viernes, diciembre 16, 2016

Días entre estaciones, de Steve Erickson


-¿La película? –dijo ella.
Y él le habló de la película, de salir corriendo de la sala ante la vista, advirtió más tarde, de su madre, y ante la comprensión, a la que de algún modo llegó enseguida, de que aquella obra era suya. Fue así como supo, por aquello y por los recuerdos en sueños, que era hijo de una francesa, nacido en algún lugar de Francia, y que una noche de cuando era muy pequeño sus dos hermanos gemelos se habían ahogado. Y que el hermano de su madre era un productor de Hollywood que le odiaba por algún motivo que nadie le contaba. Y que la hostilidad de su tío y el terror de su tía le habían empujado a marcharse en cuanto pudo. Ella le preguntó si había vuelto a ver la película. él le dijo que no, pero que cabía que la viese en cualquier momento, pues había caído en su poder al cruzarse con un baúl de efectos personales en cuyo interior, bajo libros y papeles, la encontró en su envase metálico. Aquel día pensó en destruirla, y desde entonces lo pensaba a diario, pero en vez de ello se dedicaba a mirarla colocada en un estante, como si fuese un objeto poseído capaz de lanzarlo al otro lado de la habitación si lo tocaba.

**

Cuando despertó, en mitad de la noche, le pareció que ella estaba ahí. Desde que había visto la película, Adolphe se debatía con un recuerdo que era incapaz de ubicar; se sentía atrapado en una urdimbre de memoria. Repasó una y otra vez su pasado, en busca de aquel día o mes en que volvió a encontrarla, recorriendo los pasillos de aquella vieja casa. Se incorporó en la cama y sacudió la cabeza. No dejaba de preguntarse por qué lo había bloqueado. Por qué se había permitido seguir pensando que la última vez que la había visto fue el día de las Tullerías, cuando de hecho allí estaba, en celuloide, años después, triste y sola. Concluyó que, si le había permitido filmarla de aquella manera, era que le había perdonado. O quizá era que ya no le recordaba.


[Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores]