lunes, abril 30, 2007

The Fountain (La fuente de la vida)


Ha despertado, por igual, odios y pasiones. La vi ayer, en VOS, y salí fascinado. Quizá no alcance la maestría de la anterior película de Darren Aronofsky, Réquiem por un sueño, pero su poder de seducción es inmenso: las imágenes, la música de Clint Mansell, la interpretación de Hugh Jackman, los símbolos, la poesía que destila el conjunto... Yo no me la perdería. Recomiendo visitar su web, donde se escuchan algunos cortes de la BSO: The Fountain.

Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Madrid


Texto y foto del suplemento El Cultural:

Más de 40 libreros de toda España participan en la edición de este año de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Madrid, que estará abierta al público desde el viernes hasta el 15 de mayo, entre las 11:00 y las 21:00 horas, en el Paseo de Recoletos. [Seguir leyendo: aquí]

Ayer me di una vuelta por las casetas y lo cierto es que hay unas cuantas joyas, libros que, pensé, ya era imposible conseguir. Por ejemplo, tenían las ediciones antiguas de Anagrama de un par de libros de Bukowski. Me pillé, a buen precio, White City, de Tim Lott, y Twelve, de Nick McDonell.

Asuntos monetarios

Cuando alguien quiere de ti un trabajo que no está dispuesto a pagarte (algo muy frecuente en los mundillos de la literatura y el periodismo), te lo suelta en la primera frase, para que no existan malentendidos: “Mira, nos gustaría que colaborases con nosotros, pero no podemos pagarte. Compréndelo, somos una empresa pequeña y no disponemos de muchos fondos”. Está bien, no pasa nada. Te lo dicen a las claras, sin rodeos, y de ti depende aceptar el trato o no; cuando digo trato me refiero a currarte algo sin una remuneración a cambio. Pero el asunto es diferente cuando alguien quiere de ti dinero (algo lógico en el ámbito comercial), y entonces te lo suelta en la última frase de su discurso, después de un largo rodeo en el que, con cierta brillantez, trata de hacerte creer que tu vida depende de ese producto y que mejorarás con su adquisición o con tus contribuciones monetarias: “…Así que, en definitiva, y para resumir, si está dispuesto a colaborar, la suscripción mensual sería de X euros. Poco dinero, ya ve, para lo que ofrecemos”.
Cuando camino por el centro de cada ciudad procuro esquivar a los repartidores de publicidad, a los vendedores de cualquier producto, a los que te entregan un panfleto a cambio de la voluntad, a las encuestadoras (generalmente ponen a chicas guapas como cebo), etcétera. Una tarde nos intentó parar una muchacha de Greenpeace. Dado que no iba solo, quien caminaba conmigo quiso detenerse, creyendo que se trataba de una encuesta. “¿Estáis concienciados con el medio ambiente? ¿Sabéis que debemos salvarlo y todo eso?” Así empezó la chica, y yo me olí la tostada. Va a pedirnos dinero, pensé, pero aún no sé cuánto, y nos lo dirá al final. Tras el largo preámbulo, yo alcé las cejas, intentando expresar: “¿Y bien? ¿Cuál es la cantidad?” O sea, ¿de cuántos talegos estamos hablando? Y lo soltó. Le dije que no, y cuando me preguntó por qué, respondí que tenía muchos gastos. Pero esa no es la única razón. El caso es que, y perdóneme si alguien se ofende, no me fío de estas contribuciones a las buenas causas. He oído demasiadas leyendas para fiarme. Y no dudo de la buena fe y la ejemplaridad de algunas de ellas, que no desviarán el dinero en estafas, sino que de verdad se lo darán a los niños negros que pasan hambre o ayudarán a preservar el medio ambiente. Pero dudo de un puñado. La experiencia me ha enseñado que es mejor ir por ahí con la duda por delante que no con la ingenuidad; así, uno se lleva menos palos. Y eso no significa que uno no sea solidario, pero, a mi juicio, dar dinero a cambio de un resultado que no vas a ver, me parece sospechoso. Quienes me leen sabrán de mi pasión gatuna. Meses atrás supe de una organización que ayudaba a los gatos. Te pedían diez euros al mes; todos los meses. Y estuve a punto de contribuir. Pero en el último momento me dije: “¿Y si ese dinero, mi dinero, el que me gano escribiendo, se lo queda un tipo que no quiere saber nada de gatos?” Todos conocemos esos rumores: la ropa recogida en contenedores que, en vez de ir a parar gratis a los pobres del Tercer Mundo, acaba en tiendas de segunda mano, donde le ponen un precio para que las compren esos mismos pobres.
Volviendo al principio: sería deseable que quienes requieren de nosotros la pasta, por cualquier motivo (humanitario o comercial), tuvieran las agallas de hablarnos de dinero en la primera frase, como lo hacen quienes piden nuestra colaboración no remunerada. Hace días recibí un extenso correo de una revista. Alababan mi trabajo, me halagaban, se ofrecían a enviarme los índices de sus contenidos. Al final, claro, saltó la liebre, en la última frase: querían que me suscribiera.

domingo, abril 29, 2007

Francisco Rodríguez Criado: acerca de Tripulantes


Nuestro amigo Francisco Rodríguez Criado (por cierto: el libro que sujeta, de su autoría, es una gozada) ha escrito en su blog sobre Tripulantes, en el que participó. Cuelgo, como siempre, un fragmento y un link al post completo:
La literatura tiene estas cosas: un día siembras una semilla y otro día –a veces al cabo de los años– recoges una flor, previamente polinizada por las circunstancias. La penúltima de estas flores me llega de manos de la editorial Eclipsados, que a finales de 2006 publicó Tripulantes, proyecto literario pilotado por Vicente Muñoz Álvarez y David González. Fue este quien, en el marco de nuestra esporádica pero fiel correspondencia electrónica, me propuso –creo recordar que a principios de 2004– colaborar con un relato, algo a lo que, agradecido, me presté de buen agrado. Pasó el tiempo y no volví a tener ninguna noticia al respecto. Cuando ya pensaba que el asunto había naufragado, el propio David me avisó de que las galeradas estaban en imprenta.
Seguir leyendo: aquí.

Blog de Manuel Vilas


Manuel Vilas, escritor cuya trayectoria procuro seguir, ha abierto una bitácora. De visita diaria y obligatoria. Os recuerdo, además, que él es uno de los Tripulantes. Su blog: aquí.

[Gracias, Antonio]

Sobre “La Noche de los Libros”

El Día del Libro fui, como podrán suponer, a una librería. No es ninguna sorpresa porque acudo todas las semanas, incluso varias veces a la semana. El momento perfecto, aquí en Madrid, oscila entre las dos y media y las cuatro de la tarde, más o menos. En esa franja horaria el personal entra y sale del trabajo, va a comer y no se preocupa por las compras. Ese día, sin embargo, constituyó una excepción. Todo el mundo andaba mirando ejemplares y merodeando entre las novedades. Reconozco que aproveché el descuento que hacen en esa fecha. Decidí comprar dos libros: uno para mí, y el otro para regalarlo. Regalé “Siempre es medianoche”, conjunto de relatos del inglés con ascendencia pakistaní Hanif Kureishi. Para mí escogí “Windows of the World”, del autor francés Frédéric Beigbeder. Compré este último porque Beigbeder me había enganchado con “El amor dura tres años”. Literatura fresca, de un tipo honesto que no se anda con rodeos y dispara las palabras con la contundencia de quien siempre dice la verdad. “Windows…” trata de los atentados del once de septiembre en Estados Unidos, desde la perspectiva de un padre y sus hijos atrapados en la tragedia de Nueva York, y desde el punto de vista del escritor en París. En breve lo leeré.
Además de ir a la Residencia de Estudiantes a escuchar el recital poético del que les hablé, me hubiese gustado ver el directo de Sophie Auster. Me empujaban varias razones: Sophie Auster tiene un disco bastante bueno, que data de hace un par de años; es hija de grandes artistas, a saber, Paul Auster y Siri Hustvedt, ambos escritores y poetas; protagoniza la última película como director de su padre, “The Inner Life of Martin Frost”, de próximo estreno; y, sí, posee una belleza exótica y enigmática que nos gusta a muchos hombres. Cuando busqué su nombre en el programa de “La Noche de los Libros” encontré un requisito para entrar: se necesitaba invitación. Busqué afanosamente (o no tan afanosamente, pero me apetecía utilizar esta palabra) por la red, intentando averiguar la manera de obtener esas invitaciones. Y no la encontré. Otros internautas preguntaban lo mismo en foros y páginas web y, hasta el momento, sigo sin saber quién y dónde repartía las invitaciones. Supongo que estaría lleno de peces gordos y de enchufados a los que le importa un carajo la música. Un suponer.
Y ya que mencionamos a Siri Hustvedt y a Tess Gallagher, que dio el recital en la Residencia, tenemos que hablar de Pepo Paz, uno de esos editores independientes que no para de darnos sorpresas a los lectores de poesía. Su firma, Bartleby Editores, publica ahora un poemario de Hustvedt, “Leer para ti”. La próxima semana, además, pone en circulación el nuevo libro de mi colega David González, “Algo que declarar”. En los dos últimos años ha publicado a Raymond Carver, Tess Gallagher, Billy Collins, Sharon Olds, W. B. Yeats, Ángel González, Antonio Gamoneda, Günter Grass o John Berger. Casi nada. Sabía que estaba preparando la edición de un libro de C. K. Williams, de quien he oído hablar muy bien, y un tomo con la poesía completa de Sylvia Plath, además de una selección de otro poemario de Gallagher, “Amplitud”, traducido por Eli Tolaretxipi. Tras el acto de la otra tarde, en esa Residencia, me acerqué a presentarme a Pepo Paz. Estuvimos conversando y me dijo algo que llevo comentando ya un tiempo: la mayoría de las presentaciones de libros suelen ser inútiles, pues congregan poco público. Preparas un acto, te esfuerzas y luego sólo van siete personas. También me contó que Jaime Priede había traducido ya otro libro de Gallagher, “Carver y yo”, que editará en otoño.

