jueves, noviembre 03, 2022

La belleza de lo pequeño, de Tomás Sánchez Santiago

 

LAS COSAS CLARAS

Presencias sumarísimas: la leche reventando como una barba blanca en la cazuela, la caída verdosa del aceite, el olor a contrariedad en la achicoria, la obscena liturgia de pelar las patatas, la fiebre de los ajos que arden como uñas por las afueras de tus manos, tus manos actuando ahora hacia otra ganancia: la de las proporciones impecables.

Cosas claras de infancia. Tú entre todas.

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Ante mí, en plena calle y a ras de suelo, un guijarro en el que alguien ha querido dejar un mensaje que sale indemne de pisadas y de lluvias, al menos hasta ahora. Contra el vértigo público que domina la ciudad deshaciéndola y rehaciéndola de continuo, aún resiste esta acusación indeleble: “No es lo que eres; es lo que dejas de ser”.

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Son dos ancianos vencidos ya por todo. Cada día los veo atravesar de la mano con pasos minuciosos las calles de la ciudad. Por aquí; por allí. Donde menos lo espero, ahí aparecen de pronto. Y de la mano. Tiene ella una encorvadura exagerada, tanta que desde atrás –me quedo siempre mirándolos– no se le ve la cabeza y compone una figura extraña y acéfala. Son la imagen del amor y del desvalimiento. El hombre siempre va sonriendo y un poco por delante de ella. Conduciéndola porque es ciega. ¿Hacia dónde la lleva? ¿O de qué la salva?

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La dueña de la confitería, esa mujer gruesa y tranquila que se limita a ir envolviendo con lento primor las bandejas; siempre coloca pasteles de más para salvar huecos y dejar listo, aún mejor, cada paquete. No le importa hacerlo así. Uno, dos, hasta tres pasteles más. Desde siempre la he visto hacer eso, contra la ley de los comerciantes. Lo hace y luego sonríe, como si quisiera hacer saber que no todo está perdido en este tiempo de relaciones crispadas, mordidas por el aprovechamiento y la desconfianza.

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Una pintada, descomunal y anónima, que luce en una pared de mi barrio: “QUIERO LLEGAR A FIN DE MES”. Estos grafitis revelan con un desahogo terminante eso que en los periódicos y en las cátedras radiofónicas se empeñan en analizar con conformismo racional. Frente a la fina destilación de datos y cifras, esta súplica sollozante que tizna de arriba abajo una pared. El idioma de los perdedores.

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El poeta es el que quiere estar siempre cerca de las cosas. También de las desechadas, de las peligrosas, de las inadvertidas, de las perseguidas por los azotes del hombre y de las inclemencias. Da igual. Él se pone cerca de ellas y canta.


[Eolas Ediciones]