viernes, abril 27, 2018

Rastros de carmín, de Greil Marcus



Éste es, probablemente (y con el permiso de Mystery Train, que aún no he leído), el libro más mítico de Greil Marcus. Imagino que la edición ya está agotada desde hace tiempo: yo tuve suerte porque lo compré hace unos cuantos años y lo puse en espera.

Greil Marcus arranca con su análisis sobre Sex Pistols y su irrupción en el panorama musical, por aquel entonces algo adormecido. Y es que la primera vez que uno escucha a los Sex Pistols se queda en shock, al menos a mí me sucedió y fui pitando a comprarme el "Never Mind The Bollocks". Marcus parte de ese hito de la música punk, pero retrocede para buscar las posibles conexiones y paralelismos entre esta rompedora banda y el dadaísmo, la Internacional Letrista, la Internacional Situacionista, los acontecimientos de mayo del 68, el pop, el nihilismo…, creando vínculos inesperados entre el punk y las vanguardias. Exhaustivo (en algunos tramos se nota la densidad, sobre todo cuando lo acompaña de citas de ensayistas y filósofos) y siempre sorprendente, es sin duda un libro legendario, del que había oído y leído maravillas. Seguro que en Anagrama lo reeditan un día de éstos. Aquí van unos extractos: 

En la cultura, la cuestión de la ascendencia resulta espuria. Toda nueva manifestación cultural reescribe el pasado, convierte a los antiguos malditos en nuevos héroes y a los viejos héroes en individuos que jamás debieron haber nacido. Nuevos actores limpian el pasado para los antepasados, pues la ascendencia es legitimidad y la novedad es duda, aunque en todas las épocas emergen del pasado actores olvidados, no como ancestros, sino como amigos íntimos. En la Norteamérica literaria de los años veinte estaba Herman Melville; en el rock'n'roll de los sesenta estaba el bluesman del Mississippi Robert Johnson, que cantaba en los años treinta; en la entrópica cultura occidental de los años setenta se encontraba el rotundo ensayista alemán Walter Benjamin, de los años veinte y treinta. En 1976 y 1977, y en años subsiguientes, simbólicamente reconvertidos por los Sex Pistols, había quizá dadaístas, letristas, situacionistas y varios herejes medievales.

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Si uno era capaz de detenerse a mirar el pasado y comenzar a escucharlo, entonces podría oír ecos de una nueva conversación; de este modo, la tarea del crítico sería conseguir que oradores y oyentes totalmente ignorantes los unos de la existencia de los otros llegasen a hablar entre sí. La labor del crítico sería mantener la capacidad de sorpresa ante el derrotero que tomase la conversación, y comunicar esa sensación a otras personas, porque una vida llena de sorpresas es mejor que una vida sin ellas.

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Los punks no eran sólo gente guapa que se convertía en fea, como las Slits o Gaye, el bajista de los Adverts. Eran gordos, anoréxicos, cubiertos de pústulas, de acné, tartamudos, cojos, gente con cicatrices y heridas, y lo que su nueva decoración subrayaba era el fracaso ya grabado en sus caras.

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Toda autoridad se derrumbaba, lo cual significaba que todo era posible, que cualquiera podía ser tiroteado en cualquier calle.

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Todo aquel que esté mínimamente familiarizado con la historia de las vanguardias sabrá que nada es más fácil que provocar un alboroto mediante una supuesta afirmación artística.


[Anagrama. Traducción de Damián Alou]

A Simple Favor: primer cartel


Próximamente: Denuncia inmediata


De Jeffrey Eugenides. En Anagrama.

Trailer de Leave No Trace


Cartel de Woman Walks Ahead


miércoles, abril 25, 2018

Un ser de lejanías, de Francisco Umbral


Me da miedo ya escribir un par de folios para cualquier sitio, porque inmediatamente se transmutan en billetes, siempre demasiados billetes. ¿Mi prosa es un objeto de consumo, una moda? Puede que sí.
Y disfruto de la ironía de la vida –el destino no existe, pero siempre es irónico–, que no es que nos niegue lo que pedíamos, sino que nos recompensa con lo que no habíamos pedido. Y largamente. Un hombre no sabe lo que vale hasta que no se lo dice el gerente de un Banco.

