martes, agosto 06, 2013

Amras, de Thomas Bernhard


La semana pasada, conversando con el escritor y crítico cinematográfico Hilario J. Rodríguez, me preguntó éste si había leído determinado libro de Thomas Bernhard. No, yo aún no lo había leído: tengo en mi biblioteca casi toda su obra (me faltan unas pocas piezas teatrales, que voy comprando poco a poco), pero no he leído toda su obra. Se sorprendió, creyendo que yo era un “bernhardiano” de pura cepa. Y lo soy. Tanto que, de momento, no leo todos sus libros para no quedarme sin lecturas de Bernhard. Con un autor vivo puedo darme el lujo de leer cada nuevo libro, porque sé que cada año o cada dos o tres años (dependiendo del autor en cuestión) publicará una novedad. Con los autores muertos, mis autores de cabecera (por mencionar unos cuantos: Céline, Ballard, Fante, Beckett, Chandler, Burroughs, el propio Bernhard…), procuro siempre dejar una o varias obras sin leer para poder regresar a ellos cuando quiera. O, mejor aún, cuando lo necesite. Y ésa es la respuesta: por eso aplazo la lectura de muchos libros de Bernhard.

Amras tiene una estructura más bien atípica dentro de la bibliografía de Bernhard. Aquí no hay un único párrafo sin puntos y aparte. No hay una única voz, sino varias voces: las de dos hermanos que narran su aproximación hacia la locura y su aislamiento en un valle mediante cartas, relatos en primera persona, pensamientos sueltos… Como siempre, el argumento es lo de menos. Lo importante es el dominio del autor, su ritmo musical, y esa angustia vital y ese desasosiego que son sus señas de identidad. Estremecedor, impactante, plagado de hechizos en cada página... y comienza así: 

Después del suicidio de nuestros padres estuvimos encerrados dos meses y medio en la torre, en ese monumento característico de nuestro arrabal de Amras, al que sólo puede accederse a través del gran manzanar, hace unos años propiedad aún de nuestro padre, que asciende en dirección sur hacia el Urgestein.
Esa torre perteneciente a nuestro tío fue para nosotros, en esos dos meses y medio, un refugio que nos protegía de la intromisión de los hombres, que nos guardaba y escondía de las miradas de un mundo que sólo actúa y comprende siempre a partir del mal.


[Alianza Editorial. Traducción de Miguel Sáenz]