lunes, febrero 14, 2022

Los inocentes, de Hermann Broch

 


 

-Sólo la muerte nos evita nuevas obligaciones.

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La amenaza del infierno se cobija por doquier en lo inofensivo.

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Su honestidad es la del tirano, que quisiera arrancar la mentira de los farsantes que no pueden ser tiranos y se siente por ello salvador. En cambio, está condenado a seguir siendo un emisario de la desgracia, porque su doctrina es la del asesinato.

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¿Cuál puede ser el motivo de la culpa y de la conciencia de culpabilidad? Incluso en las personas no religiosas se impone el pensamiento del mal innato del hombre, del pecado original, aparte de toda distinción de clases. Son planteamientos que no se pueden superar, y nada más lejos de mi intención pretender modernizarlos. Mas puedo preguntarme por la forma concreta con que el mal se presenta en nuestros tiempos. Partiendo de ello, busco el denominador común de todos mis malos actos y encuentro mi culpa más profunda, y más merecedora de castigo, en la indiferencia. Es la indiferencia primitiva, la que atenta contra la misma condición humana, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, consecuencia de la anterior.

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Indiferentes ante el sufrimiento ajeno, indiferentes ante la propia suerte, indiferentes ante el Yo humano, indiferentes ante el alma: poco importa quién sea la persona llevada al patíbulo. Hoy serás tú, mañana yo.

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No soy yo quien debe decidir si la decencia, aunque sea un alejamiento del mal de este mundo y de su absoluto, un alejamiento inmediato de la bestialidad infraanimal, será capaz de acercar de nuevo el mundo a Dios. Lo que sí es seguro es que no conseguirá ningún acercamiento a Dios mientras persistamos en la indiferencia y aumentemos nuestra culpa colaborando a que el mundo caiga más rápidamente por la pendiente que lo está llevado a la criminalidad.

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Del epílogo de Hermann Broch:

Para explicar el fenómeno del mal se pueden alegar toda clase de razones. Por ejemplo, el quebrantamiento de la tradición de los valores occidentales, hecho que trajo consigo una inseguridad espiritual y una inestabilidad que afectaron más intensamente a la burguesía media, encuadrada en un estadio intermedio de tradiciones débiles. De ser válido este razonamiento, es comprensible que esta clase intermedia alcanzara el poder en Alemania, ya que, a consecuencia de la derrota de 1918, la caída en picado de los valores adquirió gran resonancia en el país; puede decirse que desembocó en la arbitrariedad total de valores. Como en tales circunstancias nadie atiende a sus semejantes, la comprensión entre los hombres hubo de reducirse a la violencia más desnuda, más cruel y más abstracta. ¡Espantoso progreso encabezado por el burgués medio, quien, al parecer, no piensa detenerse! Los campos de concentración proliferan por todo el mundo, el terror aumenta por doquier, como si el espíritu nazi del burgués medio debiera convertirse en paradigma para toda la humanidad, dispuesta a encontrar, en el crimen abstracto, no su esencia de vida sino de muerte.



[DeBolsillo. Traducción de María Ángeles Grau; revisada por Jaume Bonfill]