lunes, diciembre 30, 2013

Cosecha 2013

Cada año hago balance de lo que han dado de sí mis colaboraciones literarias. Este año no me puedo quejar. Si mal no recuerdo, suelo dejar constancia en Facebook de lo que he publicado en los últimos 12 meses mediante un recuento de las cubiertas. Este año también quiero ponerlo aquí. Vamos allá:


Origami publicó mi segundo poemario, Los viajeros de la noche, que contaba con prólogo de Vicente Muñoz Álvarez y una ilustración de cubierta de Julia D. Velázquez.


Marcus Versus tuvo la idea y gestó el proyecto y nos dio a mí y a Gsús Bonilla la oportunidad de preparar una antología de 4 poetas: El Ángel, Roger Wolfe, Karmelo C. Iribarren y David González. Uno de los proyectos de los que más satisfecho he quedado, que devino en una edición de lujo. Escribimos a medias el prólogo, titulado "¿Me estás hablando a mí?", elegimos gran parte de los poemas y sufrimos durante meses (no es fácil elegir unos textos y descartar otros cuando sus autores te dan oro puro).


Con la tripulación de Vinalia Trippers siempre es un placer colaborar. Literatura independiente, edición pagada por los propios coordinadores de la antología, géneros que suelen estar al margen y una nómina de colaboradores que jamás verás posando con ropa de moda en El País Semanal. En Spanish Quinqui incluí un relato, "King Quinqui", expresamente escrito para la ocasión. 


Para Animales perdidos, el último (por ahora) poemario de Vicente Muñoz Álvarez, éste me pidió un prólogo que titulé "De la penumbra a la luz". Uno de los mejores libros de Vicente, sin duda.


La 2ª edición de Nocturnos. Antología de los poetas y sus noches también salió este año. Con más páginas, algunos autores que no estaban y una cubierta diferente. El prólogo, de un crack literario: Fco. Javier Pérez. Yo participé con dos textos: "Molsheim, gente nocturna" y "Roberto" (siento un afecto especial por éste último porque habla del suicidio de un pariente mío). 


Miguel Ángel Oeste me invitó a colaborar en este homenaje al cine. Para la ocasión escribí el cuento "El reino de las arañas", una especie de ficción que especula qué le hubiera pasado al narrador de mis Recuerdos de un cine de barrio si hubiera elegido otras sendas.


Costó sacar adelante El descrédito, pero ahí está, por fin. Esta vez escribí una especie de ensayo con toques autobiográficos y lo titulé "No hay tregua para los malditos", que es una frase del propio Louis-Ferdinand Céline. La cubierta, para mí, es una de las mejores del año, al menos de las más impactantes. Eso sí, en este tributo eché de menos a algunos hermanos como Javier Das o David González.


Enrique Cabezón me propuso escribir el prólogo de este largo poema de El Ángel, que originalmente publicó mi paisano Ezequías Blanco en sus Cuadernos del Matemático. El título de mi texto es "Certero... y empuñando una pistola" (que ahora mismo no recuerdo si se me ocurrió a mí o a Enrique).


De Un cuento por Navidad aún no tengo ejemplares; sé que estarán al caer porque hace días lo presentaron en Valladolid. Me invitó a participar José Ignacio García y mi relato es "El amor en los tiempos del Tumblr", que había salido en un blog de Patxi Irurzun pero que hasta ahora estaba inédito. 


Y llegamos al que posiblemente sea mi proyecto favorito del año: el diccionario CINE XXI. Directores y direcciones, coordinado por Hilario J. Rodríguez y Carlos Tejeda, que a partir de entonces se han convertido en dos de mis amigos más preciados. Y digo que es mi proyecto favorito del año por la ilusión que me hizo colaborar en un diccionario, y más aún si es de cine. Los coordinadores hablan de microensayos para referirse a las entradas dedicadas a cada cineasta, que son más literarias que académicas. A mí me correspondió escribir sobre 27 directores. Y con esto terminamos. Prometo que el año que viene habrá más (y puede que mejor, aunque sea difícil). 

