lunes, septiembre 28, 2020

La lección de música, de Pascal Quignard

 


¿A qué se llama muda en el ser humano? La muda se produce a los trece o catorce años en los muchachos y entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y cinco años en las mujeres, de una forma más o menos apreciable. Podemos definir la muda masculina de la siguiente forma: enfermedad sonora que sólo cura con la castración; ligada al desarrollo de los genitales, la muda está en relación con la amenaza que pesa sobre éstos.

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Las mujeres se perpetúan y mueren en el soprano, su voz es un reinado, un sol que no muere. Los hombres pierden su voz de niño, son los seres con dos voces, una suerte de canto a dos voces. Se les puede definir a partir de la pubertad como humanos a los que la voz ha abandonado en forma de muda. En ellos, la infancia, el “no-lenguaje”, y lo real son la vestimenta de una serpiente.

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A las mujeres la voz les es fiel, a los hombres la voz les es infiel. Un destino biológico los ha sometido, en el mismo seno de su voz, a ser traicionados. Les ha impuesto ser abandonados. Les ha impuesto mudar. Les ha impuesto cambiar.

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Durante los años 1726, 1727 y 1728,
[Marin Marais] prácticamente había dejado de hablar. Como los viejos que, para justificar la muerte o para soportar la proximidad cada vez más acuciante y temible de su fin, levantan a manos llenas mil motivos de odio al mundo, que dejan en contra de su voluntad, pretendía haber susurrado un canto a unos oídos que ya no se inscribían en faz alguna; que, sin que supiera cómo, era cual poeta que escribiera versos en una lengua de un pueblo que hubiese sido diezmado en una noche; que el arte de la viola había conocido su más elevado estadio cuando el público cesó de prestarle atención; que había escrito sobre el agua, a contracorriente, en el movimiento imposible que va incesantemente de nuevo hacia la fuente.

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El tiempo tiene tres dimensiones. La voz de los hombres tiene dos estaciones; luego, la voz de los hombres se abisma, se hunde de una sola vez en el silencio. Dios es eterno; era niño; era soprano; no conocía aún el lenguaje; era Dios, estaba en un pesebre, y llegaron ellos, se les llamaba los reyes magos, eran tres, ofrecieron al joven dios el pasado para echar de menos, de manera que sufriese, el futuro para desear, de manera que sufriese, el presente para ser abrumado por uno y otro, de manera que sufriese.

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La primera muda es el nacimiento. Aquel que nace se libera, como puede, de un despojo que sobrevive. La voz de los hombres conoce dos caídas. Su infancia, como el spolium, el madero caído, la piel, el vellón, la vestimenta, el botín perdidos. Es el no lenguaje de la infancia. Luego viene el canto. La voz. El libro. La sonata. La estatua.
Las voces de los hombres son sacrificadas dos veces, una en la muda y la otra en la muerte. La última no tiene experiencia. Su espacio ya no es el cuerpo, sino una sepultura. La otra muda, al final de la infancia, es el grito del propio sacrificio.
[…]

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El rostro de Chang Lien se había vuelto carmesí, y se irritó violentamente con su alumno.
-¿Qué es eso de rezar ante el sepulcro de vuestros instrumentos? ¡Los instrumentos ya son sepulcros! Tomad, pedid al intendente Fu una ligatura de sapeques e id a buscar de mi parte al restaurador. Pedidle una guitarra de tres cuerdas rota y mal que bien arreglada. Pedidle un laúd reventado y mal que bien remendado. Tomad los más simples instrumentos de música y ejercitaos de nuevo con ellos. Recordad el tiempo en que vuestra voz estaba rota. Recordad vuestra voz cuando se quebró por el recuerdo de vuestros instrumentos rotos. Vuestro laúd, de tiempos del nacimiento de los proverbios, es como una cáscara de nuez. Es preciso partirla para comer el fruto. Recordad que en la música el sonido no es el fruto.


[Editorial Funambulista. Traducción de Ascensión Cuesta]

Falling: otros 2 carteles

 



Old: primer cartel

 


Cartel de Sound of Metal

 


jueves, septiembre 24, 2020

Letra muerta, de Linda Lê

 

 

Soy como esos hijos que llevan a su madre enferma hasta una cima, la dejan morir allí y se vuelven solos, pero allá donde vayan sienten el peso de la madre muerta en sus espaldas, el aliento de la madre muerta sobre el cuello, las manos de la madre muerta cogiendo sus hombros.