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El día en que me despierte sin ganas de leer el periódico es que me habré despertado muerto. Aquel periódico de la infancia y la provincia, con su cabecera gótica y negrísima. Allí leía yo antes de saber leer, me hundía en aquellas páginas como en un lecho crujiente, como los náufragos en su lecho de hojas o los mendigos en su lecho de papeles viejos.

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Lo que me da la lectura del periódico son unas ganas nerviosas de escribir. De modo que me asombro cuando me preguntan cómo puedo escribir todos los días. Lo que no podría es no escribir. Dentro de mí está el idioma como dentro de un reloj de pared está el tiempo.

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Hay un día en que la vejez se junta con la enfermedad. Ya no se sabe si duelen los años o si consisto en mis enfermedades. Los males son rotatorios y me rondan todo el cuerpo. Como cuervos merenderos, cada día se posan en una rama del fino árbol de sangre. Pero entre tanta negrura variada y venidera, veo con lucidez que envejecer es recuperar el presente. De niño se vive en el presente.

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He perdido mi vida viviendo. Ahora soy un rebaño de enfermedades, tanta belleza no atendida como olvidamos a través de la vida.

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Cuando yo empecé a hacer literatura en los periódicos, me dijeron que era muy bueno, pero que era siempre igual. Unos críticos han consagrado mis libros y otros han deseado por escrito mi no existencia corporal, mi inexistencia no sólo literaria, sino física. Todos han elogiado mi estilo por ocultar mi pensamiento.

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Tengo en la memoria cicatrices de todos los que van armados por la literatura. El discípulo amado pronto trueca su discipulazgo en rencor. Tengo tajos en el alma de todos los jefes de grupo. La tribu literaria es la más salvaje e irritable de todas las tribus urbanas. A mi vez, conozco a mis damnificados y no me arrepiento.

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Sin rencor, o purgado de todos los rencores por las enseñanzas de la edad, uno escribe su escritura, escribe la escritura, como la vieja que en cuclillas hace el guiso pobre para los perros, sin saber siquiera si pasarán los perros a comerlo. Basta con el placer de guisar.


[Austral]

Cartel de Hotel Artemis


Pamela Gidley (1965 - 2018)


Trailer de Venom


Sicario: Day of the Soldado: 2 carteles



lunes, abril 23, 2018

Maestros del Doom, de David Kushner


Es Pop es una editorial con un catálogo siempre selecto, con pocos títulos al año, pero publicados con un cuidado especial. Sobre todo en su colección de ensayo, donde figuran maravillas sobre determinadas obras y ciertos autores relacionados con el cine, la música, el cómic o, como en el caso que nos ocupa, los videojuegos.

Yo llegué a Maestros del Doom, principalmente, porque acababa de ver Ready Player One, la película de Spielberg que, de nuevo, me ha hecho disfrutar como un niño. El filme me llevó a recordar mi etapa de niño que se gastaba las propinas en las máquinas de los recreativos de mi ciudad, y la de adolescente que iba eligiendo juegos menos sencillos y la etapa de joven que empezaba a jugar en línea con los amigos, y que, siendo un profano en el asunto, sin embargo ha picoteado por el Tetris, el Asteroids, Ghost'n Goblins, Gauntlet, Tomb Rider, Monkey Island, Heroes of Might And Magic, Counter Strike… Todos esos recuerdos los había apartado un poco: Ready Player One ha abierto la puerta y Maestros del Doom ha conseguido que volviera directamente a los 80 y a los 90, como si viajara en ese DeLorean del avatar de la película de Spielberg.

