viernes, febrero 29, 2008

Poesía completa, de Ryszard Kapuściński


Conocíamos al Kapuściński viajero y cronista y ahora conocemos al Kapuściński poeta, merced a la traducción de Abel A. Murcia. Este volumen recoge toda su obra poética completa. Se divide en varias partes: Bloc de notas, Taccuino D'Appunti, Leyes naturales e Inéditos. Entre la primera y las restantes hay un montón de años de distancia. Por eso la poesía de estas últimas es más cautivadora, más introspectiva, mientras que la primera obedece más a la contemplación, a un mundo de poetas, de exposiciones, de vidas y paisajes, ya sean reales o recogidos de un sueño. En el exquisito poema que da título a esa primera parte, el autor recoge observaciones sobre el dolor, el otoño en un parque o la nieve.
A partir, sobre todo, de Leyes naturales, hay una mirada quizá más reflexiva, en la que no faltan las pinceladas sobre la muerte y Dios, pero tampoco los paisajes, o las crónicas en las que habita el dolor y la ausencia. Piensa uno en un Kapuściński cuya poesía emerge de sus viajes, de sus travesías y de las guerras que ha visto. Lo imagina, entre crónica y crónica, apuntando versos en servilletas manchadas o en libretas sucias. Os dejo con un poema:
MUERTE

Está aquí al lado
anda por aquí
no para de dar vueltas
siempre en movimiento
con su propia lista de direcciones

tiene un corazón fuerte
no se queja del cansancio
no se deprime
no tiene tiempo para la hipocondría

un dechado de salud

tiene una vista perfecta
no se puede contar con que no se dé cuenta
tiene una memoria formidable
no hay que esperar que puede que se olvide

es aplicada
se concentra
es muy precisa

la perfección desde todos los puntos de vista

Esta tarde, en Madrid


Presentación de Biblia, revista de artes visuales y literatura contemporánea de Portugal.
Viernes 29 de febrero a partir de las 19.30 h. en Traficantes de sueños, Embajadores, 35, Madrid.
Con la participación del director de la publicación Tiago Gomes, y de
Inma Luna, Lucas Rodríguez, Ana Pérez Cañamares, Nacho Abad y Roxana Popelka. [Extraído del blog de Inma Luna]

El lugar del crimen

Una noche, tras la presentación de unos libros, estábamos en un garito de flamenco y solera, en Lavapiés: el Candela. Conversaba con unos cuantos poetas y escritores y me preguntaban por el barrio. Alguien dijo: “Es muy peligroso, ¿no?” Y yo contesté: “Bueno, ya no lo es tanto porque ahora hay mucha policía, pero cuando me vine a vivir aquí vi de todo”. Y alguien apuntó: “Debe ser peligroso todavía. Hace poco acuchillaron a una persona”. Le resté importancia: no a las puñaladas, sino a la situación de peligro. Quise hacerles entender que tal vez esos tiempos oscuros habían pasado. Al menos, yo ya no encuentro tantas reyertas y asuntos de sangre.
Todo demuestra que me equivoqué. La noticia: cuatro mujeres mueren a manos de sus parejas en el mismo día. En Madrid, Cádiz, Valencia y Valladolid. Sigo leyendo las noticias. La de Madrid era una boliviana de veintidós años. Veintidós. Fue apuñalada. Indago un poco más. Ha ocurrido en Lavapiés. Busco en la noticia algún dato más exacto. Y lo hay. En la actualidad, en las informaciones ya nos dicen la calle de la víctima, el número de portal, el piso y, si te descuidas, hasta la habitación donde dormía. Esta chica vivía en la Calle de Salitre. Busco el número del portal en un callejero. En seguida sé cuál es la calle. Queda detrás del Nuevo Teatro, está en la misma manzana. A un par de minutos de casa. Paso muy cerca a menudo. Cuando voy, por ejemplo, a Correos. Cuando tengo que comprar algún producto de última hora y el supermercado ya ha echado el cierre, voy a una tienda regentada por hindúes que hace esquina con Salitre. Está entre la Calle de Salitre y la Calle de Valencia, que es la que conduce hacia la Casa Encendida. Lo cierto es que daba igual que hubiera más policía en el barrio. La policía no puede velar por las mujeres en los domicilios. Puertas adentro de un inmueble de particulares puede vivirse el infierno, pero quizá no lo sepan ni los vecinos. O quizá lo sepan, pero callan.
Han matado a alguien (a una chica) ahí al lado. En un lugar cercano. Ya sé que quizá sea una tontería y que asesinan a gente en todas partes, pero cuesta acostumbrarse. Ahora, cada vez que entre en Salitre o pase junto al final de la calle, siempre pensaré: “Ahí fue donde asesinaron a aquella boliviana de veintidós años que salió en las noticias”. Por desgracia, este barrio no abunda en recuerdos gratos, sino en pesadillas. Ahí fue donde un tío sacó el machete. Allá, donde casi me zurra la badana la policía porque iba de camino a casa justo en el momento en que había disturbios. En la puerta de ese colmado de chinos, donde vi a un chaval esnifando pegamento. En ese rincón de la plaza, donde le dio el telele a la alcohólica. Saber que han matado a alguien a un paso de tu vivienda suele estremecer. Lo cual no significa tener miedo. Ante estas cosas yo no siento miedo, sino rabia. Lo contrario le suele suceder a las señoras. Ven en la tele que en su barrio han asestado varias puñaladas a una mujer y dicen: “Ay, Dios mío, qué miedo a salir a la calle”. Pero da igual porque ocurrió en un domicilio. E igual que sucedió allí, puede darse en la casa de los vecinos de arriba de esa señora. Hace muchos años, cuando venía algunas temporadas a Madrid y me alojaba en la casa de mis tíos de Alameda de Osuna y el metro aún no había llegado a ese distrito, iba a diario a la parada de autobús de la rotonda para ir al centro de la ciudad. Un día, en las noticias, dijeron que allí mismo, en esa parada, el Asesino de la Baraja había matado a un tipo. Desde entonces, vi esa parada de autobús con otra perspectiva. Era el lugar de un crimen. El sitio que sobrecoge cuando uno mira hacia allí.

jueves, febrero 28, 2008

Próximamente: Nocilla Experience




Nuestro colega y colaborador de Hank Over, Agustín Fernández Mallo, nos envía la portada y contraportada de su Nocilla Experience, en breve en las librerías. Me gustó mucho la primera entrega, y espero con impaciencia la segunda.

Portadas exquisitas


The Outsiders, de S. E. Hinton. Traducida en España por Alfaguara como Rebeldes.

Próximamente: Poemas desde Guantánamo



En el blog de David González habíamos leído varios poemas de este libro, traducidos por Lizzie Galván.
La próxima semana, Ediciones Península publica la traducción completa, así que es la ocasión de conocer este libro. De la selección se encarga Mark Falkoff.

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El tal Rajoy siempre tiene la misma respuesta para todo: “Mire usted, yo es que soy gallego”. Da lo mismo que le hablen de inmigración, de Sarkozy y Carla Bruni, de modales. “Mire usted, yo es que soy gallego”. Ah, muy bien, enhorabuena. ¿Y?

