viernes, julio 09, 2010

Principiantes, de Raymond Carver




Me he sentido extraño leyendo este libro de cuentos, la versión primigenia y sin pulir de De qué hablamos cuando hablamos de amor, antes de pasar por las correcciones de Gordon Lish. Ha sido como ver en dvd una de esas películas extendidas que, ahora, y merced a los esfuerzos del director para recuperar lo eliminado en el montaje, duran una hora más.

Las sensaciones durante la lectura, ya digo, han sido extrañas. Porque se trata de Raymond Carver (ahí laten esas historias que tantos conocemos y que yo había releído varias veces, ahí están esas frases que yo había anotado antaño y que ahora son más largas, ahí reside su hatajo de perdedores con problemas conyugales y monetarios, casi siempre alcoholizados y en vías de desintoxicación), pero es un Raymond Carver sin pulir, sin acabar, menos contenido, con tramas que se bifurcan y muchas más palabras. Lo que hizo Lish fue quitarle lo justo para que estos cuentos tuvieran misterio. Ahora, en esta versión sin alterar, resultan menos sórdidos, menos provocadores, menos misteriosos. Se entienden mejor las historias. Pero se echa de menos el laconismo narrativo del Carver que siempre hemos conocido. Si, como dije, prefiero la versión sin cortes del On the Road de Jack Kerouac (el llamado “rollo original”), no sucede lo mismo con esta edición: me quedo con el manuscrito que ya conocíamos. También cambian los títulos. No me arrepiento de la lectura: he vuelto a paladear esas historias, la de la pareja acosada por un pastelero mientras su hijo está en coma en el hospital, la del visitante con ganchos en vez de manos, la de los hombres que van a pescar y encuentran un cadáver en el río, la del tipo que escucha una discusión mientras le cortan el pelo… El germen ya estaba ahí. Sólo le sobraban palabras. Muchas palabras. Un trozo:

La bebida es extraña. Cuando miro hacia atrás y pienso en ello, veo que todas las decisiones importantes las hemos tomado bebiendo. Hasta cuando hablábamos de la necesidad de beber menos lo hacíamos sentados en la cocina o en una mesita de picnic, en el parque, delante de un cartón de seis latas de cerveza o de una botella de whisky. Cuando decidimos aceptar el trabajo y mudarnos a este motel, dejando nuestra ciudad, a nuestros amigos y parientes, todo, nos pasamos la noche bebiendo y charlando, sopesando los pros y los contras, emborrachándonos mientras lo pensábamos. Pero solíamos ser capaces de controlar la situación. Y esta mañana, cuando Holly sugiere que necesitamos tener una charla seria sobre nuestras vidas, lo primero que hago antes de cerrar la oficina de recepción e irnos arriba es correr a la tienda de licores para comprar una botella de Teacher’s.


[Traducción de Jesús Zulaika]