domingo, septiembre 30, 2007

Noticias de Hank Over


Del blog de Hank Over, copio y pego:
Queridos hijos de Satanás: recién firmado el contrato para nuestra Resaca, ha llegado el momento de dar a conocer la editorial que apadrinará a la criatura. Será finalmente Random House Mondadori, en la colección Caballo de Troya, que dirige Constantino Bértolo. El título definitivo, Resaca/ Hank Over. Un homenaje a Charles Bukowski; la fecha de publicación, abril de 2008, y la portada y nómina de colaboradores satánicos, la que figura en el encabezamiento a este blog, justo a vuestra derecha. De momento, para ir abriendo apetito y ambientando la fiesta ( que, podéis estar seguros, va a ser sonada como ninguna ), os adelantamos en primicia los dos prólogos que preceden a la selección de textos y autores, donde Patxi y yo nos despachamos a gusto con el tío Chinaski, y otras dos viñetas luciferinas del gran Miguel Ángel Martín, más que idóneas para la celebración. Una gran noticia, sin duda, para todos los admiradores de Buk, y una pequeña espera que los hijos de Satanás nos encargaremos de amenizar con los mejores caldos de nuestra cripta - bodega. Feliz domingo & dulce resaca !!! v.
Nota: Supongo que los prólogos aparecerán mañana. También los colgaré aquí, y en breve la nómina definitiva de autores, ya que desde que di la noticia han variado un par de nombres.

The Other Boleyn Girl

Natalie Portman y Scarlett Johansson. Dos musas reunidas en una película. Lástima que no incorporasen a Keira Knightley. Sospecho que ningún hombre de buen gusto se perderá este filme.

Citas. 56

La integridad es un concepto relativo, y es mejor dejársela a mentes perspicaces como Jean-Paul Sartre y Hannah Arendt. La verdad es que cuando silban los vientos invernales y la única morada que uno puede permitirse es una caja de cartón en la Segunda Avenida, los principios y los ideales elevados tienden a desaparecer en medio de un remolino por el desagüe del cuarto de baño.
Woody Allen, Pura anarquía

Saturados de remakes

Coinciden en la cartelera, estos días, varios remakes producidos por Hollywood. En Estados Unidos hacen remakes de todo. De sus propias películas, ya sean clásicas (“Psicosis”, “La huella”) o contemporáneas (“La matanza de Texas”, “Carretera al infierno”). Y de los filmes del extranjero que les han gustado, sean españoles (“Abre los ojos”), franceses (“Tres solteros y un biberón”), italianos (“El último beso”) o alemanes (“Funny Games”). De ese modo, el cine americano entra en un círculo vicioso y se alimenta de sí mismo y del extranjero. Cualquier película con un poco de éxito, o con una trayectoria de culto, puede ser reconstruida (o “remakeada”, si se me admite el palabro) varias veces. Existió una obra maestra llamada “Psicosis”. Luego hicieron un remake, copiado plano a plano y en color pero sin la maestría de Alfred Hitchcock. Y, en el futuro, cuando la mina de las ideas esté agotada, aunque ya le falta poco, volverán a hacer otra versión de “Psicosis”, protagonizada por robots o por dibujos animados o por actores pintados con dibujos (la técnica empleada en “Scanner Darkly” y “The Polar Express”) o lo que sea que se le ocurra al magnate de turno.
Comentaba en el párrafo anterior que coinciden varios remakes en la cartelera, y ninguno de ellos me motiva. “Disturbia” se inspira en “La ventana indiscreta”, pero, de nuevo, sin el magisterio de Hitchcock ni la solvencia de James Stewart; y, aunque reconozco que Shia LaBeouf es buen actor, como demostró en “Bobby” y “Memorias de Queens”, no iré a verla. “Carretera al infierno” es la nueva versión de aquella cinta de serie B que a mí me sigue apasionando, que en España se titula igual, y que protagonizaba un siniestro Rutger Hauer. Tampoco me interesa, pese al trabajo de Sean Bean, un tipo con carisma y oficio. Y está “Sin reservas”, basada en “Deliciosa Martha”. No he visto ésta última, y el trailer de la nueva me indica que no debo tragarme este pastelón. Y está “The Last Kiss”, versión yanqui que me niego a ver porque la versión original, la italiana “El último beso”, me dejó un agradable sabor de boca que los americanos no pueden superar. Y está, por supuesto, la nueva versión de “Hairspray”, que, para colmo, no se basa en la película original de John Waters, sino en el musical que montaron después en Broadway. La veré cuando salga en dvd o cuando la pasen por televisión. Waters hizo una modesta y brillante película cargada de litros de mala leche. Muy ácida, como suele ser su cine. Y me niego a que esa visión me la machaque la industria de Hollywood. Insisto en que no he ido a verla, pero me temo que no saldrá esa escena de la película original en la que la chica que quiere ser reina del baile llora porque le ha salido un grano en la barbilla. Un grano muy blanco y purulento que su madre se apresura a reventar con las uñas. Y encuentro numerosas diferencias entre la madre descomunal, barriobajera y sucia que interpretaba Divine, y el retrato de John Travolta, que hace el mismo papel, pero en señora limpia, con buena presencia y menos kilos. La demoledora “Funny Games” se la han encargado a su director original, Michael Haneke. Y él ha rodado la misma película, con los mismos planos y los mismos diálogos, pero con actores anglosajones.
Lo anterior no significa que uno sea contrario a los remakes. Algunos me parecen superiores al original, o están a su altura. Es el caso de “La guerra de los mundos”, “Amanecer de los muertos”, “La matanza de Texas” o “Las colinas tienen ojos”. Pero un buen remake debe aportar una nueva perspectiva, construir una visión alternativa de la misma historia, y no ser una fotocopia.

sábado, septiembre 29, 2007

Trailer de The Mist


The Mist no está basada en La niebla de John Carpenter, sino en la novela de Stephen King del mismo título, que leí hace siglos, y de la que recuerdo a unos protagonistas atrapados en un supermercado porque les rodeaba una niebla llena de monstruos. Dirige Frank Darabont, especialista en King después de dirigir Cadena perpetua, La milla verde y el corto The Woman in the Room. Trailer: aquí.

El quinto elemento

somos

agua
pero todavía morimos
de sed

aire
pero aún no sabemos
como elevarnos

fuego
pero incapaces de dar
calor

tierra
pero nos asusta
volver a ella

somos dioses
con complejo
de hombres


David González, Algo que declarar

La gran estafa (The Hoax)

El irregular Lasse Hallström ofrece aquí uno de sus mejores trabajos. Si la vida de Howard Hughes es asombrosa (recomiendo la película de Martin Scorsese, El aviador, y la biografía de Michael Drosnin, Ciudadano Hughes), no es menos asombrosa la historia real del escritor Clifford Irving, un tipo que, tras el rechazo de su última novela por parte de una editorial, se inventa que es colega del enigmático y excéntrico magnate Hughes, y vende un libro que aún no ha escrito y que, se supone, le dictará el propio Howard Hughes, que quiere ayuda para escribir su autobiografía. Un exitazo de ventas, porque se sabe poco de la vida del millonario. Pero Irving y Hughes nunca se han visto. Comienza así una de las mayores estafas del sistema editorial.
Gran parte del peso de la película se apoya en su magnífico reparto (Stanley Tucci, Hope Davis, Marcia Gay Harden, Julie Delpy, Alfred Molina), del que hay que destacar a Richard Gere, en el que es, probablemente, el mejor papel de su carrera, si no el mejor. Interpreta a la perfección a un hombre devorado por la mentira, que se cree sus propias trolas y siempre salva los muebles inventando situaciones. Irving miente, incluso, en su matrimonio. Y, así, va tejiendo una espesa red de mentiras que le puede acabar atrapando.

Copiar y pegar

En YouTube, dónde si no, han colgado un vídeo en el que, antes de la habitual entrevista, charlan “off the record” el entrevistador, Fernando Sánchez Dragó, y su entrevistada, Ana Botella, a la que el primero piropea un poco en un considerable arrebato de mal gusto. El vídeo es una filtración, dado que recoge un momento más o menos delicado, un momento en el que se habla fuera de las cámaras, antes de comenzar ese telediario que se parece tanto a una secuela de “Cocoon” (ya me entienden). Conviene comentarlo.
Al principio, Dragó dice que se ha olvidado de llevarle a Botella su último libro. Le comenta que ella y su señor marido aparecen en algunas fotos del interior de esa publicación y entonces la mujer de Aznar pregunta: “¿Y cuánto tiempo has estado escribiéndolo?” Dragó, de quien sólo vemos una mano arrugada porque está fuera de plano, responde: “En realidad es un libro que me lo han preparado”. Es una entrevista imaginaria que uno de sus colaboradores ha compuesto, mediante las herramientas de Copiar y Pegar, utilizando declaraciones de la obra de Dragó. Éste asume: “Y yo no he hecho nada. No puedo”. Oiga, así da gusto publicar libros. Que otro tipo haga el trabajo sucio mientras tú apareces en la portada, vas a las ferias a firmar, sales en las fotos y cobras los beneficios. Así da gusto. Eso es un lujazo al alcance de unos pocos. Pero lo que llama la atención de este episodio no es que Dragó no haya arrimado el hombro en la confección de su nuevo libro (que tiene una portada tan cutre como los opúsculos que publica César Vidal, cuyos ejemplares me encuentro por cientos, y no exagero, en los sótanos de las librerías de saldo, porque nadie los quiere), y ya conocemos un montón de casos similares, sobre todo si “el autor” trabaja en televisión y no tiene tiempo, como Ana Rosa Quintana; no, eso no es lo que a mí me llamó la atención, sino la respuesta muda de Ana Botella. Salvo que sea una actriz grandiosa, y sepa disimular bien, el caso es que, durante la confesión de Dragó, ella no descompone el gesto, no se inmuta, no se sorprende. Lo entiende. Le resulta familiar. Mientras el presentador del telediario le dice que no ha hecho nada en su último libro, ella parece estar pensando: “Ya, qué me vas a contar que no sepa. Así es como ha publicado sus obras mi Josemari, que anda sin tiempo. Y, claro, si no tienes tiempo para escribir, tendrá que hacerlo otra persona en tu lugar, ¿no?” Que Aznar tampoco goce de tiempo para ponerse a escribir lo reconoce luego ella misma, tras la invitación del presentador, que insiste en que la pareja vaya unos días a su pueblo: “Está todo el día viajando”.
Pero ya ven, estos son los libros que luego se encaraman a las listas de los diez más vendidos: el del presentador de telediarios que está muy ocupado, el de la maruja de la crónica rosa que está siempre en el plató, el del ex presidente que está todo el día de viaje. Hemos llegado, pues, a una época en la que a gran parte de los lectores ya no les importa si el autor ha escrito o no el libro, ni lo que cuenta dentro, sino que su nombre aparezca en la portada, encima del título. Basta eso, y la foto, para comprarlo. Así funciona este país. Y aquí debemos aclarar una cosa: no es lo mismo el libro de Ana Rosa, AR, como la llaman ahora, escrito por un negro, que el libro de Dragó, que viene a ser una antología de sus textos. Sin embargo, el autor debería tener cierta responsabilidad, preparar él la selección o contribuir de alguna manera. Todos esos libros de presentadores, showmans, comediantes, y tal, que sacan de los monólogos y telediarios, suelen ser fruto del trabajo de otra persona.