La política como espectáculo

La política como espectáculo de masas. Eso, y no otra cosa, es lo que nos han presentado estos días, con el dichoso debate que anunciaron por activa y por pasiva en todos los medios de comunicación, hasta saturarnos por completo. ¿Qué si vi el debate entre Rodríguez Zapatero y Rajoy? Pues claro, estaba el patio como para no verlo, con tanto anuncio y tanto preparativo. El día anterior pensé en perdérmelo y dedicar mi tiempo a leer o a revisar alguna vieja película. Pero entonces lo supe. Supe que al día siguiente del debate me sentiría como me sentía en el colegio cuando, al llegar por la mañana a clase, todo el mundo hablaba de “la serie de anoche” o “del concurso de anoche” (sólo había dos cadenas, de modo que no era necesario siquiera decir los títulos), y yo me lo había perdido y entonces quedaba excluido de las conversaciones. Apartado. Eliminado. Fuera de juego. Supe que no me enteraría de nada leyendo los periódicos y viendo la televisión y leyendo los blogs e incluso escuchando las conversaciones de la calle y de los bares. Supe que no estaría en el tema, en el meollo de la cuestión. Por eso, como una oveja más del rebaño, también me tragué el debate.
El debate ha sido un producto. Un producto de temporada. Como lo son esas nuevas líneas de refresco que sacan al mercado de vez en cuando. Ahora la Coca-Cola tiene menos azúcar. Ahora la Fanta lleva menos burbujas. Etcétera. Son productos de consumo que duran un par de temporadas. Lo más probable es que luego caigan en el olvido y la gente deje de comprarlos y beberlos y entonces volvamos a la Coca-Cola y a la Fanta de toda la vida. Quiere decirse que mañana (es una expresión, una frase hecha) habrá otro debate con otros candidatos distintos, y nuestra vida tampoco habrá cambiado mucho. Se ha vendido el debate como si fuera el multitudinario y decisivo encuentro entre Rocky Balboa e Iván Drago. Igual que un combate de boxeo entre dos potencias metidas en la guerra fría. Un duelo de titanes, y tal. Y a mí me parece que sólo era una charla o discusión entre dos señores. Dos personas hablando. Ni más ni menos. Mejor dicho: más que hablar, jugaban a perseguirse, al perro y al gato, al corre corre que te pillo, a destaparse mentiras. Dos señores hablando. Uno, de izquierdas y con las cejas alzadas. El otro, de derechas y con la lengua estoposa.
Vi los minutos previos al debate. Lo retransmitían del mismo modo que en el boxeo. Ya se acerca por ahí el púgil, el aspirante al título. Llega puntual, el público le saluda. Se acerca a las cuerdas. Sube al ring. Qué emoción, señores. Qué gran noche, Dios mío. En ese plan. Detrás del debate vienen los debates televisivos, en los que se junta a los de la derecha y a los de la izquierda. Nada nuevo bajo el sol. Los socialistas: “Ganó Zapatero, sin duda”. Los populares: “Ganó Rajoy, con ventaja”. Sí, ya, bueno, ¿y qué esperábamos? Lo raro sería que un tío del PSOE dijera: “No, no, ha estado mejor Rajoy”. Y viceversa. Editoriales, encuestas, foros, entrevistas, declaraciones, columnas (como ésta). Pero esto no es boxeo. Aprendámoslo de una vez. Aquí no cae un tío a la lona mientras el árbitro cuenta. Nadie gana ni pierde. Hablan y discuten. No critico el debate en sí, ni la posibilidad de celebrar el encuentro. Al contrario: creo que es saludable y que, al menos, el ciudadano se interesa por el asunto político aunque tengan que vendérnoslo como un partido de fútbol con anuncios. Saludable y necesario. Aunque no cuenta nada nuevo. Lo que dijeron ambos ya nos lo sabíamos. A mí, a pesar de todo, la cosa me divirtió, me entretuvo. Y ese es el problema: que nos entretuvo, pero no abrió nuevos caminos ni despejó dudas.

miércoles, febrero 27, 2008

Próximamente: En las tierras de Goliat


Una feliz noticia. Ya estamos deseando leer este poemario de nuestro drugo y hermano David.

Teoría King Kong, de Virginie Despentes


Breve libro de fabulosos ensayos de Virginie Despentes en los que, a través de su experiencia y del espíritu del punk-rock, nos habla de temas tabú en la sociedad: la emancipación femenina, la violación, el machismo, la pornografía, la prostitución... Lo hace mediante un lenguaje agresivo, sin tapujos, directo al grano. Despentes tiene las cosas muy claras y su feminismo es radical y desmonta los tópicos. A medida que uno lee las paradojas en las que vivimos instalados (se persigue la pornografía y la prostitución, pero la sociedad necesita ambas en el fondo; se desprecia a las prostitutas callejeras, pero hay muchas chicas jóvenes que se casan con viejos millonarios "por amor": por amor a su dinero), no puede sino asentir con la cabeza y darle la razón. Despentes mete el dedo en varias llagas.
Por si fuera poco, su experiencia es extensa y por ello los ensayos cobran más valor. Sabe de lo que habla. Se prostituyó durante un par de años, fue violada de joven, bebía demasiado, dio unos cuantos tumbos antes de dedicarse a escribir, y descubrió que en la escritura tampoco lo tenía fácil: Cuando te vuelves una chica pública, te dan palos por todos lados, de una manera muy particular. Pero no hay que quejarse porque está mal visto. Hay que tener buen humor, tomárselo con distancia y tener un buen par de cojones para aguantarlo.
[Este libro lo recomendaron en Hank Over. Edita Melusina, la traducción es de Beatriz Preciado y puedes leer unas páginas aquí]

Mañana, en Zaragoza


Jueves, 28 de febrero, 20:30h, Sala de Juntas de la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Zaragoza). Presentación de la novela El merodeador, de Vicente Muñoz Álvarez. [Tomado de la niebla]

Citas. 76

Me encantaba el poder que demostraba tener el coño. La manera en que los hombres se sentían atraídos por sus misterios, como si estuviesen buscando oro en territorio extranjero. Flor de dulce perversión, instrumento de éxtasis y tortura. Capullo delicado, raíz de decepción. Profundamente oculto en sus pliegues carnosos, con tantos secretos antiguos, una magia que ha confundido a los hombres desde que fue desterrado del Edén, lleno de un vudú cuyo hechizo convierte a los hombres en monstruos.
Lydia Lunch, Paradoxia. Diario de una depredadora

Hijo de Satanás

Desde que descubrí a Charles Bukowski en tiempos lejanos, con cierta periodicidad leo alguno de sus libros traducidos en España. Pude haberlos leído todos hace años, pero me gusta aplazarlos. Leerlos de vez en cuando. Uno al año, o así. Hay gente que descubre a Bukowski (lo cual suele suponer un hallazgo rotundo, que te golpea y te deja tieso) y entonces se dedica a leer su obra completa en castellano: los poemas, los relatos, los diarios, las cartas. Se meten un atracón de Chinaski, y los atracones jamás son buenos y mucho menos aconsejables. Y luego esas personas, tras el empacho, se dedican a pregonar que les gustó Bukowski, pero que ya se han cansado y no quieren saber nada de él. Ese mismo hartazgo les podría haber dado si leyeran de un tirón la obra completa de, por ejemplo, William Faulkner (otro autor del que leo sus libros de vez en cuando), pero probablemente no lo hayan intentado. Los poemarios de Bukowski van apareciendo en los últimos años, dado que al principio, en España, predominaba el conocimiento de sus relatos, pero apenas de sus poemas.
De su narrativa sólo me quedaban dos libros (no cuento la correspondencia con Sheri Martinelli) por leer, “Hijo de Satanás” y “Música de cañerías”, ambos de relatos. La otra tarde pensé que ya había aplazado demasiado tiempo su lectura y me entró “mono” de Bukowski. Elegí “Hijo de Satanás”. Magníficas historias, donde encontramos al mejor Bukowski. Sólo me sobran esos relatos en los que se mete en el mundo del deporte: béisbol, hípica, boxeo. Unas semanas antes había leído una reseña de Luis Ingelmo en la que desvelaba el modo en que, en España, casi nunca se ha respetado la traducción fiel de los títulos de sus libros. Por ejemplo, “La senda del perdedor” es “Ham on Rye” (“Jamón sobre centeno”), en clara alusión a “The Catcher in the Rye” (“El guardián entre el centeno”). Antes de leer “Hijo de Satanás” miré las primeras páginas. El título original que allí figuraba, en inglés, es “Septuagenerian Stew”. Me dio por investigar un poco entrando en la tienda virtual de Amazon. El libro llevaba un subtítulo: “Stories & Poems”, es decir, “Cuentos y Poemas”. En algunas fichas de Amazon el internauta tiene la posibilidad de echar un vistazo a la contraportada, el índice y las primeras páginas. En efecto, cada relato iba precedido de tres o cuatro o cinco poemas, dependiendo de los casos. A mí me gustan los libros que intercalan cuentos y poemas, pero por lo que sé es una tradición norteamericana que aquí no es aceptada o no termina de cuajar. Uno de los pocos autores españoles que recuerdo que haya publicado esa mezcla de dos géneros es mi colega David González. En España, pues, al libro original se le amputaron de un tajo de bisturí los poemas, quedando sólo un volumen de relatos.
Algunas de las historias las conocía porque están incluidas en una antología (esta vez sí) en la que el editor mezcló sabiamente la poesía y el cuento y el diario, o sea, “Peleando a la contra”. Una de mis debilidades es que las historias de Bukowski empiezan yendo al grano, como en los cuentos de Raymond Carver y otros grandes narradores de Estados Unidos. Es fácil y cómodo entrar en esas historias, deslizarse como un testigo silencioso en esas vidas truncadas, escritas al amparo del alcohol y la miseria. Casi siempre comienzan con un tío que está con resaca o al que acaban de despedir del trabajo. Me sorprendió mucho el último relato, en el que el autor critica la película “Ordinaria locura”, basada en textos suyos. Tenía la equivocada idea de que le había gustado. Marco Ferreri y Ben Gazzara no salen bien parados.

martes, febrero 26, 2008

Enfrentados (Seraphim Falls)



Hace tiempo que recomendé esta película, que por fin van a estrenar en España con el título de Enfrentados. En aquel entonces me bajé una copia de internet, ya que todo daba la impresión de que aquí jamás se estrenaría. Esta mañana hubo un pase especial para la prensa, en VOS, y aproveché para verla otra vez y disfrutarla en pantalla grande, como debe ser. Y no hay color entre ver una película en la tele y verla en el cine. En el cine se disfruta el triple. Seraphim Falls es bastante entretenida y me gusta el modo en que nos cuentan la historia de un tipo que persigue a otro, y cuyas razones no sabremos hasta el final. No es Sin perdón, claro, pero merece la pena.

