martes, junio 30, 2020

A propósito de nada, de Woody Allen



Yo era el blanco de todas las miradas de las cinco hermanas de mi madre, el único hijo varón, el niño mimado de aquellas dulces yentes, aquellas encantadoras cotillas, que me lo consentían todo. […] Era sano, querido, muy atlético, siempre me escogían en primer lugar a la hora de formar los equipos, jugaba a la pelota, corría y, sin embargo, me las arreglé para terminar siendo inquieto, temeroso, siempre con los nervios destrozados, con la compostura pendiendo de un hilo, misántropo, claustrofóbico, aislado, amargado, cargado de un pesimismo implacable. Algunas personas ven el vaso medio vacío, otras lo ven medio lleno. Yo siempre veía el ataúd medio lleno.

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No tengo ideas profundas ni pensamientos elevados, ni tampoco entiendo la mayoría de los poemas que no empiezan con "Las rosas son rojas, las violetas son azules". Lo que sí poseo, sin embargo, es un par de gafas de montura negra, y yo sugiero que este atributo es el que, sumado a un don para apropiarme de citas tomadas de fuentes eruditas demasiado complejas para que yo pueda entenderlas, pero que puedo emplear en mi trabajo para dar la engañosa impresión de que sé más de lo que realmente sé, mantiene a flote este cuento de hadas.

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Era evidente que [Diane Keaton] tenía ojo artístico. Se nota por la manera en que se viste, que marca tendencia si uno piensa que prenderse la garra de un mono muerto con un alfiler en la solapa del jersey es chic. Digamos que Keaton siempre se ha ataviado con una cierta imaginación excéntrica, como si su asistente de compras fuera Buñuel. Pero no es solo una persona despierta por lo que respecta a la moda. Hace fotos excelentes, sabe actuar, canta maravillosamente, baila, escribe bien. Somos amigos íntimos desde entonces.

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La gracia de hacer una película es hacerla, el acto creativo. Los aplausos no significan nada. Incluso aunque recibas los elogios más entusiastas, seguirás teniendo artritis y culebrilla. ¿Y es tan terrible que la gente no se extasíe con tu obra? ¿Que a alguien no le guste tu película? ¿El universo se está deshaciendo a la velocidad de la luz y a ti te preocupa que un tipo de Sheboygan ponga objeciones al ritmo de tu filme? O, si de pronto una mujer de Tuscaloosa escribe que eres un genio, ¿tú crees que su opinión te eleva a la categoría de Rembrandt o Chopin? Basta de perder el tiempo con trivialidades.

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El fracaso es uno de los gajes del oficio. Si tienes miedo de fracasar o no puedes superarlo cuando te sucede –y, si eres un artista que corre riesgos, seguramente te va a suceder en más de una ocasión–, debes buscarte otro modo de ganarte la vida.

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Por lo que a mí respecta, me agrada ir a las consultas de los médicos, hacer que me tomen la tensión sanguínea, posar para radiografías, que me informen de que me encuentro bien y que esa mancha oscura en mi camisa blanca es de bolígrafo, no un melanoma.

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Yo uso la cinta de correr y tiro de bandas elásticas para mantener una figura equivalente a la de una escultura de Giacometti.

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¿Y cómo me he tomado yo todo esto? ¿Y por qué cuando me han atacado casi nunca he respondido ni me he mostrado demasiado alterado? Bueno, considerando que el universo es un caos maligno totalmente carente de sentido, ¿qué más da una pequeña acusación falsa en el orden general de las cosas? En segundo lugar, ser misántropo tiene su lado bueno: la gente nunca te desilusiona.

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No puedo negar que encaja con mis fantasías poéticas ser un artista cuya obra no puede verse en su propio país y se ve obligado, debido a circunstancias injustas, a buscar su público en el extranjero. Pienso en el gran Henry Miller. En D. H. Lawrence. En James Joyce. Me veo de pie entre ellos, con actitud desafiante. Es más o menos en ese momento cuando mi mujer me despierta y dice: estás roncando.


[Alianza Editorial. Traducción de Eduardo Hojman]