Hace 20 horas
martes, diciembre 30, 2008
lunes, diciembre 29, 2008
De la admiración al reproche
Recibí un correo electrónico que incluía un link a un blog de música donde ponían a parir a Vetusta Morla. Me lo envió un colega que adora a esta banda tanto como yo. Juntos estuvimos en uno de los mejores conciertos del grupo: cuando tocaron hace tiempo en el Ávalon Café de Zamora (hay gente a la que le molesta que nombre al Ávalon y no cite otros bares donde también programan conciertos: con su pan se lo coma). La crítica rebosaba tanta mala baba que no quise leera entera. Dos días antes habíamos hablado de este mismo tema al calor de la barra de un bar: bandas como Vetusta Morla, que llevan años en la sombra, batiéndose el cobre, luchando por un hueco en el panorama musical, con unos cuantos seguidores a sus espaldas, y el modo en que, cuando por fin consiguen el éxito o una parte del éxito, los elogios de muchos seguidores se convierten en críticas. Se les reprocha que estén “hasta en la sopa”, que sus canciones suenen en la radio, que gusten al personal. Ocurre con muchas bandas. Gente que defiende a muerte sus discos y su trayectoria cuando apenas los conocen en su casa se termina ofendiendo cuando dichas bandas alcanzan la fama. Entonces llegan los comentarios de siempre: que si antes molaban más, que si se han vendido, que si la fórmula comercial, que si esto y lo otro, que si tal y cual. Creo que sucede lo mismo con La Sonrisa de Julia. La otra noche hablamos de tales bandas.
Después de leer aquella crítica entré, como es habitual cuando me conecto a la red, en uno de mis blogs de cabecera: el Moleskine Literario de Iván Thays. Llevo mucho tiempo siguiéndolo, pero Thays se ha hecho más famoso ahora gracias a dos golpes de fortuna y trabajo duro: la inclusión de su bitácora en el portal El Boomeran(g) y la publicación de su última novela en Anagrama gracias a que el texto fue finalista del Premio Herralde. Antes de todo esto, pocos lectores escribían en los comentarios del Moleskine. Ahora que Iván ha subido unos peldaños en esta cuestión tan esquiva como es la fama, es cuando algunos lectores se ofenden porque él recoge en el blog noticias que giran en torno a su libro y porque ha alcanzado protagonismo. En uno de sus últimos post colgó el correo electrónico que un fiel lector le había escrito. El lector estaba ofendido porque él se daba autobombo, porque iba recopilando las críticas, las reseñas y las entrevistas que este nuevo libro está originando. Thays, en respuesta, dijo algo que aplaudo y respeto: que se trata de su blog, que es su espacio y que es él quien lo administra. Copio un fragmento: “(…) este es mi blog personal y así como coloco las noticias que me interesan, también hablo de mis depresiones, de mis amistades, de mi hijo, de mis amores reales y platónicos, de mis viajes y por supuesto de las cosas que salen sobre mi novela”. Por alguna razón que se me escapa, hay lectores que no terminan de comprender que tu blog es como tu casa, y en tu casa mandas tú y quien no se atenga a esas reglas no debería volver a entrar. La libertad está del lado de quien administra su espacio y dedica varias horas del día a mantenerlo.
Pero todas estas cuestiones, a mi juicio, sólo evidencian una cosa: que la envidia florece por doquier cuando la buena suerte y la fama llaman a la puerta de un individuo. Gran parte del público sólo está satisfecho con aquellos a quienes admira cuando esas personas están en el fango, cuando sus obras no ganan dinero o nadie las conoce. Luego, cuando reciben premios o son finalistas o sus canciones salen en la radio, muchos de esos seguidores se ofenden. Quizá no recuerdan que todos necesitamos comer, y que no se come del aire ni del aplauso de tres personas.
Noches de blanco papel (Poesía completa 1986 - 2001), de Roger Wolfe
LA ÚLTIMA NOCHE DE LA TIERRA
El mirlo de todos los años ha vuelto a visitar mi casa
y todavía sigo aquí.
Su música no cambia y eso ya lo he escrito.
Pero mi trabajo es constatar lo obvio
y eso es lo que el mirlo me viene a recordar.
El tiempo pasa, la gente se hace vieja, se muere,
por su propia mano o con ayuda.
Las palabras van bajando por el desagüe
de lo que alguien ha llamado la intrahistoria.
Todo fluye y se pierde, los ríos en el mar,
el mar en la inmensidad inabarcable del cosmos,
el cosmos en la nada de la que no debió salir.
Mientras tanto tecleamos.
Un sordo tamborileo contra siglos de muerte programada
y un futuro de certera incertidumbre.
Un batallón de patéticos amanuenses del olvido
exigiendo dos camisas para el camino hacia el patíbulo.
Pero no es el frío el problema, sino el miedo.
Y es el mirlo, en su ignorancia, el que sabe la verdad.
Cumple sin la más mínima estridencia
el ritual que le ha impuesto la biología.
Luego morirá. Sin epitafios, como éste,
que se deshagan con una mueca indiferente
entre las llamas de la última noche de la Tierra,
cuando nadie entienda ya ningún significado,
si es que algo tuvo sentido alguna vez.
El mirlo de todos los años ha vuelto a visitar mi casa
y todavía sigo aquí.
Su música no cambia y eso ya lo he escrito.
Pero mi trabajo es constatar lo obvio
y eso es lo que el mirlo me viene a recordar.
El tiempo pasa, la gente se hace vieja, se muere,
por su propia mano o con ayuda.
Las palabras van bajando por el desagüe
de lo que alguien ha llamado la intrahistoria.
Todo fluye y se pierde, los ríos en el mar,
el mar en la inmensidad inabarcable del cosmos,
el cosmos en la nada de la que no debió salir.
Mientras tanto tecleamos.
Un sordo tamborileo contra siglos de muerte programada
y un futuro de certera incertidumbre.
Un batallón de patéticos amanuenses del olvido
exigiendo dos camisas para el camino hacia el patíbulo.
Pero no es el frío el problema, sino el miedo.
Y es el mirlo, en su ignorancia, el que sabe la verdad.
Cumple sin la más mínima estridencia
el ritual que le ha impuesto la biología.
Luego morirá. Sin epitafios, como éste,
que se deshagan con una mueca indiferente
entre las llamas de la última noche de la Tierra,
cuando nadie entienda ya ningún significado,
si es que algo tuvo sentido alguna vez.
Un poco de merchandising
Hace exactamente una semana salimos a dar una vuelta por el centro. Pasear un domingo navideño o pre-navideño por Madrid es poco menos que una locura. Pero recorrimos algunos tenderetes ambulantes, algunas tiendas. Casi todos los comercios estaban abiertos. Me sorprendió el merchandising que la lucha libre o wrestling ha generado. Ya saben que a veces me gusta ver alguno de estos combates amañados en televisión, pues son teatro en un alto porcentaje y me divierte su puesta en escena, tan kitsch. En un puesto callejero donde exhibían anillos, colgantes, pañuelos y peluches vi muñequeras con estampados de los ídolos de la lucha libre. Muñequeras negras con la foto de Batista, de John Cena o del Enterrador. ¿Te imaginas ponerte eso y salir a la calle? ¿Existirá alguien que las compre? Resulta curiosa la mitomanía de estos tenderetes, donde conviven Bisbal y John Lennon, El Enterrador y Bob Marley. Entramos en La Rosa Negra, que está en Montera. Reconozco mi debilidad por esa tienda de regalos, aunque pocas veces compro algo. En la planta de acceso a la calle (hay tres plantas en total) estuve curioseando en una estantería dedicada a la lucha libre: tazas para el café, vasos de cristal, camisetas y cosas así. ¿Te imaginas desayunar con una taza con la cara y el cuello de toro de Batista? Igual te da fuerzas.
A un par de metros vi un rincón consagrado a la mercaduría relacionada con el conejito de Playboy. De todo, y de uso exclusivo para la mujer: bolsos, monederos, archivadores, libretas, bolígrafos, cojines, tazas, relojes, lámparas, despertadores. El conejito de Playboy se ha convertido en un símbolo femenino: sí, ya lo era, pero antaño significaba otras cosas, aludía a otro tipo de mujer. Antes el conejito simbolizaba a la mujer fetiche, siliconada y sin seso, la que aparecía en bolas en las páginas desplegables de la revista. Era un emblema para el hombre guarrete. Ahora es una especie de símbolo de la liberación femenina o algo así. La verdad es que no entiendo estos cambios de mentalidad. La verdad es que yo ya no entiendo nada. ¿Tú te imaginas a un hombre heterosexual llevando una camiseta con la portada de Playgirl, la revista de tíos desnudos para chicas? Pues a eso me refiero. No obstante, el conejito está tan de moda y está tan tejido en la red de la cultura pop que hasta las abuelas podrían llevarlo estampado en sus monederos sin temor al escándalo o al qué dirán. ¿Qué nos demuestra todo esto? Que Hugh Hefner es un genio.