Wojciech Kilar (1932 - 2013)


Murió uno de mis compositores favoritos, sobre todo por sus bandas sonoras para las películas Drácula, Retrato de una dama y La novena puerta. Curiosamente, hace sólo un par de semanas estuve escuchando la BSO extendida de La novena puerta, que es una maravilla y se puede encontrar en la red, y de nuevo la de La noche es nuestra. Sus bandas sonoras no eran fáciles de encontrar hasta que se hizo mundialmente famoso con la oportunidad que le dio Coppola. La música de Drácula pertenece a uno de los discos que más veces he escuchado en mi vida.

sábado, diciembre 28, 2013

Vidas conjeturales, de Fleur Jaeggy


El libro más aplaudido de Marcel Schwob (o al menos el que a mí más me gusta) es Vidas imaginarias, donde el escritor reconstruía las biografías de algunos personajes célebres de la Historia mediante los datos reales y la ficción; lo que hacía Schwob en aquel libro era reconstruir narrativamente las vidas de ciertos hombres, como si fuesen novelas muy breves. En Vidas conjeturales, una de las delicatesen de la última temporada de novedades, hace un ejercicio parecido. Y el homenaje es evidente por cuanto, de las tres personas de las que habla/conjetura, una de ellas es el propio Marcel Schwob. Los otros dos son John Keats y Thomas De Quincey. Es decir, tres escritores. Y las vidas de esos escritores resultan fascinantes: como, por ejemplo, la enfermedad de Keats, su amor por Fanny y su muerte en Roma (todo esto lo recogió una de las últimas películas de Jane Campion). O los viajes de Schwob. O la agonía de De Quincey. Un libro breve y escrito con una prosa exquisita. Abajo, tres extractos sobre De Quincey, Keats y Schwob, respectivamente:

Thomas De Quincey devino un visionario en 1791, a los seis años de edad. William, su hermano mayor, buscaba el modo de caminar por el techo con la cabeza hacia abajo como las moscas; Richard, llamado Pink, se embarcó en un ballenero y fue apresado por los piratas; y los demás eran unos melancólicos.

**

No le dijo a nadie que era huérfano. Los tutores estaban muy encima de él. Olvidó el día de su cumpleaños y se puso a estudiar medicina. Aprendió a usar las sanguijuelas, a arrancar dientes, a hacer suturas. Vio los cadáveres sobre las mesas de disección, robados por los “resurrection men” a cambio de tres o cuatro guineas. Los entregaban desnudos, en sacos. Tomaba notas en cuadernos y en los márgenes dibujaba calaveras, fruta y flores. Se sintió solo. Los “diablos azules” se sentaban con él en la habitación húmeda.

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Mientras tanto Marcel cuidaba con aprensión a la niña Vise, que estaba grave. Los médicos estaban asustados por las condiciones higiénicas en que vivía: la habitación angosta sin ventilación, pues arriba había una ventana de pocos centímetros siempre cerrada. Louise fumaba un cigarrillo tras otro, puros, la pipa de Marcel, y bebía siempre café. Louise no tardó en morir. Después del funeral el infeliz escritor regresa a la habitación, mete todas las muñecas en una maleta y se las lleva a casa. Los amigos no lo dejan ni un momento, pues en cuanto está solo Marcel tiene miedo de que la muerta vuelva a morir. Ve a su fantasma reír en los rincones de la casa y sus ojos acuosos le proponen nuevos juegos.


[Alpha Decay. Traducción de Mª Ángeles Cabré]

Segundo cartel de Her


Trailer de Interstellar


Pompeii: primer cartel


Próximamente: Taipéi


De Tao Lin. En Alpha Decay.

Cartel de Draft Day


lunes, diciembre 23, 2013

Pulphead, de John Jeremiah Sullivan


He aquí una de las voces más interesantes del periodismo de investigación de USA. En Pulphead, subtitulado “Crónicas desde la otra cara de Estados Unidos”, John Jeremiah Sullivan reúne un puñado de reportajes que tan pronto se introducen en la vida de algunos músicos (Axl Rose, Michael Jackson, Bunny Wailer, grupos de rock cristiano) como tocan aspectos personales de su vida (como lo que le pasó a su hermano, que sobrevivió después de electrocutarse; o la cantidad de gente que se acerca a fotografiar la casa del autor porque dicha casa salió en una serie de televisión; o la vez que estuvo en Disneylandia con su familia, que se puede completar con la película no estrenada en España Escape from Tomorrow, porque toca el mismo tema), pero no olvida capítulos importantes de la historia de su país (las cuevas donde encuentran pinturas y yacimientos de los nativos; el Huracán Katrina; el naturalista Rafinesque).

