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El autor está dotado de habilidad para hurgar en las miserias de los habitantes de los barrios residenciales, donde por fuera todo es perfecto. Por dentro, sin embargo, se multiplican los secretos: Todd, un padre que no logra aprobar el examen final de Derecho y que ha perdido pasión en su matrimonio y encuentra un alivio en la infidelidad; Sarah, también harta de su pareja y del papel de madraza y que se lía con el anterior; Richard, el marido de Sarah, que encarga las bragas de una pin-up de internet para masturbarse con ellas; Larry, un ex policía torturado, a quien retiraron la placa porque mató a un chico que empuñaba una pistola de juguete; Mary Ann, una vecina hipócrita que sólo echa un polvo con su marido los martes por la noche; Ronnie, un pedófilo que acaba de salir de la cárcel y a quien los vecinos repudian por ser el primer sospechoso de la desparición de una niña. Hay más personajes, aunque un par de ellos no aparecen en la película.
La adaptación es fiel, a pesar de ciertos cambios. Si el filme contenía un final desgarrador y cerrado, en la novela todo queda más abierto, ambiguo y los personajes resultan ser más culpables de lo que parecen.