sábado, abril 28, 2007

La extraña familia de John Fante, por Antón Castro


Buscando portadas de Fante, como la de abajo, he topado con un antiguo y magnífico texto de Antón Castro, colgado en su blog. Además, habla sobre una de mis novelas favoritas, la imprescindible La hermandad de la uva. Aquí pongo un fragmento:
Fante –el creador del personaje inolvidable Arturo Bandini, el maestro de Charles Bukowski- es un virtuoso del diálogo, un narrador admirable por su sentido del humor y del desgarro, por la escasa compasión que tiene hacia sí mismo y por la facilidad con que crea personajes increíbles, aquí destacan por ejemplo los amigos borrachines del padre. Hacía algunos meses que no me fascinaba tanto una novela. Está publicada en Anagrama, donde aparecieron otros títulos de este narrador sin éxito y guionista casi olvidado, nacido en 1909 y muerto en 1983, hablo de títulos como “Pregúntale al polvo” o “Espera a la primavera, Bandini”. “La hermandad de la uva” es bastante autobiográfica como las anteriores pero está construida con una perfección y una intensidad admirables: es cruel y tierna a la vez, es ingeniosa y mordaz, es rápida, está muy bien dialogada, quizá sea una de las mejores que recuerdo sobre la figura del padre.
Texto completo: aquí.

Portadas exquisitas


Artistas por confirmar

Cuando faltan unos cuarenta días para que comience la nueva edición del Festimad, aún no conocemos más que el nombre de una de las bandas que participará en tal evento: Pearl Jam. Durante meses han anunciado que dicho grupo encabezaría el cartel de este festival de música. Nos han repetido hasta la saciedad que esa actuación de Eddie Vedder y sus muchachos será la única en España. Nos han recordado el precio de la entrada en la publicidad que circula por la red: treinta euros para el primer día; cuarenta euros para el segundo, que es cuando actuará Vedder. Y sesenta y dos euros si uno compra el abono para los dos días. Pero digamos que existe un problema: venden desde hace meses los tickets para el primer día del Festimad, pero añaden la frase “Artistas por confirmar”; lo mismo sucede con el segundo día, en el que añaden la frase “Pearl Jam y otros por confirmar”.
A mí me parece una tomadura de pelo que pongan a la venta, y con tanta antelación, entradas para un espectáculo que aún no existe, es decir, en el que aún no se sabe qué bandas y cantantes intervendrán. Bien, imaginemos que compro una entrada para el primer día, me gasto los treinta euros y luego los grupos que al final eligen no me gustan. Alguien dirá: “Bueno, sólo son treinta euros. Puedes ir al recinto, ver el ambiente y tomar unas cervezas”. Pero a mí no me convencería: con treinta euros puedo comprarme un par de libros (o más, si están en edición de bolsillo), o ir al cine unas cuatro veces, o salir un rato de copas. Lo del Festimad de este año es como comprarse en el supermercado una caja cuyo contenido ignoramos, a ciegas. Imagino al vendedor: “Esta caja cuesta treinta euros, por ser usted. Llévesela ahora, antes de que se agote. Pero no podremos revelarle lo que habrá dentro porque aún no lo hemos decidido. Cuando le llegue a casa el pedido, ya descubrirá usted si hemos incluido jamones de pata negra o paletillas de saldo”. Es, pues, una apuesta. Una apuesta a ojos cerrados. El caso del segundo día es distinto, dado que, como dicen mis amigos (y tienen razón), ver a Pearl Jam por cuarenta pavos es una ganga. Su último concierto en Madrid es uno de los mejores que he presenciado: una amalgama de calidad, rock puro, espectáculo, energía y nervio. Visto desde esa perspectiva, puede uno comprarse la entrada, ir al concierto del segundo día, escuchar a Vedder y a su banda y, luego, si no le gusta la oferta, irse a casa.
Pero, incluso en el caso de un grupo tan brutal como Pearl Jam, creo que los organizadores de esta edición del festival están jugando con el público. Es decir: de lo que se trata es de vendernos un único grupo. Poner a la venta las entradas con mucha antelación, darle publicidad y esperar resultados. Y me imagino esos resultados: si venden todo, ya está financiado el concierto. Entonces pueden tomarse la libertad de traer grupos de segunda fila, o grupos por los que no pagarías, o grupos desconocidos, que jamás serían cabeza de cartel de un gran festival. Y, si venden poco, a última hora pueden preparar un cartel de lujo, para agotar las entradas que no vendieron. No sé, me da la impresión de que ese es el truco de este año. Estuvimos tentados de comprar las entradas para Pearl Jam, pero en el último momento he dicho: “¿Y si luego el resto del festival es una basura, o a mí me parece una basura?” Se estarían beneficiando de quienes hemos picado. Habían anunciado para el once de marzo el cartel definitivo. Aún estamos esperando, a un paso de entrar en mayo. Esperemos que luego valga la pena y la programación sea de lujo. Sería lo mínimo.

viernes, abril 27, 2007

Ansiedad


Hace tiempo recomendé el blog de Marcelo Figueras. En Alfaguara acaban de publicar el libro que recoge sus textos en esa bitácora: El año que viví en peligro. Lo compraré el mes que viene.

De momento, me ha parecido oportuno colgar aquí unos fragmentos de su post de hoy, Ansiedad, que me ha gustado mucho, y con el que me identifico:

Leyendo el texto de Santiago, se me ocurrió que era necesario decir que los inéditos no son los únicos en sentir ansiedad cuando esperan que alguien –amado, o cuanto menos respetado- juzgue su obra. Con cada libro nuevo, con cada guión nuevo, la experiencia se repite en mí. Cada hora sin que suene el llamado es un suplicio. Cada día sin respuesta, una pequeña muerte. Cada semana sin la noticia esperada, una temporada en el infierno. (Aguante Benedicto.)

No creo que exista autor alguno, por popular y/o respetado que sea, que no tiemble un poco cada vez que entrega su original a amigos, maestros y potencial editor, y luego el texto publicado a la prensa y al público. Nadie está tan convencido de la dimensión de su talento para pasar por completo de las reacciones que su obra dispara. (...)

Texto completo: aquí.

Porno, marihuana y espaldas mojadas, de Eric Schlosser


Eric Schlosser, autor de Fast Food Nation, ha escrito un interesante libro de investigación, subtitulado La economía sumergida en Estados Unidos. Se divide en tres partes:
-La locura del porro: sobre el cultivo, el tráfico y consumo de marihuana y la persecución legislativa que hace que cumpla más años de cárcel un fumador de porros que un violador. Schlosser se centra en el caso de Mark Young, un tipo al que le cayó una amplia condena por poner en contacto al vendedor y al comprador de una operación de maría. Young cumplió más años que ellos. Un caso curioso que se refleja en esta frase del autor: Tras la historia de Young subyace una sencilla pregunta: ¿cómo una sociedad llega a castigar con mayor severidad a un hombre por vender marihuana que por matar a alguien con una pistola? Nos cuenta también otros casos, como el de un hombre que fumaba marihuana como tratamiento para la pierna que le habían amputado, y a quien acusaron de posesión y tráfico, para luego quitarle todo lo que tenía, incluso su pensión.
-En los campos de fresas: sobre los inmigrantes ilegales mexicanos que cruzan la frontera para ser explotados en los campos de cultivo de California. Algo que interesa mucho a la sociedad norteamericana, como demuestra el autor: al pagarles una miseria, los precios de la fruta no suben y el ciudadano medio paga menos al ir a la compra.
-Un imperio de lo obsceno: sobre la pornografía, sus posibles conexiones con la mafia y las leyes al respecto. Se centra en la figura de Reuben Sturman, un hombre de negocios que dominó la producción y distribución de pornografía en todo el mundo, hasta que lo trizaron por evasión de impuestos.
El aspecto más interesante de estas investigaciones es que demuestra con datos y declaraciones lo que ya sabíamos: que Estados Unidos es un país lleno de paradojas, donde habita la hipocresía y donde el mismo tío que vota a los republicanos y en público se muestra en contra del erotismo luego es el jefazo de las más prolíficas empresas de venta de material pornográfico. Y demuestra cómo el país necesita esa economía sumergida, a pesar de leyes y de cruzadas.

