sábado, julio 18, 2009

Puntos de venta


Algunas personas me han preguntado dónde se puede conseguir No hay camino al paraíso, así que lo repetiré. Puede pedirse a la editorial, a este mail: editorial@yalodijocasimiroparker.es; o puede encontrarse en alguno de los siguientes puntos de venta:
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Arrebato libros.
Calle Palma 21. Madrid

Asociación Cultural PiPo.
Travesía de la Primavera, 6. Madrid

El Bandido Doblemente Armado.
Calle Apodaca 3. Madrid

Librería Blanco.
C/Conde de Peñalver 76. Madrid

La buena vida.
Calle Vergara 10. Madrid

Bukowski Club.
Calle San Vicente Ferrer 25. Madrid

Librería Clandestina.
Calle Palma 49. Madrid

Fuentetaja.
C/ San Bernardo 35. Madrid

Madriz.
Calle Amaniel 12. Madrid

Reno.
Calle Monteleón 14. Madrid

La Tarde Libros.
Calle Ruiz 15. Madrid

Traficantes de Sueños.
Calle Embajadores 35, local 6. Madrid

Tres Rosas Amarillas.
Calle San Vicente Ferrer 34. Madrid

Librería Liberarte.
Plaza irlandeses 14.
Alcalá de Henares (Madrid).

Café Ávalon.
Calle San Ándrés 17. Zamora

Librería Semuret.
Calle Ramos Carrión 21. Zamora

Librería Miguel Núñez.
Calle Amargura 11. Zamora

Librería Primado.
Avda. Primado Reig 102. Valencia

El pequeño teatro de los libros.
Calle Silvestre Pérez 21 (Las Fuentes). Zaragoza

Librería Tramontana.
Calle Santiago Rusiñol 5. Sitges

Librería Paradiso.
Calle Merced 28. Gijón

Nuevo cartel de Inglourious Basterds


Montando escenarios

El techo del escenario que estaban montando para el concierto de Madonna en Marsella se desplomó el otro día, causando unos cuantos muertos y heridos. Los muertos y heridos fueron, como siempre, personas anónimas, quiero decir no famosas. Obreros, empleados que se encargaban del ensamblaje de piezas. No es la primera vez que esto ocurre, ni por desgracia será la última. Bien, los músicos aportan el talento, el arte, son los que hacen que los engranajes funcionen y la gente acuda a los conciertos y todos salgamos ganando si tocan bien, pero nada de eso sería posible sin los técnicos ni el resto del personal que trabaja en la sombra, entre bambalinas. El bailarín de claquet no danzaría igual sin el calzado hecho por el zapatero, el director de cine no podría rodar sin la banda de especialistas en luz, sonido, vestuario o efectos especiales que tiene detrás, los libros que se publican no serían los mismos sin los correctores que se dejan las pestañas analizando con lupa los posibles fallos y erratas, en los periódicos es necesario el trabajo constante de las teclistas… Y podríamos seguir, llenando páginas y páginas. Quiere decirse que el arte es, para mí, lo más importante. Pero sin quienes curran en la sombra, quienes levantan los cimientos y los sostienen para que todo gire a la perfección, no habría arte o no sería lo mismo. Siempre se les pagará menos y nunca se harán famosos, pero como digo son necesarios.
Es el caso de quienes montan los escenarios para que los músicos toquen en distintas ciudades y pueblos. Cuando voy a los conciertos, en el rato de la espera, allí, mientras aguardo en pie delante del escenario, los veo aún moverse y trabajar. Algunos se encaraman arriba del todo, sujetos por un cable, para supervisar los últimos retoques o para manejar los focos, y se juegan la vida. Algunos la han palmado al caerse desde allí. No es raro que se les caiga encima del pie un bafle o que se tricen los dedos con las barras de acero que sacan de los camiones.
Cuando vivía en Zamora y aún no colaboraba con este periódico, un colega y yo nos apuntamos a una empresa de trabajo temporal. A él lo llamaron más veces, quizá porque se dieron cuenta de mis nulas capacidades para cualquier cosa que me aleje de un teclado. Y en algunas de esas ocasiones trabajó montando los escenarios para los conciertos que se celebraban en la ciudad, en fiestas. Quedábamos después de su jornada y el tío volvía literalmente reventado. Es un trabajo duro, muy duro, con pocas compensaciones, me parece a mí. Vuelves a casa, a diario, como un personaje torturado de Raymond Carver o Charles Bukowski: con cortes y pequeñas heridas en las manos, a pesar de los guantes; con dolor de riñones; tal vez con el cogote quemado por currar al sol; con el cuerpo molido. Mi colega acababa destrozado, ya digo. Solía pasar muchas horas sacando hierros, ensamblándolos y acarreando peso de aquí para allá. Eso, sin contar lo de estar por las alturas (recordemos, a este respecto, a quienes murieron en el Vicente Calderón hace un par de años: desmontaban el escenario donde habían tocado The Rolling Stones y cayeron desde una altura de diez metros). Una casa no sirve de nada sin los cimientos, sin la base que soporta el peso, y los escenarios necesitan a estos trabajadores, que son quienes ponen esos mismos cimientos, quienes en definitiva hacen el trabajo sucio para que nosotros disfrutemos de la música y los cantantes cobren su parte. En aquel caso, el de los Stones, se acusó a “la maraña de empresas subcontratadas” (El Diario Montañés). Algo huele a podrido en Dinamarca cuando estos accidentes siguen ocurriendo.

