Leí hace unos cuantos años esta novela y entonces me deslumbró. Después vi la película, que no conocía pese a dirigirla Ted Kotcheff (responsable de Acorralado, Interferencias, Vivir en la cumbre y Más allá del valor, entre otras), y que en España titularon Despertar en el infierno y es, sí, un filme fascinante y no muy popular. Y días atrás, aprovechando la nueva edición en Sajalín, con prólogo de Kiko Amat, releí esta historia y me sigue deslumbrando o incluso puede que me haya gustado aún más, lo que me sucede a menudo con las relecturas.
Kenneth Cook, de quien no deben perderse sus libros de relatos cómicos (también publicados en la misma editorial), construyó una novela asfixiante y turbadora, en la que no suele haber violencia directa entre los hombres… pero esa violencia siempre está latente, al acecho, como si cada uno de los tipos que comparecen por sus páginas fuera capaz de las mayores atrocidades y, sin embargo, al final lograran contener sus estallidos. No hay violencia entre hombres, pero sí contra los canguros: véase el pasaje de la cruel cacería donde varios personajes borrachos los persiguen y machacan.
John Grant es un profesor de escuela en un pueblo de mala muerte de Australia; al llegar las vacaciones, reúne su exiguo sueldo y se propone viajar hasta Sydney, para lo cual deberá subirse a trenes y aviones. Grant aún no es consciente de las posibilidades de elección en la primera ciudad en la que se detiene: aceptar un trago de desconocidos supone cometer un error; rechazar un trago de desconocidos también supone cometer un error. No hay salida. En el primer caso, la aceptación le trasladará a un festival de cervezas interminable y, con esto, a tomar peores decisiones; en el segundo caso, el rechazo le conducirá a ser despreciado y maldecido, pues en aquellos parajes no aceptar una caña equivalía más o menos a una ofensa grave.
En cuanto se toma la primera cerveza, John Grant escoge una serie de caminos que le imposibilitan alejarse de la ciudad, algo que años después retomaría John Ridley en su estupenda novela Stray Dogs. Giro al infierno (que alguien debería reeditar, y que Oliver Stone adaptó en una de sus películas más interesantes); me atrevería a decir que el filme Escondidos en Brujas también contrajo una deuda con el libro de Cook. Son historias de personajes condenados a penar en lugares de los que les resulta difícil huir.
¿Quién no ha estado alguna vez en la situación de Grant? Esas ocasiones en las que, acodados en la barra de un bar, algún jayán nos propinaba una palmada estrepitosa en los lomos y nos convencía para seguir bebiendo, para “tomar la última”, lo que degeneraba en visitas a antros, incursiones borrosas y despedidas al alba… Esto es, a grandes rasgos, lo que le sucede al protagonista.
En Pánico al amanecer predominan las borracheras salvajes y las resacas intolerables en entornos sucios, sórdidos, con parroquianos embrutecidos y gente de conducta más bien miserable. El mayor logro de Kenneth Cook es conseguir en todo momento un clima de mal rollo utilizando una prosa similar a aquella que manejaban algunos de los maestros ingleses y norteamericanos: seca, precisa, cortante a veces, con las dosis justas de descripciones y de composición de personajes. Grant, en realidad, no está tanto atrapado en un lugar como en una situación: la del bebedor compulsivo que considera que las cosas van mejorando a medida que trasiega alcohol (A la cuarta cerveza los problemas de un hombre ya no parecen tan graves como a la primera), y que lo ve todo con entusiasmo cuando se ha metido de lleno en la curda (Siete, ocho, nueve cervezas, y un hombre ha adquirido el completo control de sí mismo y de su vida, sin importar cuán dura haya podido ser la resaca al levantarse esa misma mañana).
Se la ha etiquetado a veces como una novela de terror y no es erróneo el veredicto: sólo que aquí el monstruo es uno mismo, es quien al cabo toma las decisiones y escoge los caminos. Pánico al amanecer es un clásico, una obra sobre la mala fortuna y los infiernos interiores que sin duda os marcará. Aquí van dos extractos:
En los pueblos remotos del Oeste no abundan las comodidades de la civilización: no hay sistema de alcantarillado, no hay hospitales, es raro dar con un doctor, el agua es mala, la luz eléctrica es para los pocos que pueden costearse un generador y las carreteras apenas existen. Tampoco hay teatros ni salas de cine y los salones de baile se cuentan con los dedos. Pero hay un sólido principio del progreso que mantiene a la gente a salvo de la locura declarada y que se encuentra arraigado a miles de kilómetros al Este y al Norte, al Sur y al Oeste del Dead Heart: dondequiera que vayas, la cerveza siempre está fría.
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Curioso rasgo de la gente de por aquí, pensó Grant: puedes dormir con sus mujeres, aprovecharte de sus hijas, gorronearles, estafarlos, hacer casi cualquier cosa que en una sociedad normal te llevaría, cuando menos, a sufrir el ostracismo. Aquí, en cambio, casi ni se dan por enterados. Ahora, basta con que te niegues a beber con ellos para que pases de inmediato a convertirte en su enemigo mortal. ¿Cómo demonios era posible? Pero no tenía ganas de seguir pensando en la región ni en las peculiaridades de su gente.
[Sajalín Editores. Traducción de Pedro Donoso]