David Kushner cuenta, con mucho oficio, de dónde provienen John Carmack y John Romero, que fueron los dos chavales que crearon videojuegos como Doom y Quake y sus respectivas secuelas, y que inventaron los juegos de disparos en primera persona. Cuenta sus orígenes, su condición de raritos, de geeks, de hackers, de gamers y de programadores que se hicieron millonarios muy jóvenes, pero a quienes lo que más les interesaba era jugar (Romero) y programar (Carmack). Kushner revisa y retrata con minuciosidad esa época, y nos muestra cómo trabajan todos estos chavales en las oficinas: son capaces de pasarse días sin levantar el culo de la silla ni los ojos de la pantalla de la computadora y de alimentarse sólo de pizzas y de refrescos, pero logran terminar sus proyectos y sorprenden a los compradores.

Maestros del Doom gusta incluso aunque no te interesen los videojuegos o nunca hayas jugado. Kushner maneja una terminología con la que uno no se pierde, y al fin y al cabo lo que uno lee es casi como una novela, algo del estilo a lo que La red social fue en el cine: divierte, engancha y tiene calidad. Aquí va un fragmento (y aquí se pueden leer las primeras páginas):

Todo el mundo tiene sueños no realizados. Quizá son sueños que requieren demasiado tiempo o dinero: pilotar un avión, conducir un coche de carreras. Quizá son demasiado extravagantes: luchar en una guerra interestelar, cazar vampiros. O quizá son ilegales: pasear desnudo por una zona residencial, liquidar a tu jefe con una recortada. Pero en cualquier caso los sueños están ahí, animando nuestras mentes a diario. Por eso existe una industria multimillonaria que deja que exploremos dichas fantasías en que la tecnología lo permita. Por eso existen los videojuegos.
Los videojuegos, claro está, no hacen que las personas vivan realmente sus sueños. Lo que les permiten es vivir la simulación de un sueño desarrollada por un programador. La acción es digital. Queda confinada a los límites de un ordenador o un televisor o un artilugio portátil. Los jugadores la experimentan a través de sus ojos, oídos y dedos, pero cuando han terminado de quemar neumáticos en la pista de Daytona o de tomar al asalto una base militar interestelar, se sienten como si realmente hubieran estado en algún sitio, como si hubieran trascendido momentáneamente su envoltorio de pellejo y huesos, los aprietos laborales, la pila de facturas cada vez más alta. Los juegos les permiten escapar, aprender, recargar pilas. El ser humano necesita los juegos.


[Es Pop Ediciones. Traducción de Óscar Palmer Yáñez]

Cartel de Filmworker


Solo: A Star Wars Story: nuevo cartel


Halloween (2018): primer cartel


jueves, abril 19, 2018

Sobre lo azul, de William H. Gass



Así que azul, la palabra y la condición, el color y el acto, se las ingenian para contenerse uno al otro, como si la botella del genio fuese su propio vientre, el hálito de la lámpara, el humo del espectro. Está ese aspecto plomizo. Está el plomo en sí, y todos esos que se llevan el plomo (bluey hunters), ladrones, esos que sustraen el metal de los tejados, y roban también las tuberías. Está la píldora azul que es la punta de la bala, la nariz, la ciruela, el silbador azul, y todos los tonos azulados de la muerte.
¿Es la visión de la muerte, la idea de morir? ¿Qué nos hunde en una melancolía más profunda: la inconclusión sexual o su espástica conclusión? ¿Qué parece envolver nuestra vida con satén? ¿Qué trae el colorete a nuestras mejillas? Soledad, vacuidad, futilidad, pena… cada una es en nosotros una ausencia. No nos duele, pero hemos perdido todo placer, y el labio que nuestro labio encuentra es siempre la otra mitad del nuestro. Nuestro estado es exactamente el nombre de precisamente nada, y nuestros recuerdos, con respetuosas caras largas, vienen a vernos y a decirse los unos a los otros que jamás hemos tenido mejor aspecto; que al fin se nos ve en paz; que nuestra muerte fue –bueno– triste –tranquila– sin dura era lo mejor (todo esto con un susurro no sea que la muerte tenga oídos). Decepción, pérdida constante, desesperación, un sabor, una suave cualidad del aire, un color, un pálpito: permanentes en su tránsito. No estábamos en condiciones. Se nos escapó. No pudimos retenerla. Nunca volverá. El pesar que quiebra el júbilo continúa su martilleo. O sea que es cierto: Ser sin Ser es azul.