Viene la noche, de Óscar Esquivias


Óscar Esquivias culmina su trilogía sobre la Divina Comedia de Dante con esta entrega, tras Inquietud en el Paraíso y La ciudad del Gran Rey. Su decisión, esta vez, es muy arriesgada, al cambiar de planes en el último momento y trasladar la acción a la época actual. Pero esa pirueta se salda, al menos en mi opinión, con un triunfo. Si el Paraíso fueron los días previos a la guerra civil y el Purgatorio un mundo imposible y fantástico, el Infierno es el Madrid de nuestro tiempo, con sus referencias al terrorismo (el 11-M, el atentado de la T4) y su violencia diaria y los cambios que la tercera edad no puede aceptar. Y vamos de la mano de una familia, y de su figura paterna, Benjamín Tobes, uno de esos hombres hipócritas y tan abundantes que, si de cara a la galería reza y es un hombre ejemplar, a espaldas de su mujer tiene una amante.
Hay, además, un ejercicio de metaliteratura, al mencionarse en el libro las otras dos novelas e incluso a su autor, a la manera de Cervantes en la segunda parte de Don Quijote. Quizá a los puristas y a los viejunos les moleste que la acción se haya trasladado a nuestros días, pero desde luego yo me siento más cómodo e identificado con ese Madrid actual y sus calles, sus vagones de metro, sus bares y cafés, sus odiseas diarias y sus mentiras. Sobresale, entre todos, el personaje de Benjamín, en cuya boca pone el autor diálogos corrosivos, muy divertidos. Sirva el siguiente de ejemplo y cierre de la reseña:
–(…) Por cierto, seguro que está con la marsopa de su mujer y el bandarra de Felipe en la puerta de los juzgados, con una pancarta, dando voces. Están convencidos de que los atentados fueron un golpe de Estado preparado a pachas por la ETA, los amigos de Bin Laden, algunos mandos de la policía y el Partido Socialista, ¿qué te parece?
–Imposible. En España somos incapaces de ponernos de acuerdo tanta gente para hacer nada, ni siquiera para matarnos, que es lo que se nos da mejor.
–Eso pienso yo.

85

A veces, cuando me siento muy cansado, me gustaría ser uno de esos anónimos que predominan en los blogs. Ya sabes, tipos nada creativos y probablemente fracasados, que insultan a los demás mientras les engorda el culo en horario de oficina. Con poco de lo que preocuparse, excepto permanecer alerta para que no les pille el jefe y vomitar su ira en los foros. Pero no puedo. No puedo permitírmelo. Tengo que seguir al pie del cañón. Tengo que seguir dando la cara. Y no siempre resulta fácil.

Crónica de madrugada

Tengo que acompañar a alguien muy especial al aeropuerto. Hay que estar allí a las seis de la mañana. En la madrugada del domingo al lunes. La noche de los Oscar. A las once del domingo ya estoy metido en la cama, durmiendo. A las tres y media, al dar una vuelta entre las sábanas, me despierto, me desvelo, me es imposible volver a conciliar el sueño. Permanezco en vela, con los ojos abiertos, dudando. El primer impulso es levantarme y encender la radio y meterme en internet para seguir la ceremonia de Hollywood. Quiero confirmar que Javier Bardem habrá recibido el Oscar por su interpretación. Pero la prudencia me vence y decido intentar dormir otro poco. En la noche, oigo el ladrido furioso de varios perros. Un vehículo que pasa por la calle. No logro concentrarme, como si tuviera insomnio. Parece que al final lo consigo, a juzgar por la breve cabezada en la que sueño que entro en un taxi para que me lleve al aeropuerto. Me duermo unos diez o quince minutos antes de que suene el despertador. Son las cinco de la madrugada y el taxi vendrá a las cinco y veinticinco. Me queda el tiempo justo para hacer la cama, vestirme y encajar las lentillas en unos ojos crujientes de legañas. Sobra un minuto y debo decidir entre averiguar si Bardem ya ha ganado o tomar un café. Me decido por lo primero. Entro en internet y compruebo que sí, que se lo han dado. Alborozo nocturno, pues aún es de noche. También han ganado los Coen por el guión y dos sorpresas en la categoría de actrices: la bella Marion Cotillard y la extraordinaria actriz Tilda Swinton, que no estaban en las previsiones.
El taxi espera junto al portal. No hace demasiado frío. El conductor lleva la radio encendida, como todos los taxistas, y por suerte ha sintonizado una emisora que retransmite la ceremonia. Pero tiene el volumen bajo y cuesta oír desde atrás lo que cuentan los locutores. Camino del aeropuerto, con el taxi atravesando la noche, deslizándose entre vehículos con gente que irá a trabajar, alcanzo a oír algunos premios más. Diablo Cody, dicen, está en el escenario. Dos y dos son cuatro: eso significa que “Juno” ha obtenido el premio al mejor guión original. Después, porque la ceremonia va a todo trapo, escucho que Helen Mirren da el Oscar al mejor actor. Daniel Day-Lewis. Es una madrugada de galardones que me satisfacen. Antes de poder oír quién gana los premios destinados a mejor director y mejor película (aunque está prácticamente cantado), el taxi llega a su destino. Son casi las seis de la mañana y en el aeropuerto, en la Terminal 4 de Barajas, se percibe jaleo de gente. Ruido de ruedas de maletas, hombres y mujeres con los ojos emboscados por el sueño. Tras facturar, buscamos una cafetería. No encontramos ninguna. Sólo hay un McDonald’s, pero parece de diseño, como si hubieran sacado las mesas y las sillas y la decoración de un museo vanguardista. No me gusta McDonald’s ni la comida de McDonald’s, pero necesito cafeína y algo de comer. Bebo una Coca-Cola y como un donut. Frente a nosotros, encima del cartel que pone “Departures / Salidas” hay un reloj. Las agujas marcan las seis y veinte y la situación me parece irreal porque estoy muerto de sueño.
Me despido a las siete menos veinte. Me voy solo, hacia la estación de metro, con el último libro de mi colega Oscar Esquivias en la mano. Empiezo la lectura sentado en uno de los bancos del tren. No hay manera de saber quién ha ganado los dos Oscar que me faltan. Cuando salgo del metro, a las siete y media, aún es de noche, pero empieza a clarear. Un cielo muy azul, perfecto. Entro en casa, miro los premios en internet, tomo un café, me doy una ducha y escribo esto.

lunes, febrero 25, 2008

Academy Awards 2008


No es país para viejos, Coen Bros., Daniel Day-Lewis, Javier Bardem, Marion Cotillard, Tilda Swinton, Diablo Cody, Dario Marianelli, Glen Hansard & Markéta Irglová, Ratatouille... Un gran año. Lista completa, en inglés, aquí.

Huevos de oro


¡¡¡ENHORABUENA!!!