Apenas unos minutos en la calle

Un simple paseo hasta el supermercado o hasta la frutería de la esquina basta para que a uno le entren ganas de escribir. La literatura, el material para el periódico, a veces incluso la inspiración, se encuentran en la calle, donde late la vida, y no en la pantalla de un ordenador, escudriñando noticias hasta que se le caen a uno los ojos. Eso deberían enseñarlo en la universidad, meterlo en las cabezas con calzador.
Salí a hacer unos recados, y la salida me ocupó el tiempo de la compra, además de los dos o tres minutos de caminata hasta la tienda y los dos o tres de vuelta a casa. Al cruzar la plaza del barrio, en dirección al piso, observé el ambiente vespertino que se estila ahora, en las tardes soleadas (cuando llueve es otro asunto: sólo quedan dos o tres alcohólicos al amparo del kiosco, o metidos en el portal del cajero automático más cercano): chavales jugando, jóvenes de charla o tocando algún instrumento, hombres bebiendo vino y cerveza, ancianos observando con mala cara el panorama, camellos trapicheando en las esquinas o junto a los árboles, mujeres con sus coches de bebé, transeúntes pasando por allí y clientes acomodados en las terrazas. Como es habitual, había un par de tipos tumbados sobre una de las rejillas de la calefacción del metro, tapados con mantas sucias, trapos, alfombras y lo que pillan. Dos pasos después observé la carrera veloz de una cucaracha, gorda como un ratón (ejem, lo admito: estoy exagerando), que acudía a refugiarse a la rejilla más próxima a aquella en la que estaban dormidos esos vagabundos. Jamás había pensado en esa posibilidad, a pesar de las vueltas que le doy a las penurias diurnas y sobre todo nocturnas de quienes viven y duermen en la calle. Jamás había pensado en una tribu de cucarachas rondando por donde uno trata de cobijarse con trapos para echar su sueño maldito. Siempre intenté imaginar el frío, el hambre, la soledad compartida, el dolor de espalda, las palizas de los ultras, el agrio despertar, la humedad del alba, la lluvia y demás molestias. Pero no se me había ocurrido que, cuando uno duerme en el suelo, se le pueden aproximar los peores bichejos no humanos de una ciudad: las ratas y las cucarachas. He imaginado mordiscos de ratas hambrientas y cucarachas que tratan de introducirse bajo la ropa o, por qué no, en un oído. Esa cucaracha ágil y gruesa, rondando a dos pasos de los vagabundos, me ha obsesionado durante estos días.
Unos metros más adelante me fijé en que han reabierto uno de los restaurantes étnicos de la zona. Tuvo una vida efímera con sus anteriores dueños, unos hindúes que, como se habrán imaginado, servían un menú de platos hindúes. A pesar del éxito de esta clase de comedores en el barrio y, tal vez, en toda la ciudad, aquel duró poco. La razón es sencilla: cerca de la puerta suelen congregarse quienes trapichean, y la gente mea mucho en la acera, o vomita, o rompe una litrona contra el suelo, o pasa un vecino con el perro, lo deja defecar y no recoge la mierda. Es un desorden absoluto. El restaurante era angosto y con amplias ventanas. Por eso nunca entré allí a cenar: me imaginaba advirtiendo los efluvios del orín y los excrementos que se colarían por debajo de la puerta, me imaginaba estar cenando mientras un chaval, allá afuera, cogía la mercancía, el costo, de encima de la rueda de algún coche aparcado (esto lo veo más a menudo de lo que quisiera) y se la vendía a otro. El garito fue un fracaso y ha permanecido un tiempo cerrado. Lo han abierto otros inmigrantes, y ahora es un restaurante de cocina libanesa. Les deseo suerte, pero dudo que aguante unos meses: con ese panorama que he descrito, a diario y en la puerta, ¿quién va a entrar a pedir mesa?

jueves, abril 26, 2007

Esta tarde, en Zamora


Jesús Losada, poeta y amigo, presenta esta tarde en la Biblioteca Pública de Zamora su nuevo libro, Los paréntesis imantados. Antonio Colinas abrirá el acto. Aún no tengo el libro ni he encontrado la portada, así que, de momento, cuelgo esta invitación.

Serpico



Frank Serpico (Al Pacino): Todos mis amigos me llaman Paco. (...)

Leslie Lane (Cornelia Sharpe): Bueno, ¿cómo debo llamarte... Frank o Paco?

Frank Serpico (Al Pacino): Paco.

Serpico.

Comprobar y prevenir

Uno se compra libros, se compra películas, se compra en ocasiones algunos discos, pero no los lee ni las visiona ni los escucha en la misma semana, entre otros motivos porque es imposible. Los discos, las películas, los libros, incluso las series de televisión, se amontonan en nuestra vida y hay que sacar tiempo de debajo de las piedras para satisfacer ese consumo cultural. En el caso de algunos de estos productos, pueden pasar años hasta que uno ve tal o cual dvd que adquirió o se lee tal o cual libro. Muchas de las novelas de aventuras de mi biblioteca pertenecen a la etapa de la infancia, y ni siquiera las he leído todas. De vez en cuando me acuerdo, o me acometen las ganas, y saco una del estante y la leo. Tengo por ahí películas que compré en dvd hace cuatro o cinco años, o que me regalaron, y ni siquiera las he visto, a veces por falta de tiempo, a veces por falta de ganas. Uno debe adentrarse en ciertas obras sólo cuando le apetezca. Una vez, en Salamanca, compré la novela de Francis Scott Fitzgerald, “Suave es la noche”, y, años después de terminar allí los estudios, empecé a leerla. Pero le faltaban páginas por un error de imprenta. Creo que la librería donde la encontré ni siquiera existía ya, de modo que tuve que comprar el libro de nuevo, en Zamora, y en una edición más cara porque no había otra.
Quizá lo haya contado en alguna ocasión: una tarde pillé en un kiosco dos de mis películas de acción favoritas, “El fugitivo” y “Arma letal”. No probé ésta última hasta un tiempo después, no sé cuánto, pero en todo caso demasiado como para regresar al kiosco exigiendo la devolución. Mi copia de “Arma letal” estaba rayada, y hacia la mitad de la película se atascó. Pero el caso más flagrante me ha ocurrido con un dvd de Wong Kar-Wai que ya me han recomendado, durante años, distintas personas: “Deseando amar” (“In the Mood for Love”), cineasta apadrinado por Quentin Tarantino cuando aquel rodó su “Chungking Express”. De este director sólo he podido ver la asombrosa, enigmática, bellísima “2046”. Unas semanas después de salir maravillado del cine me regalaron una copia de “Deseando amar”, filme que precede a “2046”. Meses más tarde la probé en el reproductor de mi antiguo ordenador. Ni siquiera pude navegar por el menú. El disco se atascaba. La edición disponible en las tiendas contiene un segundo disco de extras, pero tampoco funcionó. Había pasado mucho tiempo desde la compra. Era inútil exigir la devolución del dinero. La probé en otro ordenador y en un par de reproductores domésticos. Ninguno pudo reproducirla.
Aprendida la lección, hace poco volví a topar con la película en una tienda y la probé el mismo día de la adquisición. La compré, claro: era la misma edición con dos discos, y su precio rondaba los cinco euros. La probamos en un nuevo reproductor doméstico, diciendo en broma: “Imaginemos que ahora falla. Ya sería el colmo”. Lo curioso es que sucedió lo mismo: no funcionaba. La misma película, en una edición nueva, dentro de un reproductor distinto, ofreció los mismos resultados: se atascaba al principio. Resultaba imposible navegar por el menú. Busqué información por la red, en foros y páginas sobre dvd, sin encontrar la respuesta. Ignoro si ha sido casualidad, pura mala suerte, o es que la edición de Manga Films es de una calidad tan pésima que pocos reproductores son capaces de leerla. No lo sé. Y no pienso devolverla. Es posible que me suceda lo mismo con otra copia, y seguiría perdiendo el tiempo. Luego la probé en un portátil y allí funciona. Por eso, cada vez que voy de compras, de vuelta a casa compruebo las películas, hojeo los libros, escucho los discos.

miércoles, abril 25, 2007

Citas. 40



Sabíamos que nuestros días estaban contados. Habíamos echado a perder nuestras vidas y nos estábamos preparando para la sacudida.

Raymond Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor

El cuadernillo


Simplemente Tess

La Residencia de Estudiantes de Madrid es un lugar mítico, pero nunca había estado allí. Ni siquiera me había acercado un poco. Entramos en el recinto a las nueve en punto. El vigilante nos indicó dónde estaba situado el edificio en el que la poeta Tess Gallagher, viuda del maestro Raymond Carver, llegada ese mismo día a España, iba a ofrecer un recital poético. Para llegar al pabellón central, en el que se ubica el salón de actos, es necesario sortear los pabellones gemelos, edificios donde se alojan los estudiantes. El camino hasta allí es corto y atractivo. Los exuberantes jardines que bordean el paseo de la llamada Colina de los Chopos expiden un penetrante aroma a lilas, pámpanos y romero. Unos metros antes de la entrada se nos había cruzado un gato callejero, lo cual para mí constituye indicio de buena suerte. Recorrimos el tramo desde la entrada hasta el pabellón central con prisa, creyendo que la sala estaría llena, o que acaso sólo habría sitio junto a la puerta, de pie, sin ver el estrado.
Pero el salón de actos no se había llenado. Para nuestra sorpresa, apenas estaban ocupadas la mitad de las sillas. Encima de cada asiento habían puesto un cuadernillo rojo, impreso para la ocasión, con el título “12 poemas de Tess Gallagher”. Edición bilingüe, extraída del original que publicó Bartleby Editores con traducción de Eduardo Moga: “El puente que cruza la luna”, bello poemario de la autora, el único suyo traducido en España. Poco después de sentarnos aparecieron ella y el poeta Luis Muñoz, encargado de la introducción y de presentarla al público. Ambos leían junto a un atril, de pie, con el oficio de quienes están acostumbrados a los recitales. Tess Gallagher es una dama dulce y agradable, de ojos que han visto el sufrimiento y lo han asumido y derrotado; una mujer menuda, reflexiva y sencilla, a la que debemos este poemario y el rescate de varios manuscritos inéditos de Carver, el genio de las letras norteamericanas. Lleva el pelo muy corto, gris, y anillos en los dedos.
Frente al atril, se colocó unas gafas de lectura que le colgaban del cuello y, antes de leer, comentaba cada poema, revelaba la historia que hay detrás, aludía a sus orígenes irlandeses, hablaba de su marido, decía el nombre de su traductor, Eduardo Moga. Aunque el público tenía el cuadernillo con los poemas en inglés y en español, al fondo de la sala colocaron dos pantallas donde pudimos seguir los versos en español. Comenzó con la lectura de tres poemas de Carver, incluidos en el imprescindible volumen “Todos nosotros”: los titulados “Felicidad”, “El regalo” y “Último fragmento”. Copio aquí el tercero, muy breve y maravilloso, que Tess recitó de memoria: “¿Y conseguiste lo que / querías en esta vida? / Lo conseguí. / ¿Y qué querías? / Considerarme amado, sentirme / amado sobre la tierra”. Luego leyó no doce poemas suyos, sino trece. Uno de ellos no aparecía en el cuadernillo e hizo una broma al respecto, sobre el número trece. Recitó con elegancia, modulando la voz, cambiando de registro según la intensidad del poema y las emociones que cobijaba cada verso. Fue una delicia. Aunque hablaba en inglés, entendí casi todo. Sus palabras y sus versos, sin embargo, soportaron el perjuicio de las frecuentes interrupciones de quienes llegaron tarde a la sala o se fueron antes del final. Es la mala educación española, y la impuntualidad madrileña. Ella, paciente, no se incomodó. Al terminar, le alcancé mi ejemplar de su libro, que había llevado para que lo firmara. La autora conversaba con cada persona que se le acercaba. Le dije que me llamaba Ángel, y comentó: “Oh, it’s a beautiful name”. Simplemente Tess. Una dulzura y una leyenda.