Entramos luego en Enjabonarte, un local donde venden jabones de fabricación artesanal. Aunque lo despachan en pastillas, en los anaqueles tienen el mazacote original, que parece un pan de pueblo o una pata de jamón. Su aspecto, su color y sus ingredientes (coco, té, canela, pétalos de rosa, aceite de oliva) dan ganas de darles una dentellada allí mismo. Compré un par de pastillas para regalar. La tienda está cerca de la Plaza Mayor, que estaba imposible a aquellas horas. Es costumbre, aunque yo no la comparto, ir a los puestos de la Plaza Mayor, comprarse una peluca en los barracas de broma, ponérsela y seguir andando por ahí como si tal cosa. De camino a casa me fijé en una tienda al por mayor. Un local muy amplio. Pero sólo estaban ocupadas unas pocas estanterías con refrescos y latas de conserva. El resto estaba vacío. El resto era un almacén que parecía recién abandonado. Es probable que no tuvieran lista la tienda, creo que incluso olía aún a pintura, así que metieron sólo algunos refrescos para hacer caja el fin de semana. Cutre, pero funcional. Compramos una botella de Guaraná Antarctica. Por probar. Sabe dulzón. Sabe a jarabe para la tos.
Estar loco o fingirlo
Cada vez que voy al teatro hay una posibilidad que me obsesiona: ¿y si ocurre algo que no está programado? Es decir, ¿y si a un actor se le olvida su frase? ¿Y si algún chiflado se levanta a mitad de función y grita algo contra los intérpretes? ¿Y si una actriz se cae del escenario después de tropezar? ¿Y si, entre el público, una anciana se desmaya o un señor sufre un infarto? ¿Y si suena con insistencia el móvil de alguien que está en la fila de atrás y todas las caras se vuelven hacia mí, creyendo que soy el culpable del ruido? Pero eso es precisamente lo que significa el teatro: riesgo, equilibrio, emoción, saber que el reparto está en la cuerda floja y no hay vuelta atrás y que, si falla alguien, no podemos retroceder. A pesar de la crisis, hay lleno en todas las funciones de unas cuantas obras que se representan en la capital. Ya lo dije una vez: el teatro es algo muy directo, una comunión en tiempo real entre público y actores y de momento no se puede bajar de internet. Con la mala época que atraviesa el cine español, los actores están apostando por otros territorios: la televisión, que proporciona celebridad; y el teatro, que da prestigio. Dicen que el teatro está caro, igual que lo está el cine, pero siempre hay modos de acudir a ambos: en días del espectador, con descuentos proporcionados por Fnac, con ofertas a las que hay que estar atento. En las últimas semanas he ido a ver un par de obras sobre el juego de la locura que ojalá terminen representándose algún día en Zamora. Me han permitido disfrutar de dos actores que, además de protagonizarlos, dirigen sendos dramas.
La primera es el “Enrique IV” de Luigi Pirandello. José Sancho interpretó el papel principal hace muchos años. Ahora ha vuelto a hacerlo. Y esta vez asume la dirección. José Sancho es una gran presencia del cine español. Es uno de esos tipos que, cuando aparecen, lo llenan todo con su vozarrón, con su energía. En esta obra es el protagonista: un hombre que se cree Enrique IV, o que finge ser Enrique IV, pues el desarrollo de la trama es una especie de juego, de acertijo para los secundarios y para el público, ya que todos tenemos que plantearnos si sufre de locura o si es sólo un ardite. Pirandello plantea varias cuestiones, que se podrían resumir en la frase que dijo Obi Wan Kenobi en “La guerra de las galaxias”, a saber: “¿Quién es más loco: el loco o el loco que sigue al loco?”. Los giros del argumento nos hacen dudar de su salud: al principio parece un loco; hacia la mitad, él mismo dice ante varios personajes que se trata de un fingimiento; pero el episodio con el que se cierra la obra nos deja con la duda. José Sancho ha salido bien parado tras alternar actuación y dirección.
La segunda es el reto que se planteó Juan Diego Botto, y del que había leído maravillas: dirigir y protagonizar “Hamlet”, junto a Marta Etura como Ofelia. Cuenta Botto en el programa de mano que una de sus intenciones era no aburrir al personal, y lo consigue. A mí “Hamlet” no me aburre, me apasiona. Pero reconozco que es una obra demasiado larga para montarla íntegra en un teatro. Pienso en la versión que hizo para el cine Kenneth Branagh, de cuatro horas (en el metraje sin cortes). Hay algunos parlamentos que eché de menos, como las alusiones a “la calavera de Yorick”, pero Botto transmite el desamparo, el dolor y la tristeza del Príncipe de Dinamarca con gran energía. Y, en cuanto a la dirección, se le nota la influencia del cine, o así me lo parece. Influencia que a mí me gusta, por cierto. Pienso en el final, con la voz en off del actor, el influjo de la música y ese farol que ilumina a los personajes muertos como si estuviéramos ante cuadros o escenas de una película tenebrosa.
viernes, diciembre 26, 2008
Desapariciones
Hacía un par de meses que una película no me dejaba tan satisfecho. La penúltima fue “Quemar después de leer”, la brillante comedia de equívocos de los Coen. Desde entonces he visto unas cuantas obras que no estaban mal, pero no eran redondas o a mí no me lo parecieron porque les faltaba algo. Ese algo es el toque de magia, el toque de los maestros. Y el toque de los maestros lo tiene Clint Eastwood, pues estoy hablando de su última cinta estrenada, “El intercambio” (“Changeling”), pero que en realidad es su penúltimo filme, pues en breve estrena “Gran Torino”. No sé si han visto el trailer de “Changeling”, pero se agradece mucho que no contaran toda la historia, como es costumbre en la publicidad. Véase el larguísimo trailer de “Australia”, donde sus responsables no parecen esconder ni una carta. No sé si Eastwood controla el resultado final de sus trailers, pero no me sorprendería que lo hiciera. Nunca lo cuenta todo. Siempre se guarda un as. Siempre queda una sorpresa, y eso ya no es frecuente: hay trailers que nos sugieren incluso quién es el asesino.
“El intercambio” se anuncia como una historia real en la que el hijo de una mujer desaparece. En la publicidad no queda claro si ella está loca o no, pues al poco tiempo la policía le devuelve a un muchacho al que la madre no reconoce. Con esa premisa incluso pensé que la película podía ser aburrida, como un telefilme de sobremesa bien dirigido. ¿Cómo pude pensarlo? Clint Eastwood siempre hace lo que no nos esperamos. Véase “Million Dollar Baby”. Así, esa historia que comienza a finales de los años 20 y que parecía ser sólo un filme de confusiones o de locura se convierte en un oscuro cuento (atención: tal vez esto sean spoilers, aunque intento no desvelar mucho) que incluye diversos temas: corrupción policial, prácticas salvajes contra los pacientes de los manicomios, indefensión infantil, lucha de las mujeres en una época en la que sus protestas y reivindicaciones eran tomadas a chufla por los hombres, esperanza y desesperación, condenas a muerte, asesinatos e incluso un hombre del saco. Eastwood cuenta con una actriz que no suele convencerme (salvo en “Un corazón invencible”): Angelina Jolie. Y aquí está bien dirigida y convence. Porque el viejo Clint sabe sacar grandes interpretaciones de sus actores. Jolie está, además, rodeada por un reparto de secundarios de altura: John Malkovich, Colm Feore, Michael Kelly o Denis O’Hare, por citar unos cuantos. Y destaca Geoff Pierson, un actor que es el vivo retrato de Ray Milland. “Changeling” conecta, además, al menos en su temática y en su condición de cuento sombrío, con “Mystic River”. Como en ésta, como sucedía también en “Million Dollar Baby” o en “Cartas desde Iwo Jima”, uno termina golpeado. Porque el cine que dirige Eastwood golpea, sacude, te arrincona contra las cuerdas.
En algunas de sus películas hay un afán de circularidad. Que la historia termine tal y como acaba: no en cuanto al argumento, sino en cuanto a la narrativa. Varias de sus películas empiezan y acaban con el mismo plano, o parecido. Ejemplo: “Sin perdón”. En “El intercambio” abre el plano con la ciudad de Los Ángeles en blanco y negro. Y termina igual: en blanco y negro, y con un cine al fondo en cuya cartelera vemos que proyectan el clásico “Sucedió una noche”, un título que guarda relación con la propia película por dos motivos que no voy a citar. Se nota, en un par de ocasiones, el cariño que siente Eastwood hacia el western: el avance de tres personajes con sombreros y guardapolvos por una granja remite directamente a la poesía crepuscular que este clásico suele imprimirle a sus obras sobre pistoleros.
