por ejemplo, no nos dimos cuenta de todas las celebraciones del fin de semana: el descenso del Sella, los últimos días de la Semana Intermedia y los primeros de la Semana Grande, que incluyen muestras folclóricas, encuentros de gaiteros, conciertos, festivales, etcétera. Tuve la impresión de que media España había decidido lo mismo este verano: huir al norte. La explicación es sencilla, como expuso uno de mis amigos: este año está haciendo demasiado calor para quedarse en el interior o para ir a pasar unos días en Levante o en el sur. Se echa uno a la carretera y aquello es una locura: parece que se multiplican los viajeros, los turistas y los coches, que sale gente de debajo de las piedras, gente con mochilas y vehículos, gente que no quiere quedarse en el lugar en el que vive. También tengo la impresión de que a todos nos basta con cambiar de aires aunque sea durante dos días: el que vive en Madrid se va a las ciudades con playa; quienes están en la costa optan por ir a su pueblo, lejos de la playa; los del norte se largan al sur y los del sur al norte; quienes están en Zamora se van a Sanabria; quienes viven en zonas casi desérticas buscan el bullicio de las ciudades costeras y quienes viven en ciudades costeras y bulliciosas sólo anhelan la paz del campo o de los lugares donde apenas haya gente y tengan tranquilidad y silencio. Y en ese plan. El caso es que todos queremos cambiar de aires. De ese modo siempre hay tráfico en las carreteras, atascos interminables, accidentes, y las gasolineras y los bares de carretera siempre están llenos, con personas que entran y salen para beber algo, estirar las piernas, alimentarse un poco, orinar y llenar el depósito de gasolina, que cada vez está más cara.
Al final optamos por una solución: comprar tiendas de campaña, sacos de dormir y colchones hinchables e ir a la aventura, a intentar meternos en un camping. En algunos no reservan el espacio para plantar la tienda. Le toca a uno arriesgarse, viajar hasta allí y rezar para que haya un hueco. Eso hicimos, y tuvimos suerte. Pasamos el fin de semana en Gijón, como habíamos planeado desde un principio, y pusimos las tiendas de campaña en el Deva, que es un camping que yo ya conocía y uno de los mejores que he visitado. Lo contaré durante los próximos días.