lunes, abril 06, 2020

El jinete pálido. 1918: La epidemia que cambió el mundo, de Laura Spinney



La muerte del poeta [se refiere a Apollinaire, que falleció de gripe] es una metáfora del olvido colectivo de la mayor matanza del siglo XX. La gripe española infectó a una de cada tres personas del planeta, a 500 millones de seres humanos. Entre el primer caso registrado el 4 de marzo de 1918 y el último, en algún momento de marzo de 1920, mató a entre 50 y 100 millones de personas, o a entre el 2,5 y el 5 por ciento de la población mundial, una variación que refleja la incertidumbre que aún la rodea.

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La gripe se transmite de una persona a otra a través de las minúsculas gotitas de mucosidad infectadas que se arrojan al aire al toser y estornudar. Los mocos son un misil muy eficaz: han de serlo, ya que fueron diseñados en un túnel de viento, pero no pueden volar más allá de unos pocos metros. Por tanto, para que la gripe se propague, las personas deben vivir muy cerca unas de otras. Se trataba de una idea crucial, ya que los humanos no siempre han vivido cerca unos de otros.

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Cuando surge una nueva amenaza que pone en peligro la vida, la primera preocupación y la más apremiante es ponerle un nombre. Una vez nombrada, se puede hablar de ella. Se pueden proponer soluciones, y adoptarlas o rechazarlas. Así pues, la asignación de un nombre es el primer paso para controlar la amenaza, aunque todo lo que transmita el nombre sea una ilusión de control.

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El miedo hace que las personas se mantengan alerta. Las impulsa a darse cuenta de cosas que de otro modo podrían no advertir; a prestar atención a determinadas asociaciones e ignorar otras; a recordar profecías que con anterioridad podrían haber tildado de absurdas.

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Los periódicos también acusaron a las autoridades de minimizar la gravedad del brote y de no hacer lo suficiente para proteger a la población. El Correo escribió sobre los políticos nacionales: "Nos han dejado sin ejército, sin armada, pan ni sanidad […] pero nadie parece renunciar o pedir dimisiones". Por su parte, los políticos locales habían ignorado durante mucho tiempo las peticiones de que se financiara un hospital para tratar enfermedades infecciosas y ahora hacían caso omiso de las recomendaciones de la comisión provincial de imponer unas medidas sanitarias más estrictas en la ciudad [se refiere a Zamora].

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Cordón sanitario. Aislamiento. Cuarentena. Se trata de conceptos antiguos que los seres humanos han estado aplicando desde mucho antes de que comprendieran la naturaleza de los agentes de contagio, mucho antes siquiera de que consideraran que las epidemias eran actos de Dios. De hecho, puede que tuviéramos estrategias para distanciarnos de las fuentes de infección desde antes de que fuéramos estrictamente humanos.

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La mejor oportunidad de sobrevivir era ser absolutamente egoísta. Si suponemos que se disponía de un lugar al que llamar hogar, la estrategia óptima era quedarse allí (sin emparedarse), no abrir la puerta (sobre todo a los médicos), vigilar celosamente las provisiones de alimentos y agua, e ignorar todas las peticiones de ayuda. Esto no solo aumentaba las probabilidades de seguir con vida, sino que, si todo el mundo lo hacía, la densidad de individuos susceptibles no tardaba en situarse por debajo del umbral necesario para que la epidemia se mantuviera y se acababa extinguiendo por sí sola. Sin embargo, por lo general, nadie lo hizo. Las personas mantuvieron contacto entre ellas, mostrando lo que los psicólogos denominan "resiliencia colectiva".

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A la lenta acumulación de estos errores se la denomina "deriva", pero la gripe también puede reinventarse de un modo más radical. Esto sucede cuando dos virus de la gripe diferentes se encuentran en un único huésped, intercambian genes y generan uno nuevo; por ejemplo, un virus con una nueva combinación H-N. Este tipo de cambio, llamado "desplazamiento" o, de forma más memorable, "sexo viral", suele desencadenar una pandemia, ya que un virus radicalmente distinto exige una respuesta inmunológica radicalmente diferente y se requiere tiempo para movilizarla. Si los dos virus "progenitores" proceden de dos huéspedes diferentes, de un humano y de un ave, por ejemplo, su encuentro puede dar lugar a la introducción de un antígeno que es nuevo para los humanos en un virus adaptado a ellos.

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Las ciudades eran más vulnerables a las infecciones que las zonas rurales, debido principalmente a su densidad de población, pero ¿cómo se explica la sorprendente diferencia entre las distintas ciudades? La explicación a la leve oleada de primavera podría haber protegido a los que se contagiaron, pero también repercutió la adopción de una estrategia de contención de la enfermedad eficaz. Un estudio de 2007 mostraba que medidas de salud pública como la prohibición de los actos multitudinarios y la obligatoriedad de llevar mascarilla redujeron la cifra de muertos en algunas ciudades de Estados Unidos hasta en un 50 por ciento (Estados Unidos fue mucho más eficaz imponiendo medidas que Europa). Sin embargo, el momento de adaptación de las medidas era decisivo. Había que adoptarlas pronto y mantenerlas en vigor hasta después de que hubiera pasado el peligro. Si se suspendían demasiado pronto, el virus se encontraba con un nuevo reservorio de huéspedes inmunológicamente incautos y la ciudad sufría un segundo pico de muertes.

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Al reflexionar sobre esa enorme variación, hay quienes dicen que no hay nada que temer de una futura pandemia y quienes se lamentan de lo mal preparados que estamos. Los primeros acusan a los últimos de ser alarmistas, y los últimos a los primeros de hacer como el avestruz. La división entre ellos ilustra cuánto tenemos que aprender aún sobre las pandemias en general y sobre las pandemias de gripe en particular.

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En una futura pandemia de gripe, las autoridades sanitarias adoptarán medidas de contención como la cuarentena, el cierre de las escuelas y la prohibición de los actos multitudinarios. Serán en nuestro beneficio común, por lo que ¿cómo se garantiza que todo el mundo las cumpla?

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Una guerra tiene un vencedor (y suyo es el botín, la versión que se transmite a la posteridad), pero una pandemia solo tiene vencidos.


[Editorial Crítica. Traducción de Yolanda Fontal]