jueves, noviembre 08, 2018

Llega el rey cuando quiere. Conversaciones sobre literatura, de Pierre Michon



-Y, al mismo tiempo, rechaza todo lo novelesco. ¿No tiene un margen estrecho para maniobrar?
-Muy estrecho. Pero dentro de ese margen limitado es donde me siento a gusto, porque inventarse algo por completo (eso es "lo novelesco") me parece una fatuidad muy grande. Me pongo muchas trabas, muchos obstáculos (por ejemplo, un referente poderoso, inalterable, inalienable, como la vida de Van Gogh o de Rimbaud), pero, una vez aceptado eso, cuento con una libertad total. Faulkner decía que todos disponemos de un territorio no mayor que un sello de correos y que lo importante no es la superficie, sino la profundidad hasta la que ahondas en él. Mi sello de correos es minúsculo. No sé si ahondo bien en él…

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-Se apoya usted en documentos: dichos documentos son con frecuencia de orden pictórico o icónico, estoy pensando, por ejemplo, en la foto que le hizo Carjat a Rimbaud. ¿Qué relación tienen para usted la pintura y la escritura?
-Fortísima: escribo rodeado de imágenes. Soy un iconólatra, tengo "el culto de las imágenes", como decía Baudelaire. Todo ello entra dentro de mi estrategia de la aparición, de lo escrito que conduce a lo visible. Es algo que también me permite tácticas más específicas: si me quedo sin ideas, a veces me basta con abrir un libro de pintura y encontrarme con este o con aquel cuadro para que se me ocurran en el acto una metáfora, un pensamiento, frases, en resumidas cuentas; sí, la pintura lleva a escribir si no la interpretadas, si te pierdes en ella, si le haces preguntas y la saqueas. Funciona.

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-[…] Nos creemos muy diestros por saber que la literatura miente, pero somos aún más diestros cuando caemos en la debilidad de creer en ella. Quien sabe gozar de esa hermosa falsificación a veces se topa con un poco de verdad. O dicho de otro modo: mis ficciones acerca de los pintores son mentiras, pero hay que creérselas.

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-Sus Vidas minúsculas gozan del reconocimiento de ser un clásico de la literatura contemporánea. Pero sigue siendo un autor confidencial. ¿Aspira a la notoriedad?
-Cuando publiqué mi primer libro, hace catorce años, pensaba que todas las rotativas se iban a detener, que la magna instancia distribuidora diría: "A este vamos a darle ahora mismo una fortuna", una considerable cantidad de dinero con la que me habría comprado un palacio. Esperaba de ese escrito su peso en oro. Me equivoqué. No sabía que la literatura es hija de la democracia, en el sentido de que es la ley del número mayor la que prevalece, la tiranía de la mayoría. Pensaba que la literatura era uno de los últimos ámbitos jerarquizados donde el valor tomaba sentido y cribaba. Pues bien, el valor tomó sentido y seleccionó: soy casi tan pobre como antes de haberme puesto a escribir.

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-[…] Alguien que salga en primera plana del suplemento literario de cualquier diario de mala muerte cree que es el escritor del siglo. Es una cuestión de camarillas. Con la democracia somos todos escritores de categoría. O, dicho de forma más viciosa, podría no haber ya escritores.

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-[…] Lo que me pido a mí mismo, y quizá lo que le pido a la literatura, es que redactar un texto sea un derroche de energía fabuloso, ciego, pero muy consciente, que llore y que ría, limitado en el tiempo, como la copulación.


[WunderKammer. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia]