No me gusta ser desconfiado cuando me cobran en un sitio. Pero he aprendido a mirar el recibo con lupa. Una mañana compré un par de libros en la librería del barrio. Me iban a cobrar tres euros de más. Me di cuenta a tiempo. La noche antes, tras una cena en un restaurante noruego de Huertas, nos fijamos en la factura: nos habían colado de rondón una botella de agua de dos euros con cincuenta céntimos. Tras subsanar el error, esa fue precisamente la propina que dejamos. El verano pasado, en un restaurante de Gijón, al comprobar el recibo uno de mis amigos advirtió que nos habían colado una bandeja de langostinos que no habíamos pedido. Lo subsanamos a tiempo. Y, así, todos los días.
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