Precisamente lo que algunos han criticado de los reportajes de Sullivan (la inclusión del yo en casi cada texto, es decir, que él también sea protagonista a la manera del Nuevo Periodismo, o a lo Hunter S. Thompson) es lo que más me seduce a mí. Para alejarse por completo del yo estaba A sangre fría, y nadie lo superará. Por eso me parecen un acierto esos reportajes donde el autor nos cuenta en primera persona lo que le sucede; para mí se acerca más a la narrativa. Aunque no siempre logre sus propósitos (por ejemplo, no logra charlar con el líder de Guns N’ Roses), Sullivan se lo curra: se desplaza a la localidad donde se crió el cantante, charla con quienes lo conocieron de joven, entra en la comisaría para pedir el expediente de su arresto, etc. Como toda recopilación de crónicas, hay algunos altibajos que no dependen del autor, sino del lector: a mí no me interesa el naturalista antes mencionado, pero sí me interesan Axl Rose y Michael Jackson, porque me gusta su música y porque son leyendas. También creo que exageran al compararlo con David Foster Wallace. Abajo os dejo con tres fragmentos, correspondientes a los artículos sobre Rose, Jackson y los supuestos ataques de animales que antes no amenazaban al hombre (y en este enlace se pueden leer varias páginas del libro):

Lo que ya nadie comenta sobre Axl es su extraña nueva apariencia, pero resulta difícil pasar por alto la inusual impresión que causa. A mi modo de ver, parece que llevase una máscara de Axl Rose. Se parece a un tipo al que vi hará unos doce años comiendo solo en un área de descanso para camioneros en Monteagle, Tennessee a las dos de la madrugada. Cada vez se parece más a la leyenda albina del reggae Yellowman. Su melena evoca una masa de intrincadas trenzas con aspecto de fibra de cáñamo de un rojo frambuesa, cuyos puntiagudos y retorcidos extremos se han clavado un centímetro en el cuero cabelludo. El vello de su pecho es del color de un centavo nuevo. Con las gafas de sol de hombre avispa, las trenzas y la perilla, recuerda al monstruo de Predator, o a la esposa del monstruo en su planeta natal. En sus primeras apariciones, en las fotografías a menudo parecía una chica guapa, esbelta y pelirroja de veinte años. Ahora se le ha ensanchado el tronco, con un ensanchamiento de músculos, no ese ensanchamiento debido a la acumulación de grasa de hace unos años. Marca paquete y su paquete es enorme. Me limito a informar. Ahora planta los pies muy separados.
[De “El regreso final de Axl Rose”]

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Se dice que hacia el final de su vida pedía que lo dejasen grogui –con la misma anestesia que pudo haberlo matado– no durante horas, sino durante días. Como si lo dejasen en coma. Personas que vieron su cadáver sobre la mesa de la morgue han contado que la prótesis de nariz había desaparecido. En su cara solo había dos agujeros. Una momia. Dos autopsias completas por separado: lo cortaron a pedazos. Y en el momento en que escribo esto, nadie fuera del círculo de los Jackson conoce con certeza el paradero de su cadáver.
[De “Michael”]

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A medida que el planeta se calienta, la evolución se acelera. Lo sabemos hace tiempo. Lo aprendes en el colegio desde el punto de vista de la biología. Todo evoluciona más rápido cerca del ecuador. El calor dinamiza la actividad molecular. […] Más calor, más luz. Los animales hacen las cosas de modo diferente; están apareciendo por lugares en los que se suponía que no deberían asomar, durmiendo en horarios distintos, comiendo cosas diferentes. Hablad con cualquier investigador de campo y es un tópico que las guías se están quedando obsoletas diez veces más rápido.
[De “La violencia de los corderos”]


[Mondadori. Traducción de Mauricio Bach]

