viernes, septiembre 20, 2024

Los descalzos. Poesía completa (1976 – 2023), de Francisco Javier Irazoki

 

 

GENTE QUE CAMINA EN MI MENTE

De noche suenan los teléfonos y escucho las voces que llaman desde el país donde nací.
Me anuncian la muerte de una persona que conocí en mi infancia o juventud e, inmediatamente, siento la desaparición de un paisaje. La superficie que se desgaja deja en la niebla un torso, los brazos, los pies que fueron dos caminos paralelos. El roble y la higuera son ojos borrados cuando las frases salen del teléfono y entran en mis oídos.
En mis visitas a Lesaka, compruebo que los terrenos se han encogido. Las púas de los alambres que delimitaban las praderas sujetan ahora unos retales blancos, y el viento bate esos jirones de las ropas de los ausentes.
Otras llamadas siguen despegando las calles del pueblo, y aumenta el grupo  de hombres y mujeres que pasean en mi memoria al despedirse de una patria de huecos.
Pronto seré el viejo que lleva en un bolsillo toda la extensión de su tierra.

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Algunos miembros de mi familia murieron después de largas enfermedades. Cuando aún era adolescente, vi la agonía de mi padre y de un tío materno. Las imágenes de su dolor me convirtieron en un hombre viejo antes de llegar a la edad adulta. Mi juventud fue la de un anciano sin amargura. La contemplación temprana de la muerte me había apartado del lujo de las lágrimas. Quise exprimir el tiempo. Y la queja, el hastío y la ira me parecieron diferentes formas de comodidad. Pero no me rendí a la dureza de carácter, sino que todo resultó suave: dejé a un lado ciertas trampas. Percibí que el resentimiento poda los días o acelera los relojes. Han pasado décadas. Las he vivido con una intensidad lenta. O con un asombro que encierra partes perdidas de la adolescencia y juventud. A menudo regresan los sonidos y las palabras últimas de mi padre. Terminan de construir una muralla que me sirve de filtro. La gratitud es el tamiz que me separa de lo oscuro. Y con las humillaciones del dolor he moldeado mi respuesta: celebrar la vida contra las amenazas de su sufrimiento.

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SUBIR A LA INFANCIA

De noche subo a mi infancia.

Voy desenterrando animales,
palabras,
ropa deshecha
o embarrada por los años.

Cerca del camino,
un arbolado con mis raíces:
el ramaje de hombres trashumantes,
hielo, madrigueras,
astillas del padre solitario,
una mujer que ha envejecido
escondida en la elegancia.

Sigo subiendo sin luces.
Un río es mi colegio
y escucho las lecciones
de futuro
en sus sonidos:
los países extranjeros
serán mi sanatorio;
no aceptaré el fracaso
de morir con amargura.



[Ediciones Hiperión]