viernes, septiembre 28, 2007

Maestro Howard Shore


Escucho estos días, una y otra vez, la banda sonora que Howard Shore ha compuesto para la última película de Cronenberg, Promesas del este. Shore es uno de los mejores músicos del cine, y no me refiero sólo a la actualidad. Ha ganado 3 Oscar, tiene algunos Globos de Oro y más de 40 premios. Suelen contratarlo directores con tendencia al lado oscuro: David Cronenberg, Peter Jackson, David Fincher, Martin Scorsese. Es el autor de las bandas sonoras de El silencio de los corderos, La mosca, Inseparables, El almuerzo desnudo, Ed Wood, Ni un pelo de tonto, Seven, The Game, Spider, Gangs of New York, El aviador, Una historia de violencia, Infiltrados o la trilogía de El Señor de los Anillos... Casi nada.

Las falsas esperanzas

El triste sentimiento de partir
de una estación
para no ir a ningún sitio,
la maleta medio vacía
y poco dinero en los bolsillos,
caras grotescas que te catalogan
desde el autobús,
la gitana que te aborda,
el niño que te observa
y el vacío helado
de las líneas blancas de la carretera
hasta llegar a casa
para tumbarte en la cama
a ver morir el tiempo.
O el vago malestar
que genera tarde o temprano
la impaciencia de proyectos
que jamás logran cumplirse.


Vicente Muñoz Álvarez, Canciones de la gran deriva

Al rescate

Anagrama acaba de traducir un libro de Alexander Kluge, autor alemán del que, según parece, contaban maravillas Susan Sontag y el gran W. G. Sebald. Se titula “El hueco que deja el diablo”. A pesar de la densidad de algunos fragmentos, de la complejidad de Kluge al narrar (se sirve de la física, de las matemáticas, de la filosofía, de la historia, del cine, de casos reales recogidos en los noticiarios, entre otros recursos), se alegra uno de, por fin, leer algo de este escritor, que también es muy venerado, aunque poco conocido, en su faceta de director de cine. No es el primer texto suyo que se traduce. En España se publicó, en los setenta, un librito titulado “Artistas bajo la carpa del circo”: no sé si era un guión para una de sus películas o una obra de teatro. Por tanto, aunque exista esa precedente, digamos que Anagrama ha traído por vez primera la narrativa de Kluge a este país, aunque el tomo original de “El hueco…” contiene unos quinientos relatos. Lo que aquí ha llegado es una selección hecha por Kluge.
¿Por qué digo esto? Porque el panorama editorial respecto a la literatura que nos llega de fuera, la literatura en otras lenguas que al final traducen en España, parece que atraviesa una época de esplendor. Basta echar un vistazo al panorama de novedades. Se están publicando, ahora mismo, libros que nunca habían sido traducidos en nuestro país, o bien que, habiéndose publicado hace unos años, estaban agotados y descatalogados, o bien que, tras la publicación oportuna, alguien advirtió que la edición era mala, o que era una traducción de otra traducción y, de ese modo, se trasnochaba demasiado el sentido del original. Las editoriales de aquí apuestan muy poco por los autores españoles; es cierto, pero al menos concedámosles el reconocimiento de su labor en cuanto a las traducciones y rescates. Pondremos ejemplos de algunas de las últimas novedades, de esos libros que ya era imposible encontrar, ni siquiera en las librerías de viejo, o que en España no conocíamos (y téngase en cuenta que voy a mezclar traducciones nuevas con reediciones). Elipsis acaba de presentar “Un nido de bobos”, de John Ashbery y James Schuyler. Rey Lear trae “La roja insignia del valor”, de Stephen Crane, de quien hace poco editaron “Heridas bajo la lluvia”. La recién nacida Impedimenta ha apostado, en su primer título, por “La abadesa de Castro. Una crónica italiana”, de Stendhal. Galaxia Gutenberg rescata la monumental “Vida y destino”, de Vasili Grossman, de la que cuentan que es una de las cimas de la literatura. Nordica ha desempolvado una narración de E.T.A. Hoffman, “El mayorazgo”, sin olvidar los rescates de Flann O’Brien y de Heinrich von Kleist, de quien también se ocupó la citada Rey Lear. Esas son algunas, sólo algunas, de las propuestas. Porque no podemos olvidarnos de Libros del Asteroide, dedicada a recuperar textos inéditos o ya agotados de autores clásicos (pero menos conocidos que los habituales nombres): de William Maxwell, Robertson Davies, Edward Lewis Wallant o Nancy Mitford. Y, volviendo a Anagrama, la lenta recuperación de uno de mis autores favoritos: John Fante. O, en Seix Barral y Lumen, los cuentos completos de varios clásicos contemporáneos.
Pese a este optimismo, queda mucho por hacer. Quiero decir que aún hay por ahí un montón de autores mal traducidos, o apenas conocidos, o cuyas obras permanecen inéditas. De vez en cuando les lanzo a eso editores algunas propuestas de rescate. También lo haré aquí, ahora. Deberían recuperar, ya, obras de Nelson Algren, Hubert Selby Jr., Varlam Shalamov, Joseph Mitchell, Edward Limónov. Por nombrar unos cuantos. Esperemos que alguien vuelva a apostar por ellos.

jueves, septiembre 27, 2007

Trailer de Midnight Meat Train



Basado en el relato de Clive Barker, El tren nocturno de la carne. Aquí.

El hueco que deja el diablo, de Alexander Kluge

Alexander Kluge dice, en el prólogo a la edición norteamericana de este libro, que escogió 173 narraciones de las 500 que forman el original alemán. La selección norteamericana es la que ha sido traducida aquí. Se trata de un jugoso libro misceláneo en el que el autor ha utilizado un montón de recursos: relatos hiperbreves, diálogos, fotografías, dibujos, citas, notas al pie, explicaciones en cada capítulo, ensayos, anécdotas, entrevistas... Así, el volumen se convierte en una caja de sorpresas en la que no caben los géneros: hay ficción, hay ensayo, hay historia, hay filosofía, hay otras ciencias. Y se habla del diablo a través de sus obras, de sus omisiones y de sus descuidos.

Los temas que maneja Kluge son numerosos: el cine, la catástrofe de Chernóbil, el accidente del Kursk, el regreso de Ulises, el 11-S, la crisis de Oriente Medio, la batalla de Stalingrado, la Alemania nazi, la Ilustración, el espionaje, el cosmos, la casualidad, la guerra del Golfo, Kant, la política, el circo, el amor, el suicidio, etcétera, etcétera. El autor (quien, además, es cineasta) es capaz de salir airoso en cualquier tema que se proponga y en cualquier empeño, y la brevedad de cada narración logra que el libro se vuelva muy ameno.

Sólo encuentro dos objeciones a su lectura. Por un lado, esa abundancia de géneros y de narraciones y de saltos en el tiempo hacen que uno se pierda un poco, sobre todo al principio, en el que nos cuesta acostumbrarnos a pasar del 11-S a los años 30, de un ensayo en tercera persona a un relato ficticio escrito en primera persona, de un seductor del siglo XVII a la hija de Onassis. Por el otro, la abundancia de datos científicos, algo que apasionará a quienes gustan de las ciencias.

Portadas exquisitas


50

Cuando los anónimos atacan a un colega, poeta o escritor, me afecta tanto como si insultaran a un albañil por el mero hecho de ser leal a su trabajo.