Trailer de Transcendence


El Hobbit: La desolación de Smaug


A favor: después de la decepción que supuso la entrega anterior (especialmente porque le sobraba metraje, su primera mitad era tediosa y engordaba demasiado un libro que sólo daría para una película), esta continuación es más que digna. El metraje está ajustado, el ritmo es imparable y hay secuencias en las que Peter Jackson ha intentado el más difícil todavía: la persecución en el río, el ataque de las arañas o todos los momentos en los que aparece el dragón (dotado de la voz tenebrosa de Benedict Cumberbatch). Martin Freeman, no sé por qué, está mejor en esta entrega, quizá porque ya nos hemos acostumbrado a él o porque va dominando a su personaje. Y también hay sorpresas como la aparición de Stephen Fry o el cameo inicial de Jackson. El score, compuesto por Howard Shore, sigue siendo admirable. Lo que más me gustó es que no me ha aburrido, lo que sí hizo la primera parte.

En contra: pese a lo anterior, a esas virtudes, también cuenta con varios inconvenientes. Sobre todo porque pierde al compararla con El Señor de los Anillos (y es inevitable compararlas, ya que van unidas, igual que fue inevitable comparar las dos trilogías de Star Wars). El reparto ya no está a la altura (no hay nadie tan impactante como Viggo Mortensen, nadie con tanta solvencia como Sean Bean, nadie tan simpático como Sean Astin, nadie tan siniestro como Christopher Lee). Gollum no sale en esta segunda película, lo que le resta encanto. Y todas las licencias que acaba tomándose Jackson, intentando acomodarse a esta época, acaban siendo detestables: el supuesto romance entre una elfa y un enano, la invención de esa elfa (que no existía en el libro) y el aspecto general de collage al mezclar El Hobbit con otras narraciones de Tolkien y con aportaciones personales.  

Cartel de In Secret


Ned Vizzini (1981 - 2013)


Probablemente no sepas quién era Ned Vizzini. Yo tampoco lo sabía hasta hace poco. Porque de Vizzini, que era escritor, sólo se ha publicado en España una de sus colaboraciones con Chris Columbus en una publicación infantil, La mansión de los secretos. Vizzini fue el autor de la novela en que se basó la película It's Kind of a Funny Story (en España salió en dvd como Una historia casi divertida), de Anna Boden y Ryan Fleck, los directores de Half Nelson, y casualmente yo la vi hace un par de semanas en casa. La película, y por tanto el libro, tratan de cómo un joven ingresa en un centro psiquiátrico para evitar sus intentos de suicidio. Sólo quiere que le ayuden. Eso era la ficción, y yo supongo que estaba inspirada en la propia trayectoria del autor, porque Ned Vizzini se ha suicidado a los 32 años.

viernes, diciembre 20, 2013

12 años de esclavitud


El cineasta británico Steve McQueen sólo tiene tres películas (y muchos cortos) en su filmografía. Pero cada una de esas películas alcanza o roza la perfección. Hablamos de Hunger, de Shame y, ahora, de 12 Years A Slave. McQueen ha dado un gran paso desde las películas pequeñas, modestas, centradas en hombres en proceso de declive (ya sea físico, como en Hunger, o moral, como en Shame), para contarnos una historia con mayor presupuesto, un reparto plagado de estrellas y grandes ambiciones. Y McQueen no defrauda. La suya es una de las mejores películas del año: cruda, precisa, compleja, nada sentimentaloide.

Igual que en el caso de Quentin Tarantino, con cuyo Django desencadenado empezamos 2013, lo que importa no es lo que cuenta (al fin y al cabo, todas las historias de esclavitud y de negreros contienen los mismos códigos: cadenas en los pies, latigazos, hombres inhumanos, máscaras de hierro, violaciones, huidas, ahorcamientos y “humillaciones a mansalva”, que diría Iñigo Montoya), sino cómo lo cuenta (allá donde Tarantino fue fiel a su ficción, inventando nuevas posibilidades históricas que sólo puede conceder la narrativa de ficción, McQueen, en cambio, es fiel a la realidad, a la Historia, pero la cuenta de una manera como antes nunca habíamos visto). Véase, a este respecto, el plano secuencia de un personaje que cuelga de una soga, con los pies en el suelo, a punto de ahogarse… Lo más aterrador de ese largo plano no es que el hombre esté a un paso de la asfixia: lo aterrador es que, poco a poco, de las casas que rodean el escenario, van saliendo esclavos que no se atreven a impedirlo, y que se mueven despacio alrededor, haciendo sus labores sin ruido. Eso es lo terrorífico, y McQueen lo muestra: cómo un hombre no hace nada para ayudar a otro, sea por miedo o por crueldad. O ese otro plano fijo en el que la cámara se limita a mostrarnos el rostro del protagonista, con una mirada llena de miedo e incertidumbre que acaba mirando directamente al espectador, haciéndole partícipe de sus sufrimientos.

