Un día del mes pasado me llamó por teléfono un amigo, zamorano que vive en Madrid, y me contó que para la serie de televisión "Suárez y Mariscal, caso cerrado", que programan en el canal Cuatro, estaban contratando actores no profesionales para intervenir en pequeños papeles en sus capítulos. No sigo demasiado las series de la tele y no estaba al tanto. Pero, al parecer, una de las fórmulas de este serial sobre policías consiste en hacer pruebas a los espectadores para que aparezcan en el mismo. Se convierten, de ese modo, en actores por un día. Primero les hacen esa prueba, y más tarde deciden si el entrevistado en cuestión encaja en alguno de los personajes, y después le asignan el papel que creen conveniente, supongo que de acuerdo con el físico o con los registros del rostro y de la voz.
Mi amigo me contó que le iba a echar arrestos al asunto y se iba a presentar al casting, o como gusten llamarlo. A mí estas decisiones me provocan demasiado respeto: hace falta mucho valor para dedicarse a la interpretación, pero aún más para (sin haberte dedicado jamás a ello) salir en una serie de televisión o en una película diciendo algunas frases. Así que hizo la prueba. Le anunciaron que ya le llamarían, que es lo que dicen en todos los trabajos para no espetarte a la cara que no requieren tus servicios. Pero esta vez no fue así: le avisaron unos días después, le dijeron que le iban a dar el papel de un sospechoso de asesinato que colecciona piezas de arte, le entregaron un guión que se titulaba "Los muertos no protestan". El había pensado que ni siquiera le darían una frase, había creído que sólo aparecería de extra. Pero no: es uno de los secundarios importantes en el episodio. Le tocaron unas cuantas frases. Lo sé porque, poco después, me pidió que le ayudara con "la lección". Ya saben: uno memoriza su papel y el otro, el ayudante, se dedica a sostener el guión y, leyendo, da la réplica. Esta escena la hemos visto en algunas historias de ficción: el aspirante a lograr un papel interpretando su parte, y el otro leyendo. Una cosa rara. Pero así fue. Nos reunimos una tarde y él se sentó en una silla. El era el sospechoso y yo el policía. El soltaba lo suyo de memoria y yo leía lo mío (exagerando, sobreactuando, divirtiéndome). Para mí fue un momento de pleno regocijo: también me tocó leer un par de frases de mujer y aproveché para impostar la voz. Mi amigo se sabía el papel, salvo alguna palabra que otra. Dos días después se fue al rodaje del capítulo treinta y siete. Estaba hecho un manojo de nervios. Debía lidiar, si la memoria no me falla, con tres escenas cortas.
El episodio, "Los muertos no protestan", se emite hoy, a las ocho de la tarde, en el canal Cuatro. Les aviso por la amistad que nos une y también porque se trata de un zamorano (estamos en todas partes, distribuidos por el mundo). No sabía si escribir su nombre, pero lo haré aunque a él le dé vergüenza: se llama Oscar Carrascal García. Hace más o menos un año salió en el periódico un reportaje en el que nos comentaba su participación en un videojuego, la última secuela de "Commandos", como actor de doblaje. Probablemente nos reunamos esta tarde unos cuantos amigos para ver el capítulo en algún bar. El me dijo, tras el día de rodaje, que su objetivo primordial fue no equivocarse mientras soltaba las frases. A nosotros nos da igual si lo hace bien, mal o regular. Lo importante es que está ahí, sin ser profesional, con un par. Les diré, por si lo ven, y para que lo reconozcan, que lleva el cráneo afeitado al cero. Y, por cierto, quizá sea el hombre con más don de gentes que conozco. Es una de las cualidades que en él admiro.