Tribulaciones de un ciudadano

Exterior, noche. Una calle de Lavapiés. En torno a las doce menos diez de un viernes. Un coche se detiene ante un garaje. El conductor toca el claxon, con insistencia. Alguien (el narrador mismo) se asoma al balcón, a ver qué ocurre. Es un chico que quiere entrar y aparcar en su plaza. Pero una furgoneta bloquea el paso. Allí se prohíbe aparcar. El conductor está solo, es joven y español. Toca otra vez, pero nadie aparece a retirar el vehículo. Frente al garaje hay un edificio. Se abren las dos ventanas del primer piso. Dos árabes jóvenes asoman el cuerpo. Uno de ellos grita: “¡Deja de tocar el claxon! ¡Queremos dormir!” El conductor replica: “Es que no puedo entrar al garaje. Tengo que avisar, para que retiren esa furgoneta”. Toca el claxon de nuevo. El de la ventana grita: “¡Oye, deja de tocar ya, gilipollas! ¡Tenemos que levantarnos a las cinco de la mañana y hay que dormir! ¡Deja de tocar ya, gilipollas!” El conductor replica: “¡Oye, con educación! No me insultes, que yo no te he insultado. Eso, para empezar”. El otro: “Pues llama a la policía, pero no armes ruido. ¡Llama a la policía!” El conductor: “Pues eso voy a hacer, llamar a la policía. Y le diré lo que me estás llamando”. El chico saca el teléfono móvil. Los árabes cierran las ventanas.
El conductor llama por el móvil. No parece obtener respuesta. Vuelve a llamar. Se le ve, allá abajo, colgado del teléfono. Los coches se van acumulando detrás. Algunos conductores aporrean el claxon. Otros salen y dicen: “¡Vamos, tira!” Cuando detrás del chico hay ya unos ocho coches, éste decide arrancar y, se supone, dar la vuelta a la manzana mientras se desahoga la calle de tráfico. Regresa. Se detiene junto a la furgoneta. El móvil, pegado a la oreja. Alguien imagina que estará tratando de llamar a la policía, a la grúa y a quien sea. Cuando un coche quiere pasar, repite la operación: arranca y da la vuelta. Transcurre algo más de media hora. En una de esas paradas, un coche situado unos metros más allá deja un hueco. El chico aparca allí. Es un hueco provisional, mientras sigue llamando. Ante el vehículo hay dos marroquíes, vendedores de hachís. Uno de ellos orina la parte trasera del coche de delante.
Una hora y pico después se detiene un coche de policía junto a la furgoneta. No hace ruido. Sólo el del motor. Pero lleva encendidas las luces de la sirena. En cuanto se para, y las luces iluminan la calle, del restaurante que hay cerca del garaje empiezan a salir unos seis o siete árabes. Uno de ellos se apresura a entrar en la furgoneta. El primer policía se baja y le dice que no se puede ir. Le pide la documentación del vehículo. Otro poli va a hablar con el chico, que sale de su coche y se reúne con todos delante de la furgoneta. Explica la situación. Llegó y no podía entrar al garaje. Los de la furgoneta se defienden: “Estábamos ahí, ahí dentro”. Un policía extiende una receta. Protestan: “Pero si estábamos ahí al lado”. El policía se encoge de hombros. Debería haber dicho: “Ahí no se puede aparcar”. Les da la receta, mientras el chico saca el coche y da la vuelta a la manzana. Un policía les dice: “Venga, chicos, pasarlo bien”. La policía desaparece. Uno de ellos retira la furgoneta. Esperan en la calle. Cuando el chico va a entrar en el garaje, se le aproxima el más fornido. Le dice: “Tú eres perfecto, ¿verdad? Te crees perfecto. Los demás somos mierda para ti. Tú lo haces todo bien, ¿verdad?” Le señala con un dedo: “¡Eres un chivato! ¡Un chivato!” Otro de los árabes, apoyado en una pared, grita a los cuatro vientos: “¡No es un chivato, es un racista! ¡Racista! Allá en mi tierra hay sitio para todos. ¡Racismo! ¡La tierra no es de nadie! ¡La tierra es de Dios!” El chico logra entrar en el garaje. Los de la ventana no se asoman a protestar.

miércoles, septiembre 26, 2007

El almuerzo desnudo de David Cronenberg


Estos días sale a la venta en dvd la película de David Cronenberg, inspirada en la novela del mismo título de William S. Burroughs. Yo la conseguí ver hace una semana, tirando de e-mule. Es decir: llevaba años intentando seguirle la pista. En España no se estrenó en su momento; no salió en vídeo, ni en dvd, no la pusieron en la televisión (o yo no encontré la noticia). Hace unos meses debió estrenarse en algún cine madrileño, pero su paso por la cartelera fue fugaz. Es una especie de película maldita, y la rodaron en el 91. No es tan redonda como otras obras de Cronenberg (prefiero La mosca o Inseparables o Una historia de violencia), pero se debe ver. Me gustó más que el libro. Jamás entenderé cómo cintas de este estilo no logran un hueco entre los estrenos, cuando la cartelera suele estar, toda la semana, repleta de bodrios.

Premio Qwerty a Libros del Asteroide

Copio y pego la noticia:
La I edición de los Premios Qwerty, promovidos por el programa literario Qwerty de BarcelonaTV, ha galardonado a la editorial Libros del Asteroide (ex aequo con Edicions La Campana) en la categoría de Mejor Labor Editorial.
Los Premios Qwerty nacen con el objetivo de reconocer todos los ámbitos del mundo editorial, desde las obras más significativas del año hasta la labor de distintos profesionales del libro: como la mejor labor editorial, la mejor tarea periodística en favor del libro o el mejor librero. El jurado de esta primera edición de los Qwerty ha contado con algunos de los más destacados profesionales del país entre agentes, editores, libreros y críticos literarios, entre otros.
La editorial Libros del Asteroide, con dos años y medio de vida, ha publicado 25 títulos traducidos de siete idiomas distintos. Más de la mitad de los libros del catálogo han sido reeditados, algunos de ellos varias veces. Dos de los libros de Libros del Asteroide fueron finalistas en la última edición del Premi Llibreter que otorgan los libreros de Cataluña y uno de ellos,
El quinto en discordia / El cinquè en joc, se alzó con el premio.

La Noche en Blanco

Salí el sábado, a presenciar esto de La Noche en Blanco. Habíamos quedado con un grupo de gente en torno a Tribunal, porque allí había conciertos gratuitos. Entre ellos, La Habitación Roja. No iba muy convencido con lo de la noche blanca. Mi intención era sortear las perfomances, que no me gustan, y evitar la asistencia a los debates literarios, que suelen ser soporíferos. No sé muy bien qué esperaba de La Noche en Blanco. Quizá ver el ambiente. Quizá darme una vuelta por ahí, echar un vistazo. Al final, estos eventos de Gallardón, el alcalde de Madrid, sirvieron principalmente para una cosa: celebrar un botellón en la calle. Me pregunto por qué esa noche estaba permitido meter ruido hasta las tantas, beber litronas en la calle, organizar conciertos nocturnos, abrir los bares hasta tarde. El resto del año Gallardón prohíbe que los jóvenes se reúnan y beban en Malasaña. Esa noche, no. Esa noche Gallardón dice que nadie duerme y se la sopla que siga habiendo vecinos viejos y gente que madruga. Lo que tendríamos que haber hecho quienes vivimos en Madrid es no haber salido aquella noche, quedarnos en casa, dejar al alcalde con el culo al aire, lograr que fracasara, hacerle una higa para que viese que no es nuestro guardián. Pero somos españoles. Y los españoles tenemos, como cima de nuestros ideales, el jolgorio, la juerga, el mamoneo, la fiesta, los actos gratuitos. No me excluyo. Nos cae mal Gallardón, pero ha organizado una noche de actividades culturales, así que no nos la perdemos.
El metro hasta Tribunal iba repleto. En el vagón íbamos apretujados y sin aire acondicionado. Salimos nadando en ríos de sudor. Nos costó varios minutos atravesar el gentío que escuchaba el concierto y el gentío que andaba por las inmediaciones, bebiendo litronas, latas de cerveza y copas preparadas en la calle. O sea, el botellón. Aquella aglomeración me recordó a la Semana Santa de Zamora, como si fuese un Jueves Santo en el que no cabe un alfiler en las calles. A posteriori me he enterado de una trifulca multitudinaria en la Gran Vía, en torno a las cuatro de la madrugada, en la que se vieron involucradas ochenta personas; hubo un par de heridos y algún detenido. Eso, al menos, es lo que cuentan los periódicos. Al poco de llegar a Malasaña empezó a llover. Como el grupo que en ese momento estaba tocando no era The Rolling Stones, plegaron velas. La gente se refugió en los bares, en los portales, en los soportales, en la entrada de los garajes. Si uno no había llevado bebidas a la calle, es decir, compradas de antemano en algún supermercado, había varias opciones para beber al aire libre: pedir en un bar y sacar la copa en recipiente de plástico; comprarle latas de cerveza a los vendedores ambulantes chinos; entrar en un bazar chino y (aunque a esas horas, pasadas las diez de la noche, está prohibido vender alcohol) rogarle que te vendiera unas botellas, que el tipo, efectivamente, vendía y colaba de extranjis, cobrando un riñón. Vi cómo un policía le requisaba un pack de cervezas a un vendedor ambulante. Le dio igual: fue a buscar otro paquete y continuó con la venta.
En las calles había demasiada gente. Aglomeraciones para entrar a los eventos, para ir en el metro, para participar en las actividades. En las aceras se acumulaba la basura de este gigantesco botellón permitido por el alcalde: vasos y bolsas de plástico, botellas de cristal, latas estrujadas, envoltorios. Nos fue imposible hacernos con un folleto de los actos. Tras estar un rato fuera decidimos ir a los bares. A beber cerveza, para que no nos endilgasen garrafón. Una noche como otra cualquiera, pero con las calles a tope y manga ancha para lo que suelen prohibir.

martes, septiembre 25, 2007

El velo pintado

He tardado en ver esta película porque, seamos sinceros, a priori parecía un ladrillo. Pero es todo lo contrario. Está basada en la novela de W. Somerset Maugham. En los años 20 una pareja se casa. Ella no está enamorada de él, un doctor que debe viajar a China. De vuelta a Shanghai, la mujer le es infiel con un norteamericano. Como castigo, el doctor se la lleva a un poblado chino devastado por el cólera, donde ella se convierte en un cero a la izquierda mientras el doctor la ignora y humilla. Es allí donde aprenderán varias lecciones sobre la vida y la muerte, el amor y el odio, el perdón y el desprecio.
Debemos destacar las interpretaciones de Naomi Watts, Edward Norton y Toby Jones (a quien hace poco vimos en la piel de Truman Capote), la fotografía y el guión y la extraordinaria banda sonora del gran Alexandre Desplat, sin olvidar la dirección de John Curran, que imprime ritmo al filme y agiliza la historia. Una maravilla.

Mi muerte

Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, "¡ven rápido, se está yendo!"
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, darán un paso adelante
para que pueda verles por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren,
me cogerán la mano y me dirán "Valor"
o "Todo va a ir bien".
Y tienen razón. Todo va a ir bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
"Sí, te escucho. Te entiendo".
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
"También yo te quiero. Sé feliz".
¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.