Poesía para el pueblo

He visto un vídeo de promoción de una antología poética que aún no tengo, pero que compraré un día de estos, y me ha llamado mucho la atención lo que refleja. El libro es “Poesía para bacterias”, con selección y prólogo del combativo escritor underground Sergi Puertas. El propósito es llevar la poesía a la calle y devolverle su esplendor a los ojos de la gente. En el índice hay en torno a cincuenta poetas, grandes poetas, hombres y mujeres con garra, que no están dentro de la oficialidad de la poesía, sino en los márgenes, y por ello mismo resultan más atractivos y, por supuesto, rompedores. Para evitar suspicacias y malentendidos, no mencionaré a los autores, porque eso supondría nombrarlos a todos y sus nombres y apellidos ocuparían medio artículo.
En el vídeo de promoción intervienen un par de poetas (y buenos amigos) y se entrevista a varios ciudadanos. Blancos, negros, árabes. Hombres, mujeres, niños. La cámara sale a la calle. Los intercepta, les hace preguntas de las que a veces huyen. Preguntas como “¿Se sabe algún poema de memoria?” o “¿Le gusta la poesía?” Nadie quiere leer un poema, nadie recuerda versos o autores, casi todo el mundo entiende mal las preguntas. Ya se trate de un grupo de negros sentados en un muro, o de un borracho lamiendo una lata de cerveza, o de señoras que pasan caminando, nadie entiende el término “poesía”, y puedo garantizar que el entrevistador vocaliza bien y habla alto y claro. “¿Le gusta la poesía?”, pregunta. Y responden: “¿Policía? ¿La policía?”, en el caso de los españoles. Y “¿Pulisía? ¿La pulisía?”, en el caso de los extranjeros. Empezamos mal. Nadie recuerda un poema o un título. En algunos casos, reconocen que no la leen o que no les gusta. El cometido de este libro, y también del vídeo, es devolver al pueblo el interés por la poesía. Se dice en algún momento, me parece, que el problema de base está en la educación que nos dieron, y estoy de acuerdo. En las clases nos enseñaron a aborrecer la poesía porque, entonces, nos hicieron creer que los poemas eran un tostón. Nos obligaban a leer poemas que solían cumplir dos requisitos (salvando algunos casos): 1) provocaban el aburrimiento, y 2) su contenido era incomprensible. De ahí se desprende la creencia habitual y errónea de que la poesía debe ser tediosa e imposible de entender. No faltan casos en los que uno muestra un poema puro, auténtico, soberbio, a alguien que comulgó con aquellas ruedas de molino que nos hicieron tragar, y responde: “Bueno, pero eso no es poesía”. Y lo dice porque, aunque en el fondo le ha gustado, no le cabe en la cabeza que haya podido comprender el poema y, encima, disfrute con su lectura.
Hagan la prueba. Pregunten por ahí, a sus familiares y conocidos, si suelen leer poemas. La mayoría responderá que no. Respuestas típicas que yo he oído: “No, yo no leo poesía. No la entiendo”, “Uy, a mí la poesía no… No sé, no me gusta”, “Hace años que no leo un poemario”. Otra prueba evidente es que yo me mantuve alejado de la lectura de los libros de poemas durante años. Muchos años. Pero un día descubres a estos poetas marginales y marginados, políticamente incorrectos, rabiosos y feroces y radicales, y compruebas que te hablan sin tapujos de cosas que conoces y entiendes. A mi familia le he devuelto el placer de la lectura poética gracias a unos cuantos de esos autores recogidos en el libro de Sergi Puertas. “Lee esto”, decía yo. “Uf, es que a mí la poesía…” Y entonces lo leían, se enganchaban, recomendaban el libro, volvían al entusiasmo que debe provocar un buen poema. En un mundo perfecto deberíamos llevar poemas impresos en nuestras camisetas.

domingo, febrero 24, 2008

Portadas exquisitas


Sway: A Novel, de Zachary Lazar. Inédita en España.

Día de revisiones




Ayer volví a "videar" estas dos películas. Por enésima vez. Siguen igual de frescas y deliciosas.

Modelo ideal y modelo real

Al parecer existe polémica con la emisión de una serie española titulada “Física o química”. Digamos que no la he visto, salvo algún minuto o dos al cambiar de canal, porque no consigo que me enganchen las series españolas. Abarca la vida de unos cuantos estudiantes y sus relaciones entre ellos y con sus profesores. Ya se han oído algunas voces acusando a la serie de denigrar a los profesores, de ofrecer una imagen caricaturesca de los alumnos y de pervertir los valores que se intentan inculcar a los chavales ofreciendo un muestrario de situaciones en las que están involucrados el sexo, la droga y la violencia. No seré yo quien defienda a las series españolas, porque de entrada no suelo verlas. Pero debo admitir que, en cuanto las voces de lo políticamente correcto se escandalizan, algo empieza a apestar. Y no lo digo por la serie, sino por esas voces de la corrección política.
Vayamos por partes. Una cosa es que los padres y los educadores traten de inculcar unos valores a los muchachos en los que se apueste por el sexo seguro, el alejamiento de las drogas y el alcohol y el respeto al prójimo. Y otra muy distinta es que el sexo sin preservativo, la ingesta de ácidos y de porros y de litronas y las palizas al prójimo mientras un compañero graba el asunto con el móvil, estén presentes en la sociedad. Porque están presentes en la sociedad, queramos aceptarlo o no. ¿Quieren pruebas? Miren el telediario. Lean los periódicos; en las noticias locales está todo el meollo. En un episodio de “House” los médicos jugaban con la posibilidad de que un paciente deformado tomara drogas habitualmente. Al sugerirle al padre esa idea, éste se ofendía. Y uno de los médicos le decía que lo normal es que todo padre no acepte la posibilidad de que su hijo pueda tomar drogas alguna vez. Pero no aceptarlo no supone que el hijo no haya probado la marihuana y el ácido y el vodka. Si no lo entiendo mal, lo que las voces de la corrección política quieren es una serie sobre profesores y alumnos donde todos se abracen y recen a diario, en la que los alumnos sólo beban agua mineral y ninguno fume, en la que no existan tipos violentos que parten la cara al del pupitre más próximo a la mesa del maestro, en la que se les vea todo el día comprando preservativos y tomando la píldora aunque no se acuesten con nadie pensando en el príncipe azul que un día aparecerá en el horizonte para llevárselas a su castillo, etcétera. Sí, eso es muy bonito, pero no es real. La sociedad que estas voces quieren presentar es un modelo de conducta ideal, pero no real. Y, aunque la serie es de ficción, según parece contiene la dosis justa de inspiración en la realidad como para enganchar a los chavales. A todo esto, ¿alguien les ha preguntado a ellos qué opinan? Pues sí, lo ha hecho. En el diario El País, por ejemplo, preguntaban a unos cuantos adolescentes acerca de la serie. Se mostraron conformes. Uno apuntaba: “Los casos de abuso escolar que se muestran no son nada comparados con lo que se ve en la realidad”.
Por otro lado, ¿alguien se ha preguntado por la razón del éxito de novelas y películas como “Trainspotting”, “Historias del Kronen”, “Menos que cero” o “Apples”? Es evidente: describen algunas situaciones y comportamientos (no todos, insisto) que muchos de nosotros conocemos de primera o segunda mano. Y, cuando uno se siente identificado en uno o dos aspectos, o cuando le resulta familiar el tema, se engancha. Algo falla cuando se trata de censurar una ficción inspirada en la realidad y se permite al mismo tiempo que los chavales vean las barbaridades del telediario o escuchen a Rajoy despotricando contra gays, inmigrantes y menores.

sábado, febrero 23, 2008

La leyenda




Ayer estuve disfrutando del documental titulado Clint Eastwood. La leyenda, que se incluye dentro del pack de Dirty Harry en dvd. Dura alrededor de una hora y media y participa gente como Morgan Frreman, Walter Mosley, Gene Hackman o Martin Scorsese. Un disfrute total. Uno de los ídolos de mi infancia y uno de mis cineastas favoritos de todos los tiempos. Los héroes y antihéroes que ha encarnado me fascinan: Joe, El Manco, Rubio, Harry Callahan, Socio, Josey Wales, Philo Beddoe, Frank Morris, Bronco Billy, Red Stovall, Predicador, Sargento Highway, William Munny, Frankie Dunn... Nunca me canso de ver cualquiera de sus películas, incluso las malas.

El perdedor

y el siguiente recuerdo es que estoy sobre una mesa,
todos se han marchado: el más valiente
bajo los focos, amenazante, tumbándome a golpes....
y después un tipo asqueroso de pie, fumado un puro:

«Chico, tu no sabes pelear», me dijo,
y yo me levanté y le lancé de un golpe por encima de una silla;

fue como una escena de película y
allí quedó sobre su enorme trasero diciendo
sin cesar: «Dios mío, Dios mío, pero ¿qué es lo que
te ocurre?» y yo me levanté y me vestí,
las manos aún vendadas, y al llegar a casa
me arranqué las vendas de las manos y
escribí mi primer poema,
y no he dejado de pelear
desde entonces.

