Es posible que la publicación de la novela “Llámame Brooklyn”, de Eduardo Lago, último Premio Nadal, resucite la memoria y (esperemos) la reedición de los pocos libros que escribió Felipe Alfau. Lago, quien vive en Nueva York desde hace años y donde ha escrito sumergido en el anonimato, una vez logrado el galardón ha dicho en las entrevistas que, con dicha novela, pretende rendir homenaje a la figura de Alfau. Lo escogió porque aquel español afincado al otro lado del charco fue uno de esos escritores considerados “raros”, que iba a lo suyo, no tenía prisa por publicar y vivió ajeno a los mercachifles literarios. Al parecer, Lago lo ha incorporado a su libro, convertido ahora en personaje y, por tanto, inmortal.
Pero el nombre de Felipe Alfau, desgraciadamente, no significa nada para muchos lectores. Es una pena. Su bibliografía, a pesar de su talento, no es muy extensa: los “Cuentos españoles de antaño”, con prólogo de Carmen Martín Gaite, y las novelas “Locos: una comedia de gestos”, con epílogo firmado por Mary McCarthy, y “Cromos”. Hace algunos años supe de su existencia errática por los márgenes de la literatura: lo descubrí gracias a autores que lo rescataron en sus artículos, entre ellos Juan Bonilla, hábil cazador de rarezas literarias y de escritores malditos. Me propuse buscar sus libros por ahí, en vano. Estaban descatalogados, o sus ediciones se habían agotado. Por fortuna, los encontré en las bien surtidas bibliotecas de Zamora. Primero leí “Locos”, que se me antoja un libro extraño, seductor, fascinante y complejo, donde los personajes se le escapan de las manos a su autor, que ambienta la novela en un Toledo de embrujo. Lo escribió en los años veinte, y años después se produjo su redescubrimiento. Está compuesto por una serie de relatos que se trenzan. De ese talante insurrecto de los personajes da cuenta el narrador, al comienzo de uno de esos capítulos. Dice así: “La historia que pretendo escribir es una historia que lleva algún tiempo en mi mente. Sin embargo, el carácter rebelde de mis personajes me ha impedido escribirla. Al parecer, mientras enmarco a mis personajes y sus acciones en mi mente, los tengo firmemente por la mano, pero basta poner a un personaje en el papel para perder de inmediato el control sobre él. Tira por su propio camino, me elude y hace lo que quiere de sí mismo, dejándome absolutamente indefenso”. No me conozco el párrafo de memoria: es sólo que, un tiempo después de tomar el ejemplar prestado de la biblioteca y leerlo, conseguí comprarme mi propio ejemplar en una librería de viejo, mediante la compra por internet. Es una primera edición (en español, por supuesto), que data del año noventa. Intuyo que no se vendió demasiado. También leí esos cuentos, que me interesaron menos, y fui posponiendo la lectura de “Cromos”, por si lograba obtener un ejemplar en otra librería de saldo. No lo conseguí, y tampoco lo he leído. Aún, creo, es posible encontrar en las librerías dichos relatos, basados en la tradición española.
En “Bartleby y compañía” Enrique Vila-Matas dedica a Alfau algunas páginas. Pero redactemos una escueta biografía: nació a principios del siglo XX, y años después emigró a Estados Unidos. Allí fue crítico musical y traductor en un banco de Nueva York. Parece que, en sus ratos libres, se dedicaba a escribir en inglés. Murió en un asilo de Brooklyn, en marzo del noventa y nueve, y llenó su vida de interrogantes y de enigmas. Tal vez el hecho de que Lago lo introduzca como personaje de su novela influya en la oportuna reedición de sus novelas. De momento, acarició mi ejemplar de “Locos”, como un tesoro atravesado de misterios.