lunes, febrero 27, 2023

Obra completa, de Lois Pereiro

 

 

Hace muchos años que tengo los dos libros de Lois Pereiro que publicó la editorial (ya desaparecida) Libros del Silencio. En su momento leí uno de ellos, justo el que se incorporó a esta Obra completa: el poemario Poesía última de amor y enfermedad. Semanas atrás di con el primero en mi biblioteca y me decidí a leerlo entero. Con prólogo de Pere Gimferrer e introducción de Xosé Manuel Pereiro, éste es el índice de obras que lo componen:

–Poemas para una loia
–Poemas 1981-1991
–Poesía última de amor y enfermedad
–Náufragos del paraíso
–Modesta proposición para renunciar a hacer girar la rueda hidráulica de una cíclica historia universal de la infamia
–Conversación ultramarina


A saber: poemarios, una novela inacabada, ensayos y un diario (Conversación ultramarina) que, para mí, es lo mejor del libro. Y de este texto van unas cuantas citas:

Hoy despierto bajo el peso del insomnio de estas últimas noches. La vida es como una bestia en peligro.

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Pienso sobrevivir, pero a base de sudor, lágrimas e indiferencia al mundo si nadie me ayuda a evitarlo.

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Y mañana temprano tengo que ir al médico para que me diga con un interés que no le quiero negar que si me porto bien y no me salgo de los límites puedo vivir muchos años, como les dijo a docenas de pacientes antes que a mí.

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Cuando no puedo estar con quien amo, intento amar a quien está conmigo.

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Viviré sin miedos. Acepto todo lo que me ofrecen; soy un ser en exposición en la tienda de las vivencias. Ya no rechazo nada. No despreciaré a nadie. Estoy en el mundo y sigo siendo yo mismo. ¡Vade retro, sombras de otro pasado!

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Apártate de la euforia. Sé elegante en eso. Deja que el tiempo envejezca tus sensaciones, como el buen vino, y profundice en lo que amas, y en aquellos en los que ahora tú debes ayudar: es tu turno.

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Aprender a vivir con las cicatrices que me dejen las heridas que vendrán…

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En la consulta, en el cementerio de coches adonde vamos todos en busca de piezas de recambio. A veces las encontramos y otras veces no. Yo sólo quiero que me quiten estos faros amarillos. Me sacan sangre y el viernes ya veremos. Paso por delante de un chaval custodiado por dos polis. Tiene una irónica expresión de desafío; y a mí, por un momento, me gustaría estar en su lugar para poder poner esa expresión.
Y digo yo, ¿será grave o sólo será mortal? Admito apuestas…

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Ya en el hospital, un día ajetreado: rayos X, tres médicos (mujeres, como es lógico) van viniendo una detrás de otra a verme. (“Mis niñas”, como llama el Dr. Pedreira a sus MIR.) “¿Años?”, me pregunta la jovencita de cara aplicada. “Treinta y siete”. “¿Profesión?”. “Traductor”, respondo yo, por no decir “enfermo”… “Me habían dicho que eras poeta”, dice con timidez. “Pero de eso no se vive, ¿verdad?”, dice la jefa de servicio. Eso es.

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Sólo quiero saber cuánto tiempo, más o menos, y cómo. Sea cirrosis, cáncer de hígado, o “combustión espontánea”, o nada más que lo que ya sabía; es que necesito saber el tiempo del que dispongo para poder calcular bien las páginas de mi testamento en que os lego mi alma a quienes me queréis, de mi póstuma furia amorosa y literaria ante el mundo.

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Me encanta ver a alguien alegre en un hospital; por el motivo que sea. Deberían contratar animadores por días, encantadores de serpientes que al final pasasen el plato, ese tipo de cosas capaces de salvar vidas nubladas.