Raymond Carver, Todos nosotros

49

Algunas personas dejan de responder a mis correos electrónicos. Durante meses. Nunca sabré si les llegaron o no. Probablemente se deba a errores de la red. También podría ser (me ha sucedido varias veces, me sigue sucediendo) que esas personas hubieran leído algo que les desagradara en uno de mis artículos, y por eso prefieran retirarme la palabra. Podría ser. Lo que duele no es que dejen de responderme, sino que nunca sabré sus motivos.

Seguridad Social

Ayer hablábamos de las instalaciones del Hospital Provincial de Zamora. No había más espacio para proseguir con el artículo, así que entiéndase éste como una especie de continuación o complemento a aquel. Me quejaba de cuando yo estuve allí ingresado, en un par de ocasiones, y del único lavabo disponible para hombres que había en aquella planta. Y de cómo compartes habitación con varios pacientes. Y, así y todo, podemos darnos con un canto en los dientes por vivir en España y gozar de la Seguridad Social. No es perfecta, obviamente. Tiene un montón de defectos, como las listas de espera. Pero es mejor que nada. Es mejor que elegir entre uno de tus dedos porque no puedes pagarte la operación completa mediante la que te coserían los miembros que te cortaste en un accidente laboral. Esto es lo que le ocurre a uno de los hombres entrevistados en el último documental del polémico Michael Moore, “Sicko”, que indaga en el sistema sanitario de Estados Unidos. El hombre estaba trabajando y perdió los dos dedos centrales de su mano. Fue al médico. No tenía seguro propio. Así que cada pieza, cada dedo, costaba un pastón. Como no tenía dinero para costearse los dos, el médico le dijo que eligiese uno de ellos. Le faltaban el dedo medio y el anular. El dedo medio es más importante, tiene más utilidad, más funciones, sobre todo si sales con una mujer. Pero era más caro que el anular. De modo que el hombre escogió el anular y ese es el que le cosieron. El que regresó de vuelta a su mano.
Algunas películas (y documentales, en el caso que nos ocupa) se estrenan a la vez que en Estados Unidos. Otras, lo hacen antes. Es decir, se estrenan en España o en Francia antes que en América: pero esto son excepciones. Otras tantas tardan años en llegar. Por ejemplo, la australiana “Wolf Creek”, una estupenda película sobre un asesino en serie con trazas de Cocodrilo Dundee paleto, ha tardado dos años en estrenarse. En esos casos, cuando uno no sabe si estrenarán cierto título, procura hacerse por ahí con una copia de la película o el documental en cuestión. No nos engañemos. “Por ahí” suele significar en las redes de intercambio de archivos P2P. O en el top manta. O recurriendo a alguien que te presta una copia. Como no encontré fecha de estreno del documental de Moore en España, ya lo he visto.
Michael Moore tiene ya más detractores que admiradores, sobre todo detractores resentidos, de derechas. Dicen que es un manipulador, y tampoco lo vamos a negar. Lo suyo es el género documental, pero no es un documental puro. Aún así, lo que cuenta en estos documentales no es un engaño. Moore suele entrevistarse con personas que le cuentan casos reales. En “Sicko” se pregunta por qué en Estados Unidos carecen de una Seguridad Social. Se pregunta por qué si uno enferma, y no tiene un carísimo seguro personal que le resuelva la papeleta, y si no tiene fondos para pagarse las operaciones y las medicinas y la asistencia médica, por qué debe resignarse a ir al hoyo. En “Sicko” aparecen varias de las paradojas que han hecho de EE.UU. lo que es. Por ejemplo: en una escena nos muestra los homenajes y las medallas que se ganaron los voluntarios de los rescates del 11-S. Pero esos mismos voluntarios, años después, padecen múltiples enfermedades y no tienen dinero para tratamientos. Están desatendidos y olvidados. Moore viaja a Canadá, Inglaterra, Francia y Cuba para demostrar las diferencias entre su servicio médico y el de EE.UU., donde para sacarte un seguro debes demostrar, además, que no tienes ninguna enfermedad o dolencia, que estás sano como una manzana. Así que, pese a todo, bendita sea nuestra Seguridad Social.

lunes, septiembre 24, 2007

Confesionario 1 y 2, de Juan Ramón Iborra

Entrevistas con José Saramago, Dominique Lapierre, Antonio Muñoz Molina, Miguel Delibes, Félix de Azúa, Alberto Vázquez-Figueroa, Paul Bowles, Javier Marías, Francisco Nieva, Rosa Chacel, Guillermo Cabrera Infante, Juan Goytisolo, Tom Sharpe, Antonio Buero Vallejo, Naguib Mahfuz, Isabel Allende, Anne Rice, Nadine Gordimer, Paul Auster, Kenzaburo Oé, Seamus Heaney, Günter Grass, Laura Esquivel, James Ellroy y Norman Mailer.



Entrevistas con Carlos Castilla del Pino, Tom Wolfe, Antonio Tabucchi, Sam Shepard, Ian Gibson, Mario Benedetti, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Augusto Roa Bastos, Martin Amis, Julian Barnes, Mario Vargas Llosa, Kenizé Mourad, Gore Vidal, Doris Lessing, Salman Rushdie, Eduardo Mendoza, Bernardo Atxaga, José Angel Valente, José Luis Sampedro, Juan Luis Cebrián, Juan Marsé, Carlos Fuentes, Antonio Skármeta y Umberto Eco.

48

Existe una clase de cretino muy abundante en internet. Se trata de quien, por el mero hecho de dedicarnos algunos a la escritura, cree que su misión consiste en desprestigiarnos y descalificarnos, emboscado tras la máscara del anonimato. La ventaja de este incordio diario es que él mismo, con esa actitud infantil, está reconociendo que, en efecto, no sirve para otra cosa.

Viejas instalaciones

Me llama uno de mis amigos por teléfono. Hablamos de varias cosas. Al final, me dice que va a ir a Zamora para ver a su madre, que estuvo ingresada en el Hospital Provincial. Nada grave, al parecer. Pero le tocó estar quince días allí. Mi colega no conocía el Hospital Provincial. Nunca había entrado. Yo sí. Estuve ingresado un par de veces. Así que nos pusimos a hablar del tema.
No sé si lo recuerdan, pero hace años, tras dos hospitalizaciones, hablé del Rodríguez Chamorro. Hablé bien del personal y mal de las instalaciones. Es un edificio curioso: quienes allí trabajan te dan un trato exquisito, la atención es magnífica, la gente es agradable; pero, en contraposición al buen trato humano, están las instalaciones. Pensé que, con los años, algo habría cambiado. Pero no. Siguen siendo tercermundistas. A la madre de mi amigo la metieron en una habitación en la que había varias mujeres más. Un par de ellas se murieron. A mí también, lo recuerdo ahora, me asignaron (en la segunda ocasión) un cuarto enorme en el que compartí reclusión con cuatro pacientes más. Es una lata. Cuesta volver a compartir cuarto con otras personas, como cuando eras un crío y dormías en la misma habitación que tus hermanos. Cuesta acostumbrarse a los ronquidos, a las toses de madrugada, a que alguien se levante en mitad de la noche para ir a orinar. Si eso cuesta, imaginen lo que cuesta acostumbrarse a que tus compañeros de habitación fallezcan. Allí, delante de ti. No me sucedió a mí, por fortuna para mis ojos y para mis compañeros de cuarto. Le sucedió a la madre de mi amigo. Me habló de chaperones, de agujeros en las paredes, de retales. Lo entiendo. Lo viví. Lo padecí. Suerte que a mi lado solían estar los médicos, los enfermeros, los auxiliares. La primera vez me fijé en un par de agujeros en el cuarto. Pregunté que era aquello. Era lo que quedaba de un televisor. La gente robaba las televisiones, se metía en los cuartos a hurgar en los armarios, arrancaba todo aquello a lo que pudiera sacarle algún partido en su casa. Por eso mismo, una enfermera me recomendó esconder la cartera y demás objetos de valor. Y así lo hice.
En la planta en la que estuvo esta madre de la que hablo no había servicios en las habitaciones. Me lo dice mi amigo, con asombro. También, ay, sabía eso por propia experiencia. A mí me ingresaron en la cuarta planta. No sé ahora, pero entonces las habitaciones de los enfermos tampoco disponían de lavabos. El servicio de caballeros, para todos los hombres de la planta, estaba en un extremo. Al otro extremo, si mal no recuerdo, estaba el servicio de mujeres. Lo escribí en su momento: tenía una bañera y dos retretes. Y tres lavabos de tamaño bolsillo. En pleno siglo veintiuno; en una ciudad que progresa despacio, pero progresa. Como para una prisa. Si uno entraba por la mañana a despojarse de lo que le sobraba en los intestinos y las dos puertas estaban cerradas, tenía que salir al pasillo y esperar de brazos cruzados. Un tipo, aunque esté recién operado, siempre prefiere (si nada se lo impide, si todavía puede caminar, aunque sea con dificultad) levantarse de la cama e ir hasta el váter. Pero aquellas letrinas estaban fuera. Había que salir del cuarto, atravesar el pasillo, moverse más de la cuenta. No sé si aquella planta sigue así. Me temo que no ha cambiado. Por suerte, no he tenido que volver a que me ingresen o a visitar a los pacientes. En enero de este año anunciaron que la remodelación del Hospital Provincial empezaría por las plantas quinta y sexta. No he vuelto a saber nada del tema.

domingo, septiembre 23, 2007

Trailers de Eastern Promises


¿Quién es B. Traven?

En el blog dedicado a Hank Over han colgado un link a una página con abundante información sobre el enigmático y escurridizo B. Traven. Muy recomendable. Como recomendable es la única novela que tengo de él, El tesoro de Sierra Madre, llevada al cine con habilidad por John Huston y un reparto glorioso. Quien no la haya leído, no sé a qué espera. Link: aquí.

