Atravesábamos la Calle de Mira el Sol. Había una gitana vieja, con pañuelo negro y todo el atavío, junto a un portal. Muy educada, preguntó si podíamos ayudarla. En un papel tenía escrita una dirección. Pudo llegar hasta allí, pero era incapaz de reconocer el número. “No sé leer”, nos dijo. No sabía reconocer el número. Apretamos el botón por ella. Le dijimos: “Mire, es éste”. Sonriendo, respondió: “Gracias, guapos”. Según nos alejábamos no podíamos dejar de pensar en ella. En su indefensión. En la manera en que no saber leer te condiciona en todo. Para empezar, porque eres víctima de los extravíos. Y también porque no puedes descifrar la piel de las ciudades.
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