Es harto difícil que a mí me enganche una serie de televisión. Por dos razones, sospecho que obvias: en primer lugar, porque me cuesta seguir un día a la semana una historia que dura entre treinta y sesenta minutos, dependiendo del capricho de los creadores; en segundo lugar, porque la calidad es un valor a la baja en la mayoría de estas series. Volviendo a la primera de las cuestiones, me cuesta seguir la cita semanal con el televisor no sólo porque a veces se me olvide o tenga otros planes, sino también por los cambios de horario y de día a los que algunas cadenas someten a los espectadores. Hace unos meses intenté ver "Vientos de agua", parte de cuyo metraje se rodó en Lavapiés, en las mismas calles y bares que suelo pisar, y la cambiaron de día y de hora, y más tarde la eliminaron de la programación, dejándonos con el dulce en la boca y la intriga de saber cómo terminaba aquella historia de emigrantes españoles y argentinos. Unos años atrás traté de no perderme "Hermanos de sangre", producida por Tom Hanks y Steven Spielberg; solía grabar los episodios para tragármelos en otra ocasión y un par de noches se fue la luz en el edificio y no grabé dos capítulos y perdí el hilo. La pude recuperar gracias a un amigo que se compró todos los episodios en dvd y me los prestó. He procurado seguir "Friends" y "Los Simpson", y me faltan partes por ver. Y en estas andábamos cuando estrenaron "House".
No quería engancharme al doctor Gregory House, personaje cojo, ácido, pesimista, amargado, ingenioso e implacable cuya serie ha recibido un montón de premios. Pero me enganché. Igual le ha sucedido a muchos espectadores, y me alegra que por una vez estemos de acuerdo. Ahora ha concluido la primera temporada de esta serie y aguardo con ansia la segunda. El primer episodio lo vi o, mejor dicho, lo escuché mientras preparaba la cena. Y el diálogo, evidentemente, me fascinó. Según mi juicio (que puede estar equivocado, no lo discuto) la serie reúne tres factores clave: los guiones que combinan las frases afiladas y cortantes de su protagonista con la jerga médica, para los ciudadanos de a pie imposible de entender; la magistral interpretación de su protagonista, Hugh Laurie, más maduro e interesante para las mujeres que en, por ejemplo, los tiempos en que colaboró con Kenneth Branagh en "Los amigos de Peter"; y la hábil dirección de cada capítulo. Por otro lado, uno de los creadores de "House" es Brian Synger, el tipo que dirigió "Sospechosos habituales", "Apt Pupil" y los dos primeros "X-Men" (ahora enfrascado en el nuevo "Superman").
Una de las múltiples ventajas del doctor House reside en que sus réplicas no se alejan demasiado de las réplicas que los guionistas de los años cuarenta y cincuenta ponían en boca de los actores que interpretaban a tíos duros y de modales bruscos, que cogían a las mujeres por los hombros y uno no sabía si a continuación, tras una frase demoledora, las iban a besar o a dar un sopapo. Por fortuna, solían besarlas. En "House" te sueltan un discurso acerca de la posible enfermedad de un paciente y no entiendes ni jota (salvo que trabajes en el ramo), pero a renglón seguido el protagonista dice una frase corrosiva y en el fondo eso es lo que importa, porque uno se ríe y comprende su amargura; la mitad de las respuestas no son políticamente correctas y supongo que escocerán a más de tres, pero no lo olvidemos: se trata de una ficción. Y luego está el mensaje. El mensaje es evidente: Gregory House puede ser muy animal y agrio, pero no suele faltar a su cometido, esto es, salvar vidas. A veces, para ello, incluso es capaz de mentir, trampear y cometer actos que cabrean a sus superiores.