Once poéticas críticas, de Enrique Falcón (Ed.)

Queda seguir escribiendo por amor. Escribir para entender el mundo. Escribir para cambiarlo.
Encontrado en este libro, que agrupa textos de Jorge Riechmann, Antonio Orihuela, Enrique Falcón, Daniel Bellón, Antonio Méndez Rubio y David González, y que sirve de complemento al libro Once poetas críticos en la poesía española reciente y al potente recital que el viernes por la noche ofrecieron en la Sala Youkali de Vallecas.

Hombre que mira

Debo reconocer dos cosas sobre “En la ciudad de Sylvia”, la nueva película de José Luis Guerín. La primera es que me gustó, comprendí al protagonista, entendí que Guerían quería regresar a los orígenes del cine, donde lo más importante era la imagen, y no el diálogo (aunque sí el sonido, fundamental en este trabajo). La segunda es que no gustará a todos los públicos; aún diré más: a casi nadie. Para quienes busquen ruido y argumento, se les antojará un peñazo. Dudo que a las mujeres les entusiasme, porque es una película centrada en un hombre que mira y en mujeres que son miradas, como objetos de deseo a los que el protagonista venera. A quien fue conmigo a verla no le gustó en absoluto: se aburrió como una ostra. Por esos motivos no me atrevo a recomendarla. Sólo me atrevo a decir que disfruté, y que los cinco o tal vez diez últimos minutos se me hicieron cuesta arriba: es un epílogo que quizá no fuese necesario, que podría habernos ahorrado, aunque conecta con el punto inicial en el que el protagonista se encuentra, es decir, que está atrapado en una quimera.
Apenas hay argumento: un joven vuelve a una ciudad en busca de una estudiante de arte a la que conoció seis años atrás; su objetivo es encontrarla, dado que sigue obsesionado con ella. Por eso, se dedica a mirar a las mujeres, con un doble motivo: recrearse y reconocer a aquella chica. Apenas hay música, salvo la que suena por exigencias del ambiente: la melodía que tocan dos violinistas callejeras, un par de canciones en un bar o en un coche que pasa por la calle. Apenas hay diálogo. El protagonista absoluto es el actor Xavier Laffite, que me parece un gran descubrimiento: una cara fotogénica, un tipo que sale airoso del reto de expresar el registro de sus emociones sólo mediante sus gestos faciales. Pilar López de Ayala está más guapa que nunca, pero su intervención apenas ocupa la mitad del metraje. La historia de Guerín es la de un hombre que mira, la de un hombre obsesionado, ese que todos hemos sido alguna vez. Solitario, con su cerveza y su cuaderno de bosquejos, se sienta en las terrazas y observa, dibuja, reflexiona. Mira a las mujeres: sus cuellos, su pelo al viento, sus sonrisas, sus manos. Por eso digo que un hombre puede sentirse identificado, y acaso una mujer aborrezca la película. Nunca había visto una obra de este director porque, en mi ciudad natal, creo que jamás se estrenó uno solo de sus trabajos.
Pero hay algo que me subyugó aún más que los motivos y las andanzas solitarias y silenciosas del protagonista. Y es el tratamiento que Guerín le ha dado a la ciudad donde transcurre, Estrasburgo. A principios de año estuve unos días allí. Nada más bajar del avión supe que acababan de terminar el rodaje. Por eso quería verla, para saber cómo el director había capturado la ciudad de bicicletas y tranvías. Es una ciudad que se ajusta bien a sus propósitos: como en sus zonas céntricas apenas hay coches ni motos ni autobuses, los únicos ruidos que existen al fondo son los del tranvía, los de los músicos callejeros, los del zureo de las palomas, los del rumor de las conversaciones, los del eco de los pasos mientras el personaje camina por esas calles estrechas por las que apenas pasa gente. Guerín ha sabido capturar la magia de esta ciudad tranquila. Reconocí los rincones que filma, las calles por las que el joven sigue a Pilar López de Ayala. Hay una pintada que se repite en Estrasburgo, un mensaje callejero, un “texto urbanizado”, que diría Vicente Luis Mora. La pintada es: “Laure je’t aime”. En la película sale la misma pared con esa frase a la que yo le hice una foto. Al público no le gustará. Yo me quedé atrapado, como el protagonista queda atrapado en su quimera.

sábado, septiembre 22, 2007

Citas. 55



...pues el que hoy vierta conmigo su sangre será mi hermano.

William Shakespeare, Enrique V

Sicko

Página oficial: aquí.

Fines de semana

El fin de semana pasado estuve en Zamora y alguien me preguntó con qué frecuencia solía regresar a la ciudad. Le respondí que una vez al mes. Y que, en realidad, me gustaría ir más a menudo. Por ejemplo, un fin de semana sí y otro no, como hacía en los tiempos en los que estudiaba en Salamanca. Me preguntó por qué, entonces, no iba más a mi tierra. Le dije la verdad, lo que ya he contado aquí más de una vez. Que el viaje desde Madrid es una paliza y el regreso es idéntico, o aún peor. Que en muy raras ocasiones tienes la suerte de tu lado y haces un viaje de dos horas y media. Lo mínimo suelen ser tres horas. De ahí para adelante. Te tropiezas con atascos para salir de Madrid y atascos para entrar en Madrid. Y eso no es lo peor. Lo peor es observar cómo conduce el personal. Jugándose el pellejo, caminando por el filo de la navaja a ciento treinta kilómetros por hora. Creyendo que son inmortales, que no les pasará nada. Adelantamientos suicidas, incumplimiento de las normas, coches que se pegan al culo del vehículo que tienen delante. Saliendo de Madrid, el pasado fin de semana, vimos un coche volcado. Con la policía alrededor. Estaba de lado, en la tierra de nadie que divide la autovía. Abollado, con los cristales rotos. Cuando pasamos ya se habían llevado, parece, al conductor y a los posibles ocupantes. Lo que ocurre es que, cuando le cuentas a alguien (que nunca hace el trayecto Madrid-Zamora) que ese viaje es una lata y que pierdes la tarde, ese alguien no suele creérselo. Siempre piensan que uno exagera. El último viernes logramos salir en torno a las cuatro de la tarde, creyendo que esa era la hora adecuada, el tiempo en que aún no habría tráfico. Pero había la misma caravana de coches que te encuentras a las seis o a las siete de la tarde.
Volvamos al principio. Insistiré en que me gusta ir a Zamora en fin de semana porque, saliendo de noche, me lo paso mejor en mi ciudad que en Madrid. Lo habré escrito veinte veces. Es una ventaja, créanme, moverte entre un montón de bares que distan apenas sólo unos minutos unos de otros (a veces ni eso: en Los Herreros tardas dos segundos en salir de un bar y entrar en el siguiente), sin recurrir a las caminatas, la búsqueda de un taxi o una parada de metro. Pero es que, además, el tamaño de la ciudad propicia los reencuentros nocturnos. Sales un rato y te acabas encontrando con quince amigos y con quince conocidos. Saludas, te paras, comentas la jugada. Charlas de esto y de aquello. Y así la noche va pasando. Lo que gusta de salir por las noches a unas cuantas personas (entre las que me cuento) es esa posibilidad: pegar la hebra, tener conversaciones con gente que igual no pensabas encontrarte, ver en unos minutos cómo nos va la vida a todos. Ya sé que en Madrid no es imposible esa situación. Pero para mí no es tan fácil. Para empezar, porque en la capital no tengo una vida social más allá de la que tengo con mis amigos zamoranos y sus parejas. Es decir: salvo ellos, no suelo toparme con nadie que conozca. Salvo una o dos amistades que, alguna vez, he visto en Malasaña.
Si el viaje fuera más corto, si no hubiese tantos atascos y tantos peligros añadidos, iría por Zamora casi todos los sábados. Aunque todos los sábados fueran iguales; y, aunque vaya una vez al mes, por cierto, siguen siéndolo. ¿Qué hice el último fin de semana allí? Más o menos lo de siempre. Cenar de tapas: patatas mixtas en el Tagore, montados de ternera con cabrales en el Kalima. Visitar algunos de mis garitos clásicos: Avalon, Park Life, etcétera. Lo de siempre, ya digo. Pero es que ese es el ritmo habitual de la ciudad. Parece que el tiempo no pasa.

viernes, septiembre 21, 2007

Paseos con Robert Walser, de Carl Seelig

Fragmento:
Habla con desprecio [Se refiere al poeta Robert Walser] del masivo reparto de premios literarios a principiantes, en boga hoy en día:
-Si los malcrían tan pronto, seguirán siendo niños eternamente. Para hacerse hombre se necesita sufrimiento, falta de reconocimiento, lucha. El Estado no puede convertirse en comadrona de los escritores.

Trailer de Southland Tales


A pesar de su reparto basura, tenemos ganas de ver esta película, el nuevo trabajo del director de Donnie Darko. Se acerca la fecha de estreno. El trailer: aquí.