O tomemos, por ejemplo, cómo están filmados los abusos sexuales, los latigazos y los golpes a los esclavos… No siempre la cámara los muestra, se concentra en las caras de quienes sufren y de quienes aplican el castigo y, cuando menos se lo espera el espectador, cuando cree que ya está a salvo de la crudeza, entonces McQueen mueve su cámara y nos enseña las heridas, las laceraciones, el dolor. Su cine siempre se interesa por los martirios de la carne, por lo que le ocurre a la piel. En Hunger nos mostraba el proceso de degradación de un cuerpo humano cuando deja de alimentarse, pero también cuando sus opresores lo torturan. En Shame no faltaba tampoco la obsesión por la piel: el sudor, los músculos, el daño autoinfligido… Y en 12 años de esclavitud las posibilidades aumentan: el protagonista suda, sangra, llora… La carne se abre, las espaldas son despedazadas, el hierro aprieta en los tobillos…

La historia de Solomon Northup se convierte en un viacrucis épico. Y su gesta está apoyada con un gran guión (del escritor John Ridley) y con la interpretación de actorazos; todos están bien (Paul Dano, Michael K. Williams, Brad Pitt, Paul Giamatti, Lupita Nyong’o, Benedict Cumberbatch, Sarah Paulson, Garret Dillahunt, Alfre Woodward…), pero son Chiwetel Ejiofor y, especialmente, el actor-bomba y todoterreno Michael Fassbender quienes brindan unas interpretaciones merecedoras de Oscar. El cruel personaje que compone Fassbender será difícil de olvidar. 


Cartel de Blended


El diablo a todas horas, de Donald Ray Pollock


Compré esta novela unas semanas después de su publicación; si tardé en pillarlo, aún tardé más en empezar a leerlo; y luego me dio pereza copiar los fragmentos pertinentes y fui aplazando su recomendación. En ese tiempo, desde que salió el libro hasta que por fin hablo un poco de él, su editor murió, y más tarde anunciaron el cierre de la editorial. Cuento todo esto porque no sé si, con todo lo que ha ocurrido, aún seguirán vendiendo ejemplares de Libros del Silencio en las librerías de novedades. Supongo que no (no lo he comprobado). Pero me queda una esperanza: que el posible lector del magnífico Donald Ray Pollock busque sus dos obras en las librerías de viejo, porque realmente merecen la pena.

El diablo a todas horas no es superior a Knockemstiff, el libro de relatos con el que Pollock debutó y que ya recomendamos aquí. De hecho, me llenó más éste último. Lo que no significa que su novela no sea una pieza narrativa de primer orden. Donald Ray Pollock tiene algo de Cormac McCarthy por su habilidad para retratar la crueldad, y el Mal con mayúsculas, y a los hombres perturbados, y a los que se ciegan por su fe, y para ofrecernos pasajes bastante brutales de la ficción sureña, donde priman el alcohol, la sangre y la violencia. Pollock es, también, de la estirpe de Harry Crews o Larry Brown: sus narraciones te dejan seco, te dejan en estado de shock, te ayudan a asumir que, ahí fuera, en algunas regiones, el mal es tan perverso que el diablo parece habitar dentro de los hombres. Y concluyo con un extracto:

Salió al porche, se sentó en la mecedora de su madre y miró cómo el sol vespertino se hundía tras la hilera de árboles perennes que se levantaban al oeste de la casa. Pensó que era la primera noche que ella pasaba bajo tierra; debía de estar muy oscuro allí abajo. En el entierro había oído cómo un viejo que estaba apoyado en una pala, debajo de un árbol un poco lejano, le decía a Willard que la muerte era o bien un viaje muy largo o bien un sueño muy largo, y, aunque su padre había puesto mala cara y se había alejado, a Arvin aquello le parecía bastante probable. Confiaba, por el bien de su madre, en que fuera un poco de ambas cosas.