martes, abril 24, 2007

Azul casi transparente, de Ryu Murakami


Este libro me lo recomendó David González, quien, por cierto, hoy viaja a Santo Domingo para representar a España en el Primer Festival Internacional de Santo Domingo.
Azul casi transparente es una novela corta, brutal y contundente, en la que un grupo de jóvenes japoneses se pasa el día inyectándose heroína, tomando pastillas, bebiendo whisky, organizando orgías con los soldados negros de la base norteamericana que tienen cerca del piso de Ryu, el protagonista. Y siempre con discos de The Doors como fondo musical.
En su tiempo, el libro de Murakami fue un pelotazo. Ganó premios, convenció a la crítica, los ejemplares se vendieron como churros. Años después, sigue impactando a los lectores, a pesar de haber surgido un montón de novelas del mismo estilo, despiadado y sin juicios a los personajes. Yo me lo leí de una sentada, y tengo ganas de comprar el otro título traducido de este autor en España: Sopa de miso.

Tess Gallagher


Esta es una de las primeras páginas de mi ejemplar de El puente que cruza la luna, de Bartleby Editores. Me lo firmó Tess Gallagher, poeta y viuda de Raymond Carver, en el recital de poesía que ofreció ayer en Madrid. Le dije que me llamaba Angel, porque me gusta más que mi nombre compuesto, y presenta menos problemas de entendimiento para un extranjero. De ello os hablaré en el artículo de mañana.

Mañana, en Madrid



Marcelo Luján, amigo de quien ya os hablé hace unas semanas, presenta este libro, que recibió el Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006. Será a las 19:30 horas en Alcalá de Henares.

Cormac McCarthy, Premio Pulitzer


De Página/12:
El escritor Cormac McCarthy ha sido distinguido con el prestigioso premio Pulitzer en la categoría de ficción con la novela The Road. Por su parte, la editorial Mondadori, ni lenta ni perezosa, ya salió a anunciar que publicará la traducción castellana con el título de La carretera. Según informó la casa editorial, McCarthy, uno de los escritores norteamericanos más reconocidos del momento, regresa con este trabajo a un viejo y predilecto tema: el desarraigo en el escenario de la América profunda.
Noticia completa: aquí.

Un estudio sobre los videojuegos

En la prensa matutina encuentro, bajo el titular de una noticia, este subtítulo: “Un estudio británico rechaza la relación entre videojuego y violencia”. La tesis reconoce que los videojuegos son adictivos, pero no incitan a la violencia. En el cuerpo de la noticia nos aclaran que se trata de uno de los estudios más extensos realizados hasta la fecha. Lo ha hecho la British Board of Film Classification, entrevistando a gente de la industria, a jugadores y a sus padres.
A mí me parece una buena noticia. Una gran noticia, ya que la prensa sensacionalista está obsesionada con la violencia de los videojuegos y del cine, y también con la música rock, y cada vez que algún chaval siembra el pánico y mata a alguien, intentan echarle la culpa a las películas que vio, a los cantantes que idolatraba y a los videojuegos a los que solía echar unas partidas. En vez de rebuscar en los errores de su entorno social, en su vida familiar, en su educación, en sus relaciones con los demás o, simplemente, en los desequilibrios mentales que padece, la prensa amarilla y los programas televisivos sensacionalistas prefieren rebuscar en los gustos del muchacho, que es más fácil, y echarle la culpa a un juego de rol o a “Oldboy”. Hace tiempo que no practico este entretenimiento, pero durante temporadas estuve enganchado a uno u otro juego, hasta que llegaba al final, a la última fase, o, simplemente, me cansaba. La gran mayoría de los videojuegos consiste en zurrarle la badana a alguien, en pegar tiros a diestro y siniestro, en partir caras. Después de jugar a eso, un tío no se levanta de la silla y sale a la calle a golpear al personal, ni coge un cuchillo de cocina y se lo clava a su padre. Todo lo contrario: al terminar unas cuantas partidas hemos soltado mucha adrenalina, y mental y físicamente estamos agotados. La sensación, o al menos la recuerdo así, es parecida al momento posterior a hacer un poco de ejercicio, aunque no es tan saludable. Un montón de videojuegos han sido, en los últimos tiempos, acusados de fomentar el machismo, la violencia, el odio, la xenofobia y el racismo. A mí esto me parecen ganas de marear al personal y no dejarnos en paz. Cuando me encargo de un personaje de videojuego y mato a los malos (en el sentido maniqueísta de los videojuegos), lo que estoy haciendo es pulsar botones y teclas. Son dibujos. No es real. Estoy solo frente a una pantalla. Es decir, no sostengo un arma ni estoy machacando a nadie. Si quieren encontrar violencia de verdad, violencia auténtica, vayan a ver algunos partidos de fútbol o pongan el telediario. Por otro lado, quienes nunca han jugado a ningún título creen que en todos los juegos hay que pegar tiros y lanzar bombas. No es cierto. Por ejemplo, echen un vistazo a los videojuegos antiguos, los clásicos, aquellos a los que jugaba yo en la infancia: “Popeye”, “Comecocos”, “Tetris”… Luego están aquellos en los que van sembrando pistas para que el jugador las recoja y resuelva los enigmas: “Tomb Raider” o “Monkey Island”. Estos dos juegos me tuvieron dándole vueltas a la cabeza durante meses.
El único inconveniente de los videojuegos es que, si les dedicas más de una hora al día, cuando te vas a la cama y cierras los ojos el juego sigue activo en tu mente, y puedes pasarte demasiado tiempo ordenando mentalmente las piezas del “Tetris” o accionando las palancas que abren los pasadizos del “Tomb Raider”, o luchando contra los seres fantásticos, de leyenda o de pesadilla, de “Heroes of Might & Magic”, cuyas secuelas me absorbieron durante meses. Me alegran los resultados de este estudio, ya digo. Así dejan de dar la paliza y de meternos sermones.

lunes, abril 23, 2007

The League of Extraordinary Gentlemen Volumen II, de Alan Moore y Kevin O'Neill


Este segundo tomo, que se devora como el primero, vuelve a reunir a los amigos de La Liga, esta vez frente a una amenaza inventada por H. G. Wells: los extraterrestres de La guerra de los mundos. The League... debe leerse con una guía de personajes y de alusiones al lado, ya que son tantas las referencias a la novela de aventuras y de suspense y al pulp, que uno corre el riesgo de perderse o de no pillar todos los guiños de ese genio, Alan Moore. (Navegando por la red, se encuentran varias de estas guías)

Por si fuera poco, al final, entre los sabrosos apéndices, se incluye El almanaque del nuevo viajero, extensísimo documento en prosa que recorre la Tierra a través de parajes y personajes del imaginario fantástico. Basta apuntar algunos nombres para que el lector se haga una idea aproximada: Macondo, Drácula, Gulliver, El Fantasma de la Opera, El Zorro, Gargantúa y Pantagruel, Orlando, La Casa Usher, el Nautilus, Robinson Crusoe, Capitán Garfio, La Isla de Zaroff, Arkham House, Simbad, Kurtz, Las Montañas de la Locura, Pinocho... Una gozada, a la que sólo se puede reprochar estar escrita con una letra diminuta.