Apenas tengo aliento

Apenas tengo aliento
para querer soñar otra vida
así,
atado
crudamente abatido sobre este palo
sobre el polvo,
y con este dolor de estar
royéndome,
como el zorro,
la pata prisionera.
Esto,
es claro como el agua,
duro como la piedra,
triste,
como saber que se muere la madre.
Justo Alejo, Desde este palo

De confesiones

La entrevista es un género periodístico escurridizo. Si se sabe ejecutar con maestría mejora el perfil del entrevistado. No pretendo decir que el entrevistado mejora como persona a nuestros ojos, a los ojos de los lectores y espectadores, sino que conocemos sus luces y sus sombras, sus matices y sus preocupaciones. Si se hace mal, lo que queda es algo parecido al churro. Un buen entrevistador es, me parece a mí, Juan Ramón Iborra. Compré hace unos años, cinco o seis o así, su libro “Confesionario”. Englobaba veinticinco entrevistas a escritores y un prólogo de Manuel Vázquez Montalbán. En la portada había una fotografía en sepia de una mano sosteniendo una pluma y escribiendo en un folio. En las primeras páginas constaba que el libro tendría una segunda parte: otras tantas entrevistas con otros tantos escritores. Lo leí, aguardé con ansiedad ese segundo libro y jamás supe del mismo. No lo encontré reseñado, no lo vi en las librerías. En suma, no tuve noticia de él y pensé que quizá no habían vendido suficientes ejemplares y que la continuación se había quedado en una caja, criando polvo en forma de manuscrito.
No es mi intención mencionar aquí la nómina de nombres que aparece en este primer volumen, porque se nos desbordaría el artículo; ya lo pondré, a su debido tiempo, en mi bitácora. El caso es que un par de semanas atrás me acerqué a la sección de saldos de una librería. Y allí, en medio de la morralla, encontré la segunda parte de “Confesionario”. Comprobé la edición: lo habían publicado sólo un año después que el primero. Lo vendían a unos cinco euros. Me lo llevé. Antes de empezarlo quise buscar el primer volumen, lo saqué de mi biblioteca y, para recordar, releí casi todas las entrevistas. Releí sólo aquellas que ahora me interesan.
Estoy por la mitad del segundo “Confesionario”. No conviene leer las entrevistas de golpe. Es un género que requiere ir despacio, un capítulo o dos al día, dependiendo de las ganas o el tiempo. Me parecen dos libros esclarecedores. Por supuesto, muchos de los narradores que salen no me interesan. No me interesa lo que escriban, pero sí lo que digan, porque Iborra sabe sacarle partido incluso a un tipo poco interesante. Hay, también, escritores de los que no he leído nada, pero me gustaron sus respuestas. Es el caso de Julian Barnes. Nunca he leído un libro suyo, y la entrevista es muy amena. Demuestra dos características propias del británico: flema e ironía. Barnes sabe, como sabe Martin Amis (también entrevistado aquí), que el mero hecho de ser escritor en Inglaterra ya supone que seas sospechoso y víctima de polémicas y acusaciones. Iluminadora resulta la entrevista con Ernesto Sábato, de quien yo veneré mucho “El túnel”. Pues bien, quizá a causa de la edad y de los achaques, Sábato aparece como un hombre olvidadizo, indeciso y torpe, triste y quejicoso, que no responde a la mitad de las preguntas, que vuelve loco al entrevistador, que no se entera de la vaina. Y es una pena porque, bueno, es Sábato, ya saben. Pero Iborra registra lo que aquel dice y hace. Las cuestiones planteadas a Günter Grass revelan que con “Pelando la cebolla” no es la primera vez que el alemán habla de su “vinculación con el nazismo en su juventud”. Hay personajes que me sobran, insisto, pero luego podemos encontrar en ambos libros a gente lúcida: James Ellroy, Seamus Heaney, Paul Bowles, Antonio Muñoz Molina, Sam Shepard, Paul Auster, Adolfo Bioy Casares o el ya citado Martin Amis, por mencionar unos cuantos. En breve aparecerá otro libro de confesiones que me interesa: una antología de entrevistas de The Paris Review.

jueves, septiembre 20, 2007

Subterráneos, de Vicente Luis Mora

Sería una lástima que este libro pasara desapercibido. Contiene relatos que a veces parecen ensayos y ensayos que cobran la forma de relatos. Tradición y vanguardias. Internet y Borges encerrados en sus páginas, por citar sólo un par de referencias. Ya lo advierte la nota inicial: "La estructura de este libro es carcelar; de cárceles circulares". Todos los personajes viven encerrados, asfixiados, con poco espacio para moverse: están en ciudades bajo tierra, o en prisiones, o en hoteles llenos de gente a la que nunca se ve por los pasillos, o aislados en su propia cabeza, o perdidos en un laberinto de hielo, o dentro de la red, en un sistema digital. Este es uno de esos libros que suponen aire fresco, pero que los críticos con abrigo que huele a alcanfor desterrarían de su biblioteca. Allá ellos.

El autor rompe los géneros, apuesta por relatos extraños (sirva de ejemplo ese breve cuento en el que sólo figuran los archivos de descarga del KaZaA, pero cuyos gustos retratan al personaje y elaboran el perfil del mismo), introduce recuadros a modo de post-it. Asomarse a estas historias encierra algo tenebroso. No son relatos de miedo, pero sí son muy inquietantes. Como escudriñar el fondo de una gruta sujetando sólo una cerilla.

Otro cartel de I'm Not There


Generaciones

Antes de morir, mi madre dijo mamá, ven
mientras me miraba sin verme;
yo dije mamá, quédate
abrazando su cuerpo diminuto
envuelto en pañales y olor a talco;
mi hija dijo mamá, no llores
y me acarició la cabeza consolándome.


Cuando mama murió, durante unos segundos
no tuvimos muy claros los lazos que nos unían,
no supimos quién se había ido
y quién se había quedado,
ni en qué momento de nuestras vidas
estábamos viviendo
o muriendo.

Ana Pérez Cañamares, Inédito

47

Los jóvenes marroquíes de mi barrio venden drogas. Necesitan llamar tu atención para que les compres. Te llaman continuamente. Te siguen durante unos metros. No te dejan en paz. Pero he aprendido que les revienta que no se les haga caso. Primero chistan: “Chist, chist”. Luego nombran la mercancía: “Costo, costo, hachís” o “Cocaína”. Llaman tu atención con insistencia: “Eh, tú”. Después, cuando ven desolados que ni siquiera les miras, pasan al insulto. Te llaman “Sordo” o “Primo” o “Cabrón”. Uno pasa de largo, no les mira, no vuelve la cabeza, efectivamente se hace el sordo. Y les hierve la sangre. Así es como uno triunfa sobre ellos. Ignorándolos. Si ignoras a un hombre, le habrás herido.

La situación no ha cambiado

Me ha llegado un correo electrónico del movimiento vecinal de mi barrio, o sea, Vecinos de Lavapiés. Se quejan porque la situación continúa siendo la misma. Antes del verano se habló largo y entendido (también aquí, en este rincón) del “Plan de Actuación Lavapiés”, mediante el que la policía y el Ayuntamiento preparaban un paquete de medidas para erradicar la delincuencia, la venta callejera de droga, las reyertas diarias, la suciedad de las calles, la indigencia, el deterioro gradual del espacio público. Se suponía que, en unos meses, las cosas iban a cambiar. Nada ha cambiado, sin embargo. Todo sigue igual. Tras el paréntesis del verano la gente ha vuelto a sus casas, a su barrio, y descubre que aquello eran promesas de humo. Es lo habitual: en los Ayuntamientos se promete mucho en temporada de elecciones, que es cuando el kilo de promesas sale barato y los responsables públicos se llenan la boca aceptando propuestas e iniciativas y jurando que van a resolver denuncias y problemas. Pasan las elecciones y, lo de siempre: si te he visto no me acuerdo.
Echando un vistazo al blog que los vecinos mantienen en la red, he leído una frase que antes, hace unos meses, se me había pasado por alto. Al parecer, el Jefe de la Policía Local, máximo responsable de ese “Plan de Actuación”, dijo que la presencia policial se había incrementado en la zona, pero que el plan “debe ir ajustándose en semanas sucesivas en función de las denuncias de los vecinos”. Denuncias de los vecinos. Es decir, que son las denuncias las que contribuirían a que dichas actuaciones fueran más contundentes. O, al menos, yo lo entiendo así. Sin embargo, a nadie le gusta andar denunciando. A nadie le gusta estar llamando cada noche a la policía porque acaba de presenciar una pelea brutal justo en el portal del edificio en el que vive. A nadie le gusta ser el chivato, por decirlo así. Cada ciudadano sabe de sobra que eso supone, al fin y al cabo, meterse en problemas. Lo que trato de decir es que no debería mandarse a la policía a patrullar el barrio en función del número de denuncias.
Que las cosas no han cambiado lo veo a diario desde que regresé tras el verano. Las broncas nocturnas de los camellos, que no suelen pegarse puñetazos, pero que, ya lo he comentado en más de una ocasión, gritan mucho, dan patadas a los coches y a las papeleras, vuelcan los contenedores, detienen el tráfico y cosas así. Una noche vi que un tipo había salido de su vehículo y estaba discutiendo con otro, o a punto de pegarse. Detrás de él se formó una cola de coches, los conductores no podían pasar y empezaron a aporrear el claxon. Eso, a las once de la noche, créanme que molesta un poco. En el escalón exterior de mi portal no es raro tropezarse con un hombre y una mujer, o con dos hombres, que se preparan una raya o un chino o lo que sea, y lo dejan todo perdido: el escalón y la acera lleno de papel de plata, de bolsas de basura, de colillas, de botellas vacías. Los alcohólicos de la plaza siguen durmiendo a la intemperie, entre colchones viejos, cartones y trapos. Pero la delincuencia y el menudeo de droga no son los únicos problemas. Porque está la suciedad. En las aceras y en el asfalto siempre se ven bostas (no siempre de perro, me temo), ríos de orín, muebles desportillados, botellas y envoltorios, adoquines rotos, papeleras volcadas. He visto cómo limpian las calles: simplemente, les dan un manguerazo. Y ya está. Pero la mierda, la roña, no sale sólo aplicando agua. Hay que frotar. Por eso me río cuando veo el lema de “Madrid limpio es capital”. Y están los policías: jóvenes y preparados, pero a los que supongo cansados de venir aquí a solucionar papeletas y a enfrentarse con la chusma.

miércoles, septiembre 19, 2007

Afterpop, de Eloy Fernández Porta

Eloy Fernández Porta ha escrito un libro que aúna pop y filosofía. Con un saber enciclopédico y un dominio natural para el análisis maneja autores, títulos y propuestas y los baraja de manera asombrosa, ofreciéndonos un juego en el que el lector se ilustra y se entretiene al mismo tiempo. De Afterpop. La literatura de la implosión mediática dijo Vicente Luis Mora que era "un libro denso, ambicioso y sugerente". Así es. Quizá quienes no conozcan los temas analizados se pierdan un poco, pero saldrán beneficiados porque se aprende mucho, y porque refresca que alguien, en el panorama literario español, sepa combinar el cómic, la filosofía, Julián Ríos, Los Simpson, Ray Loriga y Javier Marías, el ciberpunk, William Burroughs, la leyenda de las camisetas, la Coca-Cola, Baudrillard, Daniel Clowes... Eso sí, se echa en falta un índice onomástico.

