Chris Offutt regresa a los relatos con muchísima fuerza. Algunas de las 11 historias reunidas aquí os romperán el corazón pero otras os harán reír a carcajadas, y en ciertos casos pasaréis de la risa a la desolación en apenas un par de líneas. Ésa es una de las muchas virtudes del autor: su destreza para el drama y también para el humor, sobre todo cuando introduce detalles relacionados con el sexo y/o la desnudez (lo que me recuerda a lo mucho que también me reí con Snuff de Chuck Palahniuk). Matrimonios en declive, gente en el último episodio de su vida, regresos al paisaje de la infancia, inesperados triángulos de amistad... Favoritísimo. En la web de Sajalín se puede leer completo el primer relato, “De segunda mano”, del que os avanzo aquí el inicio:
La posesión más preciada de Laura eran las botas camperas de piel de avestruz que descansaban junto a la cama. Procuraba tener siempre a mano sus pocas pertenencias, porque la casa no le inspiraba demasiada confianza. Había una habitación en concreto que prefería evitar: la sala de estar. Intuía la presencia de un fantasma o la impronta, quizá, del fracaso matrimonial del anterior inquilino. Su novio estaba hablando por teléfono en la habitación contigua, eso era lo que la había despertado. Lo oyó decir: “Yo qué sé, ¿cómo voy a saberlo? Lleva así unos días, ¿qué quieres que te diga?”.
Aún adormecida y a falta de contexto, se preguntó si se estaría refiriendo a ella o a la hija de su anterior pareja. Sally, una niña solitaria de ocho años, huraña e insociable, pero más lista que el hambre. Impactó una bellota contra el tejado, seguida de otras dos,
como si hubiesen convenido en forzarla a levantarse en contra de su voluntad. La casa se alzaba en los confines de una ruta campestre, cercada de robles blancos; no estaba mal, pese a ser el enésimo alquiler barato que jalonaba su biografía. Al final, algún avispado acabaría haciéndose con una hipoteca tirada de precio aduciendo que necesitaba reformas. Lo que necesitaba, en todo caso, era una bola de derribo, solo gente muy desesperada querría anidar bajo un techo así, lo que no hablaba muy bien de ella como inquilina. Era la casa de su novio y llevaban seis meses viviendo juntos.
Decidió quedarse en la cama todo el día y decirle a su novio que le dolían los ovarios. Ella nunca había tenido casa propia. Se había acabado transformando en una remolona de manual. Seis meses atrás, al mudarse a Bowling Green de manera provisional, se había puesto a trabajar de camarera en un bar de copas, pero no duró mucho. Ahora que lo pensaba, no duraba mucho en ningún empleo. O bien se cabreaba con el jefe y renunciaba, o bien le cantaba las cuarenta a un cliente sobón y la despedían. Su puesto actual pendía de un hilo, percibía ya los últimos coletazos. En breve, se vería de nuevo en la calle.
[Sajalín Editores. Traducción de Javier Lucini]