Charles Bukowski, Peleando a la contra

Veinte cajas

Voy a menudo a la oficina de Correos más próxima a casa. Cuando pretendo enviar una carta o un paquete como “Urgente”, siempre me persuaden para que también lo envíe como “Certificado”. La explicación que suelen darme es que con “Urgente”, sí, llega muy rápido, al día siguiente o quizá dos días después, pero no me aseguran que llegue a su destino. Siempre añaden que, si se extravía por el camino, ellos no asumen la culpa. Me parece lógico. Entonces cambias y decides apartar de ti la idea de “Urgente” y rellenar una de esas fichas de “Certificado”. De esa manera aseguras que el paquete alcanzará su destino y, si no lo hace, tienes un recibo donde demostrar que habías mandado un paquete y por el que habías desembolsado más dinero de lo habitual. Lo malo es que tarda el triple en llegar a manos del destinatario. Mandé una carta certificada a Barcelona y tardó casi una semana (incluyo el festivo). Tanto por una modalidad de envío como por la otra te soplan una pasta. La semana pasada envié una carta que contenía un libro (muy delgado) y me cobraron casi cinco euros. Y tardó cuatro o cinco días en llegar a su destino. Si hubiera añadido la urgencia, el total me habría salido por unos ocho euros, calculo.
Me parece muy caro, y eso es a lo que quería llegar para contarles lo siguiente. Porque me pregunté cuánta pasta iban a gastar dos personas que estaban ante el mostrador de Envíos cuando, hace unos días, entré en la oficina de Correos. Se trataba de dos chinos, hombre y mujer, que rellenaban fichas de certificado, una tras otra, una tras otra. Todo los que estábamos en la sala, aguardando nuestro turno con el papelito en la mano, como si estuviéramos en la carnicería, mirábamos un poco asombrados. Detrás de los chinos había varias cajas, listas para ser enviadas por Correos. Conté las cajas. Unas veinte. Quizá alguna más, porque una columna me impedía la visión completa. No eran de tamaño caja de zapatos, no. Eran como esas cajas descomunales que a veces utilizamos en las mudanzas, esas cajas que sólo pueden trasladarse entre dos personas porque los brazos de un solo tipo no bastan para abarcarlas. El chino rellenaba cada ficha, levantaba la caja para entregarla en el mostrador y allí se la pesaban, comprobando que los datos eran correctos y poniéndole los correspondientes sellos y pegatinas. Me pregunté cuántas horas llevaría dedicado a esa tarea. Llevar las cajas a un camión, cargarlas en la parte trasera, conducir el camión, desembarcar con todo el equipaje y meterlo en la oficina de Correos, aguardar el turno, rellenar las veinte fichas, levantar cada caja y ponerla en el mostrador. Me pareció que la mujer que le atendía mostraba cierta resignación en la cara. Supongo que, al ver las veinte cajas enormes, pensaría: “Madre de Dios, la que se me viene encima”. Traté de imaginar qué había dentro, por qué alguien querría enviar por correo certificado veinte cajas de un montón de kilos cada una. E intenté calcular la pasta que tendrían que desembolsar los chinos por el peso, el volumen y el certificado. Demasiada.
Los chinos hacen cosas muy raras. ¿No saldría más barato, pensé, alquilar una camioneta o pagar a alguien para que las llevara en un camión a su destino? Quizá las mandaban a China. Pero en cada caja podía leerse “Made in China”. Tal vez las enviaban de vuelta. Quizá era ropa que no habían vendido. ¿No saldría más económico meterlas en un barco o en un avión? ¿Merece la pena gastarse tanto dinero en enviar esos paquetes? ¿No sería más barato entregar su contenido al fuego? ¿Qué habría dentro de las cajas? Como dice Millás, todo son preguntas.

viernes, febrero 22, 2008

Una rareza


Se trata, en palabras de los seleccionadores, de "una prueba preliminar y finalmente desechada de la portada de Resaca". Al margen de la curiosidad, para alimentarse con información de cine, música y literatura, hay que visitar a diario Hank Over.

Portadas exquisitas


Destroy, de Isabella Santacroce. Publicado en España con el mismo título por Anagrama.

Cartel de The Ruins


Película basada en la novela Las ruinas, de Scott Smith (autor de Un plan sencillo), que tengo por ahí y que leeré un día de estos.

Dos actitudes distintas

He leído dos libros, escritos en diferentes épocas y radicalmente distintos tanto en su concepción como en su escritura, y en ambos el protagonista afrontaba el trago amargo del suicidio de un amigo y recibía una carta enviada por el suicida. Y en cada uno de ellos la reacción del protagonista es diferente, como corresponde a cada novela y a la edad de cada personaje. Leí el lunes la novela del leonés Vicente Muñoz Álvarez, “El merodeador”, que aún está reciente de las imprentas. Leí el martes la novela del italiano Enrico Brizzi, “Jack Frusciante ha dejado el grupo”, traducida ya hace algunos años en nuestro país. La primera es autobiográfica. De la segunda no estoy seguro, pero me apostaría algo a que tiene mucho de autobiográfico: cuenta un amor breve entre adolescentes y, como todos lo hemos vivido, no es necesario inventárselo, basta con acudir a la memoria. Las leí seguidas por casualidad.
En cualquier caso, repito: en ambas novelas un amigo del protagonista decide suicidarse. En “El merodeador”, un artista cansado, desencantado de la vida, escribe una carta al narrador, la envía por correo y luego se arroja a las vías del tren. En “Jack Frusciante ha dejado el grupo”, un muchacho agotado de su vida, deseoso de salirse del círculo que la sociedad crea a nuestro alrededor, escribe una carta al protagonista, la envía por correo y luego se suicida; nunca nos dicen claramente cómo se mató, pero se intuye que lo hizo ingiriendo pastillas. No importa. El asunto es que los dos amigos logran sus propósitos y se retiran de la escena. Bien. Entonces queda el dolor, la ausencia y dos sobres que han echado al correo los suicidas. Alex D., el chico de la novela de Brizzi, sólo es un tardoadolescente. En seguida, sin titubeos, rasga el sobre y lee la carta y averigua los motivos de su amigo para irse. Se enfrenta a la verdad. Junto a la carta, dentro del mismo sobre, hay una cinta de casete con canciones que ellos solían escuchar. En la novela de Muñoz Álvarez, el narrador recibe el sobre, que llega con el cartero unos días después del suicidio del artista, aquel pintor angustiado. En cambio, y al contrario que Alex D., no la abre. No se atreve a abrirla. Teme a la verdad. Teme leer unas palabras escritas justo antes de morir su autor, y leerlas cuando el otro ya no está. El miedo se esconde en el interior de ese sobre. Y así, el narrador opta por enfrentarse a la incertidumbre y, al menos hasta donde llega la narración, ni él ni nosotros conocemos los motivos del suicida.
Estas dos situaciones, estos dos modos de afrontar un mismo hecho, revelan no sólo el comportamiento de cada personaje, sino que, a mi modo de ver, son un rasgo propio de la edad de cada uno de esos protagonistas. “El viejo” Alex D. es rebelde, inseguro, pero más cultivado que muchos de sus compañeros de pupitre, apasionado por el cine, la música y la literatura. Como a todo adolescente tardío, le pierde la curiosidad. Tal vez no sabe que conocer la confesión de un suicida, los motivos secretos que le empujaron a tomar la decisión de quitarse la vida, le dejará una huella. El secreto le quemará por dentro durante años, pues decide no enseñar la carta al mundo, salvo a su novia. El narrador sin nombre de “El merodeador” es un individuo que ha ingresado en la madurez, al menos en la madurez mental, a pesar de sus inseguridades e inquietudes (que todos tenemos aunque cumplamos cien años). Él, al contrario que Alex, ya conoce el percal, sabe de qué va la vida, conoce el tablero y las reglas del juego, y por tanto sabe que leer la carta de un amigo muerto, dirigida sólo a él, le carcomerá el alma. Ambas decisiones pueden ser correctas.

jueves, febrero 21, 2008

Mañana, en Vitoria


Neuroworld. Exposición de Miguel Ángel Martín.

Charles Burns y David Fincher


Gran noticia. David Fincher quiere dirigir la adaptación de la muy recomendable novela gráfica Agujero negro, de la cual, en un principio, iba a encargarse Alexander Aja.