[Libros del Silencio. Traducción de Javier Calvo]

Cartel de 24 Exposures


Transcendence: dos clips


Con Johnny Depp, Paul Bettany, Rebecca Hall, Kate Mara, Cillian Murphy, Clifton Collins, Jr. y Morgan Freeman: aquí.

Cartel de Sabotage


jueves, diciembre 19, 2013

The Grand Budapest Hotel: nuevo cartel


Especulación, de Thomas Wolfe


Especulación es un texto tan breve que no me atrevería a calificarlo de novela corta; yo diría que es un relato largo. Y cuenta algo muy sencillo: el regreso de un hombre a su pueblo y la visita que hace junto a su madre y a su hermano al cementerio, donde están enterrados su padre y algunos de sus hermanos. Sin embargo, que el argumento sea sencillo no quiere decir que pierda en profundidad; al contrario: todos esos materiales (tren, madre, cementerio, pueblo que prospera) le sirven a Wolfe para hablarnos de cómo el regreso acaba siendo algo esencial, obligatorio, en la vida de quienes emigraron: Lo único que sabía era que los años corren como el agua y que un buen día los hombres vuelven a casa. Y de cómo, en julio de 1929, ya se comprueba que los empresarios, los agentes inmobiliarios y los especuladores han destrozado el pueblo para añadir casas y cemento y edificios gigantes y ampliarlo por todas partes y comprar y vender terreno…

Es, pues, un texto muy actual, acorde con estos tiempos, y escrito con el toque poético, grandilocuente, del gran Thomas Wolfe, que captura muy bien lo que ocurre cuando a los hombres les ciega la codicia: Habían derrochado las ganancias de toda una vida para hipotecar las de toda la generación venidera; se habían arruinado a sí mismos, a sus hijos, a su ciudad y nada podría detenerlos. Y ahí va otro fragmento:

La vida se reducía cada vez más a unos pocos gestos estériles y confusos: construir una casa fea y cara y comprar un coche y afiliarse a un club de campo, para luego construir otra casa más grande y más fea y más cara, comprar un coche más caro y afiliarse a un club de campo más grande y más caro; todos estaban inmersos en esa rutina, efectuando todas las repeticiones de una idiota monotonía, construyendo nuevas casas, nuevas calles, nuevos clubes de campo con frenética prisa y salvaje extravagancia; pero el alimento que saciaba su apetito no estaba en ninguna parte, ni la bebida que calmaba su sed. Eran como ardillas muertas de hambre, desoladas y perdidas, que corrían impetuosamente en una rueda giratoria dentro de su jaula. Y eran conscientes de ello, lo sabían.


[Editorial Periférica. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas]

Kill Your Darlings: cartel alemán


The Amazing Spider-Man 2: nuevo cartel


Pink

-Así es, Jack –digo–, sube a la cima de una montaña y grita “¡Arte!”. Pero para el gran público, el cine es un pedazo transitorio y fungible de diversión barata que nos llama la atención un instante y luego es cruelmente destruido como el cachorro que tiramos al agua para que se ahogue porque nos hemos cansado de jugar con él. Una vez que la gente ha visto la película, adiós muy buenas. ¿Cuántas veces has dicho: “Esa ya la ha visto”? Lo cual significa casi siempre: “No quiero volver a verla”. Quizá fue estupendo la primera vez, pero nadie está seguro de poder perder el tiempo en revisiones. La gente valora mucho su tiempo e intenta ahorrarlo. Sea cual sea el significado de ahorrar tiempo.
Gus Van Sant, Pink

Winter's Tale: 4 carteles





Cartel de The Fault in Our Stars


I, Frankenstein: nuevo cartel


martes, diciembre 17, 2013

Agua dura, de Sergi Bellver


Mi vida está llena de gente influyente y de compañías poco recomendables, me gusta dar el pego en las fiestas de lujo de mi patrón pero volver también a mi primer barrio en Moscú, cerca de una estación de metro por la que deambulan los vagabundos, donde algunos críos se venden por una bolsa de pegamento, donde la gente parece llevar el invierno enquistado en los ojos, aun en pleno agosto, y donde la pasma reparte hostias a quien se le antoja, a veces para limpiar el barrio, dicen, a veces para sacar tajada de todos los trapicheos que les dejamos a ellos, las migajas, apenas. Son peores que nosotros y, para colmo, siguen siendo unos muertos de hambre. Mi patrón lo sabe bien, porque tiene a varias comisarías en plantilla. Yo me mantengo siempre a la distancia adecuada de todo, no quiero que nadie me joda.
[Del relato “Pájaros que llegan a Moscú”]

