sábado, julio 01, 2006

Los mosqueteros (La Opinión)

Compro el Fotogramas, revista que empecé a adquirir allá por el año ochenta y tres, y regalan Clio, publicación de historia. Clio es interesante y ya la había hojeado algunas veces. El reportaje de portada se titula "La auténtica historia de D´Artagnan", y en la entradilla nos cuentan que todo el mundo conoce al personaje gracias a las novelas de Alexandre Dumas, pero pocos saben que fue un tipo real que acometió diversas misiones al servicio de sus majestades. Sin embargo, prefiero no continuar la lectura. No es culpa del reportaje ni de quien lo firma y ha investigado. Simplemente elijo quedarme donde estaba, es decir, en los territorios de la ficción (llámenlo ignorancia o ingenuidad de la ficción, me da igual). Me quedo con "Los tres mosqueteros" y "Veinte años después"; no he leído la tercera parte, "El Vizconde de Bragelone". Me quedo con Dumas, aunque me cuente mentiras. Tengo leído por ahí que la misión del escritor es encontrar la verdad que subyace en el corazón de la mentira.
Me parece una manía propia de estos tiempos. A algunos lectores y estudiosos no les vale con leer "Don Quijote" y "Los tres mosqueteros": quieren averiguar si el hidalgo y su escudero recorrieron los parajes que no salen en las dos partes de la novela, y quieren saber quién era en realidad D´Artagnan y si lo que escribió Dumas se aproxima a la verdad. No les basta con leer las magistrales obras de teatro de William Shakespeare: los estudiosos desafían su legado y buscan el presunto plagio. A mí me basta con las obras, y sólo me interesa el personaje en cuanto tal, como escritor o poeta o dramaturgo: si me vienen contando que era un impostor y tenía negros literarios, mejor que se callen. Uno es más feliz sin esos descubrimientos que, a mi juicio, traicionan la ficción. Y yo me siento cómodo en la ficción. A medida que abandonamos la niñez para ingresar en eso tan complicado que llaman la adolescencia, nos destruyen las ilusiones. Nos cuentan (o lo descubrimos nosotros solos) la verdad, la verdad adulta, sobre Papá Noel, el Ratoncito Pérez y los Reyes Magos. Y no nos gusta. Por eso muchos llevamos dentro, arraigado, prisionero, a ese niño, rencoroso aún con la pérdida de sus ilusiones infantiles. No nos entusiasma que nos digan que Robin Hood no era como lo pintaba Walter Scott ni como lo encarnó Errol Flynn, ni nos agrada descubrir que otros personajes no poseían las mismas cualidades que nos vendieron los novelistas. Nuestros héroes de infancia y adolescencia permanecen a buen recaudo en la ficción, y allí deben seguir. Que nos cuenten que el auténtico Buffalo Bill no fue fiel a su leyenda es como matar al niño que cobijamos dentro, como revelarnos que los Reyes Magos son tres señores del Ayuntamiento ataviados con disfraces y un maquillaje barato.
El año pasado leí, por fin, "Los tres mosqueteros" y "Veinte años después", tras leer cómics y ediciones abreviadas y ver películas y series de dibujos animados. No conocía la versión Dumas de las aventuras de D´Artagnan, Athos, Porthos y Aramis por carecer de una edición en condiciones. De niño compré las novelas. Aún las tengo: cuatro volúmenes de kiosco, con las páginas ya amarillas, las pastas blandas y la letra pequeña. No invitan a la lectura. Pero Ediciones Cátedra sacó a la venta un mamotreto imprescindible en cualquier biblioteca: las dos primeras novelas (falta la tercera, la de Bragelone), tituladas conjuntamente "Los mosqueteros". Es una edición de lujo. Con D´Artagnan regresé a la emoción aventurera de la infancia. Y eso sólo lo consiguen Dumas y pocos más. Por eso me niego a conocer al personaje histórico. Me quedo con esa mentira, en cuyo corazón subyace la verdad.