miércoles, diciembre 07, 2005

Recomendación: Los inquilinos de Moonbloom, de Edward Lewis Wallant



La editorial Libros del Asteroide nos ofrece, con la traducción de este libro, otra joya de la narrativa norteamericana. Su autor, Edward Lewis Wallant, murió joven, cuando era una firme promesa de las letras.

Existen muchas formas de analizar esta novela imprescindible. La más obvia es que supone un retrato de las comunidades de vecinos, con sus miserias, sus caprichos, sus obscenidades, su galería de personajes raros y misteriosos, a la manera de los habitantes de aquel edificio de El quimérico inquilino, de Roman Polanski. Pero también es una metáfora de cómo a las personas nos afectan los deterioros domésticos, o de cómo creemos que nuestra salud depende de los mismos: uno de los personajes está convencido de que su salud es precaria porque no defeca bien, y culpa de esto a la enorme mancha de humedad de su cuarto de baño y, por ende, al protagonista. Podemos analizar la obra desde otra perspectiva: la necesidad del hombre de confesar sus intimidades a un oyente, aún mejor si es casi un desconocido. Moonbloom, encargado de cobrar cada semana el alquiler a sus inquilinos, siempre les hace la misma pregunta: "¿Por qué me cuenta usted todo eso?" Sin embargo, de escoger una vía de análisis me quedaría con esta otra, para mí la más jugosa del libro: la crónica de las flaquezas y rutinas de un ser humano durante un corto período de tiempo, el viaje interior en el que ese personaje (afectado por cuanto sucede a su alrededor) muta, evoluciona, se adapta sin remedio a los infortunios; la certeza de que hay un punto de quiebra en su vida, ese punto sin retorno en el que uno sabe, y asume, que debe cambiar las cosas. El instante en que hay que elegir la risa, y un objetivo fijo, antes que el llanto y el vacío.

Norman Moonbloom es un personaje gris y adormecido, un tipo sin pasiones ni sueños, que casi conecta con el célebre Bartleby de Herman Melville. Pero, allí donde el escribiente sufría una metamorfosis consistente en ser alguien y convertirse en nadie, en nada, aquí Moonbloom realiza el camino inverso: alguien insignificante y casi invisible que acaba luchando por ser alguien, aunque se trate de alguien que sólo cuenta para él mismo y para los inquilinos de tres pisos. Prueba de ello es lo que ocurre con su apellido, escrito en los cristales de su despacho que dan a la calle: cada vez que lo mira la última letra se ha borrado un poco más. Pero al final de su periplo ya no cree que eso signifique que él mismo se está diluyendo en la nada, sino algo diferente que no pienso desvelar al lector.