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Mientras el padre vive, sus palabras nos llegan amortiguadas. Mientras el padre vive, sus palabras no matan. Y ahora que han dejado de llegar esas cartas, ahora que sujeto entre mis manos las hojas del archivo de mi padre, me parece oír que de esas páginas se alza una voz que me juzga, me condena. Murió solo, vivió solo. Su soledad me acusa.

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¿Qué siente un hombre cuando tiene la certeza de que va a irse en muy poco tiempo? ¿Deforma su rostro la mueca del miedo? ¿Intenta retener la vida con las manos? ¿Establece el balance de una existencia donde no hubo otra cosa que sufrimiento y espera? ¿Se levanta cada mañana con ese miedo lacerándole el vientre?

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No hay espectáculo más triste que una joven al borde de una tumba mientras rumia sus pérdidas. Imagínala, Sirio: mira cómo dobla la cabeza, sus rodillas flaquean, sus ojos están secos, su corazón anegado por las lágrimas. Fue arrancada de la vida sin haberla entregado aún a la muerte.



[Akal Ediciones. Traducción de Daniel Sarasola]

Juliette Gréco (1927 - 2020)​

 


Savage: 2 carteles



 

Winston Groom (1943 - 2020)​

 


Cartel de Nocturne

 


Michael Lonsdale (1931 - 2020)​

 


En Aleteia: 80 años del Pinocho de Walt Disney

 

Aquí

Once Upon a River: primer cartel

 


Cartel de Supernova

 


Gerardo Vera (1947 - 2020)​

 


En Aleteia: sobre La Trilogía de Bill & Ted

 

 

Aquí

Cartel de The Projectionist

 


Michael Chapman (1935 - 2020)

 


jueves, septiembre 17, 2020

El club, de Leonard Michaels

 

 

Las mujeres querían hablar de ira, de identidad, de política, etcétera. Por Berkeley veía anuncios que las animaban a unirse a grupos. Veía a sus líderes en televisión. Rostros fuertes, articulados. Así que, cuando Cavanaugh me llamó y me invitó a unirme a un club de hombres, me reí. Despacio, sin reírse, lo repitió. Medía más de dos metros. Su altura y peso impregnaban su voz. Él y unos amigos querían montar un club.
-Una oportunidad para socializar de forma regular fuera de nuestros trabajos y matrimonios. Nada que ver con los grupos de mujeres.

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Por miserable que suene, cualquier oportunidad de socializar que no tuviera que ver con mujer, hijos, casa y trabajo parecía una forma de adulterio. No era un crimen. Pero tampoco legítimo.

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Clubes de hombres. Grupos de mujeres. Sugerían trastornos irremediables. Pensé en Sócrates: en cómo los chicos, y no su mujer, lo adoraban. Y en Karl Marx yendo por ahí con Engels mientras Jenny se quedaba en casa con los niños. Quizá a los hombres les iba el ocio más que a las mujeres. Un club de hombres, comparado con uno de mujeres, era ocio. Frívolo; casi un insulto. Dejaba fuera a las mujeres. Pero estaba dándole demasiadas vueltas. Un club de hombres no excluía a las mujeres. Tampoco excluía a los canguros. Solo incluía a los hombres. Me lo imaginé explicándole esto a Sarah. “Verás, a los hombres les encanta el ocio”. No sonaba convincente.

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Volví a pensar en las mujeres. Ira, identidad, política, derechos, injusticias. Las envidiaba. Parecía interesante formar parte de un colectivo en desventaja de nuestra sociedad. Las desventajas te dan algo por lo que luchar, te hacen moralmente superior, te dan seriedad. ¿Qué nos quedaba a los hombres hoy día? Ya lo tenían todo. ¿Necesitaban clubes? La mera visión de dos hombres juntos sugiere un club.