Tres anuncios que se me atragantan
En las pausas publicitarias de la televisión encontramos anuncios muy buenos. Cuentan una historia. Lo hacen con estilo e ingenio. A veces ganan premios. Parecen películas de apenas unos segundos. Uno se asombra ante el talento de quienes los han ideado y de quienes han conseguido traducir cada idea en imágenes. Luego están esos otros. Esos que producen bochorno. Uno está cenando, en familia, y tal vez tiene la tele encendida y sale uno de esos anuncios que hacen enrojecer a todos, y la familia se queda callada, atónita, y quizá alguien rompa el silencio y ponga a parir dicho spot. Recuerdo aún al famoso e insoportable niño llamado Edu, que felicitaba la Navidad. Me procuró más pesadillas que las que me depararon “El resplandor”, “El exorcista” y la serie de Chuck Norris, esa del ranger de Téxas, que también es de terror, a su manera. Dado que en estas fiestas nos torturan con cientos de anuncios para que consumamos, y que vemos más morralla que en otras fechas (hasta que alguien decide apagar el televisor), quiero citar hoy los tres últimos spots con los que, sencillamente, me atraganto. El primero es ese del chaval con ortodoncia que quiere ir a una fiesta. La madre le dice que intente no sonreír. Sí, todos saben a cuál me refiero. Lo curioso es que le han salido tantos fans como detractores. Los segundos han hecho parodias en YouTube. La culpa, creo yo, no la tiene el muchacho: a él le han colocado los hierros y le han dado un guión. Pero estoy convencido de que a este chico, en clase y a cuenta del anuncio, no paran de condecorarle el cogote con collejas. Yo no lo trago.
Otro de los anuncios insoportables de los últimos tiempos es el del condón. Siempre estoy a favor de cualquier campaña que fomente el uso del preservativo entre los jóvenes (y entre los no tan jóvenes). Pero eso no debería estar reñido con el buen gusto. El anuncio de la campaña de la goma del Ministerio de Sanidad y Consumo intenta ofrecer una imagen guay, chachi, de lo que significa ponerse el capuchón. Como si fuera un juego. El tema musical es horrible, con las rimas más simplonas que uno haya oído en años. Se intenta transmitir a los adolescentes que ponerse un preservativo es una cosa que mola, cuando lo que se debería transmitir es otra imagen: los peligros que acarrea su falta de uso, la responsabilidad que deben asumir los jóvenes en sus relaciones sexuales. Quiero decir que el sexo es un asunto serio y aquí se reduce todo a una canción a ritmo de hip hop, con un lenguaje que alguien ha debido creer que utilizan todos los chavales. Para mi desgracia, el anuncio parece haber tenido éxito: es uno de los vídeos más vistos de la red y el personal se descarga los politonos de su web. Da la impresión de que cualquier basura tendrá éxito sólo porque aparece en un spot. Al final, la gente traga el anzuelo. Aunque también ha originado críticas.
Y llegamos al tercero. Lo he visto en un cine de Madrid, donde ponen muchos anuncios de Metro. Seamos claros: la mayoría son una mierda. No entiendo que se anuncie un transporte público. El que ahora nos ocupa empieza muy bien: con un hombre que vive en un vagón de tren abandonado. Se afeita en una estación de servicio, coge una flor de una tumba, se echa un poco de colonia gracias a uno de esos botes de prueba de las tiendas, compra un pastel y lleva a su señora de cena. Como son pobres, van a cenar al interior de un vagón de tren del Metro de Madrid. Lo presentan como un paraíso, con lo mal que huelen los vagones y los túneles y lo mal que funciona la red. Uno ve el spot, se enfurece y piensa: “Bien, pues si tan bueno es el Metro, que vayan a cenar allí por Nochebuena la Espe y el Gallardón”.
martes, diciembre 23, 2008
Cruce de caminos, nº 2
Esta es la portada del número 2 de Cruce de caminos, que ya se encuentra disponible. En este número podréis encontrar poemas y relatos de Luis Miguel Rabanal, Mario Crespo, Silvi Orión, David Refoyo, María Turrero, Yamila Greco, Xurde Portilla, Gsús Bonilla, Leo del Mar y Pat Garrett, así como una entrevista a Sofía Castañón. La ilustración de portada corre a cargo, una vez más, de Sergio Jardón. Gracias a todos ellos por su colaboración.
[Extraído del blog Cruce de caminos]
Cepsa
Cepsa lo tiene todo
en sus gasolineras.
Todo
salvo compañía.
Un baño de azulejos rotos
-de historias hechas añicos
que un día fueron blancassirve
de refugio al forajido.
Meo y me vacío
sabiéndome perdido en un punto
secreto del mapa
camino de un hogar
que no sé si me pertenece.
Este otoño
de un amarillo húmedo
abrasa las cunetas a nuestro paso
y me enfrenta a la promesa anual
de abandonar el teatro
………….por fin
y para siempre.
El año que viene se convierte en hoy
y la respuesta de un pacto tácito
con mi propio mundo interior
se esfuma en esta estación de servicio
a ochenta y siete kilómetros de mi casa.
A ochenta y siete kilómetros del invierno.
David Refoyo, Cuando fuimos los mejores (Inédito)
en sus gasolineras.
Todo
salvo compañía.
Un baño de azulejos rotos
-de historias hechas añicos
que un día fueron blancassirve
de refugio al forajido.
Meo y me vacío
sabiéndome perdido en un punto
secreto del mapa
camino de un hogar
que no sé si me pertenece.
Este otoño
de un amarillo húmedo
abrasa las cunetas a nuestro paso
y me enfrenta a la promesa anual
de abandonar el teatro
………….por fin
y para siempre.
El año que viene se convierte en hoy
y la respuesta de un pacto tácito
con mi propio mundo interior
se esfuma en esta estación de servicio
a ochenta y siete kilómetros de mi casa.
A ochenta y siete kilómetros del invierno.
David Refoyo, Cuando fuimos los mejores (Inédito)
Deep Spain
Todos los viernes me digo que no debería salir el fin de semana y que lo más conveniente es quedarse en el piso y al final siempre me lío o me lían. Esto no significa que esté siempre de bares: a veces es una cena en casa de amigos, o un evento literario que se alarga. El viernes acudí a la presentación de un libro. Fue en un bar. Allí tomé, junto a grandes poetas y amigos, un par de cervezas. Luego la gente de Zamora vino a buscarme y nos mudamos de garito. Antes de la presentación había cenado, y por tanto la suma de kebab y cerveza me llenó. Y me pasé a las copas. Grave error. A pesar de pedir whisky segoviano, Dyc, del que se supone que no te ponen garrafón, a la mañana siguiente me levanté con un dolor de cabeza espantoso. Lo peor fue el regreso a casa aquel viernes por la noche. No fue fácil: autobús hasta Cibeles, una caminata hasta encontrar un taxi y, finalmente, en ese taxi hasta el barrio. Esta noche ya estaré en mi ciudad y, si salgo, podré volver a casa dando un paseo nocturno de diez minutos, que es algo que se agradece, hombre.
La noche del sábado era propicia para quedarse en casa y esta vez conseguí hacerlo. Aproveché la falta de cenas, cumpleaños y compromisos varios para sentarme en el sofá y ver algo en dvd. Antes de eso di una batida por los canales, para ver lo que ponían en televisión. La televisión, en sábado noche, es un paseo visual por el mismísimo infierno. Casi todo suele ser malo. Casi todo da ganas de llorar. Para mi sorpresa, estaban poniendo la primera parte de “El Señor de los Anillos”, un lujo. Supongo que lo hicieron por la proximidad con las fechas navideñas, que traen aparejadas numerosas películas para todos los públicos. Aparte de eso, me parece que el resto era bazofia. Estuve viendo unos minutos de “La noria” porque salía una señora, la madre de alguien que se lió con un famoso, en conexión desde su casa. Caspa pura. Esas entrevistas de la España más profunda me fascinan, por lo que tienen de retrato ibérico de mamá orgullosa del famoso de paso o de pacotilla. ¿Quién no recuerda a las madres famosas por un día que acuden, recién hecha la permanente en la peluquería del barrio, a programas del corazón para defender a sus hijos? Lamento no poner aquí ningún nombre que sirva de ejemplo, pero es el problema de los asuntos casposos: uno se ríe mucho con ellos, pero se le olvida una semana después. Estuve escuchando unos minutos a esta señora mientras hablaba de la relación entre el famoso de marras y su hijo. El conductor del programa le dijo a ella que estaba muy bien. La mujer no oyó bien: “¿Cómo dice?”, y, para evitar confusiones, el otro dijo que se refería a que se conservaba bien, a que estaba en buena forma para su edad, a que podría haber acudido al plató: para que no lo confundiera con un piropo. Con una entrevista así, estas madres tienen ya historias y chismorreos para un año, para que las vecinas las interroguen en la cola del pan, en la pescadería y en el bar de la esquina. Deep Spain. Y para que sea una España profunda en condiciones, es necesario que la maruja en cuestión esté cabreada, con el ceño fruncido y hablando sin pelos en la lengua.
