jueves, octubre 14, 2021

Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro, de Grégoire Bouillier

 

 

Este volumen, de lo mejorcito que podréis encontrar en las librerías, es un compendio de 3 libros autobiográficos de Grégoire Bouillier relacionados entre sí: Informe sobre mi persona, El invitado secreto y Cabo Cañaveral. En realidad yo ya había leído los dos primeros, por lo que ésta es una relectura (mejorada, dado que las traducciones son nuevas). El primero salió en Zoela Ediciones con un título parecido: Informe sobre mí mismo, una memoria sobre la infancia y la adolescencia que desafía un montón de reglas y de ritmos, lo que la convierte en un catálogo de recuerdos bastante atípico donde no faltan los miembros de una familia disfuncional. El segundo, que incluye el momento en que el escritor conoció a Sophie Calle en su fiesta de cumpleaños y las reflexiones y cambios que acarrea aquella noche, lo publicaron en Mondadori en un tomo de formato pequeño y tapa dura. El tercero ocupa apenas 20 páginas, estaba inédito y narra el encuentro erótico del autor con una chica tras participar en una mesa redonda de literatura.

Releídos así, de continuo, cobran más sentido. El ritmo va variando de uno a otro texto, también la manera de narrar. Informe… presenta frases más bien breves, impactantes. En El invitado… cambian radicalmente: oraciones largas, sustanciosas y llenas de circunloquios. Mientras en Cabo Cañaveral leemos sentencias mínimas, entrecortadas, de telegrama. El tiempo narrativo se va minimizando en cada texto hasta llegar al último: anecdótico, sólo ocupa unas horas.

El volumen indaga en cómo un hombre vive, ama, sufre, desea, se sorprende, va cambiando, en cómo sus vicisitudes cotidianas contienen para él paralelismos con el cosmos (ese viaje de la sonda Ulysses hacia el sol) y con la literatura (Homero y Odisea, Virginia Woolf y La señora Dalloway). Bouillier se reconstruye a sí mismo narrándose, narrando sus cuitas infantiles, sus apetitos, sus encuentros, en los que suponemos habita cierta carga de invención (o, mejor, de exageración, de “literaturizar” cuanto ha vivido). La introspección que logra es fabulosa y a menudo su falta de piedad consigo mismo logra que el cuadro o el informe que ofrece sea más crudo, más cruel, y quizá por eso más auténtico.

Aquí van unas píldoras:

De Informe sobre mí mismo:

Me quedo perplejo. Estaba convencido de que mis recuerdos no podían engañarme ni inventarse cosas. No los míos. Mis recuerdos eran los únicos que podían dar testimonio de lo ocurrido. Y, mira tú por dónde, también ellos me habían traicionado. Como todo.

[…]

Ese día comprendí que la vida empieza justo donde terminan las imágenes. Justo donde era obligado improvisar, donde sólo podía contar conmigo mismo, huérfano de toda representación que pudiera preceder a mis actos para dictarles una conducta. En una habitación, la aventura era por una vez mi aventura: se trataba de inventar a partir de uno mismo, sin que importara tu estado. De hallarte, por fin, presente, en cuerpo y alma, entregado por completo a la aventura.

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De El invitado sorpresa:

Fue el día de la muerte de Michel Leiris. A finales de septiembre de 1990 o nada más empezar octubre, no recuerdo la fecha exacta, poco importa, siempre habrá tiempo para verificarlo más adelante, en todo caso era un domingo porque estaba en mi casa en plena tarde y hacía frío para la época y me había dormido vestido, arrebujado en una manta como casi cada vez que me encontraba a solas conmigo mismo. El frío y el olvido, no deseaba otra cosa en aquel tiempo. No me preocupaba: sabía que un día llegaría el momento de volver a partir rumbo a la existencia y no tenía prisa. Había visto demasiado, me parecía. Seres, cosas, paisajes… Tenía material de sobra para rumiar uno o dos siglos y ¿a santo de qué salir en pos de otras historias? No quería más problemas.
Entonces me despertó el teléfono. El cuarto estaba casi a oscuras. Descolgué. Y al instante supe que era ella. Antes incluso de saberlo, supe que era ella. Era su voz, su respiración, casi su rostro, y con él, surgiendo del pasado, mil alegrías que se doraban al sol y me acariciaban la cara y me lamían los dedos y casi todas colgaban de una soga.


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De Cabo Cañaveral:

De ahí tu presencia en esa ciudad desconocida. Con el tiempo justo para ir y volver. Con el tiempo justo para hablar a un micro sobre el patetismo en la literatura francesa contemporánea ante un público sentado en sillas plegables de plástico. A no ser que el tema sea el cinismo de esta época. Lo uno no va sin lo otro. Lo otro con lo uno. Siempre de la mano. Aunque fingiendo lo contrario. Bromeas. Te diviertes. Inventas. Pues el tema de la mesa redonda no era en absoluto irreverente. ¿Quién lo creería? Con los tiempos que corren. Si a eso se le llama correr. Sin embargo, habías aceptado participar. Como siempre que aceptas este tipo de invitaciones, con la esperanza, la única esperanza, de que te pase algo, cualquier cosa, un encuentro, aunque no necesariamente. Mejor un encuentro. Con tal de que no sea social ni interesante. Con tal de que sea desinteresado y personal. Que el tiempo se agite, que la vida se desquicie, que las nubes se reconcilien. Aunque sólo sea durante una fracción de segundo. Y lo que ocurrió fue V. Durante gran parte de la noche. Esta vez tu cita fue con ella. Con sus labios listos para cebarte.


[Hurtado & Ortega. Traducción de Ona Rius Piqué y Albert Fuentes]