**

Ahora me quedan el armazón de esta casa, de la suya, una casa desvalida que se cae a pedazos, y el esqueleto de la camioneta. Y el de mi madre. Cuando terminó de consumirse, menuda como un pájaro, metí su cuerpo en un saco a los pies del roble del patio. Me quedé un rato sentado en el colchón, a su lado, mirando el guiñapo en silencio, bajo la gran sombra del árbol, todavía generosa antes del otoño. Después vacié un bidón de combustible sobre el saco y le prendí fuego. Ardieron el pellejo y el árbol, y así murieron el mismo día mi madre y el roble, bajo el que al día siguiente –algo más fríos el árbol y yo– enterré las cenizas y algunos huesos chamuscados.
[Del relato “En la boca del otro”]

**

Esas cartas las lleva ahora en la bolsa de lona, en el cofre de hojalata contra el metal de la urna, papel contra ceniza, una voz contra el silencio en un todoterreno que atraviesa el páramo. Desde la semana pasada, desde la notificación oficial de la muerte y la última voluntad de su hermano pequeño, las viene leyendo con el mismo cuidado con el que un forense extrae vísceras del formol, sacando las cartas una a una de su cáscara de hojalata, despacio, a ratos, como sin querer acercarse demasiado, estudiando el cebo para no herirse la carne con el anzuelo de la mala conciencia, dando rodeos por si estuvieran escritas en un lenguaje embarazoso, por si vinieran a embadurnarle de arena los talones y a salpicarle de una espuma ya gastada.
[Del relato “Islandia”]


[Ediciones del Viento]

Próximamente: Sobre los ríos que van


De António Lobo Antunes. En Mondadori.

Cartel de She Rises


Cartel de 3 Days to Kill


lunes, diciembre 16, 2013

Mal dadas, de James Ross


Por lo que nos cuenta George V. Higgins en el epílogo, James Ross no tuvo tanta suerte como otros escritores con los que comparte género, como James M. Cain o Raymond Chandler. Publicó esta novela y cayó en el olvido, pese a que no quiso ajustarse al lenguaje poco soez y a las elipsis que imperaban entonces (tal vez por eso no tuvo éxito).

Mal dadas carece de uno de esos argumentos enrevesados, llenos de mujeres fatales, tiroteos y recovecos de la trama. Al contrario, se trata de una novela en la que los personajes principales no hacen muchas cosas: van y vienen por el salón de carretera en el que trabaja el protagonista y narrador, beben mucho, juegan en partidas clandestinas y alquilan las cabañas de al lado para echar un polvo, a veces con mujeres casadas. Pero dentro de esa rutina hay dos hombres que apostarán por un plan retorcido: el propio narrador y el tipo para el que trabaja; ambos deben dinero, están endeudados hasta el cuello y afrontan la Depresión como pueden; cuando escuchan que uno de los clientes guarda un buen fajo de billetes en su casa, planean robárselo y deshacerse de él.

Ya digo que tampoco suceden muchas cosas, aparte del tráfago de personajes estrafalarios que pululan por el local de carretera… y, sin embargo, uno se engancha al libro desde las primeras páginas. Ésa era la virtud de aquellos escritores norteamericanos (Chandler, Hammett, Cain, Horace McCoy…): su estilo era tan directo, tan sutil, tan sencillo pero a la vez repleto de significados y complejidades, que uno siempre se enganchaba. El estilo de Ross a mí me recuerda un poco al de Horace McCoy, con su abundancia de diálogos y el retrato de personajes inmorales que van y vienen. La frase clave de la novela la pronuncia el dueño del garito en la página 281: Si empiezas por abajo de todo tienes que ser más duro que toda la gente que te separa de la cima. Y de eso trataban muchos de esos libros: de cómo ganar dinero, de cómo ascender de clase social aunque para ello tuvieras que asesinar y robar y esconder cadáveres; de cómo ser más duro que el resto para sobrevivir.