No lo vi entero, claro. Puedo echarme unas risas, pero no soy masoquista. Luego me pasé al tramo final de la tercera temporada de “Los Soprano”. Una delicia, con incorporaciones de Joe Pantoliano, Annabella Sciorra y Burt Young (el cuñado de Rocky, para que me entiendan). Y con un magistral capítulo dirigido por el actor Steve Buscemi. No es una mala opción quedarse un sábado en casa viendo “Los Soprano”. Me sirvió como tregua, que ahora llega la Navidad y uno no para.
lunes, diciembre 22, 2008
130
Mi colega Alfonso Xen Rabanal me dice en un e-mail: “En el mundo en el que vivimos, ser honesto es ser un perdedor”. Cuánta razón tienes, amigo.
Arturo Belano & Ulises Lima
Hace diez años, aún deslumbrado por los relatos de “Llamadas telefónicas” de Roberto Bolaño, tomé prestada de la biblioteca su, por entonces, nueva novela: “Los detectives salvajes”. No sé qué esperaba encontrar, pero a las pocas páginas abandoné la lectura. En esa ocasión me aburrí porque cada libro tiene su momento en la vida del lector, y creo que entonces no estaba preparado para las seiscientas páginas de este monumental texto, que ha marcado la literatura contemporánea. Desde entonces he vuelto a Bolaño: artículos, relatos, conferencias, ensayos sobre el autor y su obra, repleta de guiños, claves y recovecos. Esas lecturas, y los regalos y las recomendaciones de algunos amigos, me empujaron a comprar “Los detectives…” y “2666”.
“Los detectives salvajes” comienza despistando al lector, con el diario de un adolescente de México DF que conoce a Arturo Belano y a Ulises Lima, quienes quieren revitalizar el real visceralismo y encontrar las huellas de su fundadora, la poeta Cesárea Tinajero. Juan García Madero, el narrador, es invitado a formar parte de este movimiento vanguardista. Su diario, “Mexicanos perdidos en México (1975)”, tras abarcar los dos últimos meses de dicho año en ciento cuarenta páginas, es interrumpido por la segunda parte de la novela, “Los detectives salvajes (1976-1996)”, un recorrido alucinante por distintos países y sucesos históricos en el que más de cincuenta personajes hablan de Belano y Lima y lo que les ocurrió a su regreso de Sonora y cada personaje, también, habla de su propia vida. La gran mayoría de hombres y mujeres que prestan voz a la historia, fragmentaria y maestra, son poetas o están de un modo u otro vinculados a la literatura. O se dedican profesionalmente a la poesía o, en alguna época de sus vidas, intentaron escribir poemas. Una de las grandes virtudes de Bolaño en esta segunda parte (unas cuatrocientas páginas) es que logra que nos interese el ritmo errático de Belano y Lima, a la vez que mantiene el suspense sobre lo que ocurrió a principios del 76, cuando fueron al desierto en busca de Cesárea, algo que sólo un par de personajes saben: entre ellos, García Madero. Tras recorrer ciudades de México, Estados Unidos, España, Inglaterra, Francia, etcétera, y agotar los puntos de vista sobre Belano y Lima, que nunca cuentan su versión, “Los desiertos de Sonora (1976)”, la última parte, nos devuelve al punto esencial: el diario sobre la búsqueda de Tinajero, en la que participan como testigos García Madero y una mujer llamada Lupe. Es decir: los hechos que suceden a principios del 76, antes de que los dos protagonistas se transformen para siempre, y que hasta entonces nos han hurtado.
Como en “Rayuela”, sin embargo, el lector podría escrutar primero el índice y leer en sentido cronológico la historia. Pero perdería su encanto, como lo perderían otras narraciones fragmentarias si las alterásemos (“Pulp Fiction”, “Memento”). La novela es tan extraordinaria que sus sentidos y sus enigmas y sus posibilidades son inagotables. Bolaño conecta sus historias encadenadas con otros libros suyos: ya se encuentran aquí alusiones a “2666”, que leeré dentro de unos meses. La última imagen enigmática con la que concluye el libro nos ha sido ofrecida unas páginas antes por uno de los narradores: “(…) me miró como si yo estuviese detrás de una ventana”. Pero sobre todo me estremece porque habla de los poetas y su rumbo, de cómo se extravían (“…todos los poetas alguna vez se pierden…”). Y es, como se ha escrito ya, en sus enigmas, en sus elipsis, en sus silencios, en su falta de respuestas, donde encontramos el poder fascinante de este libro de prosa poética e hipnótica. Obra maestra.
Animales interiores, de Sofía Castañón
Buscaré un bar
....-no una casa, no
una vida-
para los dos
y haremos de la barra
hogar para los hijos
y de la máquina de tabaco
entretenimiento los días de lluvia.
Buscaré un bar para los dos
en el que el tiempo
espeso
lo sirvan en pintas
y la canción de moda
sea el leit motiv de nuestros besos.
Buscaré un bar
por si te marchas
..............-y no vuelves
y me duele.
Para no tener
el botiquín
muy lejos.
....-no una casa, no
una vida-
para los dos
y haremos de la barra
hogar para los hijos
y de la máquina de tabaco
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Buscaré un bar para los dos
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espeso
lo sirvan en pintas
y la canción de moda
sea el leit motiv de nuestros besos.
Buscaré un bar
por si te marchas
..............-y no vuelves
y me duele.
Para no tener
el botiquín
muy lejos.
domingo, diciembre 21, 2008
Fotos de Javier Das
La otra noche Javier Das nos dijo que se dedicaba a la fotografía, además de a la poesía (ya recomendé su libro en estas 4 paredes). Tiene unas cuantas fotos en esta página. Me gustan. Me transmiten tanto como sus poemas. Y tanto como su conversación, siempre amena.
Jaime Guevara. Entre cuerdas libertarias
Por falta de tiempo, no había podido ver hasta ahora el documental de Carla Badillo sobre el cantautor anarquista Jaime Guevara. Ella me proporcionó una copia y me dijo que estaba hecho con pocos medios. Y el caso es que no se nota. Porque es un documental (media hora de duración) muy completo: con entrevistas, fotos, imágenes de archivo, canciones en directo... Tiene ritmo, da voz a quienes luchan contra el poder y nos cuenta una historia que al menos yo desconocía. Enhorabuena, Carla.
Rastros, huellas
El mes pasado, no recuerdo la fecha exacta pero fue en días de ajetreo, ocupaciones y compromisos, se le ocurrió a un colega que fuésemos a un restaurante que está cerca del Retiro. Un restaurante asturiano, que es gastronomía que aprovecha y satisface mucho. Estaba en la calle Menorca, a un paso del metro de Ibiza, en una zona por la que a menudo voy con el único cometido de comprar viejos libros baratos en las librerías de saldo de la zona. Habíamos quedado dentro del local. De camino, paseando por la acera de Menorca, nos fijamos en un restaurante que se llama Barandales. El nombre atrajo la atención de todos, y lo estuvimos comentando al reunirnos junto a la barra. Parecía (y lo es) un lugar para degustar delicatessen. Debajo del nombre leímos: “Comida de León y Zamora”. Así que cada uno de nosotros, pues salvo alguna excepción todos éramos naturales de Zamora, fue deteniéndose allí, a escrutar el lugar aunque fuese desde el exterior. Y el aspecto daba buena impresión. Muy buena. Además del restaurante, Barandales incluye una tienda para comprar productos de tierras leonesas y zamoranas: embutidos, vinos y otras maravillas. Teníamos reserva en el asturiano, así que nos dijimos que en la próxima ocasión comeríamos allí. No obstante: me parece una difícil elección, eso de escoger entre la gastronomía asturiana y la de mi tierra. Me gustan demasiado ambas.
He buscado en la red por si tenía web y, en efecto, la tiene, y me quedo con esta frase que tomo de la presentación del restaurante: “En Barandales hemos recogido toda esta tradición para traerla al corazón de Madrid y contribuir a que cada vez más gente disfrute de la cultura gastronómica de Zamora y León, fruto de mil fusiones, originada en los fogones de los palacios, casas nobles y monasterios, pero también en los humildes pucheros de pastores y campesinos”. Leo otros detalles con atención: los platos de la carta, que me abren el apetito; la historia: el proyecto parte de gente con raíces en León y Zamora, aunque algunos de ellos hayan nacido en Madrid. De momento, hablo sólo del “descubrimiento” de este sitio, porque aún no he tenido oportunidad de entrar y comer y degustar sus viandas. Pero supongo que la próxima comida la organizaremos allí.