viernes, julio 17, 2009

El simple arte de matar, de Raymond Chandler


Breve ensayo (en edición bilingüe y con introducción de Manuel González de la Aleja) en el que Chandler, con su habitual agudeza, analiza las novelas de crimen y misterio y detectives duros, y del que cuelgo un par de fragmentos donde comprobamos su lucidez:
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En la actualidad abunda ese tipo de hipocresía social y emocional. Añádase una dosis generosa de presunción intelectual y se obtendrá el tono de la página de crítica literaria del periódico y del ambiente serio y fatuo que se respira en las tertulias literarias. Ésta es la gente que genera “best-sellers”, que son unos trabajos de promoción basados en una especie de atracción indirecta esnob, cuidadosamente acompañados de los certificados reglamentarios de la cofradía de los críticos, y amorosamente cultivados y regados por ciertos grupos de presión con demasiado poder cuyo negocio es la venta de libros, aunque a ellos les gustaría hacer creer que fomentan la cultura. Retrásese un poquito en sus pagos y verá lo idealistas que son.
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Hammett escribió al principio (y casi hasta el final) para gente con una actitud agresiva y fuerte ante la vida. No tenían miedo del lado sórdido de las cosas; vivían allí. La violencia no les molestaba; estaba en su propia calle. Hammett devolvió el asesinato al tipo de gente que lo comete por algún motivo, no simplemente para proporcionar un cadáver; y que usan los medios que tienen a mano, no pistolas de duelo cinceladas, curare o peces tropicales. Puso a estas personas sobre el papel tal como eran, y les hizo hablar y pensar en el lenguaje que solían usar en esas situaciones.

Fantastic Mr. Fox: primeras fotos



Una buena noticia para los admiradores de Wes Anderson, entre los que me incluyo: ya se pueden ver las primeras imágenes de su nueva película, Fantastic Mr. Fox, una cinta de animación basada en la novela de Roald Dahl (traducida en España como El Superzorro). Cuenta con las voces de George Clooney, Meryl Streep, Bill Murray, Owen Wilson, Willem Dafoe, Jason Schwartzman, Michael Gambon, Brian Cox y Adrien Brody, entre otros.

Carrer de Colom

No hay que desanimarse si las cosas
no resultan del modo apetecido.

Alguien con mi fracaso obtendrá su éxito.
Es el raro equilibrio de la vida.
No hay que desesperarse por lo tanto.

Debe felicitarse al ganador
y explorar nuevos sitios concurridos.

Los bares y espectáculos nocturnos
son cual colmenas donde las abejas
depositan su miel lograda afuera.

La suerte es indudable que me aguarda
en un lugar que ignoro. Estoy alerta.

Y no me desanimo. Hay muchas calles
que recorrer y actividades múltiples
que no experimenté. En cualquiera de ellas

un mal es siempre un bien para otro. Un día
el mal de otro será un bien para mí.