Mañana y pasado, en Madrid



El Dorado

Volví a ver El Dorado (la buena, la de Howard Hawks, no el peñazo que hizo Saura), y me sigue entusiasmando. La entereza de John Wayne, hábil con el rifle, el revólver, el caballo, los enemigos y las mujeres. El arrojo de un jovencito James Caan que se tira de cabeza al peligro, aunque no sepa disparar. La veteranía irónica del viejo Arthur Hunnicutt. Y, sobre todo, ese inmenso Robert Mitchum cuyo personaje pasa por una etapa de sucio alcohólico con una vis cómica que pocos duros han tenido en una pantalla. Diálogos ágiles, contundentes, marca Hawks. Dijo Tarantino en una entrevista que ninguna película de Howard Hawks le aburría. Le damos la razón.

El cansancio del héroe

Cuando en Hollywood necesitan el auxilio económico que reportan las secuelas de las películas de acción y aventuras, pero la cuerda no da más de sí, entonces apelan al cansancio del héroe. Dado que no hay actores nuevos, jóvenes y significativos en el cine de tiros y explosiones, es más rentable (y depara más calidad) acudir a las viejas glorias para contarnos que siguen dando caña, aunque peinen canas, exhiban las primeras arrugas y empiecen a envejecer. Y, que conste, a nosotros en tanto que espectadores nos parece muy bien. Mejor un héroe maduro y algo cascado que no un yogurín que no soporta dos puñetazos en las costillas.
En “Die Hard 4.0” (aborrezco esa traducción de “Jungla de cristal”), el John McClane de Bruce Willis es un tipo que empieza a envejecer. Ha abandonado sus viejos hábitos: el tabaco y el alcohol. Lleva la cabeza pelada porque se ha quedado calvo y, además, porque los calvos están de moda. Es más grande, más voluminoso, pero demuestra que aún está en activo, que puede prepararlas pardas aunque sea con la ayuda del ordenador (y esto último posee doble sentido, si han visto la película: a McClane lo acompaña un actor joven, sangre nueva, que se dedica a los ordenadores, lo cual conecta con el público cachorro; pero también abundan las escenas en las que la acción está hecha por ordenadores). Nos gusta McClane. Ya nos gustaba cuando era joven, chulesco, fumador y borrachín. Pero la madurez le ha sentado bien. Cuando un héroe ha envejecido, y soporta como puede los golpes y las carreras, se vuelve más creíble porque resulta más humano. La escena clave de esta cuarta parte de las aventuras del policía se encuentra en el desencanto del protagonista. Cuando dice que no le gusta ser un héroe. Que a un héroe le dan una medalla, un par de palmaditas en la espalda y luego se olvidan de él. El cansancio, en este caso, más que en los dolores de espalda y el lumbago o las arrugas, se manifiesta en ese monólogo de McClane.
En la cuarta parte de “Arma letal” sucedió lo mismo. Tras el impacto de la primera película con un policía loco y suicida que se contrapone a un sargento viejo y extenuado empezaron a darle un toque de comedia (en la segunda y en la tercera parte), para luego, en el cuarto y último capítulo, añadirle cansancio y madurez a Martin Riggs, o sea, Mel Gibson. Aunque aún se jueguen el pellejo en cada escena, ese cansancio implica ciertos cambios hacia la madurez: Riggs decide tener un hijo y ya no fuma ni trata de suicidarse; McClane ha dejado, también, el tabaco y el alcohol, y empieza a preocuparse más que nunca por la relación con su hija. Pero este tipo de personaje, el héroe de acción que envejece y está cansado, no es nuevo. Está el western crepuscular. Y el propio Gibson había dado un apunte en el tercer “Mad Max”, con un personaje de sienes plateadas, que ha dejado de ser tan duro, que no es tan efectivo en la lucha (recurre a trucos para ganar a sus enemigos, como cuando usa un silbato para derrotar a su oponente de la Cúpula del Trueno), y que incluso se molesta en ayudar a unos críos. Cuando Hollywood recurre a la vejez del héroe, siempre le añade una pizca de comedia. No ocurre así en Europa, donde, por lo general, los héroes ya están cansados en la primera película e incluso son pesimistas. Véanse películas de policías europeos. Los personajes de Sylvester Stallone también han envejecido: “Rocky Balboa” y “John Rambo”, a punto de estrenarse. Pero dudo que su nuevo Rambo tenga humor. Es presumible que, en “Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull”, esa fatiga cómica del héroe sea una de las claves.

martes, septiembre 18, 2007

Poesía completa, de Tonino Guerra

Debo el descubrimiento de este libro a David González. Y luego a Ana Pérez Cañamares, que colgó varios poemas en su blog. Como he leído en alguna parte, es una pena que este poemario no haya encontrado apenas un hueco en la crítica cultural. No lo respalda una editorial grande, ya saben.
Tonino Guerra es el nombre que hay detrás de los guiones de un montón de clásicos del cine europeo: películas de Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, los hermanos Taviani, Francesco Rosi, Vittorio De Sica, Theo Angelopoulos... Esta edición cuenta con prólogo, notas y traducción de Juan Vicente Piqueras, y desde aquí aplaudimos su labor.
Los poemas de Guerra suelen transcurrir en un entorno campestre, en casas donde las arañas tejen sus "embudos de seda", el sol se filtra por las grietas, los gatos se suben a los árboles, las mariposas siempre están presentes. Es un canto a las poblaciones rurales, y a su abandono por parte de los habitantes. Una celebración serena y sutil de la vida y del aire libre. Es un libro que gustaría mucho a Julio Llamazares. Tonino Guerra cuenta numerosas historias, también, de condes, de hermanos que viven juntos, de iglesias abandonadas, de viajeros que quieren ver el mar, de hombres que luchan por su huerto. Dejo aquí uno de sus poemas:
LA MUERTE
Yo si pienso en la muerte
me muero de miedo
porque al morir se dejan demasiadas cosas
que después ya no vuelves a ver nunca más:
los amigos, los parientes, los árboles
del paseo que tienen ese olor
y toda la gente que has visto
aunque sea una sola vez.

Yo quisiera morirme en el invierno
mientras llueve
en uno de esos días que se hace de noche pronto
y por la calle los zapatos se te llenan de barro
y la gente se encierra en los cafés
alrededor de la estufa.

Música de trailers

Seguro que alguna vez te ha ocurrido. Ves un trailer y te engancha el tema instrumental o la canción que suena de fondo. Luego vas a ver la película y no sale ese tema o esa canción. Y suele ser porque casi todos los trailers usan música de películas más viejas. Así que te vuelves loco tratando de buscar determinado track.
En SoundtrackNet hay un apartado (Resources) con una amplia lista de trailers e indican qué temas y canciones contiene cada uno. Por ejemplo, podemos comprobar que el tema principal de Stargate, de David Arnold, ha sido utilizado ya en 20 ocasiones. Su puesto, sospecho, será ocupado por la BSO de The Fountain, de Clint Mansell, que ya he escuchado en los cines dos o tres veces. El link directo: aquí.

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La receta infalible para que llenen una mesa de novedades con los libros de un escritor es morirse. Unos días después de su fallecimiento, encuentro en La Casa del Libro, en El Corte Inglés y en Fnac los libros de Francisco Umbral, antaño relegados a polvorientos rincones, a oscuros almacenes y a librerías de viejo. La muerte y el marketing son amigos inseparables.

Un circo mediático

No entiendo la repercusión del famoso caso de los McCann. Ella, por cierto, es una fotocopia inglesa de Melora Walters, actriz que interpreta a la chica que en “Magnolia”, de P. T. Anderson, se enamora del policía. No entiendo que se les esté prestando tanta atención. Hace unos días estuve viendo un telediario y un alto porcentaje del mismo estaba dedicado al caso. Tras hablar del tema, a continuación dieron otras noticias con muertos de por medio: casos de maltrato y asesinato, misteriosas desapariciones, homicidios callejeros y cosas así. Le dedicaron apenas unos segundos a cada uno. Los señores McCann han montado un circo mediático y nosotros les seguimos el juego. Copan los medios, copan las conversaciones, copan las bitácoras y los foros. Incluso interesan a los medios del corazón. Parece como si Madeleine McCann, ese ángel rubio de mirada donde se resumen la pureza y la inocencia, fuese el único caso de niña desaparecida y probablemente asesinada. La historia de la niña, de los padres que lloran pero también resultan ser sospechosos, vende. Vende periódicos, ocupa el segmento principal del tiempo de los telediarios. Es un circo. Un circo creado, no lo olvidemos, alrededor de la desaparición de una criatura. Quiere decirse que a estos temas no se les debería dar tanta publicidad, y menos si ha sido orquestada por sus padres y por los asesores de imagen.
En la prensa abundan los casos de desapariciones y de asesinatos sin resolver. ¿Cuántas veces hemos visto, caminando por las calles de nuestra ciudad, esos retratos donde aparece la foto de alguien debajo del lema “Desaparecido”? ¿Cuánta gente desaparece cada año? ¿Por qué no se monta el mismo tinglado? Porque los padres han organizado un circo, ya digo. Han cebado un anzuelo y nosotros lo hemos mordido. Basta con molestarse un poco y escudriñar los periódicos. Casos más horribles que el de Madeleine se leen todos los días en la prensa. Auténticos rompecabezas para los detectives y los investigadores, pero a los que no se confiere tanta publicidad. Pongamos el juicio de ese ruso que imaginaba que cada cuadrado del tablero de ajedrez correspondía a una víctima. Mató a unas sesenta personas y se quedó tan ancho. Lo acusaron de haber matado a cuarenta y nueve personas y él dijo que no, que no era así, que su currículum de psychokiller era más contundente, y alegó tener a sus espaldas sesenta y dos cadáveres. Pero no se le ha dado la misma publicidad que a los McCann porque no se trata de un señor con el glamour de los McCann. Y ni siquiera es necesario que nos vayamos tan lejos. Miren, por ejemplo, el caso de Susana Acebes, asesinada en Zamora hace ahora unos siete años. Aún no se ha encontrado al culpable o a los culpables. No se ha resuelto.
El asunto ha llegado tan lejos que incluso se elaboran encuestas para que los ingleses digan si creen que los McCann de marras son inocentes o culpables. Como si fuese el pueblo quien debe decidir, y no las pruebas, las investigaciones, las evidencias, los juicios. En un periódico decían que algunos analistas han calificado a esta cobertura mediática de “Pornografía trágica”. Insisto: cada día se esfuman personas, y muchas de ellas son niñas, cada día desaparecen y mueren un montón de pobres diablos, pero no se les da tanta cancha porque son eso mismo, pobres diablos, porque sus padres o sus parejas carecen del glamour de los McCann, de su habilidad para la promoción, de su ansia por aparecer en la tele. El dolor suele, y debe, sufrirse en silencio. Nunca ante las cámaras.