La ciudad está llena de huellas de leoneses y zamoranos, o de quienes nacieron aquí pero sus raíces parten de León y Zamora. Sobre todo de Zamora, que es mi ciudad y la ciudad que acaba uno recordando a cada paso. Está en esos habitantes que vienen a pasar el fin de semana, de compras o a ver un espectáculo. Está en esas caras familiares de las que ya he hablado: personas que a uno le suenan de verlas por Santa Clara, pero con quienes no tiene ningún tipo de relación, y que se encuentra con frecuencia por la calle. Hace poco entramos en un bar del barrio (porque, criatura extraña como soy, mi ciudad es Zamora pero mi barrio es Lavapiés) y cogí una tarjeta o un folleto que ponía “De tapas por Madrid”. Era la primera edición. Y en seguida eso me trajo a la memoria el concurso “De tapas por Zamora”, que cumplió este año su tercera convocatoria, si las cuentas no me fallan. ¿Han copiado en Madrid a Zamora? ¿Por qué no? No es descabellado. Aunque el origen de este concurso tampoco creo que esté en Zamora. Alguien me dijo hace poco: “Casi todos los taxistas de Madrid son de Sanabria”, pero nunca lo he comprobado porque, cuando voy en un taxi, no suelo hacer preguntas sobre el origen, aunque siempre me quedo con ganas. Puede que ya lo haya dicho, pero Madrid está construida sobre los hombros de los emigrantes.
sábado, diciembre 20, 2008
Vive o muere, de Anne Sexton
MARIDO Y MUJER
…hablar de las penas
del matrimonio…
No somos amantes.
Ni siquiera nos conocemos,
Somos parecidos
pero no tenemos nada que decir.
Somos como palomas…
aquella pareja que llegó a los suburbios
por error,
dejando Boston, donde golpearon
sus pequeñas cabezas contra un muro ciego,
tras agotar los puestos de fruta en el North End,
las ventanas amatista de Louisburg Square,
los asientos en el parque Common
y el tráfico que seguía pisando
y pisando.
Ahora hay lluvia verde para todos
tan común como el colirio.
Ahora están juntos
como extraños en un retrete exterior para dos,
comiendo y agachándose juntos.
Tienen dientes y rodillas
pero no hablan.
Un soldado está obligado a permanecer con un soldado
porque comparten la misma suciedad
y los mismos golpes.
Son exiliadas
manchadas con el mismo sudor y el sueño del borracho.
Como si sólo pudieran agarrarse,
sus garras rojas se doblan como pulseras
alrededor de la misma rama.
Incluso su canto no es una cosa segura.
No es un lenguaje;
es una especie de respiración.
Son dos asmáticas
cuyo aliento entra y sale sollozando
a través de un pequeño tubo.
Como ellas
ni hablamos ni aclaramos nuestras gargantas.
Oh cariño,
suspiramos al unísono al lado de nuestra ventana,
borrachos del sueño del borracho.
Como ellas
sólo podemos asirnos.
Pero atravesarían nuestro corazón
si tan sólo pudieran volar hasta aquí.
…hablar de las penas
del matrimonio…
No somos amantes.
Ni siquiera nos conocemos,
Somos parecidos
pero no tenemos nada que decir.
Somos como palomas…
aquella pareja que llegó a los suburbios
por error,
dejando Boston, donde golpearon
sus pequeñas cabezas contra un muro ciego,
tras agotar los puestos de fruta en el North End,
las ventanas amatista de Louisburg Square,
los asientos en el parque Common
y el tráfico que seguía pisando
y pisando.
Ahora hay lluvia verde para todos
tan común como el colirio.
Ahora están juntos
como extraños en un retrete exterior para dos,
comiendo y agachándose juntos.
Tienen dientes y rodillas
pero no hablan.
Un soldado está obligado a permanecer con un soldado
porque comparten la misma suciedad
y los mismos golpes.
Son exiliadas
manchadas con el mismo sudor y el sueño del borracho.
Como si sólo pudieran agarrarse,
sus garras rojas se doblan como pulseras
alrededor de la misma rama.
Incluso su canto no es una cosa segura.
No es un lenguaje;
es una especie de respiración.
Son dos asmáticas
cuyo aliento entra y sale sollozando
a través de un pequeño tubo.
Como ellas
ni hablamos ni aclaramos nuestras gargantas.
Oh cariño,
suspiramos al unísono al lado de nuestra ventana,
borrachos del sueño del borracho.
Como ellas
sólo podemos asirnos.
Pero atravesarían nuestro corazón
si tan sólo pudieran volar hasta aquí.
Zapatos voladores
Me van a perdonar que, por una vez, esté de acuerdo con un acto de violencia, pero que tiene más de gesto que de agresión: el célebre zapatazo del periodista iraquí a George W. Bush. Sin duda es uno de los vídeos más visitados en la red. Y yo no me canso de verlo. Una y otra vez y desde distintos ángulos: las cámaras lo capturaron desde diversas posiciones. En la cultura árabe, al parecer, quitarse los zapatos y arrojarlos a una persona es una de las mayores ofensas que un tipo puede recibir. Busco el documento en YouTube y vuelvo a verlo una y otra vez. Es Historia desde que Mountazer al Zaidi empezó a descalzarse. Las traducciones indican que le gritó: “Éste es un beso de despedida del pueblo iraquí, perro”.
No me esperaba esa agilidad de Bush. Esquiva los tiros sin perder la sonrisa ni descomponer las facciones. De no hacerlo, puede que el primer zapato le hubiera dejado una buena marca. El gesto se convertiría en herida, en moradura. A los guardaespaldas de los servicios secretos no les da tiempo a detenerlo y lanza un segundo zapato, un segundo proyectil. Lo cual demuestra que los más rápidos de este cuento son el periodista y el presidente. Los demás están a verlas venir, reaccionan tarde. Esa sonrisa entre engreída y bobalicona es la marca de la casa Bush (como Acme, pero en cutre y sin gracia). Lo tengo calado, tras tantos años. Es la sonrisa que utiliza para todo, ya sea para soltar un chiste, para encajar una crítica o para esquivar calzado del cuarenta y cuatro. Pero lo peor es que esa misma sonrisa, si se fijan y tiran de archivo, es la que ha utilizado siempre, incluso para ofrecer cifras de muertos en combate o para anunciar que proseguirán las hostilidades. Yo veía a Bush en sus comparecencias y, tras soltar una noticia trágica o poco favorable, sonreía de medio lado (a estas imágenes les sacaron buen partido en la “Versión original” de “Noche Hache”), y pensaba: “¿Por qué se ríe? A este tío le falta un verano”. A “Hud”, una película del llorado Paul Newman, la titularon en España “El más valiente entre mil”. Y dicho título se lo podríamos asignar a Mountazer al Zaidi, que se ha convertido en héroe, con millonarios que ansían comprar sus zapatos y abogados que quieren defenderlo sólo por el placer de la cruzada contra Bush. Llevaba un tiempo con ganas de tirarle los zapatos. Se necesita ser muy valiente o muy chiflado para insultar y agredir al presidente de los Estados Unidos. Las crónicas nos cuentan que le dieron un buen repaso (ya en los vídeos se intuye cómo los gorilas se le tiran encima: como si jugaran al fútbol americano), y que en la cárcel ha recibido malos tratos. Y lo que le queda. Porque Bush sonríe, y bajo su sonrisa se adivina que el agresor lo va a pasar muy mal.
El lanzamiento de zapatos simboliza varias cosas para muchos de nosotros. En esos zapatos voladores nos hemos visto representados miles de ciudadanos. Esos zapatos simbolizan demasiados cadáveres, demasiadas víctimas de guerra, demasiados civiles aplastados, demasiada gente harta de este señor y de sus ataques y su política agresiva durante años. Simboliza que los límites hace tiempo que se cruzaron y un ciudadano, un periodista, lanza el mensaje de hartazgo, el mensaje de los oprimidos y de los que están hasta las pelotas. Propongo que, como en el árbol de los zapatos de Nevada, al paso de Bush por otras tierras todos los ciudadanos cuelguen su calzado y que él lo vea: zapatos en las ramas de los árboles, en el tendido eléctrico, en las farolas y en los balcones. Un gesto silencioso y sin violencia que demuestre el repudio al presidente y el apoyo a quien le lanzó el mensaje del pueblo.
viernes, diciembre 19, 2008
La promesa, de Friedrich Dürrenmatt
Sin embargo, insistía, esperaba y esperaba. Ya no podía echarse atrás; la espera era el único método, por mucho que le agotara, por muy cerca que en ocasiones se encontrara de hacer las maletas y largarse precipitadamente a Jordania; por mucho que en ocasiones temiera perder la razón. Luego había horas, días, en que todo le daba igual, se mostraba apático, cínico, dejaba que todo siguiera su curso, sentándose en el banco delante de la gasolinera, bebiendo un aguardiente tras otro, con la mirada perdida y el suelo cubierto de colillas. Tan pronto como recobraba el ánimo, más se hundía a continuación en la indiferencia , haraganeando días enteros, semanas enteras, en una absurda y cruel espera.