[Libros del Silencio. Traducción de Daniel Salgado]

Cartel de Juniper

 


Trailer de Tetris

 

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Cartel de Rare Objects

 


viernes, febrero 24, 2023

Panther y Museo del Fuego, de Jen Craig

 

Llevo mucho tiempo soñando con un avance así, pensé al salir de mi piso de Glebe aquel lunes por la mañana, camino de una cafetería de Crown Street donde había quedado con la hermana, Pamela, para devolverle el manuscrito de Panthers y Museo del Fuego supuestamente sin haberlo leído, como ella había insistido por teléfono sólo dos días después de habérmelo dado. Llevo años haciendo poco más que maniobrar para lograr este avance.  

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Yo había querido ser escritora. Me había pasado años sin hacer nada aparte de intentar escribir y fracasar en el intento; a lo máximo que había llegado era a publicar un par de relatos insípidos en las revistas más recónditas y desconocidas del mundo, y sin embargo no informé a Pamela de ello mientras ella seguía hurgando, ni había tenido ganas de contárselo a Raf la noche anterior aun cuando le había repetido las preguntas de Pamela por mis actividades literarias. Cuanto más me preguntaba Pamela por mis actividades literarias, más segura estaba yo de que tenía que saber algo de lo que yo siempre había querido hacer y en cuyo logro había fracasado estrepitosamente.

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La gente siempre asume que las vidas de los demás no difieren de cómo las conocieron, por más que hayan pasado años desde la última vez que se vieron o hablaron. Ves a alguien que conociste en el pasado e inmediatamente asumes que conoces todo lo que se puede conocer de esa persona. El mero hecho de que esa persona sea reconocible y, claro está, los sentimientos y recuerdos asociados –o los supuestos sentimientos y recuerdos– bastan para inducirnos a pensar que conocemos la realidad de esa persona.

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Creo conexiones cuando camino, pensaba mientras me acercaba al final del túnel, y las conexiones inesperadas y fortuitas que surgen entre un hilo de ideas y otro siempre me levantan el ánimo, y sin embargo las conexiones que moldeo en mi cerebro mediante el ritmo inevitablemente repetitivo de mis pasos bien podrían no concordar con la realidad, no ser ciertas, pensaba, o intentaba pensar, fuera de las peculiares condiciones ambulatorias de mi mente; como por ejemplo ahora, me dije tras decidir entrar en el establecimiento de prensa de la estación.

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[…] todo lo que experimentas acaba incluido en lo que escribes, pensaba, aun si todo lo que escribes es una completa invención.




[Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores]


Cartel de The Pope's Exorcist

 


En Aleteia: A Quiet Girl

 

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miércoles, febrero 22, 2023

Confesiones verdaderas, de John Gregory Dunne

 

 

Lo que Tom Spellacy recordaría más adelante es que empezó como cualquier otro 187. Uno de los doscientos doce de aquel año. Uno de los diecinueve de aquel mes. Uno de los dos de aquel día de abril. El otro homicidio, el que nadie recordó nunca, fue el asesinato de un negro en Central Avenue. Los periódicos, sin embargo, nunca se molestaban en reseñar los 187 de los morenos. Con una chica de color, aunque estuviera cortada por la mitad, lo primero que dirían los diarios era “una prostituta” y lo segundo, “olvídenla”. Sobre todo el Express. Si era solo una negra, a tomar por culo.

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La oficina se vació, los teléfonos no sonaban, el teletipo guardaba silencio salvo por algún traqueteo ocasional. Un código 8 en el 57 de West Place. Un 415 en el 2700 de Hoover. Un 211 en Arlington. Un 447 en Devonshire. Abrió los archivadores y se llevó las carpetas de manila a su cubículo. Los fluorescentes teñían los endebles tabiques de un verde más enfermizo si cabe que el diurno. Extendió la primera pila de carpetas en su escritorio y amontonó las demás en el suelo, donde se inclinaron bajo su peso: informes de interrogatorios, evaluaciones psiquiátricas, listados telefónicos, investigaciones de campo, confesiones, declaraciones, informes de guardia, informes de final de patrulla, hojas amarillas, registros de huellas dactilares, informes de incidencias, informes de arrestos, fotografías, registros de chivatazos, archivos de pistas, carpetas de modus operandi, ficheros de apodos, testigos, sospechosos, informadores, chivatos, papel, papel y más papel. El enfoque sistémico. La búsqueda de un patrón definido.