Es hora de vivir (Blade Runner)

los días de mi vida serán,
a partir de ahora, 2 de julio de 2002,
como todos esos momentos
que se pierden igual
que lágrimas en la lluvia:
naves en llamas más allá de orión,
rayos brillando en la oscuridad,
cerca de la puerta de tanhaussen.

amaré la vida siempre,
y no solo en el momento de perderla.

aspiraré a lo que ya poseo, conservándolo:
la luz, la limpia lluvia, la mar,
los chillidos de las gaviotas en el tejado,
los buenos días del gato
blanco de la ventana de enfrente,
el hogar en que echamos raíces…

y el día de mañana, en la vejez,
quizá me sea concedido el privilegio
de contemplar
cómo se deslizan por el cristal de nuestra ventana
las gotas
de lluvia.


David González, La carretera roja

Este sábado, en Illescas


Os recuerdo que este sábado es el Tributo a David González que los chicos de Creatura han preparado junto a otros poetas. Lo digo con antelación por si alguien quiere hacer planes y buscarse alojamiento para ese día, ya que el homenaje empieza a medianoche. Para celebrarlo y apoyar a David, en el próximo post colgaré uno de sus poemas.

Junot Díaz en Hermano Cerdo



En el número 19 de la revista Hermano Cerdo traducen un cuento titulado Alma, que Junot Díaz publicó en The New Yorker. Si quieres leerlo, pincha en este vínculo.

Mañana, en Zaragoza


ZARAGOZA. VIERNES, 22 Febrero. Centro de historia. 19, 30 h. (Plaza San Agustín, 2). Intervendrán: Ignacio Escuín Borao, Jesús Jiménez Domínguez, el actor Ricardo Joven y el autor, Ángel Petisme. Presentación de Demolición del Arco Iris.

84

Recibo un spam tan mal escrito y redactado que me fascina. Lo copio íntegro, con sus malformaciones intactas: Menudo principio de año estoy teniendo espero que no cambie y siga asi, hace unos dias tomando algo con un buen amigo mio le comente que estaba llegando muy justo de dinero al final de mes, entonces me comento que se estaba sacando un sueldillo extra con una web de trucos actualizados, la verdad que le debo la vida ha sido de gran ayuda, por que funciona ala perfeccion, me dio la dirección y el resto ya lo sabeis, es recomendable, si os quereis sacar un suedo extra no lo pienses mucho. Puedes entrar desde la dirección […] aprobecha, y nos cuentas saludos. Pues, aunque cueste creerlo, los anónimos de los foros escriben incluso peor.

Un buen día

Aquella mañana de sábado tuvimos un tiempo magnífico. Sol, cielos despejados, algo de brisa que traía un poco de aire fresco, tan necesario en Madrid. Nada presagiaba que haría tan bueno. Habían dicho que iba a llover y no fue así: la lluvia tardó un día en llegar. La noche anterior, en cambio, hizo frío. Lo sé de sobra porque fuimos andando hasta la sala La Riviera, donde tocaba Queens of the Stone Age. Lleno total. En la cola para entrar, junto a esos tenderetes portátiles donde asan salchichas, hamburguesas y panceta, mientras nos ahumábamos, algunos tipos se acercaban a preguntar si nos sobraba una entrada para vender. El concierto estuvo muy bien, ofrecieron un directo potente y cañero a un público entregado. De regreso, también a pie, parecía que al día siguiente tendríamos las calles heladas. Pero no.
En la mañana del sábado estuvimos paseando con unos amigos por la Plaza de Santa Ana. Las terrazas estaban todas ocupadas. El sol incluso molestaba un poco. De vez en cuando me iba a la sombra, para descansar. Era una de esas mañanas que parecen de primavera aunque aún estemos en febrero. Muchas familias por ahí. Muchos niños jugando en la calle. Muchos matrimonios paseando a los chiquillos en sus carritos de bebés. Nosotros también llevábamos bebés, los de nuestros amigos. No quiero decir que nosotros los lleváramos (los llevaban sus padres), pero ya me entiendes. Entramos en una cervecería y les dieron de comer a los niños. En otras mesas, otras parejas jóvenes hacían lo mismo: darles el potito a sus hijos. Por la Plaza pasó una actriz. Por allí y por las inmediaciones siempre veo a un montón de actrices, que alimentan mi mitomanía. Casi todas son más guapas que en las películas o en las series. Se estaba de lujo en la calle, o en los bares, por el tiempo que hacía, y ninguno teníamos prisa por ir a comer a casa. El sol ayuda mucho al estado de ánimo de las personas. Lo dice Fernando Díaz (creo que es un pseudónimo) en su libro “Panfleto para seguir viviendo”. Escribe: “A veces el sol puede ser un hijo de puta. Unos rayitos, un poco de cielo azul y se van los malos rollos, la vida brilla, las cárceles te la soplan”.
La consecuencia de este tiempo tan grato e inesperado fue que, a media tarde, el centro estaba hasta los topes. A menudo me pregunto de dónde sale tanta gente. Da igual donde vayas: bares, cines, teatros, supermercados, cafeterías, restaurantes, centros comerciales, tiendas, librerías, el metro. Todo está lleno. Hasta la bandera, como suele decirse. Compramos unas entradas para el cine e hicimos tiempo por ahí. En Madrid tienes que ir como mínimo media hora antes a la taquilla (pero mejor si vas con una o dos horas de antelación) y sacar la entrada y luego darte un paseo o entrar a tomar una Coca-Cola a un garito. Tratamos de picar algo en los aledaños de la Plaza Mayor, pero era imposible. Todo a tope. Al final fuimos a uno de los bares próximos a la Plaza Mayor, un sitio del que siempre olvido el nombre, pero que la gente que vive aquí conoce. Su fama le precede: venden sabrosos bocadillos de calamares. Tardan medio segundo en ponértelos en la barra. No estaba tan lleno como otros sitios, aunque había que luchar para hacerse un hueco en el mostrador. En la calle, al final, te agobiabas. Tras la película fuimos a un pub donde unos amigos celebraban un cumpleaños. Fue una visita rápida. Llegar, saludar, tomar un par de copas y volver a casa. También el pub estaba bastante lleno. Fue uno de esos días completos, en los que el sol, sin la careta de las nubes, te anima a hacer planes, a salir de casa, a moverte. Lo malo es que luego, por ahí, no cabe un alfiler, y eso arruina un poco el paseo.

miércoles, febrero 20, 2008

Jack Frusciante ha dejado el grupo, de Enrico Brizzi


Un escritor te lleva a otro, o a varios. Aldo Nove me ha llevado a Enrico Brizzi, quien cuenta en esta novela la historia de amor sin besos de dos tardoadolescentes de Bolonia. Ese primer amor que dura poco (cuatro meses, aquí) y que se ve interrumpido por viajes, planes y preparativos futuros. Alex D. (clara referencia a Alexander DeLarge, protagonista de La Naranja Mecánica) corre por las calles de la ciudad en bicicleta; su novia/amiga, Aidi, viaja en vespino. A veces van juntos en el vespino de ella, escuchan música, conversan o callan. Mientras esos meses se le escurren de los dedos, Alex se hace preguntas. Aún es muy joven y, como tal, rebelde, incompleto, inseguro, obsesionado con la música y las bandas. La referencia al abandono de Frusciante de Red Hot Chili Peppers nos da el dato: estamos en los noventa.
La novela causó furor, al parecer, en su momento. Contiene innumerables huellas de la música, del cine y de la literatura, especialmente ecos de Taxi Driver, El guardián entre el centeno, el Never Mind the Bollocks y London Calling. Lo más sugerente del asunto es su lenguaje dinámico y fresco, en el que se mezclan palabras inventadas con muchos términos anglosajones y ejercicios arriesgados como ya practicara Nove (pero sigo prefiriendo a este último, dado que a Brizzi se le notan algunos excesos de principiante). Copio un fragmento que esclarece de qué hablo:
Tumbado en el sofá de la sala, nada más terminar de comer, escuchando The Singles de los Clash a volumen de bronca de escalera, ojos estáticos, lata de coca en el suelo, calzoncillos remetidos en zona paquetecular y camiseta de hooligan, miraba fijamente el techo contando con preocupación el número de surcos que le separaba del final del side A.

Karavana


Un blog/revista muy interesante. A los mandos, Safrika y Arturo Méndez Cons. Link: aquí.