Carlos Salem y Óscar Aguado en el Bukowski Club
Ciudad Frontera
Vivo en la Ciudad Frontera,
entre dos ciudades.
Vivo entre montaña y mar.
Dos países separados por un río.
Dos culturas diferentes
y otras muchas que
recorren calles olvidadas
agachando la mirada.
La Ciudad Frontera.
Con horario europeo,
cines que abren y cierran.
Coches y camiones
que encerrados resaltan
entre un montón de sueños.
Vivo en la vieja ruta
que une la antigua Europa
con la misma España.
Norte y centro.
Carretera Nacional.
En la Ciudad Frontera
Donde algunos piensan
que aún sigue la Guerra.
Demasiado grande para ser pueblo
demasiado pequeña para gran ciudad.
Entre valles y curvas,
Me acuesto soñando una meta,
Y me levanto en mi ciudad.
Allí donde aún puedo pasear.
Vivo en mi Ciudad Frontera,
No te separes,
no te preocupes,
Tal vez sólo estemos de paso,
como tantos otros ,
de igual manera,
distinta vida,
pasando la frontera.
Iñaki Estévez, Estación Límite (Inédito)
entre dos ciudades.
Vivo entre montaña y mar.
Dos países separados por un río.
Dos culturas diferentes
y otras muchas que
recorren calles olvidadas
agachando la mirada.
La Ciudad Frontera.
Con horario europeo,
cines que abren y cierran.
Coches y camiones
que encerrados resaltan
entre un montón de sueños.
Vivo en la vieja ruta
que une la antigua Europa
con la misma España.
Norte y centro.
Carretera Nacional.
En la Ciudad Frontera
Donde algunos piensan
que aún sigue la Guerra.
Demasiado grande para ser pueblo
demasiado pequeña para gran ciudad.
Entre valles y curvas,
Me acuesto soñando una meta,
Y me levanto en mi ciudad.
Allí donde aún puedo pasear.
Vivo en mi Ciudad Frontera,
No te separes,
no te preocupes,
Tal vez sólo estemos de paso,
como tantos otros ,
de igual manera,
distinta vida,
pasando la frontera.
Iñaki Estévez, Estación Límite (Inédito)
Sin redacción
El otro día encontré en la prensa un reportaje sobre reporteros y articulistas que escriben sus crónicas, sus reportajes y sus artículos desde casa o desde los ordenadores de los cibercafés. El titular era “Periodistas sin redacción”. Escribir en casa debería ser lo más natural, pues el ruido de las redacciones no siempre facilita la concentración. En el reportaje, que salió publicado en El País, aparecía una cita de Ryszard Kapuściński que yo no conocía y que apunto aquí: “La paradoja de este oficio consiste en que la escritura nace del viaje y el viaje imposibilita la escritura”.
Con lo que no puedo (aunque lo he conseguido cuando hacía falta, a costa de grandes esfuerzos) es con los cibercafés. Mi problema no tiene nada que ver con el ruido ni con la concentración. Tiene que ver con la dificultad de encontrar un ciber. Una vez encontrado, hay que cruzar los dedos para que no estén ocupados todos los ordenadores por chavales que buscan tías en bolas o juegan on line. Si hay sitio libre, tal vez tengamos otros inconvenientes: que la hora de navegación salga muy cara, que la computadora vaya a pilas porque es muy antigua, que la conexión sea mala y una página tarde siglos en abrirse, que el anterior internauta haya dejado el campo lleno de molestos pop-ups, o que estemos en un país en el que no se utiliza la eñe. Mi experiencia, al menos, es mala. Los dos últimos viajes que hice a Ibiza me vi en apuros para hallar un cibercafé decente. Y no es fácil encontrar una silla libre (también es cierto que yo iba a horarios en que hay mucha clientela). En una ocasión, me tocó una señora que no sabía absolutamente nada de informática, aunque estaba a cargo del negocio. Ni siquiera conocía el procesador de textos de Word. Tuve que irme a otra parte porque, además, ni siquiera lo tenían instalado. Tampoco puedo mandar un artículo que carezca de eñes y tildes. Sería como echarles el muerto a las correctoras y que tuvieran que suplir aquello que falta. Y hay otro problema que a los maniáticos nos molesta más: el cambio de teclado. Es como si a un fontanero le prestaran otras herramientas y tuviera que prescindir de las suyas, a las que se ha acostumbrado. Podrá hacer el trabajo, pero no es lo mismo. Cuando uno está habituado a las teclas que casi forman parte de su piel, mover los dedos por un teclado nuevo es un engorro. Uno va más lento, se equivoca a menudo (no todos los teclados son iguales), se desespera, se come las uñas hasta que logra acabar el trabajo luchando contra el tiempo. Habrá otras experiencias sin duda menos engorrosas, pero yo les cuento las mías y no las del vecino.
Lo ideal para quien viaja es el portátil. Yo no tengo ordenador portátil y espero reunir algún día la pasta suficiente para comprarme uno que me sirva de herramienta en los viajes, porque están muy caros. A veces localizo ofertas buenas, pero cuando uno llega a la tienda ya están empaquetando el último para otro comprador. A veces me han prestado el portátil y a veces no. Aunque lo tengas, en algunos hoteles te cobran un riñón por conectarte a internet, como me ocurrió en un hotel de Molsheim, en Estrasburgo. Algunas personas salen a la calle con sus portátiles y buscan una red de wi-fi. Creo que fue en Pastrana donde vi que la gente iba cada poco a sentarse al pie de una tienda o un portal porque había posibilidades de conectarse a la red inalámbrica. Colocaban el portátil entre sus piernas y navegaban allí, en la calle. Envidio a esos pasajeros que, en un vagón de tren o en los aviones, se ponen los auriculares para escapar del ruido, abren su “laptop” y se ponen a escribir allí mismo. Por gusto o por necesidad.
jueves, diciembre 18, 2008
Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño
No quise ni mirarlos. Pero los miré. Y vi a dos muchachos, uno despierto y el otro dormido, y el que estaba dormido dijo no se preocupe, Amadeo, nosotros le vamos a encontrar a Cesárea aunque tengamos que levantar todas las piedras del norte. Y yo abrí los ojos lo más que pude y los escudriñé y dije: yo no me preocupo, muchachos, por mí no se molesten. Y el que estaba dormido dijo: no es ninguna molestia, Amadeo, es un placer. Y yo insistí: por mí no lo hagan. Y el que estaba dormido se rió o hizo un ruido con la garganta que podía ser tomado por una risa, gorjeó o ronroneó o tal vez tuvo un conato de ahogo, y dijo: no lo hacemos por ti, Amadeo, lo hacemos por México, por Latinoamérica, por el Tercer Mundo, por nuestras novias, por que tenemos ganas de hacerlo. ¿Estaban de broma? ¿No estaban de broma? Y entonces el que estaba dormido respiró de una manera muy rara, como si respirara con los huesos, y dijo: vamos a encontrar a Cesárea Tinajero y vamos a encontrar también las Obras Completas de Cesárea Tinajero. Y la mera verdad es que yo entonces sentí un escalofrío y miré al que estaba despierto, que seguía estudiando el único poema que existía en el mundo de Cesárea Tinajero, y le dije: me parece que a tu amigo le pasa algo. Y el que leía levantó la vista y me miró como si yo estuviera detrás de una ventana o como si él estuviera al otro lado de una ventana, y dijo: tranquilo, no pasa nada. ¡Pinches chavos psicóticos! ¡Como si hablar dormido no fuera nada! ¡Como si hacer promesas en sueños no fuera nada!
Ya en librerías
Acaba de salir el poemario de Jorge Barco, Algún día llegaremos a la luna (Fundación Jorge Guillén), que recibió el Premio 2007 de Poesía destinado a jóvenes creadores de habla hispana. Otro día colgaremos un poema.
Hoy, en León
La Editorial Eclipsados y Ediciones Leteo tienen el placer de presentarle 5 libros recientemente publicados de 4 autores leoneses y un barcelonés.
- Mi vida en la penumbra de Vicente Muñoz Álvarez (Eclipsados).
- El empleo de Nacho Abad (Eclipsados).
- La cámara de niebla de Alfonso Xen Rabanal (Eclipsados).
- La carretera muerta de Gabriel Oca Fidalgo (Eclipsados).
- Imbécil y Desnudo de Rubén Lardín (Ed. Leteo).