José María Fonollosa, Ciudad del hombre: Barcelona

Cartel de It Might Get Loud


Estación de servicio

Una gasolinera a mitad de camino, en dirección hacia Zamora. Paramos a repostar. Al salir del coche veo poca gente (no falta mucho para la hora de comer). Sólo se oye la radio, el sonido de la misma sale por los altavoces exteriores de la estación de servicio. No está a demasiado volumen. Hace calor. Ese silencio de mediodía, roto por el motor de algún vehículo lejano pasando por el otro lado de la autopista y por la radio, sintonizada en una emisora en la que pinchan canciones lentas, no es muy distinto de lo que yo entiendo por el sosiego de las piscinas en algunos días de verano. Quiero decir: que la impresión, al salir del coche, no es muy distinta a la que uno tenía a la hora de comer el bocadillo, cuando pasaba el día entero en la piscina. Esa hora tranquila en la que suele haber, como mucho, un chiquillo en el agua. El resto de los bañistas suele estar echando la siesta o terminando de comer. Porque eso es lo que siempre le llegaba a uno, en esas horas: el sonido de una radio, a no demasiado volumen. La radio de la cafetería, o la radio del bar, o la radio de los vestuarios, dependiendo de la piscina. Nadie escuchaba las canciones y al final se convertía en un agradable ruido de fondo, como cuando estamos en casa, solos, y nos da por poner la televisión para que haya una especie de música de ambiente.
Camino hasta la estación de servicio a comprar algo. En un minuto, justo desde que bajé del coche, y gracias a esa radio que se escucha de fondo, me he ido al tiempo de mediodía de las piscinas. Pero aquí no hay agua, no hay piscinas, únicamente un calor terrible que anuncia lo que encontraré en la ciudad. Observo a quienes despachan cafés y comidas tras la barra de la cafetería, y a quienes lo hacen tras el mostrador en el que cobran la gasolina, los periódicos y los refrescos. Me pregunto cómo se sentirán trabajando en los lugares de paso. En estos sitios a los que nadie llega para quedarse. Todos vienen y van, paran unos minutos y prosiguen su camino. Tal vez esos trabajadores tengan una sensación de movilidad, de acción, como si continuamente estuvieran ocurriendo cosas, cuando lo cierto es que sólo hay gente que entra y sale, que va y viene. Aparte de ellos, todo sigue igual.
Las estaciones de servicio, por lo general y según a qué horas del día o de la noche, parecen sitios siniestros. Unas semanas atrás, camino de Valencia, paramos en una gasolinera desierta. Era ya entrada la noche y sólo había un par de camiones aparcados por allí; tal vez sus dueños estaban durmiendo en las cabinas. Ni siquiera sonaba una radio y apenas pasaban coches por la carretera. El conjunto transmitía cierta desolación. Me acuerdo de pensar, en ese momento, en una película que da bastante mal rollo, que deja una sensación de angustia desde el principio: “Desaparecida” (“The Vanishing”). Me refiero al remake americano que hizo el director George Sluizer de su propia película. Con Kiefer Sutherland y Jeff Bridges. Al principio, una pareja (Sutherland y Sandra Bullock) llega a una estación de servicio. La chica entra a comprar y desaparece. Él la busca por los alrededores, sin encontrarla. Años después continúa su búsqueda, consciente de que alguien puede haberla secuestrado. Enseña su foto a la gente, pregunta, indaga. Y así va pasando el tiempo, mientras empieza a aceptar que quizá ella esté muerta. Ese filme recordaba muchos casos reales de gente desaparecida. De gente secuestrada por perturbados y por asesinos en serie. El personaje de Sutherland afrontaba una búsqueda desesperante por eso mismo: porque los posibles testigos estuvieron de paso.

jueves, julio 16, 2009

Revista Groenlandia. Nº 5


Número de agosto en el que participo con dos poemas y un microrrelato, junto a un puñado de buenos colegas como David González, El Kebran, Gsús Bonilla, Ana Patricia Moya o Pepe Pereza. La revista, aquí. El presente número se puede descargar en este otro link. Gracias, Ana.

