martes, julio 10, 2018

Que no muera la aspidistra, de George Orwell


Es uno de los libros menos conocidos o menos populares de George Orwell y me ha parecido un novelón. Cuenta la historia de un poeta a quien le cuesta subsistir y colaborar en revistas, y que además se niega a plegarse al capitalismo, de tal manera que trabaja en una librería por un sueldo miserable y sale adelante sufriendo agobios y estrecheces. Un personaje cabezota, obstinado en que no le ayuden y en no trabajar en empleos que pudieran darle más desahogo económico y mejores oportunidades. He copiado un montón de citas:

Gordon apartó los ojos de los "saldos". Le traían malos recuerdos: del único librito miserable que había publicado hacía dos años solo se vendieron ciento cincuenta y tres ejemplares. El resto se había saldado, y aun así jamás se había vendido uno.

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El dinero escribe libros y el dinero los vende.

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Le faltaba poco para cumplir los treinta y no había escrito nada en su vida; tan solo aquel miserable libro de poemas que no había tenido el menor eco. Y desde entonces llevaba dos años enteros sumido en el laberinto de un espantoso libro que no avanzaba y que, como reconocía en sus momentos de lucidez, jamás avanzaría. Era la falta de dinero, la simple falta de dinero, lo que le privaba de la facultad de escribir. Se abrazaba a esa convicción como si de un dogma de fe se tratase. Dinero, dinero, ¡todo es dinero! ¿Quién puede escribir, aunque sea una novelucha de un penique, sin dinero que le dé ánimos? Invención, energía, ingenio, estilo, encanto… Todo tiene su precio, que por supuesto hay que pagar.

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La carencia de dinero significa incomodidad, preocupaciones mezquinas, escasez de tabaco, conciencia perpetua del propio fracaso y, sobre todo, soledad. Con dos míseras libras a la semana, ¿cómo no iba a estar solo?

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No tenía la menor intención de seguir trabajando. En realidad, no podía. Se lo impedía la desilusión. Apenas cinco minutos antes, Gordon había sentido que su poema todavía estaba vivo; ahora no le cabía la menor duda acerca de lo absurdo de su empresa.

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El dinero ocupa el lugar de Dios. El bien y el mal ya no importan, salvo cuando van ligados al éxito y al fracaso. De ahí la profunda conexión entre el bien, la bondad y el éxito. Los diez mandamientos se reducen a dos: "Ganarás dinero", dirigido a los jefes, que son los elegidos, los sumos sacerdotes del dios del dinero; y "No perderás tu trabajo", que atañe a los empleados, esa gran masa de esclavos y subordinados.

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No le comprendían. Les resultaba una especie de blasfemia rechazar un empleo tan "bueno". Él repitió con terquedad que no quería un trabajo de "ese tipo". Entonces, ¿qué quería?, le preguntaron todos. Escribir, les contestó a regañadientes. Pero ¿cómo pretendía ganarse la vida escribiendo?, preguntaron sus familiares. Y, por supuesto, no supo responderles. En lo más profundo de su mente creía que, de un modo u otro, podría vivir escribiendo poesía; pero era tan absurdo que ni se molestó en mencionarlo.

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El primer efecto de la pobreza es que mata el pensamiento.

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Un individuo que escribía poesía no era exactamente la clase de hombre que triunfaría en la vida.

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Cuando se carece de dinero, la vida es una larga serie de humillaciones.

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Sirve al dios dinero o húndete en la miseria; no hay más reglas.

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La vida le había apaleado, pero podía devolverle el golpe dándole la espalda. Mejor hundirse que flotar, sumergirse en las profundidades de ese reino fantasmal, de ese mundo en sombras donde la vergüenza, el esfuerzo y la decencia no existían.

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Todo el mundo se rebela contra la tiranía del dinero en un momento dado, y todo el mundo, antes o después, termina sucumbiendo a su influjo.


[Debolsillo. Traducción de Cristina Salmerón Giménez]