Eclipsados y Leteo han decidido decantarse por la prosa de estos autores dado el alto nivel de la misma y les invita a la presentación de los mismos que tendrá lugar el jueves 18 de septiembre a las 20:00 h. en La Biblioteca Azcárate (C/ Sierra Pambley, 2) de León.
- Mi vida en la penumbra de Vicente Muñoz Álvarez (Eclipsados).
- El empleo de Nacho Abad (Eclipsados).
- La cámara de niebla de Alfonso Xen Rabanal (Eclipsados).
- La carretera muerta de Gabriel Oca Fidalgo (Eclipsados).
- Imbécil y Desnudo de Rubén Lardín (Ed. Leteo).
Eclipsados y Leteo han decidido decantarse por la prosa de estos autores dado el alto nivel de la misma y les invita a la presentación de los mismos que tendrá lugar el jueves 18 de septiembre a las 20:00 h. en La Biblioteca Azcárate (C/ Sierra Pambley, 2) de León.
[Fuente: Hank Over. Más datos en Diario de León]
Dos amigas en pantalla
Estaba leyendo, con los tapones de espuma puestos en los oídos, cuando me avisaron: en la tele, en la serie “LEX”, salía Violeta Pérez. Era el principio del capítulo. Así que esto fue lo que hice, pues no quería abandonar la lectura: seguí leyendo, levantaba la cabeza de vez en cuando y, cuando salía Violeta, me quitaba los tapones para poder escucharla, además de verla. Se hace raro ver a un actor (en este caso, a una actriz) en la tele cuando lo conoces, cuando has estado por ahí de copas con ellos. Se hace raro verlos en el cine. A Violeta suelen darle papeles duros, entre otras cosas porque los resuelve muy bien. Recuerdo con agrado “Princesas” o la última que estrenó, “El patio de mi cárcel”. En este episodio de “LEX” era una mujer maltratada, o eso me pareció entender. Es una pena que poca gente fuese a ver “El patio de mi cárcel”. En este país siempre estamos exigiendo que la cultura apueste por la mujer, que nos cuenten historias sobre y para mujeres, y a la hora de la verdad, de molestarse en ir al cine y pagar en taquilla, sólo vamos cuatro. La mayoría de las revoluciones y de las exigencias, en este país, suelen ser de boquilla. La gente, por ejemplo, sólo se acuerda de los locales que han cerrado justo cuando los cierran, aunque no tuvieran por costumbre visitarlos. La mencionada película la dirige una mujer, y el reparto coral está integrado por actrices, en su mayoría. Vi a Violeta en “LEX” y me alegré. Hace poco coincidí con su madre, la poeta Manuela Temporelli, en un recital de Ben Clark y Gonzalo Escarpa. Violeta iba a asistir también, pero al final no pudo.
En “LEX” también salió hace tiempo otra buena amiga de Madrid, Déborah Vukušić, “mitad gallega y mitad croata”, actual pareja de alguien que es como un hermano para mí: el escritor Vicente Muñoz Álvarez. Déborah es actriz y poeta, y a mí me gusta mucho su libro, “Guerra de identidad”, que cierra viejas heridas. Las veces que ella ha aparecido en televisión no la he visto en directo, pero luego he recuperado esos fragmentos en su blog y en YouTube. La última vez que charlamos me contó su intervención en un casting bastante difícil al que se había presentado. Un casting muy duro. Le deseo toda la suerte del mundo. No es fácil ser actriz en este país. No es fácil ser actor. Ni director de cine, salvo que seas uno de esos que, como Garci, reciben un pastón de Esperanza Aguirre para filmar películas plomizas que luego nadie va a ver. Los directores jóvenes se las arreglan como pueden para sacar adelante sus cortometrajes, gastando toneladas de lo único que no cuesta dinero en un rodaje: ilusión. Déborah (o Deb, o Vuk, como la llaman o llamamos) también ha salido en “El comisario”, así que ya está registrada en el IMDb. No sé qué daría yo para que saliera mi nombre en esta página, en esta biblia de datos del cine.
En España el personal ataca a los actores, al mundo del cine español en general, tal vez sin darse cuenta de que no es un mundo fácil, que se trata de una profesión que proporciona más disgustos que beneficios. El otro día me comentaba Mario Crespo cómo las carteleras de París demostraban el apoyo de los franceses a su industria del cine. Algo impensable aquí. De cada cinco películas que un cine proyecta, tres o cuatro son de producción propia. Yo ya lo sabía porque estuve en París y porque me gusta enterarme de qué países apoyan a su industria y qué países no lo hacen. Los franceses aúpan a sus actores, los españoles apedrean a sus actores. Sólo van en masa a ver cosas como “Torrente”, que sí, que es muy divertida, pero hay cientos de películas mucho mejores que pasan desapercibidas.
miércoles, diciembre 17, 2008
Trailer y carteles de Last Chance Harvey
Tengo ganas de ver esta película: está rodada en Londres y el trailer nos permite apreciar algunos rincones emblemáticos de la ciudad. Además, siempre motiva ver a estos dos actores. En el cartel de arriba del todo, si uno se fija, comprobará cómo a Dustin Hoffman lo han machacado con el PhotoShop para eliminarle las arrugas. Trailer.
Esta tarde, en León
Ediciones Leteo presenta:
Imbécil y desnudo
Esto es la descojonación
Un libro de Rubén Lardín
17-12-08: 21 horas
C.C.A.N. León
Presenta:
Vicente Muñoz Álvarez
[Extraído de Hank Over y Club Leteo]
128
Me llama por teléfono un amigo y me da una gran noticia. Llevaba años esperándola y tuve un escalofrío al escucharla: ese escalofrío que sientes en las ocasiones especiales, cuando las cosas van bien, cuando el júbilo del prójimo es también tu júbilo, cuando una descarga te recorre el espinazo y piensas: “Uno de los nuestros lo consiguió”.
Historia, ensayo, poesía, diarios…
A Tony Judt, historiador británico, le concedieron hace unos días el Premio Libro Europeo por su monumental (a juicio de quienes lo han leído) “Postguerra”, un recorrido por la historia de Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta principios del siglo veintiuno. Quise hojearlo y me acerqué a La Casa del Libro. En la sección de Historia, claro. Pesa tanto como una lápida y se me cansó el brazo derecho de sostenerlo mientras con la mano izquierda rebuscaba entre sus páginas. Incluye fotografías, mapas y dibujos. Habla de historia a través de la política, la cultura y la economía. Estuve a punto de llevármelo. Pero costaba unos treinta euros y luego supe que, de momento, no me iba a leer un mamotreto de historia de casi mil páginas, de dimensiones superiores a la media de los libros que se editan: aún tengo fresca en la memoria la experiencia estudiantil, aquellos manuales que nos tocaba estudiar entre el tedio y el interés (dependiendo de cada capítulo y de nuestras inquietudes).
Dejé el tocho para descansar los brazos. Me dije: “Quién sabe, tal vez algún día me arrepienta y vuelva a buscarlo”. Dicen que, como Tony Judt, hay muy pocos que hayan sabido reflejar los cambios y las convulsiones europeas desde el cuarenta y cinco. Me acerqué a la sección de libros de cine, que hacía tiempo que no visitaba. Me gusta leer, de vez en cuando, ensayos sobre el género. También entrevistas, memorias de actores, biografías… Estuve leyendo los títulos, sacando algunos ejemplares de los anaqueles para mirarlos por encima y luego devolverlos a su lugar. Y entonces vi ese libro de Martin Scorsese que, no es broma, llevo años buscando. Lo había intentado en diversas librerías, sobre todo en las de mi barrio, que suelen tener los libros que ya no están en las mesas de novedades. Se titula “Mis placeres de cinéfilo”. Scorsese desvela aquí algunas claves de su cine y habla de las películas que le fascinan y de los directores que admira. Pero hablo basándome en algunos fragmentos leídos al azar y en la contraportada, que no siempre se ajusta a la realidad del libro. Hace meses hablé con un librero y me dijo que este título estaba agotado o descatalogado y que era imposible de conseguir. Aproveché para llevarme también una antología de Ángel Petisme y un libro de relatos de Circe: “Chicas muertas”, de la norteamericana Nancy Lee. Hace tiempo que le había echado el ojo. Sin embargo, el problema con esta editorial, a mi entender, estriba en que envuelve los libros en celofán, y así no hay manera de leer algún párrafo, de curiosear un poco los ejemplares por dentro. Lo bueno es que, así, se conservan a salvo de los manoseos. Topé por casualidad con algunos blogs que alababan los relatos de Nancy Lee y quise comprarlo.