La dama del lago, de Raymond Chandler


Para mí, y creo que para muchos lectores, Raymond Chandler es el número 1 en la novela negra, seguido a muy poca distancia por Dashiell Hammett. Destacan sus diálogos, sus descripciones, los enredos que tiene que resolver el detective y narrador y cierta amargura de éste ante la vida. En La dama del lago, un empresario encarga a Philip Marlowe que busque a su mujer. En cuanto Marlowe tira del hilo, se empieza a mezlcar con mujeres fatales, polis de pueblo, tipos duros y agentes corruptos que no dudan en darle algún repaso. Marlowe es especialista en cabrearlos a todos. Como en el siguiente diálogo con un hombre al que interroga acerca de la desaparición de dos mujeres:
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-¡Váyase al demonio! -me dijo sin dejar de fruncir el entrecejo.
-Bueno, me iré al demonio, pero dígame, ¿cree que hay alguna posibilidad de que su mujer y la señora Kingsley se fueran juntas?
-No le entiendo.
-Es posible que mientras usted ahogaba sus penas ellas dos tuvieran una discusión, que luego se reconciliaran y lloraran la una en el hombro de la otra. Es posible también que la señora Kingsley llevara a Muriel a algún sitio. En algún coche tuvo que irse, ¿no?
Era una tontería, pero él se la tomó muy en serio.
-No, Muriel no es de las que lloran en el hombro de nadie. La hicieron incapaz de llorar. Y si le hubiera dado por hacerlo, no lo habría hecho en el hombro de esa zorra. En cuanto a lo del coche, ella tiene su Ford. No puede conducir el mío porque tiene cambiados los pedales por lo de mi pierna.
-Ha sido sólo una idea que se me ha pasado por la cabeza.
-Pues si se le pasa alguna más como ésa, déjela que siga su camino.
-Para ser un tipo que abre el corazón al primer desconocido que llega -le dije-, es usted la mar de susceptible.
Dio un paso hacia mí.
-¿Quiere ver lo susceptible que soy?
-Oiga, amigo -le dije-, estoy haciendo todo lo posible por convencerme de que es fundamentalmente una buena persona. Ayúdeme un poco, ¿quiere?

Cartel de An Education


Con guión original del escritor Nick Hornby.

John Fogerty

Este lunes, John Fogerty tocó en Madrid con su banda. En el Teatro Conde Duque de la Casa de Campo, ante un público entregadísimo que agotó las entradas. Para quien no lo recuerde, John Fogerty fue el líder de una de las mejores bandas de rock de la historia, a mi entender: Creedence Clearwater Revival. El primer disco que escuché de este grupo fue el célebre “Cosmo’s Factory”, uno de sus más recordados y competentes trabajos. Creo que los de mi generación descubrimos a Creedence gracias a los discos que tenían nuestros padres. La banda se disolvió cuando yo estaba a punto de nacer. La portada del vinilo del “Factory” llamaba la atención: un grupo de tipos con barbas y melenas, muy a lo hippie, rodeados por un equipo de música. Uno de ellos estaba montado en una bicicleta de carreras. No sé cuántos años tendría cuando lo oí por primera vez, supongo que era un adolescente. Pero cuando lo puse en el plato y la aguja se colocó en el primer surco, en el rompedor tema “Ramble Tamble”, chico, aquello fue una sacudida. Como cuando oyes por primera vez “God Save the Queen”, de Sex Pistols; o “Smell Like Teen Spirit”, de Nirvana; o “The River”, de Bruce Springsteen; o “Stairway to Heaven”, de Led Zeppelin. Después las cosas cambian. Te enamoras de las bandas que las tocan. Te obsesionas con descubrir el resto de sus trabajos. “Ramble Tamble” tiene unos siete minutos de caña; es famosa por los riffs de guitarra de Fogerty. El tercer corte es aún más rockero: “Travelin’ Band”.
Aquel disco lo pinché a menudo en el desaparecido bar de La Marina. De tanto ponerlo, los cortes sonaban ya a pan friéndose. El día anterior al concierto de Madrid estuve estudiándolo. El viejo vinilo, quiero decir. Antes de entrar al Conde Duque no estaba muy seguro de si Fogerty estaría a la altura. Quiero decir: no todos los músicos envejecen bien, algunos pierden fuelle por el camino, o la voz, o son incapaces de sacudirte como lo hicieron antaño. Pero John Fogerty tiene mecha para rato. Su directo es impresionante: rock and roll con unos toques de country. La misma voz de los setenta. Soberbios solos de guitarra. Dos horas de emoción en las que va encajando la mayoría de sus éxitos: abrió con “Hey Tonight” y ahí se ganó ya al público; tocó, por ejemplo, “Suzie Q”, “Midnight Special”, “Bad Moon Rising”, “Have You Ever Seen the Rain”, “Fortunate Son”, “Who’ll Stop the Rain”, “Born on the Bayou” o la mencionada “Ramble Tamble”, por citar unas cuantas del repertorio de la otra noche. En el bis ofrecieron una versión de “Rockin’ All Over the World” y cerraron con otro tema legendario: “Proud Mary”, con todo el público de las gradas puesto en pie y echándole una mano en los coros. Inolvidable fue el tema titulado “Joy of my Life”, una canción lenta, de amor, dedicada a su mujer.
Fogerty, aunque físicamente está un poco endeble (sospecho que se ha hecho la cirugía), musicalmente todavía es la bomba. Y además le acompaña una banda muy potente, donde casi todos los miembros son muy jóvenes y dan mucha caña. Sus canciones no sólo corresponden a una etapa de mi vida: la adolescencia y los primeros años de la juventud, sino que muchos de sus temas han aparecido en el cine y los asocio a películas famosas. Es lo que decía una de las personas con las que fui al concierto: Creedence no tuvo una canción mala. Todas son formidables. Todas fueron éxitos, reconocibles por distintas generaciones: entre el público había desde adolescentes hasta gente de la tercera edad. John Fogerty y su banda nos regalaron, en Madrid, dos horas inolvidables de auténtico rock.