Hoy en Zaragoza, mañana en Madrid


Presentaciones de España, de Manuel Vilas:
-20 de febrero, miércoles: Fnac de Zaragoza. 20:00 horas. Presentan: Ignacio Peiró y David Mayor.
-21 de febrero, jueves: Círculo de Bellas Artes de Madrid. 18:00 horas, rueda de prensa. 19:30 horas, presentación a cargo de José Luis Gracia Mosteo.

Solidarios por interés

No suelo seguir a diario el programa de Wyoming en La Sexta, pero a veces veo unos minutos. Wyoming continúa con su humor corrosivo. Sigue en plena forma. Entre las variedades de este show, hay varias secciones en las que se realizan montajes o se preparan bromas en la calle, con cámara oculta. Una tarde, creo que fue hace una semana o así, pusieron un reportaje de esos de cámara oculta en el que se desvela la naturaleza de la mayoría de los hombres. Y en este caso, cuando escribo “hombres” no me refiero al género humano, sino sólo a los varones heterosexuales, esa categoría en la que me incluyo y que, en ejemplos como el que voy a contar, a menudo me obliga a sentir vergüenza ajena.
En el reportaje en cuestión había una mujer. Una mujer atractiva (y en seguida se entenderá por qué recalco esto) que, supongo, suele preparar este tipo de situaciones para el programa de Wyoming. La idea consistía en simular que a ella, solitaria y desamparada, se le había estropeado el coche en pleno aparcamiento exterior. No sé si era un aparcamiento de esos que hay junto a los centros comerciales. Al menos lo parecía. La cámara oculta la mostraba en pie, al lado del coche con el capó levantado, y desesperada. Cuando pasaban los varones andando o en su propio coche, se dirigía a ellos para rogarles que la ayudaran, que le echaran un vistazo al vehículo, que si podían llevarla a la ciudad X. Lo interesante del caso es que la mujer se había disfrazado de fea o de poco agraciada. Con unas gafas poco estéticas (porque las gafas les suelen sentar muy bien a ellas), mal peinada, sin maquillar, sin un centímetro de piel al aire… Ya saben, como en esas comedias norteamericanas en las que sale una estudiante con gafas de culo de vaso, moño y granos a la que nadie mira salvo el protagonista, y que, cuando alguna amiga decide ponerle lentillas, una minifalda, escote y maquillaje, debajo encuentran a una mujer rompedora, un cisne que acaba enamorando a toda la escuela y que vence en hermosura a la reina del baile, etcétera. Pues bien. La chica, de esta guisa, pedía ayuda a los fulanos que pasaban. Y el resultado eran encogimientos de hombros, evasivas, excusas varias, huidas casi al trote (aquí estoy exagerando; pero, al poco de escuchar los ruegos de la mujer, algunos se alejaban). Los hombres no sabían nada de motores, o si sabían algo no estaban dispuestos a llevarla a la ciudad X. En la segunda parte del reportaje, la mujer sacaba sus mejores armas. Sin gafas, con el pelo suelto, muy maquillada, con minifalda. Todas esas características que obligan a muchos conductores a frenar en seco en la calle cuando ven algo de escote y algo de muslo, o sea cuando ven cacho. Y claro, todo eran tipos que corrían a socorrerla. Individuos que se detenían e intentaban “con sus mejores intenciones” hacer lo que fuese por ayudarla. De pijos en coches que se ofrecían a llevarla a donde hiciera falta.
Los programas de cámara oculta suelen estimular nuestra risa, y no son más que bromas. Pero en ellos se revela el germen de muchos seres humanos. Un famoso con escaso sentido del humor preparará un escándalo en cuanto la broma no le haga gracia y se trague el anzuelo. Viendo esto de la mujer y sus dos caras (fea y guapa), me reí. Pero luego el asunto me pareció muy triste. Sí, ya sé que siempre resultan más atractivos un par de muslos, pero me pareció triste porque pone al descubierto que los hombres nos guiamos por el álter ego que llevamos entre las piernas. ¿Dónde queda la solidaridad entre los ciudadanos? No existe. Sólo existe el interés, ligar, sacar beneficio, echar un clavo, mirar por uno mismo y no por el prójimo.

martes, febrero 19, 2008

El merodeador, de Vicente Muñoz Álvarez


Cuando entras en la casa de El merodeador, ya no puedes salir de ella. Mediante capítulos cortos, y precedidos de ilustraciones de Toño Benavides, esta novela breve refleja el universo interior de Vicente en aquel tiempo en que se fue a vivir a casonas de pueblo. Describe los fantasmas y las inquietudes de todo creador atrapado entre la soledad y su conciencia. Es por ello que, desde la primera línea de la novela, empieza a escuchar ruidos en la casa, pasos y arrastrar de pies, durante esas noches interminables en que lo carcome y envejece el insomnio. Pero el exterior también consume su alma: los ruidos cotidianos le impiden escribir, se distrae esperando al cartero, observa a un vagabundo en la calle e imagina su vida, escucha las historias de un hombre en la sala de espera del médico, sale a pasear como último intento de aligerar sus angustias.
Los títulos de cada capítulo incluyen una cita de los autores que acompañan al narrador en este viaje, y que han inspirado a Vicente M.: Pessoa, Kerouac, Pavese, Céline, Bernhard, Cervantes, Sartre... Y sí, hay algo de náusea, de vacío, de abismo en las tribulaciones interiores del protagonista. Pero que nadie se asuste: los desvelos también van acompañados de historias, y V. las cuenta muy bien, como es habitual en su trayectoria. Ese mendigo que duerme en la estación abandonada, los equívocos con una imprenta que llama por teléfono preguntando por unas tarjetas que él no ha encargado, el pasado en el que aparecen el padre y un delfín en la playa y la madre en la infancia, los malentendidos y crisis con la pareja, el suicidio del amigo. El narrador huye de la ciudad y se encuentra en el campo con una certeza: aquello que le devora es él mismo, sus obsesiones y su soledad.
Vicente Muñoz consigue, además, que los lectores (al menos yo lo he hecho) nos identifiquemos con algunas cosas de las que ocurren: las inquietudes cotidianas, el despertar en plena noche, la batalla que a menudo supone terminar un artículo para el periódico, la conciencia que nos roe por dentro. Por si fuera poco, jamás aburre al lector. Todo lo contrario, pues este desasosiego, este vaciamiento, se disfruta de principio a fin. El lector queda atrapado, ya lo he dicho, en esa casa donde se escuchan los pasos de un merodeador. El prólogo es de Ignacio Escuín.
[Pincha aquí para leer el prólogo y el primer relato]

Amanecer

He abierto los ojos y estabas ahí.
Tu cuerpo un animal de sangre caliente.
La luz del amanecer colándose entre las persianas.
Parece que va a hacer un buen día.

Cuando despiertes será todavía mejor.


