lunes, diciembre 22, 2008

Arturo Belano & Ulises Lima

Hace diez años, aún deslumbrado por los relatos de “Llamadas telefónicas” de Roberto Bolaño, tomé prestada de la biblioteca su, por entonces, nueva novela: “Los detectives salvajes”. No sé qué esperaba encontrar, pero a las pocas páginas abandoné la lectura. En esa ocasión me aburrí porque cada libro tiene su momento en la vida del lector, y creo que entonces no estaba preparado para las seiscientas páginas de este monumental texto, que ha marcado la literatura contemporánea. Desde entonces he vuelto a Bolaño: artículos, relatos, conferencias, ensayos sobre el autor y su obra, repleta de guiños, claves y recovecos. Esas lecturas, y los regalos y las recomendaciones de algunos amigos, me empujaron a comprar “Los detectives…” y “2666”.
“Los detectives salvajes” comienza despistando al lector, con el diario de un adolescente de México DF que conoce a Arturo Belano y a Ulises Lima, quienes quieren revitalizar el real visceralismo y encontrar las huellas de su fundadora, la poeta Cesárea Tinajero. Juan García Madero, el narrador, es invitado a formar parte de este movimiento vanguardista. Su diario, “Mexicanos perdidos en México (1975)”, tras abarcar los dos últimos meses de dicho año en ciento cuarenta páginas, es interrumpido por la segunda parte de la novela, “Los detectives salvajes (1976-1996)”, un recorrido alucinante por distintos países y sucesos históricos en el que más de cincuenta personajes hablan de Belano y Lima y lo que les ocurrió a su regreso de Sonora y cada personaje, también, habla de su propia vida. La gran mayoría de hombres y mujeres que prestan voz a la historia, fragmentaria y maestra, son poetas o están de un modo u otro vinculados a la literatura. O se dedican profesionalmente a la poesía o, en alguna época de sus vidas, intentaron escribir poemas. Una de las grandes virtudes de Bolaño en esta segunda parte (unas cuatrocientas páginas) es que logra que nos interese el ritmo errático de Belano y Lima, a la vez que mantiene el suspense sobre lo que ocurrió a principios del 76, cuando fueron al desierto en busca de Cesárea, algo que sólo un par de personajes saben: entre ellos, García Madero. Tras recorrer ciudades de México, Estados Unidos, España, Inglaterra, Francia, etcétera, y agotar los puntos de vista sobre Belano y Lima, que nunca cuentan su versión, “Los desiertos de Sonora (1976)”, la última parte, nos devuelve al punto esencial: el diario sobre la búsqueda de Tinajero, en la que participan como testigos García Madero y una mujer llamada Lupe. Es decir: los hechos que suceden a principios del 76, antes de que los dos protagonistas se transformen para siempre, y que hasta entonces nos han hurtado.
Como en “Rayuela”, sin embargo, el lector podría escrutar primero el índice y leer en sentido cronológico la historia. Pero perdería su encanto, como lo perderían otras narraciones fragmentarias si las alterásemos (“Pulp Fiction”, “Memento”). La novela es tan extraordinaria que sus sentidos y sus enigmas y sus posibilidades son inagotables. Bolaño conecta sus historias encadenadas con otros libros suyos: ya se encuentran aquí alusiones a “2666”, que leeré dentro de unos meses. La última imagen enigmática con la que concluye el libro nos ha sido ofrecida unas páginas antes por uno de los narradores: “(…) me miró como si yo estuviese detrás de una ventana”. Pero sobre todo me estremece porque habla de los poetas y su rumbo, de cómo se extravían (“…todos los poetas alguna vez se pierden…”). Y es, como se ha escrito ya, en sus enigmas, en sus elipsis, en sus silencios, en su falta de respuestas, donde encontramos el poder fascinante de este libro de prosa poética e hipnótica. Obra maestra.