miércoles, julio 15, 2009

Piedra infernal, de Malcolm Lowry


Novela corta de Malcolm Lowry, basada en sus experiencias y muy amena, en la que un hombre alcohólico que se hace llamar Bill Plantagenet pasa una temporada en un hospital psiquiátrico. Al principio cree estar en un barco. También él mismo cree ser un barco y no recuerda con exactitud su pasado. Lowry describe muy bien las alucinaciones y el delirium tremens y nos introduce de manera hábil en un entorno que recuerda a la película Alguien voló sobre el nido del cuco (aún no he leído la novela de Ken Kesey). El libro comienza así:
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Un hombre sale a primera hora de la mañana de una taberna del puerto, con el olor del mar en la nariz y una botella de whisky en el bolsillo, y se desliza ligero sobre los adoquines como un barco que se hace a la mar.
Enseguida se adentra en una tormenta, empieza a dar bordadas y trata desesperadamente de volver atrás. Ahora cualquier puerto le vendría bien.
Entra en otro bar.

Cartel de Kirot


Con Olga Kurylenko.

Sub Universidá

de fiesta
copla y olvido
entra como un ácido limón
por la puerta de los ojos

lleva un fardero carrito de compra
sin compra
reconvertido en transportavoces
sujeto por imposibles cuerdas o
cordeles
o cómo coño se llame;

la cosa es
que transporta la voz,

y una musiquilla nostálgica
y hasta popular

que se niega
a ser invisible….inaudible;

curtida por la vida
quebrada por la voz
y un careto: de no me quedan más cojones
que sobrevivir

y esa voz
que no se entiende una mierda.

los nativos que viajan en el suburbano
algunos saben idiomas

pero otros tantos
hacemos de la indiferencia
una jodida tesis.



Gsús Bonilla, Inédito

Let Me In


Visto el éxito de Déjame entrar, en USA ya preparan un remake dirigido por Matt Reeves (Cloverfield). Incluso sin haber empezado a rodar, ya han hecho estos tres carteles de arriba.