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El azul es por tanto el color más apropiado para la vida interior. Ya sea ligero agudo intenso escurridizo parco agrio raudo nuevo y fresco o dulce hondo oscuro sofocante suave lento terso grave viejo y tibio: el azul se mueve con facilidad por entre todos ellos, y todos modifican profundamente los estados de nuestros sentimientos.

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El azul en que nos sumimos es el azul que respiramos. Y el azul que respiramos, me temo, es eso que queremos de la vida y hallamos solo en la ficción. Para el voyeur, la ficción es lo que llamamos ir hasta el final.   


[La Navaja Suiza. Traducción de Ce Santiago]

Trailer de The Equalizer 2


El reino: primer cartel


Cartel de Beast


martes, abril 17, 2018

Ensayo sobre el cansancio, de Peter Handke


¿Por qué te culpabilizas (una vez más)?

Porque el cansancio de entonces, por sí mismo, estaba vinculado a un sentimiento de culpa; éste incluso llegaba a fortalecerlo, a convertirlo en un dolor agudo. Una vez más fracasas cuando estás con otra gente: además, una cinta de hierro que te aprieta las sienes, la sangre que se te va del corazón; todavía, décadas después vuelve una vergüenza repentina ante aquellos cansancios; lo extraño de esto es que luego los parientes me recordarían algunas cosas, pero nunca estos cansancios…

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Pero allí, en el cuarto alquilado, ahora, en mi época de estudiante había otro cansancio que temer, un cansancio de otro tipo, desconocido en la casa de mis padres: el cansancio de estar en una habitación, en las afueras de la ciudad, solo; el "cansancio de la soledad".

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Del insomnio ya han hablado otros bastante: de cómo al final llega incluso a determinar la visión del mundo del insomne, de tal forma que, con la mejor voluntad, sólo puede ver la existencia como una desgracia, cualquier actividad como algo sin sentido, cualquier amor como algo ridículo. De cómo el insomne está tumbado hasta el alba, hasta la pálida luz que para él significa la condenación, una condenación que va más allá de uno mismo, en su infierno de insomnio, que alcanza a la totalidad del ser humano, un ser fracasado que se encuentra en un planeta que no es el suyo.

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Hasta las últimas horas del día no hice otra cosa que estar sentado y mirar; era como si, en esta situación, ni siquiera necesitara respirar.

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Estoy hablando aquí del cansancio en la paz, en el intervalo. Y en aquellas horas había paz; incluso en Central Park. Y lo sorprendente es que allí mi cansancio parecía contribuir a aquella paz temporal, ¿amasando, suavizando con su mirada cualquier intento de gesto de violencia, de pelea o siquiera de actuación desabrida?, desarmaba con una compasión completamente distinta a la compasión despectiva que tiene a veces el cansancio de la creación: la empatía como comprensión.


[Alianza Editorial. Traducción de Eustaquio Barjau]

Harry Anderson (1952 - 2018)


Josie: 2º cartel


Vittorio Taviani (1929 - 2018)


En Aleteia: Peter Rabbit




R. Lee Ermey (1944 - 2018)


Tully: 2º cartel


sábado, abril 14, 2018

Milos Forman (1932 - 2018)


viernes, abril 13, 2018

Entre ellos, de Richard Ford


Entre ellos agrupa los textos "Su muerte. El recuerdo de mi padre" (inédito hasta ahora) y "Mi madre, in memoriam" (ya publicado por Anagrama, pero ahora con una nueva traducción a cargo de Jesús Zulaika), además de un epílogo de extensión media en el que Richard Ford explica que median 30 años entre la escritura de ambos textos. Incorpora unas cuantas imágenes de él y de su familia y el resultado es maravilloso. La nota del inicio y varios extractos de los 3 textos:

Al escribir estas dos "memorias" –con treinta años de diferencia entre una y otra– he permitido que siga habiendo algunas faltas de concordancia entre ambas, y me he permitido a mí mismo cierta indulgencia al contar de nuevo algunos hechos. Estas dos decisiones, espero, recordarán al lector que fui un chico criado por dos personas muy diferentes, cada una de las cuales tenía una perspectiva propia que inculcó en mí, procuraba actuar de acuerdo con la otra y poseía una de las dos miradas a través de las cuales yo trataba de ver el mundo circundante. Educar a un hijo para que sobreviva hasta la edad adulta podrá parecerles a los padres a veces poco más que un ejercicio tenaz de repetición, y a menudo un vano aunque amoroso esfuerzo de coherencia. En cualquier caso, sin embargo, adentrarse en el pasado es un asunto delicado, ya que el pasado se afana pero siempre fracasa a medias en hacernos quienes somos.

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En Kansas City, sus jefes tuvieron en cuenta su situación y aliviaron sus tareas; dividieron su demarcación en dos y asignaron una de las partes de Dee Walker. Mi madre lo cuidaba con el mayor mimo posible. Y sin embargo mi padre tal vez se sentía atrapado: atrapado en un cuerpo defectuoso, atrapado en un trabajo que ahora le resultaba estresante por mucho que antes le hubiera apasionado, atrapado en su coche y en todos aquellos cafés y aquellas habitaciones de hotel minúsculas, atrapado en su calidad de padre de un hijo a quien solo veía los fines de semana, cuando llegaba exhausto y necesitado de calma y consuelo y sueño. Quizá se sentía también muy lejos de su único amor, cuyo cariño y tiempo ahora debía compartir conmigo. Y era muy posible asimismo que simplemente se sintiera mal físicamente y tuviera miedo.

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En 1973 mi madre descubrió que tenía cáncer de mama. Uno se siente tentado de decir que tal circunstancia aciaga se produce inevitablemente tras cierta sucesión de cosas por las que ella y la gente como ella, personas de su formación y edad, sesenta y tres años, han tenido que pasar: primero un tiempo en el que es consciente de que algo irregular tiene lugar dentro de uno de sus pechos, algo de lo que no quiere hablar con nadie y para lo que no busca consejo médico; luego sigue una etapa de preocupación, de creciente conciencia y de espera, que puede fácilmente demorarse un año; a continuación una mención casual a una amiga en quien confía (que en este caso, imperdonablemente, no hace). Y por último la afligida confesión a Kristina, con instrucciones de que no dijera nada a nadie (a mí). Kristina me lo cuenta, por supuesto, y acto seguido llevamos a mi madre al médico, que le prescribe unos análisis pero que, dado que ha pasado ya un año, no se muestra muy optimista.

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La alegría de sobrevivir la empañaba la certeza aprensiva de que sobrevivir es imposible. Y nadie puede perder a uno de sus padres sin pasarse el resto de su vida esperando que el otro se muera o se empiece a morir. Durante aquellos días y breves años, leía la muerte de mi madre en casi todas las cosas de su vida. Buscaba la enfermedad. Escuchaba sus quejas con escrupulosa atención. En mi horror ante el hecho de su muerte, la vivía por anticipado oscuramente, me aplicaba ese tratamiento preventivo para no venirme abajo por completo cuando llegara el momento.

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Mi creencia en la falta de trascendencia última de la vida vivida siempre me lleva a pensamientos de mis padres. En momentos difíciles, mucho tiempo después de su muerte, experimento a menudo la más pura de las nostalgias de ellos, de su realidad. Así, escribir sobre ellos, no apartar la vista de ellos, no es solo un medio de remediar mi nostalgia al imaginarlos cerca, sino también es señalar esa realidad que –una vez más– es donde comienza mi comprensión de lo importante.


[Anagrama. Traducción de Jesús Zulaika] 

Cartel de Dark Crimes


Próximamente: Minué para guitarra (en veinticinco disparos)



De Vitomil Zupan. En Sajalín Editores.

Cartel de Future World


Cartel de Mary Shelley


Hot Summer Nights: 2 carteles



miércoles, abril 11, 2018

Próximamente: La Casa de las Alfombras


De Mario Crespo. En Libros.com.

martes, abril 10, 2018

Te encontraré. En busca del hombre que me violó, de Joanna Connors


Abandonar mi cuerpo ocurrió de repente, en cuanto vi mi propia sangre en mi mano. La visión de la sangre me sobrecogió. No había sentido ningún corte, tan sólo el frío metal en la garganta, mientras el hombre me arrastraba por el escenario, pero no sabía que la había usado hasta que, minutos más tarde, me pasé la mano por el cuello. Estaba pegajoso.
Me miré la mano y descubrí una mancha roja.
El terror me sacudió de golpe, se deslizó por el pecho y llegó hasta el estómago. Sentí cómo el veneno se iba propagando de dentro afuera, por las extremidades y, luego, subía hasta la garganta. Actuaba por fases rápidas: shock, después pánico y, al final, parálisis.
Para cuando recobré la conciencia, estaba observándome desde arriba, en lo alto del teatro, por entre las cuerdas y las luces. Desde aquella posición privilegiada veía cómo el hombre me violaba.
Lo contemplaba con una insólita distancia. Era como si lo que estaba sucediendo en el escenario le pasase a otra persona. Estaba viendo un thriller hollywoodiense y habíamos llegado a la escena de violación de marras. Eran actores; yo, el público.
La mujer en el escenario alzaba la vista hacia el hombre. Se movía a cámara lenta.
-Chúpamela –volvió a decir–. Tengo que correrme.

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Necesitaba darle un sentido a mi violación. Doy sentido a las cosas a través de la escritura. Cuando era crítica de cine, descubría lo que pensaba sobre una película a lo largo del proceso de escritura. Con el paso de los años, eso fue lo que intenté con la violación. Escribía sobre ella, y sobre todo lo que conllevó, en una serie de diarios que abandonaba y retomaba y que todavía conservo. Empecé y abandoné una novela sobre ello, pero esto era diferente.
Esperaba que escribir acerca de David Francis expulsase el miedo, aunque también quería más. Quería que ese suceso arbitrario de la violación tuviese sentido. Quería hacer lo que el ser humano ha hecho durante miles de años, contar historias que nos ayuden a entender quiénes somos y qué acontecimientos de nuestras vidas nos han ido conformando. La manera de hacerlo, eso creía, era la que mejor conocía: como reportera.


[Errata Naturae. Traducción de Alba Ballesta]

How to Talk to Girls at Parties: nuevo cartel


Próximamente: Devoción


De Patti Smith. En Lumen.

Cartel de The Wife


Solo: A Star Wars Story: nuevo trailer


A Quiet Place: 3 carteles




viernes, abril 06, 2018

Una súplica para Eros, de Siri Hustvedt


12 ensayos, magníficos todos, que abarcan temas muy variados: el comentario sobre algunas narraciones de Henry James y Charles Dickens, Nueva York tras el 11-S, la obsesión con un olvidado actor secundario de los años 20, 30 y 40, la influencia de El gran Gatsby cuando era una adolescente, sus historias de infancia e inmigración, algunas consideraciones sobre el deseo y la sexualidad… Como buena ensayista, la apertura de un tema a veces es sólo una excusa para conducir al lector a otros temas, a otras obsesiones, a otras obras literarias y cinematográficas, de tal manera que combina la exploración compleja de las mismas con los giros y las sorpresas. Siri Hustvedt, una autora a la que apenas había leído, despliega en estos textos una lucidez admirable. Aquí van unos fragmentos:

Interpreto a mi manera las historias que me han contado y las convierto en narración. La narrativa es una cadena de eslabones que yo vinculo entre sí furiosamente, salvando sin vacilar huecos, lagunas y secretos. No obstante, intento recordarme a mí misma que los huecos están ahí. Siempre están ahí, no sólo en las vidas de los demás sino también en la mía propia.

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La fotografía de un lugar no constituye un lugar real, del mismo modo que tampoco lo es un libro, pero ello no impide que habitemos en las fotografías, bien como espectadores o a través de la identificación con alguno de sus personajes. Las palabras son más abstractas que las imágenes, pero éstas nacen inevitablemente de aquéllas. El drama pictórico de la lectura se corresponde con el de la escritura. No se puede tener uno sin el otro. La lectura es algo activo, pero la escritura lo es aún más. Idear ficción equivale a crear un lugar para el lector en el texto, y de ahí surge el eterno dilema al escribir un libro: qué incluir en él y qué dejar fuera.

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Escribir literatura de ficción es como recordar cosas que nunca han pasado. Imita a la memoria sin ser memoria. Las imágenes aparecen como un terreno textual, porque así es como funciona la mente. Yo, científicamente ignorante en lo que se refiere a la memoria y al cerebro, estoy convencida de que los procesos de la memoria y de la invención están conectados entre sí en nuestra mente.

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El feminismo norteamericano siempre ha adolecido de una veta puritana, de una ceguera impuesta frente a la realidad erótica. Hay, en este sentido, un aspecto duro y pragmático. Resulta poco prudente admitir que el placer sexual se presenta en todas las formas y aspectos posibles; que las mujeres, al igual que los hombres, se sienten a menudo excitadas por cosas que en el mejor de los casos se nos antojarían como tonterías y en el peor como algo perverso. Y, dado que la excitación sexual se alimenta siempre de la propia cultura y encuentra sus imágenes y desencadenantes en las fronteras trazadas en una sociedad determinada, nos enfrentamos en general a un tema peliagudo.

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Cuando una cultura oprime a las mujeres –y todas lo hacen, en mayor o menor medida–, no conviene reconocer que existen mujeres a las que les gusta verse sometidas en la cama o que experimentan fantasías acerca de la violación. Las fantasías masoquistas perjudican la causa de la igualdad e, incluso cuando se contemplan como el resultado de una "sociedad enferma", no resulta fácil desenmarañar o explicar en dos palabras la peculiaridad de nuestros actos o fantasías sexuales. El terreno del que brotan está, sencillamente, demasiado enlodado. Pueden controlarse los actos, pero no el deseo. La sexualidad sigue asomando a pesar de nuestras políticas.
El deseo es algo que siempre sucede entre un sujeto y un objeto. Puede haber personas que posean apetitos variables y errantes, pero el deseo debe fijarse en un objeto incluso si dicho objeto es imaginario o narcisista… incluso su el yo ha de convertirse en otro. Entre dos personas reales, lo más difícil es empezar. Como afirma mi marido: "Alguien tiene que dar el primer paso". Y nos hallamos aquí ante un tema delicado. Implica leer los deseos de otra persona. Pero también puede leerse algo equivocadamente.

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Necesitamos pensar en el yo como algo continuo, una historia constante en el tiempo. La mente siempre está buscando similitudes, asociaciones, repeticiones, porque crean significado. Cuando las repeticiones reconocibles se interrumpen, la gente dice: "No es el de siempre" o "No sé qué me ha dado. Hoy no soy yo".

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Empecé a comprender que las ideologías necesariamente empujan y tiran de una realidad hasta que logran encajarla en el sistema. Aunque se digan por una causa noble, las mentiras inevitablemente me hacen retroceder.


[Circe Ediciones. Traducciones de Aurora Echevarría y Gian Castelli]

Cartel de Sicario: Day of the Soldado


Próximamente: El favor de la sirena


De Denis Johnson. En Random House.

The Man Who Killed Don Quixote: primer cartel


Cartel de The Seagull


Always at The Carlyle: 2º cartel