miércoles, mayo 05, 2021

El robo de la Mona Lisa. Lo que el arte nos impide ver, de Darian Leader

 

 

La mayoría de las cosas se vuelven más interesantes una vez que las hemos perdido. Podemos empezar a buscarlas y entonces, tal vez, darnos cuenta de su verdadero valor. De hecho, la civilización fabrica ciertos objetos –tales como los paraguas o los pañuelos– cuya función principal es perderse. Los loqueros, cuyas colecciones de paraguas aumentan constantemente, dirían que las cosas son en realidad un poco más complicadas. No nos damos cuenta del verdadero valor de un pañuelo cuando lo hemos perdido, sino que alcanza este valor porque lo hemos perdido. Lo valoramos, tal vez, porque ya no está ahí. Esto puede ser porque incluso una pérdida en apariencia trivial tiene el poder de evocar las grandes, dolorosas pérdidas de nuestra infancia.

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La cultura demanda que el campo visual se construya a partir de la exclusión de una imagen y cuando el elemento excluido regresa, perdemos las coordenadas que hacen real nuestro mundo.

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Lejos de ser máquinas captadoras de imágenes, los humanos nos vemos perpetuamente atrapados por ellas. Una imagen, o una pintura, es una máquina captadora de humanos.

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El lugar que la imagen de su persona ocupaba había cambiado, y así, la imagen perdió su punto de anclaje.
Algo similar le ocurrió a Nick Leeson, el hombre que hundió el banco Baring. A medida que la imagen de chico maravilla que trataba de mantener desesperadamente comenzó a disolverse, empezó a evitar el contacto visual con su propia imagen en el espejo. Lo que muestran estos ejemplos es cómo nuestra propia percepción visual de nosotros mismos depende en parte de cómo creemos que nos ven los demás. Cuando esta mirada cambia, nuestra propia imagen se pone en duda.

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La máscara está ahí no para expresar algo, sino para salvaguardar de una fuerza maligna.
De hecho, la palabra
máscara deriva de la palabra griega para amuleto, un objeto con una función protectora para atraer y absorber la influencia del mal de ojo. Como le dijo Francis Bacon a David Sylvester, el objetivo de la pintura es poner una trampa. En el sentido de una trampa para el ojo.
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Adonde sea que dirijamos los ojos, hay algo que atrae nuestra mirada.
El arte, en este sentido, es desesperado. Como dijo Degas, la pintura “requiere tanta astucia como cometer un crimen”.

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¿Fue entonces el robo de la
Mona Lisa el crimen perfecto de la era moderna? Una pintura es robada y miles de personas se reúnen en un museo para ver un espacio vacío. El crimen parece anunciar muchas de las preocupaciones de los artistas visuales y de los escritores de las vanguardias: los poderes de la ausencia, el hueco detrás de la imagen, el vacío en el corazón de la civilización.

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La tensión entre una imagen pintada y el lugar en que esta imagen está albergada se vuelve así el sujeto mismo de la obra de arte.

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Y es cierto que el robo permitió y precipitó al mismo tiempo una nueva circulación de imágenes: la
Mona Lisa dejó su marco y desde ahí se dispersó en un panorama de medios de comunicación, desde caricaturas hasta dibujos y películas.  

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La historia del arte puede llegar a entenderse como la historia de encontrar diferentes formas de dejar algo fuera de una imagen.

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Este vacío evocado por la obra de arte es la razón por la que tenemos que pagar tanto dinero para poseer una. Cuando la gente se burla del mundo del arte, a menudo ridiculiza el hecho de que un objeto cotidiano o un acomodo de objetos adquiere un valor inmenso si lo firma la persona indicada.

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Cuando Piaget comenzó a investigar estas cuestiones, lo intrigaba un antiguo fenómeno. Habían colocado a su hijo de nueve meses en un sofá entre una colcha y una prenda de ropa. Cuando Piaget se quitó su reloj y lo puso bajo la colcha, el niño la levantó para destapar el objeto. Esto se repitió varias veces. Luego Piaget puso el reloj bajo la prenda de ropa, mientras su hijo observaba con atención. Pero en vez de levantar la prenda, el niño volvió a levantar la colcha otra vez. Aunque esto pueda interpretarse como un “error” de desarrollo, como si no fuera lo suficientemente mayor para entender la constancia de los objetos, uno podría argumentar por el contrario que el hijo de Piaget de hecho había comprendido lo más importante acerca del deseo: que hay una diferencia entre un objeto y el lugar que el objeto ocupa. Cuando levantó la colcha, ¿no sería que tenía como objetivo el lugar que ahora, debido al cambio de ubicación del reloj, se había vuelto su espacio vacío original? Estaba menos interesado en el reloj que en el lugar que ocupaba. Lo mismo, de hecho, que las multitudes que fueron a ver el espacio vacío en el Louvre.

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Si los artistas comienzan a comportarse mal cuando se han hecho famosos, la comedia del artista como figura pública se mantiene por el esfuerzo mismo de lidiar con haberse vuelto tal figura. Después de todo, ¿cómo puede alguien mantenerse a la altura de una identidad que le ha sido dada por otros? Y en especial si esta identidad es su propio nombre, que se ha vuelto ahora una etiqueta o una marca de fábrica. El efecto de división que introduce esa clase de bautismo nunca es fácil de sobrellevar para un artista, no importa lo que te digan al respecto.


[Sexto Piso. Traducción de Elisa Corona Aguilar]