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-Hasta ahora –dije–, he escuchado tres historias sobre lo mismo. Cavanaugh lo llama amor. Yo lo llamo historias sobre la otra mujer. Con esto me refiero a la mujer que no es tu esposa. A vosotros solo os resulta interesante la otra. Si antes no hubiera una esposa, no podría haber otra mujer.
[…]

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-¿Quiere hablar contigo? –pregunté.
-Soy médico. Incluso en las fiestas la gente se acerca a pedirme opinión. “Terry, no debería hablar de asuntos profesionales en estas circunstancias, pero mi tía Sophie tiene una verruga en el culo. Quiere que lo sepas”.
-¿Y qué pasa con Nicki? Estaba llorando al teléfono –dijo Kramer.
-Siempre hace lo mismo. La historia de Marilyn me ha recordado a una pelea que tuvimos cuando estaba en la facultad de Medicina de Montreal. Vivíamos en un piso de dos habitaciones encima de una tienda de alimentación. Fue un sábado por la mañana. Estaba estudiando en la mesa de la cocina. ¿Puedo contar esta historia?
-Solo si es deprimente –dijo Berliner.

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-
[…] La forma en que las relaciones entre las personas fracasan, cualquiera pensaría que se juntan para separarse y tener algo de qué hablar después. No hay nada que decir sobre una relación que va bien, ¿no? ¿Quién querría escucharlo? En cuanto al matrimonio, es una naturaleza muerta. Como esta mesa con platos y copas. No se mueve. Te encuentras con un viejo amigo, le das la mano y dices: “¿Qué tal?”. Él dice: “Me casé el mes pasado”. Se te rompe el corazón. Pobre chico. No solo no pasa nada, sino que pronto será un desgraciado. “Genial”, dices. Ya te mueres por librarte de él. No es que no te caiga bien, pero es horrible estar ahí mintiendo…, es decir, incapaz de contarle realmente qué es de tu vida. Que tienes seis relaciones, planeas un viaje a Roma y acabas de comprarte un nuevo Porsche. Él quiere que vayas a cenar y conocer a su mujer, pero no sabes cuándo. Lo llamarás, dices. Él te suplica que no te olvides. Lo prometes, pero no vas a llamar nunca. Nunca. Antes llamarías a la morgue de la ciudad. […]


[Malas Tierras. Traducción de Nicolás Cañete]

The Devil Has a Name: 2 carteles

 



Cartel de The Water Man

 


martes, septiembre 15, 2020

Una obra maestra, de Charles Willeford



-James –dijo muy serio–, sé mucho más de usted de lo que piensa. Rara vez se me escapa uno de sus artículos de crítica y creo que escribe de arte con gran conocimiento y agudeza.
-Gracias.
-Le estoy siendo franco, James. No soy de los que se prodigan en elogios. Un crítico de segunda no se los merece y uno de primera no los necesita. En mi opinión, va usted camino de convertirse en uno de los mejores críticos jóvenes del país. Y por lo que he podido averiguar, es lo bastante ambicioso como para llegar a ser el mejor.

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-[…] A cambio de la entrevista, quiero que robe un cuadro para mí.
Solté una carcajada.
-Y después de robarlo, lo único que tengo que hacer es traérmelo de Francia, ¿no?
-Se equivoca. Y no voy a decirle nada más hasta que se comprometa a hacerlo. Sí o no. A cambio de la entrevista, le robará un cuadro a Debierue y me lo dará a mí. Si no hay cuadro, no hay entrevista. Piénselo.
-¿Hipotéticamente?
-No, nada de hipotéticamente. En realidad.

El papel del coleccionista es casi tan importante para la cultura mundial como el del crítico. Sin los coleccionistas apenas se produciría arte en este mundo, y sin los críticos, los coleccionistas no sabrían qué coleccionar. Ni siquiera los coleccionistas conocedores del arte se la jugarían sin la confirmación de un crítico. Coleccionistas y críticos mantienen esa incómoda relación simbiótica. Y los artistas, esos pobres cabrones, que están en medio, se morirían de hambre sin nosotros.

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Un artista creativo no pinta nada delante un atril de conferenciante, y esto es aplicable a los poetas y a los novelistas tanto como a los pintores.

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Cualquier artista verdaderamente radical con ideas originales que viva lo suficiente no solo será aceptado por el mundo en general, sino que será admirado, incluso reverenciado, por su perseverancia, también por las personas que detesten todo cuanto representa.


[RBA Libros. Traducción de Pilar de la Peña Minguell]

The Devil All the Time: nuevo cartel



Trailer de No Time to Die






Jiří Menzel (1938 - 2020​)


Cartel de Rifkin's Festival


Trailer de Dune



Diana Rigg (1938 - 2020)


Cartel de The Glorias


Próximamente: El silencio



De Don DeLillo. En Seix Barral.

Cartel de Rebecca


Trailer de Relic






Cartel de The Prom


The Trial of the Chicago 7: primer cartel