Pablo Casares, Notas a pie de vida

En bici

Dentro de la sección de noticias de Madrid encuentro un titular que reza: “Un estudio dice que la bici es más rápida que el coche en el centro”. Creo que no hacen falta estudios ni encuestas para saber que la bicicleta es más veloz y eficaz en el centro de una urbe caótica como ésta. La bicicleta se cuela casi por cualquier lado. No contamina. No gasta combustible; no gasta nada, salvo el mantenimiento y las fuerzas que uno emplea en mover los pedales, lo cual es saludable. Si atropellas a un peatón, no lo haces volar por los aires como sucede con el coche. Es fácil de aparcar y, mientras los conductores de los vehículos se desesperan en los atascos, el tío que pedalea por la ciudad emplea la mitad de tiempo en desplazarse.
Pero existen unos cuantos problemas, me temo. Para empezar, es raro ver por el centro los carriles para bicicletas. La ciudad aún no está preparada, al contrario de lo que ya ocurre en Barcelona, donde según la noticia mencionada allí triplican el número de usuarios de bicicleta. Ya escribí que uno de los atractivos de Estrasburgo (y de otras ciudades del norte de Europa) está en la costumbre general de usar la bicicleta para ir al trabajo, a la universidad, de paseo, de juerga, de compras. Hay carriles bici por todas partes y en los trenes y en los tranvías hay ganchos especiales para colgarlas en posición vertical, para que el usuario vaya cómodo y no ocupe más espacio. Cuando una persona pasa al lado de los transeúntes con su bicicleta, o cuando entra con ella en Fnac, nadie en esas ciudades se asusta ni se escandaliza ni reprende el comportamiento del ciclista. Es algo natural, lógico, aceptado, y está bien que así sea. Madrid será una ciudad mucho más cómoda cuando consigan implantar aquí estas costumbres y no haya tanto tráfico. Ojalá suceda alguna vez. Parece que existe un plan de movilidad ciclista para que la capital se ponga al día.
Ahora se acepta un poco más lo de ver al personal montado en una bici por el centro de las ciudades españolas. Pero el ciclista sigue siendo “perseguido”. Cuando un conductor atropella a un tío que va en bici, generalmente le echa la culpa al ciclista. Cuando yo era niño, pasaba un montón de horas al día subido en mi bicicleta BH. Pero en ese tiempo, al menos en Zamora, los muchachos que, como yo, íbamos por la calle montados en estos aparatos, éramos catalogados de gamberros. Yo recorría a menudo el centro, iba a los parques, bajaba las escaleras, y a mi paso siempre escuchaba voces de gente de la tercera edad llamándome vándalo, sinvergüenza, gamberro y maleducado. Y todo era por la falta de costumbre en nuestras ciudades. Y también porque, al no existir carriles habilitados para meterse por ellos, a veces teníamos que circular unos metros por las aceras. Sin molestar a nadie y sin atropellarlo. Gracias a la bicicleta nos movíamos veloces por la ciudad, hacíamos deporte y manteníamos fuertes las piernas. Supongo que habré contado lo de aquel vigilante del parque de La Marina al que apodábamos J. R., y que me dio un golpe de cachaba por meterme con la bici en dicho parque. En esos tiempos no se llevaba casco, ni coderas ni rodilleras, y cuando te pegabas una leche contra el suelo asumías las consecuencias y quizá te rasgabas los pantalones y te despellejabas las rodillas. Me fascina cómo cambian algunas cosas en pocos años. Cuando yo era niño, ya digo, ir en bicicleta estaba mal visto y era propio de gamberros. Hoy, en cambio, circular por las ciudades en bici es sinónimo de progreso, de responsabilidad ecológica, de adaptarse a los tiempos.

lunes, febrero 18, 2008

There Will Be Blood (Pozos de ambición)


Tras la interesante (pero menor, o al menos no tan ambiciosa) Punch-Drunk Love, en la que nos enseñó que el amor puede darte tantas fuerzas como las espinacas a Popeye, Paul Thomas Anderson ha dado un gran paso en su obra (no obstante, mi favorita sigue siendo Magnolia). En There Will Be Blood nos relata la historia de un pionero del petróleo, envenenado por dentro de odio y de ambición. Un hombre capaz de quitar todas las barreras que entorpezcan su camino hacia el éxito económico, aunque para ello tenga que mentir, especular, matar o convertirse al catolicismo en una ceremonia plagada de falsedades. Una de esas barreras la representa un joven predicador. Así, del choque entre el prospector y el sacerdote saltan chispas, pues ejemplifican dos motivos que suelen dar al traste con el buen funcionamiento del mundo: los intereses empresariales y los intereses religiosos.
Anderson parece decirnos que América se construyó sobre cimientos de mentiras, sangre y dólares. El retrato que hace Daniel Day-Lewis de este despreciable magnate es espléndido, como siempre; no en vano, es una bestia de la interpretación, el Marlon Brando de nuestro tiempo. Y no debemos olvidar la labor de Paul Dano, aunque lo hayan ninguneado en los repartos de premios.

Citas. 75

Se suele considerar a los yonquis como la peor basura de la sociedad, pero eso no es justo. El yonqui auténtico tendría que ser ensalzado por atreverse a mandar a tomar por el culo a toda esa mierda de ciudad, por hacer su vida en medio de tanto riesgo, de tantos trapicheos y chanchullos, dando siempre la cara.
Jim Carroll, Diario de un rebelde

Superwoobinda, de Aldo Nove


Este libro lo recomendó David Refoyo, a quien se lo recomendó Mercedes Díaz Villarías. Tardé un par de semanas en hacerme con un ejemplar y lo he devorado en una tarde.
Superwoobinda, del escritor italiano Aldo Nove, es un compendio de relatos muy breves y muy perversos y paranoicos, casi todos protagonizados por psicópatas y solitarios incestuosos. La mayoría de los personajes se presenta diciendo su nombre y apellidos, su edad y su signo del zodiaco, como si estuviéramos viendo un programa de entrevistas. En los relatos predominan las alusiones a la publicidad, la televisión y la pornografía. Están escritos con una prosa eficaz, que golpea y sorprende. De alguna manera, su lectura se parece a ver la televisión: cuando uno quiere verlo todo y a veces cambia de canal aunque lo que estaba viendo no haya terminado. Creo que esa es la razón por la que muchos relatos acaban de forma abrupta, interrumpidos en mitad de una palabra, cuando el personaje ha dicho ya todo lo que tenía que decir y necesitamos con urgencia la siguiente historia. Gran libro.

Federico Luppi

Fui a ver “El guía del Hermitage”, la obra de teatro que ha devuelto a los escenarios a Federico Luppi. Para mí su aparición constituía un momento emocionante. Entiéndase: la primera vez que lo vi en una pantalla de cine yo tenía once años. Él era el protagonista de la adaptación de un libro de Osvaldo Soriano, “No habrá más penas ni olvido”. Apenas recuerdo imágenes de la misma. Pero sí recuerdo su violencia y la apostura elegante de un Luppi con bigote y metralleta. Tuvieron que pasar casi diez años para que volviese a verlo: en “Un lugar en el mundo”, de Adolfo Aristarain. A partir de ese reencuentro he intentado no perderme la mayoría de sus apariciones: “Cronos”, “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, “La ley de la frontera”, “Éxtasis”, “Martin (Hache)”, “El espinazo del diablo”, etcétera. Pero creo que donde más me impactó fue en su papel de escritor en “Lugares comunes”, otra de Aristarain. Nunca olvidaré la bronca que le echa a su hijo por haber renunciado a la escritura para embarcarse en una vida convencional y colmada de insatisfacciones.
Luppi es uno de esos actores que, con su sola presencia, con su voz, con su mirada, llena una habitación, agranda una escena. No recuerdo que jamás haya intentado disimular su acento argentino y eso es una ventaja porque su voz, tan personal, es un alto porcentaje de la actuación. ¿Quién no recuerda la voz de Luppi enfadándose con algún personaje o soltando un monólogo? En “El guía del Hermitage” hay unas cuantas razones que confirman su validez como actor. Pero me quedo con una de ellas. La explico. Su personaje es un hombre al borde de la muerte, un guía quimérico y soñador. Al principio de la obra está en pie, sostiene una taza, al fondo del escenario. Entonces le da un espasmo, sufre una convulsión y se retuerce y lucha para que no se le caiga la taza. En fin, lo hizo tan bien que pensé que le estaba dando un ataque de verdad, o que se le había caído la taza por descuido. Pero esta clase de actores no se permiten descuidos. Otra muestra de su talento está en varios momentos de la obra en los que describe viejos cuadros de los maestros de la pintura. Los cuadros no están, no los vemos, los actores tampoco los ven, pero gracias a la fuerza del texto y a su locución, logramos verlos, como si los tuviéramos delante.
Y esa es, precisamente, la idea central que sostiene la obra. Durante el asedio a Leningrado, en el Museo Hermitage ya no quedan obras. Sólo dos hombres: el guía y el guardián. Y una mujer que, de vez en cuando, los visita y les trae provisiones: la esposa del guía. En ese marco de desolación, mientras pasan el tiempo, el guardián cree que el guía está loco. Porque acompaña a visitantes imaginarios por las salas y pisos del museo y les muestra cuadros e iconos que ya no están. El guía tratará de demostrar que lo suyo no es locura ni desvarío, sino el poder de la imaginación, de la fantasía, de los sueños. Y eso simboliza también el valor de los seres humanos para perpetuar el arte y las tradiciones mediante el recuerdo, en confiar en lo que no está pero son capaces de ver: los cuadros, las canciones, los muertos. El texto de la obra está escrito por Herbert Morote. La dirección es de Jorge Eines. Agradecí mucho la puesta en escena: el atrezzo y el vestuario parecían de verdad, y no elementos de cartón, como he visto en otras obras en las que escaseaba el presupuesto. A Luppi lo acompañan dos actores: Ana Labordeta y Manuel Callau. Este último, argentino, me pareció la revelación, porque aporta humor a este trío de cordura y fantasías.

domingo, febrero 17, 2008

No es país para viejos


Cartel español de la película de la que hablo abajo, o en link directo: aquí.