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El lenguaje de los informes resultaba relajante, tan anónimo que eliminaba la personalidad. Sospechoso. Perpetrador. Vehículo. Detenido. Arma. Vigilancia. Residencia. Caucásico. Varón. Mujer. El asesino era un varón fornido que odiaba a las mujeres, decía el primer psiquiatra policial. La asesina era una mujer fornida que odiaba a las mujeres, decía el segundo psiquiatra policial. El asesino era impotente. El asesino era potente. Siguió leyendo. El asesino era un enano. El asesino era un gemelo. Pidió café.



[Random House. Traducción de Gabriel Dols Gallardo]

Air: 2º cartel

 


Boston Strangler: primer cartel

 


Stella Stevens (1938 - 2023)

 


viernes, febrero 17, 2023

Flores extrañas, de Donal Ryan

 

 

Tras Corazón giratorio, Un año en la vida de Johnsey Cunliffe y La única certeza, todos ellos publicados por Sajalín, Flores extrañas es el cuarto libro de Donal Ryan traducido en España. Resulta difícil hablar de esta novela evitando los spoilers porque cada capítulo se centra en uno o más personajes distintos, todos pertenecientes a tres generaciones familiares. Ryan ha contado en alguna entrevista que escribió el primer borrador sumido en una niebla de dolor porque acababa de morir su padre. Leyéndola tuve la impresión de que había bastante poso autobiográfico en sus páginas y él mismo lo confirma: dice que es su libro más personal, y algo de la distancia entre las diversas clases sociales de sus personajes, que él vivió, está reflejado en el libro.

Pero podemos hablar del principio, en el que un matrimonio irlandés vive en uno de esos pueblos como el que hemos visto en la estupenda película The Banshees of Inisherin: uno de esos lugares donde se dan la mano la sencillez, los rumores, el ahogo de los sitios pequeños y una buena cantidad de secretos. Porque los secretos conforman uno de los ejes de la novela.

Moll, la única hija de ese matrimonio, desaparece un día y no vuelven a verla. Saben que ha sido por decisión propia, que nadie la forzó ni la secuestraron. Por ejemplo, hubo un conductor que la vio subir a su autobús. Nadie se imagina por qué se fue ni dónde demonios se ha metido. Cinco años después regresa a casa. Cuenta algunas invenciones. Y poco a poco irá abriéndose a sus padres, y capítulo a capítulo iremos descubriendo las verdades y los secretos. Por qué se marchó, qué hizo, dónde ha vivido y con quién… A lo largo de sus capítulos, esta chispa que pone en marcha la trama le sirve a Ryan para introducir varios temas: el exilio, la pérdida, el racismo, la devoción católica de los irlandeses… Admirable de principio a fin, es una novela que deja un poso entrañable y que comienza así:     

Toda la luz abandonó los ojos de Paddy Gladney cuando su hija desapareció; toda la alegría se alejó de su corazón. Su vida siempre había estado llena de paz. Antes de que Moll se marchara, todas las mañanas Paddy se montaba en su bicicleta y recorría la parroquia para repartir el correo y, por las tardes, reunía el ganado y echaba pienso a los animales de la granja donde trabajaba como encargado, y examinaba las vallas y las puertas y los huecos que había entre ellas, mientras su mujer, Kit, se ocupaba de mantener limpia y ordenada la pequeña casa que compartían, y de llevar las cuentas de algunos comercios del pueblo, y su hija, su única hija, iba al colegio a aprender la lección. Y todas las noches, los tres juntos, antes de irse a la cama, se arrodillaban y rezaban el rosario.