[Sajalín Editores. Traducción de Carlos Mayor]

Próximamente: Constance


De Patrick McGrath. En Mondadori.

Banner de Out of the Furnace


Joan Fontaine (1917 - 2013)


Tom Laughlin (1931 - 2013)


domingo, diciembre 15, 2013

Peter O'Toole (1932 - 2013)


viernes, diciembre 13, 2013

El mar interior, de Philip Hoare


Hace unos años recomendábamos aquí el primer libro de Philip Hoare publicado en España: Leviatán o la ballena. Las historias reales que recopilaba el autor en aquel ensayo, fruto de sus viajes, sus lecturas y sus investigaciones, nos dejaron con ganas de más. Hoare tiene un toque Sebald (esa mezcla de textos, fotografías, citas, dibujos…), algo que a mí particularmente me seduce mucho.

Si en Levitán… nos hablaba de la historia de las ballenas y de la literatura sobre las mismas, en El mar interior nos encontramos también con ese interés primordial por los cetáceos, pero en este volumen va un paso más allá: nos habla de las aves, de los nativos de algunos parajes remotos e incluso de la historia de hombres célebres en su tiempo (pintores, viajeros, poetas, científicos, capitanas de barco, aventureros, etc.). Philip Hoare nos cuenta, entre el ensayo y la memoria, sus viajes por el mundo, lo que ha visto y lo que ha experimentado, y lo hace mediante su clasificación de los mares (que dan títulos a los capítulos): el mar suburbano, el mar interior, el mar del sur, el mar del vagabundo…

Algo que me gusta de Hoare, además de su prosa y de la manera en que engarza todo este abundante material que maneja después de haber recorrido el mundo, es que no se trata de una especie de pelma salido de una ONG, sino de un hombre en plena comunión con la naturaleza, y esa naturaleza implica la aceptación y el respeto por los animales. Esto se explica sutilmente en los primeros pasajes: Hoare tiene la costumbre de lanzarse al mar poco antes del alba, sea invierno o verano, y, en esos baños en los que el frío le entumece los músculos, a veces nada junto a los animales; también lo hace cuando está metido en alguna expedición y puede saltar del barco para bucear entre los delfines. Su respeto hacia las criaturas es absoluta. 

En sus viajes no quiso perderse nada, ni siquiera la visión brutal de la autopsia de un cetáceo:

La muerte barre el miedo y deja sólo la belleza. Me siento culpable fotografiándolo, invadiendo de esa forma su privacidad; un animal fuera de su elemento y dispuesto sobre una mesa de frío metal, en lugar de estar suspendido en el agua. Las imágenes que tomo son de estilo forense; supongo que ése es el aspecto que tenía mi cuerpo cuando me han fotografiado con propósitos científicos. Tomo una última imagen del animal, cuya integridad está a punto de ser destruida.

Espero que sigan traduciendo los libros de Philip Hoare, con los que se disfruta mucho. Os dejo con un fragmento del último capítulo (no desvelo nada porque insisto en que no es una novela, sino una mezcla de libro de viajes y autobiografía):

Estoy cansado de viajar, de mis bermudas raídas y manchadas de aceite y gasolina, de camisetas lavadas a mano, de estar lejos de mis amigos y de mi familia, a una docena de zonas horarias de distancia. No es tanto nostalgia como sentir que no tengo hogar, especialmente en este extraño lugar que me resulta tan familiar, ordenado como mi propia casa, pero que se encuentra en el extremo de lo salvaje. Y por encima de todo, me siento abandonado, como siempre me he sentido.
Mi cuaderno de notas descansa en la mesita de noche de mi habitación. Allí está todo, invertido entre sus páginas: las postales y las hojas secas y los recibos que guardo, los pedazos de piel de ballena, los esbozos de plantas y animales desconocidos. En ausencia de todo lo demás, esto es mi hogar, mi vida entre espirales y tapas de cartón negro, el ancla que suelto en los mares por los que navego.


[Ático de los Libros. Traducción de Joan Eloi Roca]