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"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
Ésta es una de las novelas más enigmáticas que he leído en los últimos tiempos. Su prosa es difícil de definir: articula unas frases insólitas que, a ratos, me recuerdan a J. G. Ballard, Don DeLillo e Iain Sinclair: ya sabéis, ese misterio, esa complejidad.
La tierra hundida ya vuelve a levantarse carece de argumento como tal, en el sentido tradicional del término, y deja gran parte de lo que sucede a la imaginación del lector. Sigue a dos personajes (un hombre que ha estado deprimido y una mujer que busca un sentido a su vida) en entornos ingleses: trabajan, se mueven, se relacionan entre ellos y con otras personas, y de vez en cuando notan huellas y síntomas de algo confuso, algo que está cambiando, pero siempre relacionado con el agua: las lecturas (Los chicos del agua de Charles Kingsley es uno de los motores de la narración), los sucesos extraños que indican que podrían existir hombres-peces, la actitud anómala de algunos personajes...
Nunca se nos explica nada, y los lectores y los protagonistas sabemos lo mismo, es decir, poco: falta información y debemos suplirla rellenando huecos mientras la historia recorre lugares industriales, pubs británicos post-Brexit, ríos y estanques y aguas estancadas, recovecos donde la naturaleza parece estar muriendo pero por debajo hay algo que insiste en resucitarla.
[Editorial Sigilo. Traducción de Marcelo Cohen]
En 2024, gracias a Sajalín Editores, conocimos la obra de Dario Džamonja (1955 - 2001) a través de la publicación de Cartas desde el manicomio. Y en 2025 se traduce otro inédito: Pájaro en el alambre (el título alude a la canción "Bird on a Wire" de Leonard Cohen), un compendio de relatos breves publicados un año después de su muerte. Leer a Džamonja es un gustazo. La gran mayoría de sus historias, de tono autobiográfico, suceden en su entorno familiar, donde los suicidios son moneda común, donde el alcohol va minando a su narrador, donde la miseria araña hasta que aniquila las ganas de emprender cualquier cosa. Pero Džamonja manejaba con soltura el humor, y eso logra que los tragos sean menos amargos. En la web de la editorial se puede leer un relato completo, en el que relata su estancia en un hospital, y del que copio un fragmento como aperitivo:
Cada cierto tiempo sufría ataques de tos que duraban horas y me quitaban las escasas fuerzas que mi organismo conservaba aún. Eran tan intensos que me empezaban a doler las entrañas y no me dejaban pensar, hablar ni dormir.
En los brazos rígidos me clavaban agujas para el suministro intravenoso, pero yo no notaba nada en absoluto. Solo veía la indiferencia en los rostros de las enfermeras aburridas que me cambiaban las botellitas con un líquido amarillento. No respondían a mis preguntas, me odiaban a mí y a su trabajo, rumiaban que se merecían una vida distinta, mejor, y se comportaban como si yo fuese el culpable de que esa vida se les hubiese escapado…
Una noche, después de despertarme por un fuerte ataque de tos, me dije a mí mismo que las cosas no podían continuar de aquella manera. Quería huir. Como si fuese un animal herido, quería encontrar una madriguera donde morirme lejos de las miradas de los otros.
[Sajalín Editores. Traducción de Marc Casals]