No sé dónde he leído o dónde he oído que, a medida que un lector envejece, va leyendo menos novelas y optando en cambio por otros géneros: ensayo, poesía, historia, entrevistas, memorias, diarios, cuentos. Algo de cierto hay. Sigo leyendo novelas, e incluso releyendo algunas de las que me fascinaron antaño. Y no creo que jamás renuncie a la lectura de una novela, en especial si es de género: negra, de aventuras, etcétera. Pero cada vez me interesa más otro tipo de narración. Algo como lo que hizo W.G. Sebald, por ejemplo. Al día siguiente vi los “Diarios. 1984-1989” de Sándor Márai. Sus novelas se han hecho muy célebres ahora, en España. Pero por alguna razón no me motivan. No he comprado ninguna. Pero el diario, y más aún los diarios de los últimos años de un húngaro exiliado en Estados Unidos, antes de suicidarse, habrían por fuerza de interesarme. Y lo tengo ya por aquí, en mi biblioteca.
martes, diciembre 16, 2008
Túmbate junto a mí
Paseando al mediodía por Père Lachaise,
con esa tristeza sonámbula de los años,
buscando las tumbas de Morrison y Proust,
de Oscar Wilde, Paul Eluard, Modigiliani,
Edith Piaf, Chopin, Molière,
entre las hojas caídas y un cielo extraño
como de mantequilla,
yo me acordaba de Malcom Lowry:
Oscura como la tumba donde yace mi amigo.
Me besaste, cogiste de la mano al niño
pávido y deslumbrado
ante el bestiario de piedras calientes,
estatuas desnudas sin pudor,
escenas de carga, caballos desbocados,
cabezas de lobo, héroes yacentes, obeliscos,
musas de rostros apacibles,
víctimas de campos de concentración,
ciegos con los ojos en blanco,
que a golpe de cincel aún deliraban…
Y en la tumba 66, división 44, de Père Lachaise,
mienras enfocabas, tu timidez se disparó:
Dormir es olvidar,
quiero que nos entierren juntos,
dormir en el silencio de tu espíritu,.
He mezclado mis cenizas con las tuyas,
mi sangre con tu sangre, mi saliva,
mis lágrimas, mi sudor con el tuyo.
Túmbate junto a mí, túmbate,
hagámonos los muertos, quedémonos aquí
al lado de Yves Montad y Simone Signoret,
hasta que salgas las estrellas.
Entonces, de tu mano,
melancólicamente feliz,
le di gracias a ese cielo extraño
de mantequilla, por regalarte a mí
y llenar con tu música mi corazón container,
y hacerme la vida fácil y deseable
como el juego de las siete y media…
Supe, con esa tristeza sonámbula de los años,
que en mi próxima vida,
aunque tú fueses gacela y yo león,
aunque yo fuese paria y tú rajá,
no me separaría ni una décima de tu ser,
y bajo las estrellas me tumbaría junto a ti
tumba mía, para dormir, estatua.
Ángel Petisme, Buenos días, colesterol
con esa tristeza sonámbula de los años,
buscando las tumbas de Morrison y Proust,
de Oscar Wilde, Paul Eluard, Modigiliani,
Edith Piaf, Chopin, Molière,
entre las hojas caídas y un cielo extraño
como de mantequilla,
yo me acordaba de Malcom Lowry:
Oscura como la tumba donde yace mi amigo.
Me besaste, cogiste de la mano al niño
pávido y deslumbrado
ante el bestiario de piedras calientes,
estatuas desnudas sin pudor,
escenas de carga, caballos desbocados,
cabezas de lobo, héroes yacentes, obeliscos,
musas de rostros apacibles,
víctimas de campos de concentración,
ciegos con los ojos en blanco,
que a golpe de cincel aún deliraban…
Y en la tumba 66, división 44, de Père Lachaise,
mienras enfocabas, tu timidez se disparó:
Dormir es olvidar,
quiero que nos entierren juntos,
dormir en el silencio de tu espíritu,.
He mezclado mis cenizas con las tuyas,
mi sangre con tu sangre, mi saliva,
mis lágrimas, mi sudor con el tuyo.
Túmbate junto a mí, túmbate,
hagámonos los muertos, quedémonos aquí
al lado de Yves Montad y Simone Signoret,
hasta que salgas las estrellas.
Entonces, de tu mano,
melancólicamente feliz,
le di gracias a ese cielo extraño
de mantequilla, por regalarte a mí
y llenar con tu música mi corazón container,
y hacerme la vida fácil y deseable
como el juego de las siete y media…
Supe, con esa tristeza sonámbula de los años,
que en mi próxima vida,
aunque tú fueses gacela y yo león,
aunque yo fuese paria y tú rajá,
no me separaría ni una décima de tu ser,
y bajo las estrellas me tumbaría junto a ti
tumba mía, para dormir, estatua.
Ángel Petisme, Buenos días, colesterol
Próximamente en Alfaguara
Pinchando en este enlace se puede acceder a las novedades de esta editorial para los primeros meses de 2009. Hay unos cuantos títulos muy atractivos, pero lo que me ha emocionado es la noticia de la publicación del nuevo libro de relatos del inmenso Tobias Wolff, Aquí comienza nuestra historia, y la edición de una novela del no menos grande Richard Yates, Las hermanas Grimes. Recordemos que el mes pasado Alfaguara reeditó Vía revolucionaria, de Yates, que no me canso de recomendar y que no tardaré en releer (antes del estreno de la película de Sam Mendes).
De donde no se vuelve
Para quien esté de paso en Madrid, o viva allí, resulta indispensable acudir a la muestra de fotografías “De donde no se vuelve”, del leonés Alberto García-Alix, en el Museo Nacional Reina Sofía. Fui a verla el domingo pasado, tras un tiempo aplazando la visita. Era de mañana y hacía fresco en la calle. Desde jóvenes hasta señoras, todos miraban los retratos con respeto y admiración. García-Alix, poeta de la imagen, construye y reinterpreta mundos en blanco y negro que a mí me recuerdan un poco a los de la fotógrafa Diane Arbus, pues ambos son capaces de hallar belleza en la miseria, en la fealdad, en la cicatriz y en el llanto.
Alberto García-Alix es, además, un hombre capaz de desnudar a sus retratados y de autorretratarse desnudo. Y no me estoy refiriendo al desnudo físico (aunque es uno de los rasgos de la muestra: mujeres de piernas abiertas, enseñando sus sonrisas verticales; hombres desnudos de cintura para abajo, sin pudor a mostrar el falo; chicas con los senos al descubierto, en medio de una jungla indescifrable de tatuajes), sino al desnudo emocional, que es más valiente: yonquis metiéndose un pico, con la jeringa en la mano y las venas ya molidas; parejas del arroyo enseñando su amor; heridas con sangre fresca y cicatrices de batallas inconfesables; niños madurando antes de tiempo; gente con enfermedades; gente de mirada chulesca, o de mirada herida, o de mirada asesina, o de mirada lastimosa. Hay en la muestra un paseo por el abismo de los años ochenta: por los drogadictos poetas, por el tiempo de la jeringuilla y el caballo, por la estética de la movida madrileña. En los retratos está Inés Sastre, bella en blanco y negro. Está Camarón de la Isla: su rostro y también sus manos en detalle. Están Eduardo Haro y El Ángel, como ángeles caídos (no es un juego de palabras). Es imposible ya conseguir “Los planos de la demolición”, el libro de poemas de El Ángel que hoy se cotiza en alguna librería de viejo a unos cincuenta euros o más. Hay un desfile emotivo de tatuajes y anillos, pendientes y calaveras, camisas de muertas, condones usados, pies de cadáveres con la etiqueta, de yonquis, actrices porno, prostitutas, moteros, dealers y canallas. Están los cielos de Madrid o de Pekín. Las fachadas de edificios abandonados o que parecen abandonados. Los árboles de ramas que anuncian “la entrada al purgatorio”. Porque, si este fotógrafo es un maestro con la cámara, también brilla su talento en la elección de títulos.
Se palpa el dolor en estas fotos. García-Alix siente cariño y respeto por sus personajes. Se nota en cada imagen. Pero puede que las más duras sean aquellas en las que él se retrata a sí mismo: con una herida reciente en torno al estómago, con un dedo vendado, con sangre en la cara, con una careta y el cuerpo desnudo mientras orina. En las que retrata los lugares donde ha vivido: habitaciones que tenían, junto a la cama, el váter y el lavabo; cocinas donde reina la cochambre, que parecen salidas de algún infierno jamás olvidado; cuchitriles de otra época. ¿Y qué decir de su rostro? Prematuramente envejecido, con cada arruga y cada tatuaje contando una historia, diciendo que no ha sido un camino de rosas, con mucha tristeza en los ojos, la tristeza de quien ha descendido a los infiernos y ha regresado con su cámara y su poesía en las manos. Al salir de la exposición fuimos a La Central, la librería del Reina Sofía y uno de mis locales de cabecera. Por allí estaba Agustín Fernández Mallo. Entré para echarle otro vistazo a “Moriremos mirando”, el libro de textos de García-Alix, pero un tipo se llevaba ya el último ejemplar. Lo acaban de editar.
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