Hairspray

Acabo de ver el trailer del remake de “Hairspray” y no está mal. La factura es impecable y calcada del filme original. Pero habrá que esperar a los resultados y tragarse la película intentando no pensar en su precedente, algo que me parece imposible, aunque digan que las comparaciones son odiosas.
Por si no lo saben, “Hairspray”, la primera, la de finales de los ochenta, es una de las películas más conocidas de ese provocador de bigotito, pelo pegado al cráneo y cara de dependiente de sex-shop que se llama John Waters. De sus obras quizá es la que más me gusta, junto a “Cry-Baby”, a la que en España le añadieron el vergonzoso subtítulo de “El lágrima”. “Cry-Baby” era una gozada, con un reparto interesante e inclasificable: Johnny Depp, Traci Lords, Iggy Pop, Troy Donahue, Ricki Lake, Joe Dallesandro, Patricia Hearst y Willem Dafoe. Recuerdo que se la recomendé a unos cuantos amigos y amigas, y al salir del cine echaron pestes: aquello no era “Dirty Dancing”, me dijeron, una de las películas de moda por aquel entonces entre las pandillas de adolescentes. No les gustó. No entendieron que Waters no hace ñoñerías, sino parodias, comedias locas y productos que provocan al espectador. Tampoco están mal “Pecker” y “Los asesinatos de mamá”, pero pertenecen a la época en la que Waters se ha domesticado, en que ya no es tan salvaje. Pero yo lo prefiero: nunca pude ver entera “Pink Flamingos”, con el travestí Divine devorando una mierda de perro sin trucos ni artificios. No llegué a ver la escena, pero en casa me decían que sí, que se la comía recién depositada por el chucho. Por eso me gusta más el John Waters de los años ochenta y noventa, que es un poco menos guarro y no tan escatológico. “Hairspray”, que creo que sólo estuvo un día en cartel en Zamora, se ha hecho famosa con el paso del tiempo. Ha originado un musical de Broadway y, ahora, este remake de lujo, auspiciado por una gran productora de Hollywood. Recuerdo que salí encantado del cine: “Hairspray” recrea los concursos de baile de los años sesenta, y por tanto es una película que desborda colorido, entusiasmo y diversión sana. Una especie de parodia de “Grease”, protagonizada por Divine y Ricki Lake, madre e hija orondas y con aspiraciones de triunfo. No se pierdan la banda sonora. Ni la película. Al menos para prepararse cuando estrenen el remake.
El nuevo “Hairspray”, a priori, luce bien. En su contra, un escollo fundamental: no deberían hacer otra versión cuando la antigua data de hace apenas veinte años. Pero ya sabemos que, en la actualidad, cualquier producto con un lustro de edad nos lo venden como viejo. Encima, el director es un tal Adam Shankman, de filmografía blandengue y vergonzosa: comedias románticas para quinceañeras, comedias ligeras con humor de sal gorda y poco más. Ojo a sus títulos: “Planes de boda”, “Un paseo para recordar”, “Se montó la gorda”, “Doce fuera de casa”, “Un canguro superduro”. En fin, no es lo que se dice un artesano. Es un misterio su elección para capitanear este barco. Supongo que habrá dependido de sus ingresos en taquilla con esa sobredosis de azúcar. Carecerá de la mala leche de Waters. Pero a su favor, aparte del calco y de la alegría que desprenden el trailer y la página oficial, está el reparto, en el que destacan Christopher Walken, Queen Latifah o John Travolta. Travolta recupera el papel de Divine, o sea, una madre gruesa. Como no reunía los kilos suficientes, lo han rellenado con prótesis y cojines, lo que le da aspecto de Travolta con disfraz. La guinda del reparto es Michelle Pfeiffer. Ahí me han dado. Ese es un punto débil. Iré a verla.

domingo, abril 22, 2007

Sophie Auster, mañana en Madrid


Texto y fotografía de El País:
A veces las casualidades inquietan por su precisión. El pasado viernes, mientras la escritora Siri Hustvedt recitaba en el Instituto Cervantes de Nueva York versos recién traducidos al español de su poemario Leer para ti, su hija Sophie Auster volaba hacia Madrid para cantarle a los libros. La Real Casa de Correos acogerá mañana, con motivo de las celebraciones de La Noche de los Libros, la voz de esta adolescente que creció arrullada por la literatura. Su madre escogía cuentos con los que ayudarla a soñar cada noche, mientras su padre, el escritor Paul Auster, se emocionaba al ver a las dos mujeres de su vida entregadas a sus incursiones literarias compartidas.
Seguir leyendo: aquí.

En la tienda de tebeos

Se celebra estos días el Salón del Cómic de Barcelona, con homenaje a dos de los personajes más grandes de la viñeta: Tintín y Astérix (y no me olvido de Obélix, que siempre me ha hecho más gracia que su colega rubio y bajito). De las aventuras de Astérix sólo me falta por leer el penúltimo volumen, dado que el último lo presentan en esta feria, pero me dijeron que era tan flojo que se me han quitado las ganas de hacerlo. En el Salón del Cómic firmará ejemplares el dibujante J. M. Ken Niimura. Es un muchacho joven, que vive en España, y de cuyo trabajo siempre guardaré un grato recuerdo porque ilustró uno de los cuentos que publiqué en la ya desaparecida revista Galaxia. Y lo hizo muy bien, a fe. Con motivo del evento de Barcelona, las editoriales se apresuran a sacar al mercado sus últimas novedades, y a los lectores de cómic se nos hace la boca agua.
Por eso esta semana me acerqué a la pequeña tienda de tebeos del barrio en el que vivo. Estaba desesperado porque Planeta anunció, para abril, el segundo tomo recopilatorio de “La liga de los hombres extraordinarios”, y hasta entonces no había salido a la venta. En la tienda ya lo tenían y me lo llevé por quince euros: es poco, dada la presentación del ejemplar, la calidad del guión y de los dibujos y la inclusión, a modo de apéndice, de varios relatos de Alan Moore. Pertenezco al grupo de quienes no se han leído “The League…” por entregas, así que llevaba esperando demasiados meses a que se decidieran a editarlo en tomo recopilatorio. El primer volumen me fascinó. La película que hicieron no guarda demasiada relación. Pero el cómic por entregas de Alan Moore y Kevin O’Neill es una maravilla, poblada de personajes clásicos de la literatura de terror, suspense y aventuras: Allan Quatermain, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Mina Harker, Sherlock Holmes, Moriarty, El Hombre Invisible, El Capitán Nemo… En cuanto termine este artículo empezaré la lectura de este segundo tomo. A propósito de Alan Moore, en la pequeña tienda de cómics habían recibido la Edición Absoluta de “Watchmen”. Lo estuve hojeando y, me perdonarán los fans, pero no me gustó la pinta. Además, valía treinta y cinco euros. Confieso que aún no he leído la edición original, que me regalaron hace bastante tiempo, y que no debe ser fácil encontrar a estas alturas. Pero las editoriales de tebeos padecen la manía, que no me gusta nada, de reeditar sus títulos más conocidos a lo grande: un formato más amplio, extras en las páginas finales, etcétera. A mí esto me parece un engaño: si amplían el formato, el coste se encarece y usted acaba pagando más por obtener casi lo mismo. Ahí está el ejemplo de “V de Vendetta”, que con motivo de la película reeditaron en tamaño sábana. Este nuevo “Watchmen” es un mamotreto, con las páginas más ásperas que las de mi edición, y pesa tanto que no parece un cómic, o una novela gráfica, sino una de las tablas de Los Diez Mandamientos. Creo que los tebeos deben ser pequeños y algo ligeros, no del peso y el tamaño de una lápida. Los tebeos de siempre cabían en el bolsillo del abrigo, y ahora los reeditan como si fuesen la Enciclopedia Salvat.
Al lado de “The League…” y “Watchmen” vi el primer tomo recopilatorio de los viejos tebeos de “La guerra de las galaxias”. En un artículo de hace meses les hablé del hallazgo del primer número de “Star Wars”, que encontramos por casa durante un traslado. Cuando era crío compré varios números. Por eso, ahora, y aprovechando el aniversario de aquella inolvidable película, los reeditan en varios tomos. Son siete volúmenes. Me los compraré, seguramente.

sábado, abril 21, 2007

Fast Food Nation





Interesante reparto. Interesante película. Basada en el libro de Eric Schlosser, que tengo por casa y aún no he leído. Después de verla, no mirarás a las hamburguesas del mismo modo; tampoco a las vacas. Web.


Mapa de poesías



Patronato de Cultura de Guadalajara

Aumenta el número de lectores en España

En El Mundo:
Aumenta hasta al 56% el número de lectores en España, la mayoría mujeres
Las mujeres leen más que los hombres en todas las franjas de edad, una diferencia que se hace más acusada entre los jóvenes de 14 a 24 años, y que se invierte a partir de los 65 años. Ésta es la única edad en la que el género masculino supera en hábito lector al femenino, según el estudio, elaborado a partir de una muestra de 16.000 individuos.
Noticia completa: aquí.