[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]

En Aleteia: Los Fabelman

 

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Raquel Welch (1940 - 2023)

 


Children of the Corn: primer cartel

 


John Wick: Chapter 4: nuevo trailer

 

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Kill Boksoon: 2º cartel

 


Carlos Saura (1932 - 2023)​

 


En Aleteia: La última aventura (East of the Mountains)

 

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Cartel de Devil's Peak

 


Burt Bacharach (1928 - 2023)

 


viernes, febrero 10, 2023

La canción de la luciérnaga, de David González

 

Poco después de anunciar en su perfil de Instagram (5 de septiembre de 2022) que, tras un año de dolores de espalda, los médicos habían descubierto por fin la causa de sus malestares, es decir, un cáncer de esófago, avanzado e inoperable, supimos que David González estaba trabajando en un nuevo poemario. En un mensaje privado me dijo que era su último libro, que lo sabía: no le quedaba mucho tiempo y probablemente saldría póstumo. Durante algunos días de noviembre y diciembre del mismo año le vimos exponerse en esa red, sin temor a que viéramos su aspecto (rostro esquelético, mirada de cansancio, voz de hombre agotado que resiste como puede), en una serie de entrevistas tituladas “Últimas palabras” que son sobrecogedoras, no ya porque sean el testimonio de un amigo al que muchos considerábamos un hermano, sino porque suponen las últimas huellas de alguien muy enfermo en la Tierra. Alguien que no se esconde. A quien no le importa que le vean tan jodido. Alguien muy distinto a los mercaderes del postureo que él detestaba.

Alrededor de una semana antes de su muerte, en un esfuerzo que imagino titánico y demoledor, lleno de fatigas y de miedos, David logró que su poemario se publicara en la Editorial Páramo. Los editores lo anunciaron el día 30 de enero y conseguí encontrar un ejemplar en Madrid apenas 6 días después, el 5 de febrero, en una librería de Lavapiés. En Todostuslibros constaba que era el único ejemplar que había a la venta en Madrid. Pero con David solía ser así, casi siempre: costaba rastrear sus libros y encontrarlos. Leí La canción de la luciérnaga durante ese domingo, bajo el peso del recuerdo de los 5 años exactos de la muerte de una de mis abuelas y la sensación de que David había empeorado pero no nos lo comunicaba. Me acosté conmovido, preocupado por su silencio (le había escrito unos mensajes unos días atrás y ni siquiera figuraban como Vistos), y pocas horas después falleció, de madrugada y en el domicilio de su chica, junto a ella, lejos de hospitales y de la gente.

En estos días lo he releído. Es asombroso que lo haya escrito a las puertas de la muerte, con dolores de espalda, con parches de fentanilo, con pastillas y otras servidumbres aterradoras del carcinoma y sus molicies, sabiendo que sus horas están contadas, que apenas puede comer sólidos… Es un poemario breve, apenas 50 páginas, pero que supone el broche de alguien que sabe que se va, no es un ajuste de cuentas (salvo, quizá, el poema “Ulises”), sino una despedida de sus personas más cercanas y de algunos de los demonios de su conciencia. Así, nos enteramos de la muerte de su padre, apenas 3 meses antes de su propio diagnóstico, y hay un inesperado poema dedicado a su memoria. Nos enteramos de cómo recuperó al amor de su juventud, y cómo ella le acompañaba en el declive de la enfermedad. Nos enteramos de los tragos amargos a los que le sometieron (colonoscopias, dietas, inyecciones, etcétera): A todo se acostumbra uno, / métetelo bien en la cabeza, / a toda clase de perrerías / con tal / de seguir vivo. En ningún momento se alude al título; no es necesario: sabemos que las luciérnagas viven muy poco. Pero emiten una luz poderosa. Me parece oportuna, como despedida, esta cita que seguramente David aprobaría porque le gustaba esta película: La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo (Blade Runner, 1982).

CONTIGO

Un cáncer escamoso
me carcome el esófago,
pero no me oirás quejarme.
En términos generales
ha sido una buena vida.

Todavía lo es.

Más que nunca.

Ahora, contigo.

**

LA ÚLTIMA PALABRA

Cuando la vida
se te pone en contra,
y pensar en luchar contra ella
no es más que otra de esas utopías,
solo la muerte
tiene la última palabra.

Solo la muerte, repito,
tiene la última palabra.

La palabra
que cierre
el último poema.

Fin.    