lunes, septiembre 17, 2007

Resumen

Las navajas duelen;
los ríos mojan;
los ácidos manchan;
y las drogas dan retortijones.
Las pistolas son ilegales;
las sogas fallan;
el gas huele fatal;
mejor es que vivas.
Dorothy Parker, Al diablo con el amor. Poemas para arreglar un corazón roto

Citas. 54

No, Zamora no se ha perdido en una hora. Pero sí se ha perdido en años y más años de cercos, de olvidos de sus posibilidades, de murallas de silencio para sus necesidades, de portillos por donde se han traicionado sus bienes y haciendas más comunes y por donde ha ido exportándose la flor de sus habitantes. Ni Peñatajada ni Duero han servido ya para contener tanta hemorragia. Los cercos actuales son de estructura más sutil: van por dentro.

Justo Alejo, Prosa errante

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En la última semana de julio del año 2007 escribo mi artículo número 2400. Sólo tengo una palabra para describir esa especie de aniversario: Agotado.

La boca del lobo

Algunas mañanas, en mi recorrido habitual por la prensa, me da por entrar en la edición digital de un periódico que comparte con éste en el que colaboro el nombre y el idioma: La Opinión. Pero es La Opinión de Los Ángeles. Si la publicidad es cierta, ese es “el diario en español más leído de Estados Unidos”. Algunas mañanas entro y navego un poco por sus contenidos. Leo alguna columna de opinión y los titulares que atañen a las noticias de Los Ángeles y de California. En ciertos casos, devoro la noticia completa. O algún que otro reportaje.
Meterse en ese diario, que refleja las luces y las sombras de una de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos, por el narcotráfico, las bandas callejeras o los asesinatos, es como meterse entre las tripas de lo más sórdido de una ciudad, como introducir la cabeza en la boca del lobo y oler su aliento y ver la sangre de su última presa. No es un ejercicio muy diferente al de la lectura de los libros de James Ellroy. Aún diría más: desde que leí “Mis rincones oscuros”, la obra donde Ellroy habla de su madre asesinada y nos detalla un montón de casos de asesinatos en Los Ángeles y alrededores, muchos de ellos sin resolver, desde que la leí, digo, entro más en la edición digital de dicho periódico. Basta con leerse cuatro o cinco titulares y parece que estamos inmersos en “Crash”, no la de David Cronenberg, sino la de Paul Haggis que ganó el Oscar. Una ciudad de encuentros y encontronazos, un día a día en el que brillan las armas de fuego, se escucha el cántico de las sirenas de policía y se oyen disparos a cualquier hora.
Está lleno de historias. E, insisto, cada una más sórdida que la anterior. Y me interesa. Seguro que algunas personas de mi tierra viven allí, porque los zamoranos han emigrado a todos los rincones del mundo, y eso no lo invento yo, está prácticamente demostrado. Leyendo el diario surgen nombres que hemos oído en el cine: Inland Empire, Pomona, Sacramento o Inglewood. La semana pasada leí que la policía de algunas zonas de Inland Empire había decretado el toque de queda para los menores. Entre las diez de la noche y las cinco de la madrugada los menores sólo pueden andar por las calles si van acompañados por un adulto. Esa medida fue un intento a la desesperada de evitar la delincuencia juvenil, uno de los grandes problemas de L.A. Los jóvenes se juntan en bandas y arrasan. En los centros públicos de enseñanza, contaba hace unos días en el periódico un policía, a menudo confiscan “pistolas y cuchillos” a los estudiantes. Los estudiantes en España molestan porque van a clase con el móvil y escriben mensajes delante del profesor. En colegios de Los Ángeles entran con armas. Todas esas escenas que describen en las películas americanas son ciertas. Un estudiante declaraba que conocía a un tipo que solía llevar un arma a clase sólo porque era “cool” (que podríamos traducir como “guay”). Algunos chavales son presionados, a la salida de las escuelas, para incorporarse a bandas callejeras. Los jornaleros que se apostan en las esquinas, aguardando a que alguien los contrate, como en las novelas de Charles Bukowski, son víctimas de abusos sexuales, de acosos y proposiciones deshonestas. No se libran ni los tipos que tratan de buscarse un empleo temporal y mal pagado para subsistir. Por ejemplo: un tipo latino fue contratado para pintar las habitaciones de un piso. Cuando llegó a la casa, vio cuchillos encima de una mesa; uno de los hombres que le había encargado el trabajo le amenazó con una jeringa y ordenó que se desnudara. El jornalero logró escapar de milagro.

domingo, septiembre 16, 2007

Portadas exquisitas


The Middle Mind, ensayo de Curtis White. Inédito en España.

The Road: una reseña

Hoy me han enviado una reseña o recomendación sobre La carretera, novela sobre la que ya he hablado un par de veces. Me ha gustado, así que la comparto. Creo que así deberían ser las reseñas o las críticas: que contagien entusiasmo al lector; quizá en los suplementos culturales deban tomar nota. Se puede leer pinchando aquí.

Mujer-anuncio

Una figura típica de las calles céntricas madrileñas es la del hombre-anuncio. Se ven muchos de ellos en torno a Sol y Montera, sobre todo. No son los únicos lugares por donde se mueven (se mueven con lentitud, o se detienen en las aceras, para que los transeúntes seamos capaces de leer lo que anuncian), pero es donde yo suelo toparme con ellos. Ya saben cómo es el hombre-anuncio. Lleva dos cartelones que se cuelga al cuello, como si fuesen alforjas de madera o un poncho que abriga el doble porque pesa demasiado. Por delante y por detrás, en esos carteles, anuncia en letras grandes las tiendas y sus productos. La publicidad más frecuente suele ser la que proviene de los comercios que compran y venden oro. Por eso, lo primero que uno divisa de lejos es la palabra oro, en letras mayúsculas y amarillas. En la tercera parte de “Die Hard” John McClane hacía una parodia del hombre-anuncio, no sé si lo recordarán.
Las características de estos trabajadores, que vengo observando desde que vivo por aquí, son más o menos como siguen. Suelen ser hombres. Y hombres jóvenes, quizá recién llegados a la ciudad, conscientes de que ese trabajo pesado, de exhibición y paseos lentos, puede ser el primer paso para irse pagando la pensión hasta que encuentren algo mejor. Está claro que es uno de esos empleos basura en el que nadie se va a detener mucho tiempo. Es como el reparto callejero de publicidad, o el buzoneo. Algo pasajero. Siempre veo hombres jóvenes metidos bajo esas alforjas de madera. Lo más frecuente es que, además, casi todos sean negros. Acaso inmigrantes que acaban de instalarse en la ciudad y, de momento, sólo han encontrado eso. Pero saben que seguirán adelante, ya surgirá algo mejor. En sus rostros se ve cierta valentía, cierta disposición a patearse las calle sin temor y sin que les importe un rábano. Este tipo de tarea es, aparte de ingrata y aburrida, y un engorro por el peso de las maderas (o al menos dan la impresión de pesar bastante), un modo de afrontar la vergüenza de que nos vean en público. Hay que asumirlo. No nos gusta exhibirnos cuando llevamos puesta nuestra peor careta. Imaginen que están apostados en una esquina y aparece su madre, o esa chica de la que están enamorados. Por eso sospecho que, casi siempre, es gente recién llegada a las ciudades la que asume el papel del hombre-anuncio.
Uno les desea que, tarde o temprano, escapen de esa carpa de madera con letras doradas y se metan en otra cosa. Son jóvenes. Lograrán salir del atolladero. Pero, en los últimos días, he visto cerca de Sol, más o menos frente a los Cines Ideal, donde veo películas en versión original, un anunciante que desmiente los tópicos. No es un hombre, sino una mujer. No es joven, sino que rondará los cuarenta y tantos o quizá los cincuenta y pico, aunque todo parece indicar que se ha conservado mal. No es negra, sino blanca. Y flaca, pálida, enfermiza. Y con unas gruesas gafas, de esas que ya no se llevan, con montura de los años ochenta. Y mal peinada. No es una vagabunda, ni parece venida de otras tierras. Juraría que es española. La mejor manera de describirla es así: imaginen a esa profesora de lengua (o matemáticas) que tuvieron en su juventud, que llevaba siempre el cabello graso, que no tenía relaciones sociales, que era tan tímida que nunca levantaba la vista por la calle, que no conocía varón, y de la que todo el mundo pensaba que le faltaba un verano, hasta que abría la boca para explicar su asignatura y se notaba que había nacido para eso. Así es esta mujer. Cada vez que la veo, se me cae el alma a los pies. No creo que sea capaz de sobrevivir en esta jungla de asfalto. Parece como si la hubiesen echado de casa. Parece indefensa.