La escopeta

Estábamos en una casa, invitados al cumpleaños de una amiga. Había un montón de gente deambulando por el salón, la cocina, el baño, el recibidor. Ya sabéis cómo es eso: invitados que entran y salen, personas a las que hace tiempo no veías, caras nuevas que alguien te presenta o que nadie se molesta en presentarte, tipos que van y vienen. Buena comida, cerveza y refrescos, música y la televisión encendida. Uno de los inquilinos del piso es un militar del norte, que ahora vive en Madrid. Es un estupendo narrador de historias, de anécdotas y de viajes. Se sienta en un sofá y empieza a hablar y todos le escuchamos. Le añade unas gotas de humor a cada relato. Sirva todo esto para enmarcar el escenario: comodidad y ambiente grato.
Unas horas después, unos cuantos invitados decidimos marcharnos a nuestras casas. Nos levantamos a un tiempo y comenzaron las despedidas, ya sabéis cómo es eso: intercambio de besos y de abrazos y de entrechocar de manos, palmadas en la espalda y promesas de verse pronto. O sea, diez o quince minutos de despedida, más tiempo del empleado en los saludos y presentaciones de la llegada. Decía que el anfitrión, al que conozco desde hace un par de años, es militar. Y el dato no es baladí: al parecer, gracias a la licencia de armas, tiene en casa una escopeta. Supongo que por el jaleo propio de preparar el cumpleaños, la escopeta estaba temporalmente encima de la cama, descargada. Pero se convirtió en un acontecimiento. Justo cuando íbamos a marcharnos y nos dedicábamos a las despedidas, a la gente le dio por ir a orinar antes de salir de la casa. De camino al servicio estaba su habitación, con la puerta abierta y el arma sobre la cama. Cada vez que alguien volvía del baño, decía a los demás: “Eh, hay una escopeta encima de la cama”. Los hombres lo decían asombrados. Las mujeres, con temor en la voz: “Qué miedo, yo no podría vivir en un sitio en el que hubiera una escopeta”. La despedida se prolongó aún más porque todos los invitados, de uno en uno, quisieron ver el arma. Para que nos entendamos: estoy hablando de gente que, probablemente, sólo haya visto una escopeta en las películas, en los documentales o, quizá, en el escaparate de una armería. Yo no fui. Y la razón para no ir fue doble: no me gustan las armas, las aborrezco (sólo me gustan en las películas); y he visto demasiadas durante años, dado que, en mi familia, la caza es una tradición, tradición que jamás han logrado inculcarme. Algunos estamos acostumbrados a topar con escopetas de caza y pistolas de tiro al blanco en los armarios, aunque nunca me acostumbré por completo. Pero no es lo habitual, salvo si vives en un pueblo: no es habitual que los españoles convivan con rifles y con revólveres. De ahí que los invitados se acercaran a la escopeta como si fuese una reliquia de otros tiempos, algo para mirar con asombro, pero no para tocar. Una cosa prohibida.
Ahora bien, y aquí volvemos al viejo debate de las armas en Estados Unidos, si esto hubiera ocurrido en ese país, es probable, supongo, que los invitados, en vez de asombrarse e ir de excursión al cuarto para echarle un vistazo a la escopeta, hubieran ido a verla para compararla con las armas que cada uno, o el padre de cada uno, tuviese en casa, en el armario, en la guantera, en un cajón de la cómoda. No se sorprenderían. Porque lo habitual, en aquel país, es poseer un arma. Lo insólito, lo anómalo, sería no tenerla, pues todos quieren protegerse, prevenir y defender su vida y la de los suyos con uñas y dientes. Hay asesinos y chalados en todas partes. Otra cosa es que puedan obtener una pistola de la manera más natural del mundo.

viernes, abril 20, 2007

Norwegian Wood, de Haruki Murakami


Por fin me decidí a leer esta novela. Lejos de defraudarme, la he devorado en dos días.

Watanabe es un adolescente sin rumbo existencial. Su mejor amigo es Kizuki. Cuando éste se suicida, Watanabe se enamora de su novia, Naoko, una chica con ciertos desequilibrios psicológicos. Pronto aparece en su vida otra muchacha: Midori, una alocada chica de la que se enamora sin saberlo (Me resultaba mucho más interesante mirarla a ella que ver la película). Con estos materiales, Murakami nos cuenta la historia de Watanabe a finales de los 60, en Japón, y la desorientación propia de la adolescencia.

¿Cuál es el secreto del éxito de Haruki Murakami y de esta novela, en concreto? A mi juicio, que el libro contiene huellas de la cultura pop de Occidente (reflejada, principalmente, en la música: The Beatles, Henry Mancini... pero también en el cine y en la literatura en la que se inspira: libros de Scott Fitzgerald, Herman Hesse, Thomas Mann, William Faulkner...) y del exotismo y la serenidad de espíritu propios de Oriente (los paisajes naturales, los menús, el modo de afrontar la vida, los funerales,a la contemplación de la lluvia). La mezcla es explosiva, y le sirve para contar historias de amor.

Pero es que, además, Murakami es deudor de escritores norteamericanos como el mencionado Scott Fitzgerald, J. D. Salinger o Raymond Carver, a quienes ha traducido. Por eso su escritura, aunque parece simple, esconde mucho, alcanza significados que se desvelan cuando uno concluye la lectura. Una vez me dijo un poeta que "lo más difícil es hacer lo fácil", y se refería a estilos como el de Murakami, que, en su apariencia de sencillez, acaban transmitiéndonos el auténtico sentido del mundo sin recurrir a trucos de magia literaria. Watanabe, por otro lado, recuerda a personajes de las novelas de Estados Unidos: entra y sale de los cafés, cena solo en las hamburgueserías, bebe whisky, deambula por la ciudad, se convierte en un solitario y apacigua su sexo relacionándose con otras chicas, de las que se enamora sin tomar una decisión realista y escucha mientras ellas hablan y hablan. Murakami, además, construye un personaje inolvidable, que enamora al lector: la alocada Midori. Aunque sólo fuera por conocerla deberían leer el libro.

Otra presentación de MundoLavapiés


Domingo, 22 de abril: 18 horas. Calle del Olivar, 48-50 (en el solar), en el barrio de Lavapiés. Habrá charlas, debates, proyección de fotografías y de vídeos...

Expediciones literarias


I Concurso de Microrrelatos: Bases y concurso en la web de Expediciones. El tema del concurso será "Zamora". Anímate a participar.

Durante este tiempo espléndido

Hace un tiempo espléndido, sólo interrumpido algunas tardes por deliciosas tormentas que nos embriagan con sus rumores de película de terror. Desde estos días hasta mediados de septiembre, o por ahí, y si usted vive en Zamora, puede pasar tardes soleadas al aire libre, sin perjuicio de ruidos demasiado molestos. Siga mi consejo, si le place. Es posible que se tranquilice su ánimo, se eduque su mente y se reconforten sus pulmones. Es necesario tomar un libro antes de salir de casa. No vamos a ponernos a pontificar a estas alturas: que cada uno elija el género que más le convenga, ya sea un libro de ensayos filosóficos, un best-seller, una novela, un poemario, un volumen de cuentos… Conviene no olvidarse de la botella de agua o de una lata de refresco, para apaciguar la sed a mitad de la tarde. Puede cogerla de casa y meterla en una pequeña mochila. Pero debe estar helada, para que al llegar a su destino aún esté fría. Lo más socorrido, si se le olvida, es detenerse en algún kiosco o en una sala de recreativos: se tarda menos que entrando en un supermercado y haciendo cola. Es imprescindible incluir un jersey fino o una chaqueta de entretiempo, ya que esta época primaveral es traidora y quizá, tras un rato agradable y soleado, se nuble el cielo. No debería ponerse pantalones blancos o de tonos claros. Si es glotón o tiene la costumbre de merendar, llévese algo de comer. Pero esto es lo de menos.
Ya está usted listo. Parecen consejos estúpidos, pero no lo son: por experiencia, uno sabe que la primera vez que sale por ahí a leer, a la intemperie, acaba echando de menos el auxilio de una chaqueta, el alivio de un trago de agua fresca o cualquier chuchería que aplaque el rugido vespertino de las tripas. Salga de casa después de comer, si está de vacaciones o es fin de semana, y encamine sus pasos hacia el casco antiguo. Aquello está repleto de vistas magistrales, pero yo prefiero el entorno de San Martín de Abajo y sus extensiones de césped. Elija una de esas zonas para sentarse en la hierba (de ahí el consejo de no utilizar pantalones blancos: corre usted el peligro de levantarse con el culo manchado de verde). Preferentemente, a la sombra. Si opta por el sol, allá usted: pero recuerde que ha ido allí a pasar un rato satisfactorio, a leer y no a tomar rayos. Si escoge el sol, no tardará en buscar sombras cuando se haya achicharrado y le duelan los ojos por culpa de la claridad que reflejan las páginas blancas del libro. Siéntese, pues. En la hierba: no le dé apuro. Saque el refresco o el agua y póngalo a la sombra. No tardará en necesitar un sorbo. Respire hondo, mire a su alrededor. Habrá algunos perros por la hierba, zascandileando entre ellos, y algún jubilado de cien años, solitario, sentado en algún banco. Las hormigas tratarán de escalar por su pierna, pero usted las retirará de un manotazo suave, para que no mueran (usted ya no es un niño, así que no las mate: eso era propio de la infancia, cuando uno experimentaba con la vida y la muerte de los insectos). Coja el libro, ábralo y lea.
Dependiendo del sitio escogido podrá llevarse alguna sorpresa. Si los jardineros no han rapado aún la cabellera del césped, acaso tenga la suerte de encontrar tréboles de cuatro hojas. A mí me sucedió, allí, sólo una vez, y encontré varios: fue justo el día en que no buscaba tréboles de cuatro hojas, lo que no sé si sirve de lección para aclararnos que la suerte no está donde uno la busca, sino que nos sale al paso cuando a ella le da la gana. Si nada ha cambiado, quizá el único ruido que le incordie sea el de los motores de los coches. Pero esto no es nada comparado con los rumores típicos del centro de la ciudad. Relájese. Disfrute de su lectura. Y buena suerte.

jueves, abril 19, 2007

Esta tarde, en Zamora


Salón de Actos de la Biblioteca Pública. 20:15 horas. Presentación de La Torre, del zamorano Enrique Cortés.

Siri Hustvedt


Copio y pego, de Bartleby Editores:
Nos complace comunicaros que el próximo viernes 20 de abril se presentará en la sede del Instituto Cervantes de Nueva York el libro Leer para ti de la novelista, poeta y ensayista norteamericana Siri Hustvedt (link). El poemario, que se publica en edición bilingüe, ha sido traducido al castellano por las también poetas Julia Piera y Chiara Merino (española y puertorriqueña, respectivamente, que participarán en el acto) y cuenta con un prólogo de Eduardo Lago (actual director del Instituto Cervantes neoyorquino, Premio Nadal 2005 por la novela Llámame Brooklyn y reciente Premio Nacional de la Crítica).
Siri Hustvedt (Minnesota, EE.UU., 1955) es doctora en literatura inglesa por la Universidad de Columbia. Novelista y ensayista, entre sus libros publicados en España se encuentran las novelas Los ojos vendados (1994), El hechizo de Lily Dahl (1997) y Todo cuanto amé (2004). Reading to you (1983) es su único libro de poesía publicado hasta el moment o y la colección Bartleby Poesía tiene el placer de darle ahora su acogida en nuestro catálogo con una excelente traducción.