[Editorial Páramo] 

Trailer de Air

 

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En Aleteia: The Banshees of Inisherin

 

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Cartel de Luther: The Fallen Sun

 


lunes, febrero 06, 2023

David González (1964 - 2023)

 



viernes, febrero 03, 2023

Picasso con los exiliados, de Mercedes Guillén

 

Baltasar Lobo, escultor y dibujante, es una de las figuras más emblemáticas de mi tierra. Lo que yo no sabía o no recordaba es que estuvo casado con la catalana Mercedes (Comaposada) Guillén, amiga de Picasso y autora de una biografía sobre él de la que Picasso con los exiliados forma parte, y que ahora se reedita en Muñeca Infinita de manera independiente.

Mercedes refleja de forma eficaz aquellos años de frío y hambre y penurias en París y nos ofrece una imagen más benévola del pintor, siempre en pos del auxilio a los españoles, siempre dispuesto a dar a sus compatriotas lo que pudiese: un asado, algunas de sus obras, su influencia en las gestiones para que consiguieran documentos o empleos…

Es un libro cortito que deja un buen regusto (a pesar de las penalidades: durante esos años huyeron de la guerra civil española pero padecieron los estragos de la Segunda Guerra Mundial en París) gracias al tono literario de la autora y a todas las figuras que desfilan por sus páginas, entre ellas Paul Éluard, Robert Desnos, Gertrude Stein, Michel Leiris y Dora Maar. Dos fragmentos:

Recuerdo que, al poco tiempo de llegar, le pregunté ingenuamente por qué dejaba vender sus obras a precios tan altos.
-¿No sería más simpático que estuvieran al alcance de todos los que pudieran apreciarlas?
-¿No comprendes que por lo único que la mayoría de la gente las guarda es porque cuestan mucho, porque son muy caras? Si no lo fueran, las tirarían a la basura y no quedaría nada. La única manera de que se conserven es esa. Así, pasados los años quedará algo que acaso le interesa a alguien. Pero a los amigos, si les gustan, se las regalo. Tú lo sabes.
Se refiere a las veces que ha dado dibujos, grabados, pinturas suyas a los amigos que de verdad los aprecian, a personalidades influyentes para conseguir el favor apremiante que necesita el amigo y, en los años de la Ocupación, a los artistas y amigos para que, vendiéndolos, solucionaran una situación difícil. Otras veces es al coleccionista o al marchand engañado a quien le han vendido un falso picasso, y Picasso lo rompe y le da uno verdadero. Le he oído decir:
-¿Te gusta esto?, llévatelo.

**

Picasso dijo: “Hasta mañana”, y le vimos atravesar la calle, atravesar el puente con paso firme. Caminaba solo por el Pont-Neuf. Parecía que Notre-Dame le miraba. Es una imagen de Picasso en la guerra que nunca he podido olvidar. Hubiese querido correr para alcanzarle, pero aquel ambiente paralizaba todo movimiento. París se había transformado en una superficie rasa por la que caminaba un hombre solo fuera del tiempo, en aquel tiempo, sin que su paso variara. A lo lejos se adivinaba un letargo de sirenas. Los puentes del Sena, paralelos como en espera de la orden de ataque. Farolas desvencijadas, patios ennegrecidos, casas cerradas sin puertas, un perro que cojea, quizá una hoja que se mueve… No había luz, ni sueño ni carbón. Era como un alto impuesto a la vida en un ambiente cada vez más denso; era la hora del héroe: del más fuerte. Mientras se oían los disparos de los fusilamientos, sonaban a lo lejos los primeros cantos serenos, heroicos.



[Muñeca Infinita]

Cartel de Rittenhouse Square


 

En Aleteia: Sin novedad en el frente

 

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Cartel de A Little White Lie

 


Trailers de The Boogeyman

 

Aquí

Cartel de Kill Boksoon

 


Cartel de Champions

 


En Aleteia: Miguel Ángel (El pecado)

 

Aquí

The Covenant: primer cartel

 


miércoles, febrero 01, 2023

Próximamente: Guerra

 

 

De Louis-Ferdinand Céline. En Anagrama.