lunes, agosto 24, 2020

Ensayo sobre el día logrado, de Peter Handke



Caía una fina lluvia, en forma de husos, como si ella misma se alegrara del acontecimiento. Y luego, en plena tarde, justo aquel viaje en tren, en torno a París, fuera de la ciudad, por encima de ella, primero hacia el este, luego, trazando un arco, hacia el norte, y otra vez el arco hacia el este –de modo que en un solo día dio casi la vuelta entera a la gran urbe–, donde volvió de nuevo la idea del día logrado, de una idea-de-vida que era se transformó en una idea-de-escritura.

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¿Has vivido ya un día logrado?

Todo el mundo que conozco ha vivido uno, por regla general incluso muchos. A uno le bastó sólo con que el día no se le hiciera demasiado largo. El otro decía, por ejemplo: “Estar en el puente, con el cielo sobre mi cabeza. Haberse reído por la mañana con los niños, mirar. Nada especial. Mirar da felicidad”. Y para el tercero la calle, a las afueras de la ciudad, por la cual él acababa de pasar, con las gotas de lluvia que, fuera, colgaban de la enorme llave de la cerrajería, con el hervor del bambú en la entrada de un jardín, con la tríada de las pieles de mandarinas, uvas, patatas peladas, fuera, en la repisa de una cocina, con el taxi, que estaba aparcado otra vez delante de la casa del chófer: todo esto significaba ya este “día logrado”.  


[Alianza Editorial. Traducción de Eustaquio Barjau]