La noche de los libros


Página web y programa de actos: aquí.

Raros

En las ciudades como Madrid, los hombres raros se ponen al sol en las plazas de su barrio o se refugian en las cafeterías más casposas, a tomarse un chato, una copita de whisky o de Soberano aunque sea a una hora temprana, a consumir farias y a leer la prensa, que devoran desde la primera hasta la última página; pero nunca han comprado un periódico en su vida. Los primeros días de cada semana apenas salgo de casa, salvo para ir al cine, a la librería o al supermercado. Pero topo con tipejos raros. Bastan unos minutos en la calle para que uno constate que los raros son legión.
Salía del portal la otra tarde y lo primero que vi al bajar por la calle fue a uno de los alcohólicos meando el morro de un coche. No crean que el tipo se tapaba las partes pudendas, o que intentaba esconder el trabuco. Nada de eso. Orinaba en parte contra el viento y en parte contra el vehículo. A plena luz del día. Podía verlo cualquiera: los transeúntes, los vecinos asomados a sus balcones, los conductores, las señoras, los niños, las chicas, todo el barrio viéndole el pito a este señor. Sé que vivir en la calle comporta innumerables servidumbres, como la de no tener un baño para aliviarse, pero de ahí a mojar un coche y encima enseñar la tranca a la concurrencia va un abismo. En la plaza he visto un nuevo fichaje en el grupo de los alcohólicos. Es un individuo de aspecto siniestro y sonrisa de granuja. Tiene la napia roja e hinchada, como un tomate maduro o una nariz de payaso. La primera vez que pasamos a su lado nos pidió cinco céntimos. Le dije que no tenía. Debemos desconfiar de quien pide lo mínimo. Está comprobado: si te paras y rebuscas los cinco céntimos, te vendrá con el cuento de: “Mire usted, es que con cinco céntimos no hago nada, que el cartón de vino cuesta un euro, y digo yo si no podía aflojar algo más”. Me conozco el cuento porque ya me lo contaron. La segunda vez me hizo mucha gracia. El hombre, mientras atravesábamos la plaza, apresuró el paso y, cuando ya casi lo tenía subido en el cogote, anunció: “Esperar, que voy a haceros un atraco”. Contuve la risa, giré la cabeza y le dije: “No”. Y añadió: “No, hombre, si el atraco que quería haceros era pediros un cigarro”. No fumo, pero me hizo tanta gracia aquel hombre raro que, desde entonces, cruzo la plaza con unos céntimos sueltos en la mano, por si me pide algo. Pero no he vuelto a verlo.
Hay una cafetería bastante rancia de la zona de Tirso de Molina, frente al teatro, que a mí me trae buenos recuerdos que no vienen al caso. La otra tarde entramos. Todo el personal era raro. Los camareros eran raros, la mujer solitaria que engullía una ración de bravas era rara, el hombrecillo de escaso metro y medio que se jugaba los cuartos en la tragaperras era raro, los fulanos acodados en la barra también eran raros, y aún tenían peor pinta quienes estaban sentados en las terrazas. Gente tosca y vulgar, que parecía salida del rodaje de una película de Alex de la Iglesia o de Santiago Segura. La última vez que vi gente tan extraña, avejentada, fea y freak fue en los anuncios y en los cortos de los de Gomaespuma, que nos puso un amigo en su casa. El colmo del tío raro fue un señor que, al parecer, debía llevar un año en los servicios de caballeros, y que ya había terminado su consumición. Al volver a la barra vio que el taburete en el que se había sentado lo ocupaba ahora un hombre de piel morena, leyendo un diario. Le dijo que él estaba allí antes, que estaba leyendo otro periódico, pero que no era ése, y al final el otro hombrico, para no discutir, se levantó y le dio el taburete. El raro tenía la cara como de goma, y arrugas, y gafotas, y el pelo nutrido de caspa y grasa. Parecía un muñeco del guiñol que alguien hubiera desempolvado de un baúl.

miércoles, abril 18, 2007

Despachos de guerra, de Michael Herr


Project X


Tiempo atrás, como digo en el artículo de abajo, recomendé esta novela, publicada en España por Tropismos. Se puede leer pinchando aquí.
Me ha parecido oportuno copiar uno de los fragmentos del libro, escrito por Jim Shepard y muy adecuado para estos días:
Todo el mundo forma parte de un grupo. Todo el mundo dedica todo su tiempo a pensar en grupo. O en su deseo de formar parte de un grupo diferente. Es un enorme montón de mierda con todo el mundo cagando hacia abajo, de modo que quieres estar lo más alto posible. Arriba del todo están los atletas, aunque no todos los atletas. Si solamente haces campo a través, también podrías estar en el equipo de ajedrez. Cerca de los atletas están esos a los que llaman buffys, porque parecen como recién salidos de la tele. El primer día de séptimo, Flake y yo estábamos en tutoría y una chica le dijo refiriéndose a un chico nuevo: "Es tan Ángel". El chico era guapo y tenía esa mierda en el pelo. Y Flake le respondió: "No tengo ni idea de qué estás hablando".
Detrás de los buffys están los tipos que tienen espíritu escolar, esos que organizan las campañas de las galletitas y los bailes temáticos y las Jornadas de Valoración de la Administración. Detrás de ellos, los que tocan música en una banda. Detrás de ellos, los otros atletas: los equipos de atletismo en pista y los nadadores de los veinte mil kilómetros y cosas así. Detrás de ellos, los que se las dan de artistas. Detrás de ellos, los que son buenos en algo real, como matemáticas o redacción. Detrás de ellos, los de teatro. Detrás de ellos, los rebeldes. Detrás de ellos, los drogatas. Detrás de ellos, los que pasan desapercibidos. Detrás de ellos, los capullos. Detrás de ellos, los chiflados. Detrás de ellos, los paletos, los rezagados. Detrás de ellos, los retrasados mentales y los tíos sin mandíbula ni hostias. Detrás de ellos, nosotros. Nuestro grupo es un grupo de dos.
De vez en cuando la gente hace cosas agradables por los demás, pero la mayoría de las veces no confías en nadie fuera de tu grupo. Así es como son las cosas.
Son todos hormigas. Hormigas atletas, hormigas artísticas, hormigas teatrales.
Si pones agua a hervir y la viertes por un agujero del hormiguero, las hormigas salen por otro agujero, dice Flake.

El fantasma de Columbine

La matanza de la Universidad de Virginia huele a tragedia repetida, a algo desgraciadamente ya visto, a un regreso a los mismos errores, a un tropiezo que, de momento y mientras se desarrollan las investigaciones, contiene los mismos patrones que en otros célebres tiroteos en escuelas y universidades de Estados Unidos: un estudiante armado (a veces son dos, como en Columbine), la facilidad para conseguir revólveres y rifles en aquel país, la patética actuación de los responsables del centro, que acaso hubieran podido resolver el asunto de haber hecho algo entre el primer y el segundo tiroteo. Y, me figuro, se repetirá el perfil psicológico del asesino, un estudiante asiático que pertenecía al campus y que se voló la cabeza después de llevarse por delante a treinta y dos personas y herir a otras quince: no me sorprendería que fuese un muchacho con problemas familiares, mal relacionado con los compañeros y con la moral por los suelos, harto del mundo y furioso con los demás.
Después de este día negro seguramente volverá a ocurrir lo mismo que antes: se incrementarán las medidas de seguridad en las escuelas y en las universidades norteamericanas, creando una especie de psicosis colectiva y una restricción de los derechos (recordemos esos casos en los que expulsan a un estudiante por llevar una camiseta relacionada con la violencia, o detienen a un chaval porque jugó a pistoleros con un revólver de goma). Como vimos en el documental “Bowling for Columbine”, el miedo se apoderará de nuevo de los centros educativos. Nadie confiará en nadie. Todos se mirarán de reojo, creyendo encontrar un sospechoso en el pupitre de al lado, y Norteamérica hará otro análisis de conciencia y se preguntará cómo y por qué ha podido pasar esto. Luego, en unos meses, el asunto será olvidado (no me refiero a los alumnos y profesores de la Universidad de Virginia, ni a sus familiares, sino a los medios, a los políticos, a la sociedad). Hasta que ocurra otra tragedia del mismo pelo en la escuela de otra ciudad pequeña y tranquila donde nadie se esperaba que pudiera suceder una cosa así. Y volveremos a lo de siempre: que en USA es más fácil hacerse con una pistola, con una escopeta, con una metralleta, que comprarse una botella de whisky o ver un pubis en una película. Me parece que, por muchas normas y controles que pongan en la entrada de los centros, el asunto jamás se resolverá si un chaval de veinte años puede llegar a casa con un macuto repleto de artillería, después introducirlo en su taquilla de la universidad, cepillarse al personal y luego meterse un tiro en la cara. La Segunda Enmienda lo permite. Pero no falla sólo eso: falla el sistema educativo del país. Y la comprensión del adolescente, o eso se desprende de las noticias, los documentales, las películas y los libros que conocemos al respecto.
Hace casi dos años, por cierto, recomendé la lectura de una novela del escritor Jim Shepard, titulada “Proyecto X”, e inspirada levemente en sucesos y matanzas como la de Columbine. Shepard construye la historia de dos estudiantes fracasados que no se llevan bien con nadie, y que poco a poco, y desde la perspectiva de uno de ellos (narrador del libro), van consolidando una gruta metafórica en la que sólo caben ambos y aún queda espacio para una idea horrible: coger armas y prepararla parda en la escuela. Es una gran novela que debería servir para conocer un poco mejor el mundo aislado de muchos adolescentes, sumidos en una sociedad que devora a sus criaturas y está repleta de contradicciones. Donde el único valor universitario al que aspirar consiste en el triunfo, en el rechazo al fracaso.

martes, abril 17, 2007

Portadas exquisitas


The Sea, novela de John Banville. Traducida en España por Anagrama como El mar.