Hora de andar

El sábado me levanto con el cuerpo hundido de trasnochar en la noche zamorana y de dormir poco. Me incorporo, tomo un café y voy a coger un libro para pasar la mañana en el sofá, leyendo. Y entonces me doy cuenta: debería aprovechar mi estancia aquí para dar unos paseos. Es hora de andar. En Madrid detesto pasear porque es difícil acceder a la calma que necesito: cuando salgo por ahí, entre el tráfico, la peña que hace trapicheos, los tipos que me atosigan con su publicidad y el caos propio de la metrópoli, al final no estoy conforme, no estoy a gusto porque paseo esquivando gente. Me recomiendan que vaya al Retiro a caminar, pero para ir al Retiro tengo que tomar el metro y el metro también estresa y quita tiempo, con lo cual estamos en las mismas. La diferencia entre ambas ciudades es notable cuando salgo a la calle a andar. En Madrid salgo a hacer recados, con una meta fija: una librería, Fnac, el supermercado de El Corte Inglés. En Zamora salgo sin una meta, sólo por el placer de pasear, sin estar muy seguro de por dónde iré, aunque siempre termino por el casco antiguo.
De modo que dejo el libro a un lado y salgo a la calle. Cansado, pero contento. Es la manera perfecta, además, para encontrarse con amigos y conocidos. Llego hasta La Catedral. Mi intención es merodear por los jardines del Castillo, ver cómo lo han dejado. Pero aún hay verjas que impiden el acceso. Está cerrado. Alguien me dice que van a instalar cámaras de seguridad. Mejor. En los solares del casco antiguo veo a los gatos. Observar a un felino me proporciona mucho sosiego. Puedo pasar horas observando sus movimientos, su sutileza al desplazarse o saltar. Sergio Leone decía de Clint Eastwood que una de las razones para contratarlo en sus westerns italianos fue porque se movía como un gato. Y es cierto: en esas películas se le nota una manera de caminar que recuerda a un gato callejero paseando por una habitación llena de objetos, con esa habilidad para pasar entre ellos sin rozarlos. Vivir cerca de La Catedral es un privilegio. No tienes las molestias del centro de la ciudad, aunque carezcas de ciertos servicios: pero en Zamora las distancias son mínimas, en eso no hay problema. También doy una vuelta, en esos días, por Valorio.
Paseos matutinos y vespertinos. Sentarse en una terraza del entorno de la Plaza Mayor. A media tarde. A la sombra. Observando a los turistas hacerse las fotos de rigor. Les gusta ponerse delante del Merlú y llevarse un recuerdo para el álbum. Observando el vuelo de las cigüeñas. Y es que yo, a diario, no veo cigüeñas. El ave que veo a diario es la paloma, y la verdad es que ya me cansan. En Muchachada Nui las llaman “las ratas del aire”. Las palomas me cansan porque a veces pasan volando tan cerca que me rozan el pelo o la nariz. Porque ensucian demasiado. Porque no tienen mucho estilo de vuelo, aunque John Woo crea que sí y las meta siempre en sus películas de acción. Para mí la cigüeña simboliza, en cierto modo, la esperanza; quizá por el cuento que nos vendían de niños: lo de la cigüeña trayendo en su pico a los bebés. Por la noche cenamos entre amigos, en buena compañía, disfrutando de una velada casera; también veo cigüeñas por la ventana, volando hacia la parte vieja de la ciudad. Durante la cena, recordamos que en “Conan, el bárbaro” hablan de una ciudad llamada Zamora. Difícil de creer, pero cierto. A mí me gusta ese filme y siempre me ha fascinado la imaginación de los encargados del casting: convirtieron a William Smith (el legendario Falconetti) y a Nadiuska en los padres del joven Conan, que era Jorge Sanz, quien al crecer se convertía en Arnold Schwarzenegger. Puro delirio.

martes, julio 14, 2009

Reinventando carteles clásicos






En esta web pueden verse varios carteles de películas clásicas, reinventados por la TCM con motivo de sus pases televisivos de verano. De arriba abajo, las películas son Los 7 magníficos, Las uvas de la ira y El hombre mosca. Pinchar en el link para ver el resto.

Oración por los borrachos

Señor, da de beber a todos estos que ahora se levantan,
destrozados, farfullando palabras desde el centro del infierno,
mientras espían a través de las ventanas
la espantosa realidad del día que comienza.



Malcolm Lowry, El trueno más allá del Popocatépetl

Citas. 104

Nosotros no tenemos público. No escribimos ni por la fama ni por el dinero ni por el honor: nada de eso va a cruzarse nunca en nuestro camino. Escribimos porque tenemos que escribir, porque no podemos no escribir.
Jonas Mekas, Ningún lugar adonde ir