La cojera de Quevedo


El cadáver de Francisco de Quevedo se convertirá en algo más que "polvo enamorado", gracias al empeño del Ayuntamiento de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), al trabajo de la Escuela de Medicina legal de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y a la cojera que padecía uno de los representantes más relevantes del Barroco español. Diez restos óseos del escritor han sido recuperados de una fosa común donde se encontraban enterrados y serán alojados en algún lugar más digno, aún sin decidir, para cumplir con la "deuda histórica" —en palabras del alcalde de la citada localidad manchega— que el mundo de la literatura guarda con el célebre literato. (...)
Noticia completa: aquí.

El pan de cada día

Jueves. Comida con un colega en un restaurante. Entro en el metro y debo hacer un transbordo. En el andén de la línea verde (una de las más abarrotadas de viajeros, una de las más calurosas y propensas a las averías) encuentro un tren parado y entro en uno de los vagones. Miro las caras de quienes alzan la muñeca y comprueban el reloj, oigo sus resoplidos de desesperación. Intuyo que llevan un rato esperando a que el tren arranque. Me sitúo junto a una de las puertas, en ese rinconcito que hay entre la salida y los pasamanos verticales. Saco un libro e intento leer para que la espera parezca menos corta. Por megafonía, al fin, anuncian que el servicio en la línea verde será interrumpido durante diez o quince minutos. Eso, sumado al tiempo que llevábamos parados. Se habla de sabotajes en el metro, pero, ¿alguien se lo cree? A consecuencia de la avería, de unos quince o veinte minutos, llego tarde a comer.
Viernes. De nuevo la línea verde: una vez por la mañana, en un trayecto de ida y vuelta; otra por la tarde, en un viaje de ida. No se producen incidencias ni fallos, salvo el excesivo bochorno espeso y pegajoso que hace en los vagones, las esperas en los transbordos y los frenazos en el interior de los túneles a oscuras, que logran que los pasajeros perdamos el equilibrio, teniendo que recurrir a las barras de sujeción para no chocar unos contra otros. Luego viajamos en coche.
Sábado por la mañana. Quedamos en Atocha. Uno de nuestros amigos va a pasar a recogernos en coche para ir a comer a casa de una pareja. En Atocha hay atascos imposibles, como consecuencia de la hora punta y de una manifestación de ASAJA que ha provocado cortes de tráfico, conductores agobiados aporreando el claxon, policías tratando de dirigir el lío de vehículos, caravanas en Alcalá. Llegamos un poco tarde a comer por culpa del tráfico y de la manifestación de los agricultores, que han ido hasta el Ministerio de Agricultura a protestar por la crisis de los cítricos. Según la policía, acudieron dos mil personas. Según los organizadores, veinticinco mil. Alguien dice que repartían naranjas. Las regalaban. Sábado por la tarde. Esperamos al autobús, cerca de Atocha. Otra vez. El que necesitamos tomar no aparece. Lleva un retraso de veinte minutos (se supone que, según el cartel informativo que hay en la parada, los autobuses pasan cada seis minutos). Cuando llega, subimos; el bus avanza unos cuantos metros y se detiene: la Plaza de Cibeles está colapsada. Hay un atasco intolerable que se ramifica por las calles que desembocan en la plaza y rodea a la Cibeles. Dura varios minutos: diez o quince. Los taxistas salen de sus coches e increpan a los de adelante. Algunos conductores aporrean la bocina. La gente se desespera. Los viajeros del autobús intentamos averiguar la causa del atasco asomándonos a los cristales. La policía de tráfico aparece en el lugar e intenta recomponer el caos y aliviar la congestión de vehículos. Lógicamente, llegamos tarde a una cena de cumpleaños. Sábado por la noche. Después de esa cena. Volvemos a casa en taxi. Madrid, a las dos de la madrugada, es una carrera mortal de taxistas, fulanos empapados en alcohol que conducen con el culo, búhos atestados de juerguistas y gente andando por las calles. El taxista acelera y, en un cruce, observa cómo un bruto que conduce un todoterreno se le mete por la derecha para entrar antes que nosotros en el siguiente carril. El todoterreno golpea el retrovisor derecho del taxi y el taxista decelera y lo deja pasar para que no nos empotremos contra su lateral. Averías, retrasos, atascos, carreras salvajes, chiflados al volante. El pan diario, y da igual si uno utiliza bus, taxi o metro.

lunes, abril 16, 2007

La ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón


Ricardo Menéndez Salmón, uno de los Tripulantes, ha escrito una brillante novela corta que he leído por recomendación de Miguel Barrero y David González (lo digo porque ambos hablaron de ella en sus blogs antes del boom).

Nos cuenta la historia del sastre alemán Kurt Crüwell, llamado a filas cuando comienza la Segunda Guerra Mundial. Kurt deberá dejar atrás, para siempre, el pasado: su familia, su novia, su sastrería, su ciudad. Lo que Kurt no sabe es que el horror jugará un papel definitivo en su vida, arrebatándole la capacidad para sentir. Ahí se abre la gran pregunta del libro: ¿Cómo reacciona el cuerpo de un hombre ante la presencia del horror?

En 142 páginas Menéndez Salmón abarca varios años, y divide el periplo de su protagonista en tres partes: la guerra, el amor y el pasado que regresa. Esa es una de las muchas virtudes de este libro: una gran novela en formato breve, cuyo argumento discurre por Alemania, Francia o Inglaterra. Pero, además, está repleta de datos precisos, de elegantes descripciones, con una documentación exhaustiva, y no parece escrita por un español (por el tema elegido, y también por la manera de narrar), y esto es un cumplido.

Tarde de perros


Hombres corrientes en situaciones extremas

Uno de los géneros más amenos del cine es aquel que pone a un hombre corriente dentro de una situación que se le escapa de las manos. En los setenta se hicieron filmes inolvidables, sobre todo gracias a tipos como Sidney Lumet. Quizá uno de los actores que supo coger el relevo fue Harrison Ford. Su filmografía está plagada de esas historias, las del hombre de la calle convertido en héroe de acción a la fuerza. Ford empezó muy bien, y ahí están para demostrarlo la saga de Indiana Jones y “Frenético”, “La Costa de los Mosquitos” (aunque en menor medida) o “El fugitivo”. Lástima que ese papel lo haya explotado en los últimos años en una serie de películas muy flojas, a veces encarnando a policías o militares: “Seis días, siete noches”, “La sombra del diablo”, “Air Force One”, “K-19”, “Hollywood: Departamento de homicidios” y “Firewall”, ese brodio mayúsculo. Todos rezamos para que Ford vuelva a ser quien era a partir de la cuarta entrega de Indiana Jones, pese a que su físico ya no está para muchos trotes (y, quien no se lo crea, que se trague “Firewall”).
Son varios los intentos de la industria cinematográfica contemporánea por hacer películas al estilo Lumet y Sam Peckinpah, aquel bendito maestro. Pocos directores lo han conseguido. En vez de rodar productos duros, sin concesiones al espectador medio, con secuencias brutales y protagonistas canallas, ofrecen finales felices, héroes de cartón y escenas de mucho meneo a las que les quitan la violencia para que luego la puedan alquilar las familias en Blockbuster, sin peligro de encontrarse a un tío acribillado a tiros o una teta al aire; lo que digo de Blockbuster no es una invención, dado que los magnates de Hollywood, según he leído, miran con lupa la distribución posterior en la televisión por cable y en los alquileres de esa cadena de videoclubes. Ahora mismo recuerdo pocos filmes recientes que, imitando a Lumet, me hayan satisfecho como espectador. Uno de ellos sería “Día de entrenamiento”, arrolladora película en la que brillan Denzel Washington y un Ethan Hawke convertido en héroe a la fuerza. Quizá encajen aquí las notables “Fargo” y “Un plan sencillo”. “Breakdown” tampoco estaba mal: es aquella del ciudadano a cuya mujer secuestran, protagonizada por Kurt Russell y que cambia el escenario urbano por las siniestras carreteras de los Estados Unidos. Merece la pena mencionar “Un día de furia”, una de las grandes películas de Joel Schumacher. A “16 calles” no le falta algo del viejo empuje de Lumet, aunque sea una especie de copia de “Ruta suicida”. No me olvido de “Amor a quemarropa”, con un protagonista que trabaja en una tienda de cómics y acaba envuelto en baños de sangre. Ni de “Una historia violenta”, aunque el tratamiento de David Cronenberg es muy diferente al de los thrillers mencionados. Hay unas cuantas más, pero no quiero que esto se convierta en una lista.
Ninguna de ellas, no obstante, tan poderosa como esas películas setenteras y violentas, que dejaban un sabor más amargo a los espectadores: “Perros de paja”, “Deliverance”, “La huída”, “Los tres días del cóndor”, “Malas tierras”… He vuelto a ver “Tarde de perros”. Es una pena que los chavales no la conozcan. Recuerdo que la primera vez que la vi no daba crédito cuando nos dan cierta información sobre el personaje que encarna Al Pacino, un ladronzuelo con poca idea de cómo se atraca un banco. Esa información cambia totalmente el concepto del personaje y de sus actos. “Tarde de perros” conserva el vigor de ese cine brutal, sin concesiones, de hombres corrientes metidos en líos, al que me refiero.